Han pasado algo más de ocho décadas desde que Ilse, de pie en la cubierta de un barco, miró a la Estatua de la Libertad. Ella y su hijo, Manfred, huían del terror nazi en el verano del 39. Ocho décadas desde que está judía se hizo pasar por trabajadora social para arrebatar a otros judíos de las garras de las SS, y de la muerte, en el campo Sachsenhausen.
Jason Stanley es doctor en Filosofía por el Massachusetts Institute of Technology y profesor en la Universidad de Yale, además de una de las voces más potentes de la lucha contra el fascismo desde sus artículos en diferentes medios y en obras como su anterior libro, How Propaganda Works (Editorial Princeton University Press, 2015; no traducido a español). Pero, sobre todo, Jason es nieto de Ilsa.
Si bien, lo importante para Facha (Editorial Blackie Books, 2019) son las reflexiones que Ilsa dejó escritas y que sirven a su nieto como inspiración para trazar un manual de funcionamiento que pretende ser un aviso del resurgir de un neofascismo que se nutren de las crisis sociales cimentadas sobre una desigualdad creciente y utilizan herramientas propias de democracias sanas como la libertad de expresión.
Los cambios sociales que durante los veinte y los treinta permitieron el desarrollo de una nueva normalidad nazi que justificó acciones como la solución final o el empleo de trabajo esclavo durante la guerra total, entre otras muchas acciones deleznables, fueron producto de la incapacidad de los líderes políticos y sociales, y de la sociedad en general, para adaptarse a una realidad globalizada que requería de cambios económicos y culturales. Como sucede hoy en día, este entorno cambiante abonó el terreno para el establecimiento de una lucha ficticia entre “nosotros” y “ellos”. Dentro de la ideología neofascista, el “nosotros” representa todo lo bueno, lo imperturbable, la grandeza de la cultura pura. Una cultura pura que puede tomar diferentes formas como el ideal cristiano de Orbán en Hungría, “American First” de Trump o las políticas nacionalistas del Bharatiya Janata Party en India. Frente al “nosotros” están “ellos”, los culpables, los responsables de las desgracias dentro de la cultura pura, los que provocan que los hijos de la nación sufran. Por su maldad deben pagar con el Holocausto, o más recientemente con el exterminio tutsi o la persecución rohingyas en Birmania.
Jason Stanley destapa la simpleza de los mecanismos del fascismo. Herramientas concretas de una elevada efectividad y de gran penetración en poblaciones que durante años se han visto relegadas y arrinconadas. Población que se ve obligada a asumir las consecuencias de políticas económicas impuestas por una clase dominante que los desprecia. Las actuales crisis económicas y migratorias son la base para el desarrollo de políticas basadas en una mitología nacional que reinterpreta la historia y dota a la nación de una supuesta grandeza pasada. El mito se constituye en los cimientos de unos privilegios ganados por nacimiento con el que se invita a la población a tomar su posición como grupo superior por naturaleza que ha sido víctima del maquiavelismo de intelectuales, comunistas, judíos, negros, musulmanes, feministas, gays, lesbianas, transexuales o cualquier minoría que presuntamente goce de privilegios. Sin importar si estos privilegios son reales, socialmente necesarios para el desarrollo de igualdades efectivas o, simplemente, ficticios.
En tiempos inciertos, como los actuales, ensayos como Facha son una advertencia de los riesgos que representa la construcción de sociedades desiguales donde dejamos rezagados a una parte importante. Tiempos en los que es más necesario que nunca el desarrollo de valores democráticos que aseguren bienestar e igualdad para el establecimiento de relaciones libres.