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Fauna bibliotecaria

 

Morita. Según puede constatarse en el capítulo Gastos menores de la contabilidad de la Biblioteca Nacional, a comienzos de los años cincuenta había una partida presupuestaria destinada a la “alimentación, cuidado y mantenimiento de la gata”, que recibía el responsable de la conserjería, Fernando Gómez. Al menos desde enero de 1950 (no hay disponibles contabilidades anteriores) y hasta mayo de 1952 –cuando se interrumpen– se libran diferentes cantidades que oscilan, según los meses, de 38 a 60 pesetas, con alguna desviación al alza o a la baja. Me dio la pista una gran bibliotecaria ya jubilada, Elena Santiago, que dejó también un comentario en la entrada de este blog que trataba el tema. La gata se llamaba Morita, habitaba en los bajos de un armario gigantesco que había a la entrada y su misión era mantener a raya a los ratones que pululaban por el edificio y los jardines. La llegada de una nueva camada hacía las delicias de los hijos de los empleados. Elena Santiago Páez, directora del Departamento de Bellas Artes hasta su jubilación en 2004 y de la que cierta leyenda cuenta que nació incluso en la Biblioteca Nacional, era hija de la fuera durante muchos años responsable del mismo fondo, Elena Páez Ríos. Me lo comentó durante la jubilación de otra gran bibliotecaria, Carmen Líter, jefa del Servicio de Cartografía e hija a su vez de otro trabajador de la casa, Roberto Líter. Eran tiempos dichosos para la familia de la Nacional –tanto humana como gatuna–, que crecía y se multiplicaba feliz sin sospechar que se llegaría a tiempos tan mendaces y de tanta penuria como estos.

 

Cernícalos. Hace ya algunos años –nadie sabe precisar cuántos– que anida en la fachada de la Biblioteca Nacional una pareja de cernícalos, y los que han tenido la suerte de contemplar el momento en el que las crías echan a volar aseguran que es un espectáculo emocionante. Los cernícalos ahuyentaron a las palomas que desde tiempos inmemoriales habían convertido la balconada que da al paseo de Recoletos en un gallinero. Entre los fastos del Tricentenario de la Biblioteca Nacional se barajó la rehabilitación de la fachada, pero la crisis económica y la degradación de la institución limitaron el plan a un cosmético lavado de cara de la escalinata, y la balconada sigue en un estado deplorable, eso sí con la amenaza de las palomas ya alejada. Se prefirió entonces la puesta en marcha de otros proyectos que tienen alguna resonancia dentro de esta fauna que repasamos: la BibliOca. Al igual que el bibliotecario, el cernícalo es un animal de costumbres que posee también la facultad de cernerse. La pareja de la Biblioteca Nacional ha emigrado este verano inclemente, aunque no cabe duda de que volverá en otoño, pues es una especie contumazmente fiel al lugar en el que anida (y no depende del presupuesto).

 

Coleópteros. Nuestro acervo bibliográfico sufre constantes peligros. “Una plaga del coleóptero llamado Sitodrepa panicea L. hizo su aparición en la Cámara de Incunables, atacando especialmente, las encuadernaciones de madera y cuero que allí se guardan”, leemos en la Memoria de la Biblioteca Nacional correspondiente al año 1949. Se trata de un gorgojo de color café que puede alcanzar los 3,5 mm de longitud y crece en  alimentos almacenados, especialmente el pan, aunque éste no abundaba en los años cuarenta. Se procedió con toda rapidez, sigue la Memoria, “a la desinfección de los armarios y fondos en ellos contenidos” y el resultado fue positivo, “siendo de destacar el celo que demostraron en ello, el personal de la Sección, tanto facultativo, como el subalterno”. Pero lo alarmante es que para la desinfección se aplicó DDT, un componente químico prohibido en los países desarrollados desde hace años (aunque Tony Soprano, en un capítulo de la primera temporada, se empeña en comprarlo bajo cuerda para su jardín). El DDT, advierte el Convenio de Estocolmo sobre Componentes Orgánicos Persistentes de mayo de 2005, es un compuesto altamente tóxico, estable y persistente, que “se acumula en el tejido adiposo de los seres humanos” y que tiene “una duración de décadas antes de degradarse”. Por el momento no se han observado mutaciones en los usuarios de la Sala Cervantes, ni en el personal a su cargo, tanto facultativo como subalterno.

 

Marcelino. Continúa la recuperación de Marcelino, el gato preterido de la Biblioteca Nacional, que combate como puede los rigores de agosto. Está muy irritable y el otro día arañó a alguien que se le acercaba, se desconoce si por motivos climatológicos, culinarios o laborales.

 

Estos no son los cernícalos de la Biblioteca Nacional, que han emigrado una temporada, sino una foto de archivo.

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