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Mientras tanto¡Feliz cumpleaños, Pink Floyd! (Y otras reflexiones sobre la industria musical de...

¡Feliz cumpleaños, Pink Floyd! (Y otras reflexiones sobre la industria musical de masas)


 

A partir de un gigantesco Big Bang surgirá un universo joven pero prolífico hasta decir basta en el que muy pronto dos estrellas (The Beatles y Elvis Presley) iluminarán un inmenso espacio aún por expandir. Crecerá a una velocidad de vértigo gracias a una brutal explosión de materia y los astros comenzarán a multiplicarse. No contentos con replicarse también empezarán a diferenciarse en formación (grupos, big bands, tríos, dúos), materiales (instrumentos exóticos) ó tamaños (géneros).

 

Según las vayamos descubriendo, algunas de ellas nos harán cambiar nuestra visión de cómo entendíamos hasta entonces el universo (Led Zeppelin) o tal vez incluso recibamos la visita de un extraterrestre que nos enseñará cosas que hasta entonces no concebíamos (Jimi Hendrix). También encontraremos meteoritos que rasgarán el cielo provocando un tsunami capaz de acabar con planetas y especies enteras (The Sex Pistols), así como también es seguro que el paso del tiempo y el posible impacto indirecto con esos asteroides provocará cambios o incluso erosión en algunos (la carrera de Queen). De vez en cuando aparecerán agujeros negros que se tragarán hasta la luz (Joy Division). Habrá supernovas, estrellas de un gigantesco destello pero condenadas a desaparecer con el mismo estruendo (Guns N’ Roses). El brillo de las que se apaguen tardará años luz en dejar de llegarnos (Freddie Mercury) y otras serán simplemente incombustibles y las podremos contemplar fascinados durante toda una vida (Rolling Stones).

 

Pero lo más hermoso del universo es que seguirá creciendo y cada vez será más inabarcable. Y nosotros, astrónomos musicales, continuaremos observando el cielo con fascinación (y por qué no, a veces miedo) esperando descubrir nuevos astros y fenómenos.

 

 

 

Aquí estamos por fin. Mediante esta pequeña reflexión particular inauguramos esta semana el blog Myse en Abyme, el enésimo de música y de fotografía, con muchísima ilusión y ganas de contagiar a los lectores de nuestro entusiasmo.

 

Reconozco que un servidor llevaba tiempo con la inquietud de crear un blog en el que hablar de música, una de sus grandes pasiones. Sin embargo, la sensación de que en la red de redes todo está inventado y nada es original le invitaba a rechazar esa posibilidad.

 

Hoy sin embargo, comienzo a escribir en este blog de la mano de otras cuatro personas con formaciones académicas e inquietudes diferentes y con las que estoy seguro podremos aportar una visión mucho más amplia que la de un simple aficionado a la música.

 

Nuestro nexo de unión es la pasión por el arte sonoro, pero el punto de vista y los caminos que tomaremos para explicar nuestras opiniones acerca de discos, conciertos, Art Design, fotografía y un anecdotario enorme son lo que queremos que nos diferencie.  

 

Les puedo asegurar que es coincidencia (deliciosa para mí) que la semana del nacimiento de este blog haya coincidido con el 40º aniversario del estreno de Dark side of the Moon, probablemente la cúspide artístico-creativa de la banda británica Pink Floyd. No puede el que escribe esta entrada negar una cierta predilección hacia esta banda y este disco, pues tanto uno como otro forman una parte fundamental de esa “banda sonora de tu vida” que cada uno de nosotros va eligiendo a lo largo de los años para acompañarnos en los buenos y en los malos momentos. Desaprovechar este guiño en forma de efeméride sería imperdonable.

 

 

Pink Floyd y su influencia en las generaciones posteriores representa, bajo mi humilde opinión, uno de los mejores ejemplos de cómo se ha ido comportando la industria musical del siglo XX y XXI. Siempre afirmo que el arte son ciclos. Renacimiento y Barroco son los casos que en el colegio siempre nos ponían como ejemplo perfecto de esos vaivenes que no son más que cambios drásticos en la forma de expresarse artísticamente. La música, uno de los artes más ancestrales de nuestra especie, tampoco está exenta de esta regla. Atravesará fases oscuras para que después alguien irrumpa en una explosión de color o podrá tener fases recargadas hasta que alguien provoque un terremoto con una progresión FaM- SolM- Lam.

 

Pink Floyd apareció en escena en 1967 con el álbum debut The Piper at the gates of dawn. Concretamente el 5 de agosto de ese año. Se trataba de un disco siniestro. No carecía del característico sonido colorido de la década de los sesenta, pero era mucho más oscuro que por ejemplo el famosísimo Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band de los Beatles publicado apenas dos meses antes.

