«¿El viejo sin interés de las polainas sucias, que se cruzaba frecuentemente conmigo a las nueve y media de la mañana? ¿El vendedor de lotería cojo que me molestaba inútilmente? ¿El vejete redondo y colorado del puro a la puerta de la tabaquería? ¿El dueño pálido de la tabaquería? ¿Qué se ha hecho de todos ellos, que, porque los vi y volví a verlos, fueron parte de mi vida?». Se preguntaba Pessoa en el libro de su desasosiego.
Les preguntaba a ellos, gente en la calle, peatones cada uno de nosotros. Nos preguntaba Pessoa por cada individuo que se cruza con nosotros cada mañana, sin interés aparente, como él afirma, contradiciéndose, devolviéndonos justo ese interés. Sobre ellos, sobre nosotros en el paseo camino del trabajo o de casa, escribo ahora en este blog.
Por ejemplo: una esquina de Madrid, donde se juntan los cines Ideal y el comedor Ave María. Son las nueve y media de la mañana. Una larga fila de personas –de pessoas- hace cola ante la puerta donde las monjas –entiendo de un vistazo- dan de desayunar a los indigentes. Los miro a ellos, los indigentes; identifico inmigrantes que vienen de América, de África, de Europa del Este.
Muchos debieron quedarse sin trabajo en estos meses pasados. Muy cerca hay una obra donde otros inmigrantes vestidos con el mono azul todavía trabajan. Esta también es España, esta fila que avanza en busca del desayuno. Yonquis de barba larga, en los huesos, sin dientes. Un anciano nacido en Madrid sube la cremallera de su cazadora hasta el cuello cuando la fila se detiene. Hay hombres bien vestidos, cualquiera diría que son ciudadanos sin necesidad de un desayuno para indigentes. Pero no buscan regalos. Se nota en sus rostros de frío y de paciencia. Qué curioso, sólo hay hombres. Susurra Pessoa: Porque los veo son parte de mi vida.
Son las nueve y media de la tarde, de la noche. Vuelvo a pasar por la misma esquina. Las puertas del comedor Ave María están cerradas. No queda ni rastro de la larga fila de hace doce horas. Ahora las colas son otras. Las colas son otros, los que esperamos comprar una entrada para el cine. Las puertas del Ideal están abiertas. También hace frío. Pero esta cola avanza mucho más rápida. No me van a regalar nada. Compro, puedo comprar la entrada. Me siento poco después en la butaca. Me conmuevo ante una película de inmigrantes que cruzan el mar. No son pessoas. Son personajes. No me doy cuenta. Nunca me daré cuenta. Saltan de la pantalla. A la mañana siguiente hacen cola en el comedor Ave María. Apenas han tenido que moverse unos metros. Paso sin verlos. Llevo mucha prisa.