Antes que el honor, el placer. «Sigue, viejo John, tu camino mientras puedas», se repite Falstaff a sí mismo. Obeso, cobardón y libidinoso, el sir inglés es un don Giovanni pasado de rosca. Los gordos, ya se sabe, son siempre excesivos: «Si Falstaff adelgazara ya no sería lo mismo: nadie lo querría. En esta panza hay mil leguas que proclaman mi nombre. Este es mi reino y yo lo haré inmenso».
Verdi vuelve, al final de su vida, a Shakespeare y a la comedia. Lo hace con Boito, que había escrito el libreto de Otello. Si el parto del moro de Venecia fue angustioso, el del pazón inglés fue de lo más sosegado. Verdi plantea una ópera coral, con la forma de comedia de enredos (un género muy común en la ópera bufa) que se va resolviendo de gag en gag. El doctor Caius se encara con Falstaff por haberle robado, y él lo despacha de malas maneras («He hecho lo que has dicho y lo he hecho a posta»); sus esbirros (Bardolfo y Pistola) se niegan a entregar la misma carta de amor a dos damas y dimiten; las damas en cuestión (Alice y Meg) conspiran para castigar al caballero bravucón; el esposo de Alice se entera de la misa la mitad y se forma un embrollo; etcétera.
Al final de la ópera, las alegres comadres citan a Falstaff en el bosque y montan una pantomima con hadas y criaturas mágicas. Él llega vestido de cazador negro, con unos cuernos sobre la cabeza. ¡Arrepiéntete!, le dicen al pobre, que está cagado de miedo (otra vez como en Don Giovanni: «Pentiti, cangia vita, è l’ultimo momento!»), y en ese momento reconoce a Bardolfo, su antiguo esbirro y se acaba el cachondeo. La ópera termina con un final fugado, casi metadramático («Terminemos con un coro», dice Falstaff), que se ha hecho famoso: «Todo en el mundo es burla».
Falstaff es una demostración de oficio y talento de Verdi, una ópera que ajusta sus cuentas con el género cómico (que no le había dado muchas alegrías) y con la tradición musical y la vanguardia (muchos comentaristas han encontrado afinidades Wagnerianas en ella). El personaje central es una gran baza dramática: un caballero venido a menos, pero inteligente y vividor, un poco a vueltas de todo. Un gordo formidable que ha conocido la gloria militar y el honor y que ahora solo quiere pasarlo bien. Su imperio es su barrigón, sus tropas, los faisanes y el vino de jerez.
La propuesta que se ha subido a las tablas del Teatro Real, dirigida por Laurent Pellyn apuesta por remarcar esa comicidad de gags que tiene la ópera. Las escenas se abren y se cierran como en una película (con ese efecto de obturador) y la escenografía de Barbara de Limburg se construye a base de trampantojos y perspectivas forzadas. A Falstaff se lo puede presentar con más rotundidad que en esta producción: recordemos que ha combatido junto al rey de Inglaterra, ¡que es un caballero! Ha perdido la vida palatina, pero a cambio de eso se ha consagrado –con conciencia, sin resentimiento– a los vicios del mundo. Pellyn dibuja, sin embargo, a un indigente, que malvive en una pensión pringosa. Lo cierto es que funciona, en buena medida porque Roberto de Candia se ajusta muy bien a este rol sin solemnidades ni gallardías. El reparto está, por lo general, muy bien. Conviene destacar la excelente dirección actoral que ha realizado Pellyn. De lo mejor, el Bardolfo de Mikeldi Atxalandabaso (a quien hemos visto recientemente en El oro del Rin) y el Pistola de Valeriano Lanchas: dos secuaces muy disfrutables. También elogiables la Alice de Rebecca Evans y la señora Quickly de Daniela Barcellona. Simone Piazzola hace un señor Ford más interesante en lo actoral que en lo vocal, y la Meg de Maite Beaumont y la Nannetta de Ruth Iniesta están, simplemente, correctas. Sobreactuado e inverosímil Joel Prieto como Fenton.
En el foso dirige Daniele Rustioni, que a veces canturrea y resopla. Dirige de manera un poco rígida, aunque solvente. Hubo algunos momentos confusos en el silabato, al comienzo de la función. ¡Por cierto! El cambio de decorados es bastante lento y hay un momento (cuando Falstaff se recupera del chapuzón en la acequia) en un foco da, desde atrás, directamente en la cara del patio de butacas.
Me cae simpático Falstaff, porque no se toma demasiado en serio. «Sigue tu camino, viejo John, mientras puedas». Gozando (comiendo, fornicando, bebiendo) se combate a la muerte. Viva el imperio del gozo, caiga la moderación.