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Fétida deshumanización

 

 

Tengo un olor cosido a mi alma. Es una mezcla de heces, abandono, orín, suciedad acumulada, humedad y espanto. Así huele el pabellón de castigo para reclusos menores de edad en Panamá. Ocho celdas mugrientas pensadas para ocho privados de libertad y donde este jueves sobrevivían 22. Uno de ellos me relata cómo ha tratado de colgarse para dejar de tener los pies en esta tierra que lo excluye y lo condena a la inexistencia. Otro me ruega que no los abandonemos y que llame a su tía para que le lleve un cepillo de dientes, jabón apenas para quitarse la mugre del olvido que le tiene la piel llena de úlceras desde hace 18 días.

 

Son jóvenes que vivieron el infierno del 9 de enero en el Centro de Cumplimiento de Tocumen, en un suburbio ruidoso de Panamá, muy cerca del aeropuerto por donde entran los alegres turistas con destino al paraíso tropical. En ese penal para menores de edad donde se hacinan unos 150 jóvenes (la mayoría pertenecientes a pandillas) en un espacio pensado para algo menos de 70, la policía desató un incendio en una de las atiborradas celdas que acabó con la vida de 5 jóvenes y que tiene a otros dos en la frontera del aliento. Las imágenes caturadas por una televisión local sorprendieron  a la opinión pública y abrieron la puerta al debate nacional.

 

 

El Gobierno se ha lavado las manos y ha buscado a chivos expiatorios entre los agentes de menor rango. Las organizaciones de derechos humanos y la sociedad civil organizada han reaccionado con estupor e indignación. Una parte de la opinion pública, atemorizada por la creciente inseguridad en el país, justifica la acción policial y deshumaniza a los presos convirténdolos en animales sin derechos.

 

Y así están, como animales abandonados en un zoológico abandonado. Fui testigo, como parte de una misión de observación al Centro de Cumplimiento del horror en el que subsisten los jóvenes reclusos. No es diferente a lo que ocurre en numerosos penales de América Latina o de los denominados países emergentes, pero no deja de golpear constatar de qué pasta estamos hechos los humanos: de indolencia, de desprecio hacia el Otro, capaces de condenar a quienes condenamos por «antisociales» a los vertederos de «residuos humanos» -como o calificaría Bauman-.

 

 

Sin humor para casi nada, solo quiero dejar acá la huella de la vergüenza para que algún día sea rellenada de dignidad por alguna generación más valiosa que la nuestra.

 

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