 

La rumorología y las leyendas en el mundo de la música popular darían para escribir varias enciclopedias, y una de las que rodea a estos dos álbumes es que, no deja de ser curioso que todo un The Beatles en la cima absoluta de la fama se adentrara con un éxito en el mundo de la psicodelia tras haber coincidido en los míticos estudios Abbey Road con unos jovencísimos Pink Floyd que grababan su primer trabajo. La pregunta y el morbo quedan para la historia: ¿Acaso hubo espionaje?

 

Los británicos introdujeron la nota disonante en la armonía musical de los años sesenta; donde la música unía, celebraba y exaltaba el amor, Floyd introdujo un disco chirriante, definido por algunos críticos de la época como “terrorífico y fracturado”. Las letras, escritas por una de esas supernovas de las que hablábamos al principio, Syd Barret, trataban temas tétricos y se salían totalmente de la dinámica amistosa y amorosa de la época.

 

La psicodelia –que bien es cierto que ya existía antes de ellos- no volvió a ser, eso sí, la misma. Pink Floyd sumergió, y sumerge aún hoy en día, a generaciones enteras en atmósferas tan oscuras y siniestras como sugerentes. Las temáticas tratadas en algunos de sus mejores trabajos son totalmente atemporales y su música es de las más recordadas por las personas que pudieron crecer con ellos.  

 

Sin embargo, a medida que su carrera iba tomando tintes meteóricos su música se iba complicando, se trataba de personas demasiado virtuosas, demasiado geniales. Esto no debería ser un problema si la industria musical no fuera sino otro negocio que además en aquella época movía cantidades monetarias equiparables a lo que hoy en día mueve el fútbol.

 

Y para que una estrella tenga una comunión plena con su audiencia, para que un adolescente idolatre a su músico favorito, tiene que poder identificarse con él. Tiene que poder pensar “yo podría ser como él”.

 

Cuenta la leyenda que The Sex Pistols fichó a Sid Vicious cuando le vieron por la calle paseando con una camiseta en la que se leía “I hate Pink Floyd” (Odio a Pink Floyd). Ni siquiera le preguntaron si sabía tocar el bajo, cosa que por cierto nunca se le dio muy allá. Esto, sea cierto o no, refleja perfectamente cómo Pink Floyd, con toda su técnica y genialidad llegó a literalmente construir un muro entre su audiencia y ellos mismos alejándolos de alguna manera de ese público tan necesitado de identificarse con su ídolo y también de cómo el arte va de extremo a extremo; puesto que The Sex Pistols apareció como un meteoro en la escena musical de los setenta arrasando con todo con apenas cuatro acordes y una técnica atroz. Todo lo contrario a lo que Pink Floyd venía haciendo. Sin embargo fueron recibidos como héroes por lo que hablábamos antes: cualquiera puede comprarse un instrumento y tocar cuatro notas. Entonces, si The Sex Pistols pueden, yo también. Este fenómeno musical/industrial se ha ido repitiendo de forma sistemática cuando, después de la era caótica que supuso el final de los setenta con el Punk o el Post-Punk (Joy Division), los ochenta resultaron en una explosión de color con la era dorada del Glam y el Hard Rock o la música Dance hasta que las sombras y los demonios de un joven atormentado sumieron de nuevo a la música en atmosferas macabras durante los noventa (Kurt Kobain y la irrupción del Grunge).

 

La revisión del Punk que hicieron The Sex Pistols en Europa (el Punk nació en Estados Unidos un año antes de la mano de los Ramones) supuso una auténtica catarsis para la industria musical. Géneros hasta entonces importantísimos y sus bandas más representativas fueron dados por muertos; el Punk era lo que mandaba entonces. Pero a Pink Floyd no le importó. El año en que The Sex Pistols escandalizó a medio mundo, ellos publicaron Wish You were Here y venían de la gira de promoción de Dark Side of the Moon. Ni las exigencias del público, ni las tendencias, ni mucho menos la moda, hicieron que se desviasen de su rumbo. Estaban entonces en la cima de su carrera musical y ni el movimiento más salvaje que había conocido la historia de la música popular hasta ese instante iba a expulsarles de su senda.

 

Es posible que lo que ocurriera es que su camino no era el mismo que el del resto; hacía tiempo que ellos parecían estar por encima del bien y del mal. Algo así como si se tratara de un satélite, un satélite que gira en torno a un planeta en el que acaba de ocurrir un cataclismo provocado por un asteroide. Un satélite que sigue la misma estela que el planeta, pero que se dedica a observar con indiferencia e incluso desprecio  lo que ocurre ahí abajo. Tal vez por eso nuestro satélite, la luna y su cara oculta inspiraron Dark Side of the Moon. Sin duda, una de las mayores obras maestras de la música del siglo XX y de la que solo esperamos siga orbitando, como la luna, a nuestro alrededor con indiferencia al paso del tiempo y a lo que ocurre ahi abajo. 

 

ArtAce

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