Querida lectora, sí, como habrás adivinado por el título de esta crónica, cumplimos por estas fechas un año de recorrido. Empezamos muy pocos y fuimos a menos. Ya te decía yo que mi aspiración era dejar estas crónicas para la Historia.
Quedamos solos tú y yo, metidos en una trampa. Yo no dejo de escribir por sentido del deber, soberbia sería el nombre más apropiado, y tú no dejas de leer mis crónicas por piedad de mí. Pero no puedo reprochar la falta de mayor audiencia a mi mala pluma pues sería tanto como insultar tu inteligencia. Así que pondremos nuestra relación en el cajón de las cosas inexplicables. Digo, no se concibe que, piedad o no, y siendo inteligente como eres, continúes leyéndo mis necedades.
Echémosle la culpa a esa cosa tan viciosa que es la costumbre. Te has aficionado a mí, como yo a ti.
Pues bien, uno de los rasgos de la costumbre es que se repite, de ahí el título de esta crónica. Mas no te asustes. No volveré a contar lo mismo del año pasado. Para ese viaje no necesitaríamos alforjas, mejor buscabas tú aquella crónica, con lo fácil que es hacerlo ahora que las ciencias avanzan que es una barbaridad, como anotó Don Hilarión.
Sólo quiero recordarte el porqué del título de entonces y así puedas entender por qué sigue vigente.
Era aquella crónica, o pretendía serlo, un canto a la paz social. Que en estas fechas, los religiosos celebren su Navidad, los paganos su fiesta del consumo y los indignados contra unos y otros celebren su indignación, pero que todos lo hagan con moderación, sin imponer su santa voluntad a los demás. Baltasar Gracián y Erasmo de Rotterdam adornaban esa petición, mucho mejor que este prosaico resumen.
Dijete también que, en cuestiones de celebración, no había mucha diferencia entre el Imperio y las colonias. Si acaso que aquí los consumistas eran mayoría, los religiosos minoría y los indignados inexistentes.
Mas, como dicen los ingleses, el diablo está en los detalles o, en este caso, en las diferencias, así que te cuento, al menos, una de ellas.
Habrás observado que en la colonia, cada año empiezan antes las Navidades. Pues bien, por mucho que adelante allí, siempre adelantan más en el Imperio. Podríamos decir que el Imperio se ha convertido en el meridiano de Greenwich de las Navidades. Este año, la temporada de compras de Navidad, empezó el día después de Halloween, el 1 de Noviembre.
Para mí tengo que en este continuo adelanto nace mucho del descontento de los indignados coloniales contra la Navidad. (Quiero decir, de los indignados con razón no de quienes lo son por inclinación natural.)
Sí, querida lectora. ¿Recuerdas cuando la Navidad empezaba allá por el día 9 de diciembre? No había tanta indignación contra ella. No creo que sea sólo un recuerdo engañoso de la infancia, era también que no nos machacaban tanto. Ahora, el día 9 de diciembre muchas personas están hartas de la Navidad, deseando que pase lo más deprisa y lo más leve posible.
Los falsos sabios, muchos vestidos de religiosos, otros de laicos fundamentalistas, saldrán corriendo a pregonar su buena nueva. Este hartazgo es el producto de la cultura del bienestar y la riqueza. ¡Como si en la pobreza fuera más fácil ser feliz! Cuidado con esos falsos sabios, terminan siendo fascistas de todo tipo y condición.
No, no hay que añorar los tiempos pasados. La nostalgia es un sentimiento engañoso, un espejismo de la vida al que nunca se debe volver, so pena de morir de tristeza y desilusión.
El hartazgo viene del consumo pero eso no es el bienestar. No se pueden confundir. Publicaban estos días los periódicos del Imperio que una buena mujer aún andaba pagando este año los regalos de Navidad que compró en 2008. Una deuda tan grande que le costó incluso el divorcio. Mejor le hubiera ido si se hubiera preocupado por el bienestar suyo y de su familia en lugar de gastar el dinero en regalos innecesarios.
El consumo frustra y, a los austeros, indigna. Mas tengo yo para mí que no es el comprar el hecho que nos desazona en Navidades (bastaría no cumplir el rito para estar libres de crispación) sino otro efecto más grave del consumismo que relacionado con lo que te comentaba del adelanto de las Navidades: el robo del tiempo.
Pasarán las Navidades y las rebajas y estaremos en la primavera y la Semana Santa, pasarán éstas y en las vacaciones de verano, así hasta volver a las Navidades. Como si fueramos a llegar tarde. Nos pasamos la vida salivando por el futuro y, cuando éste llega, es tan corto, pasa tan rápido y se han puesto tantas expectativas en él, que ni lo disfrutamos, salivando como andamos por el futuro siguiente. Nos roban el presente, nos roban el tiempo pausado, nos roban el tiempo para pensar y el tiempo para recordar.
Sabes que no suelo dar consejos, pero dadas las fechas permiteme uno. Ten cuidado y piensa esto que te digo: Si consumes el futuro, no eres en el presente. «Don’t trade your present for your future» (No comercies tu presente por tu futuro), suele decir mi buena amiga doña María Lozano a sus alumnos de literatura inglesa. Ella se refiere a la gran escala de la vida, el amor: «No cambies los besos de hoy por la casa de mañana. No hipotequéis vuestras vidas». Yo me refiero a escala pequeña, la del tiempo cotidiano, que nos roban con el adelanto continuo de las estaciones del año.
Para que eso no nos ocurra a ti y a mí, querida lectora, para que tengas tu tiempo y yo el mío, te doy y me tomo unas vacaciones. Y para que ni tú ni yo estemos pendientes del futuro no te digo exáctamente cuándo vuelvo, anque sí te digo que volveré. Feliz Navidad, Feliz Consumo y Feliz indignación.
Vale