Give him a mask, and he will tell you the truth
Oscar Wilde
La frase de Wilde no funcionó bien. Pienso en mis primeras semanas, de vuelta a la enseñanza presencial. Detrás de la mascarilla y entre el ruido del purificador de aire sucedieron conversaciones parecidas a ésta:
–Mnof memnrsn ttresnmrtsit art bfsnedisr
–Prsr tts nt clr con iupls ropet?
–Ecn jeru.Thstpd msk!
Confieso la felicidad obscena que sentí la primera mañana en que pasé el control de la universidad con el rostro descubierto. Dos días antes me habían llamado la atención porque olvidé la mascarilla en el auto.
*
¿Miedo? Sí. Alguno. Sobre todo porque yo era el único en ese salón sin ventanas que no usaba mascarilla. Mis estudiantes me miraban con duda y sorpresa. Me sentía como ese legionario romano de Asterix El Galo al que sus compañeros vapuleados miran atentos, esperando en qué momento se le pasan los superpoderes de la pócima para hacerlo papilla.
Y sin embargo, con dudas y miedo, todavía sentía que esa era la única manera de enseñar.
*
Cualquier carraspeo, algo de tos, me hacía presentir el covid inevitable. Así terminó febrero, marzo, abril y la mitad de mayo. Poco a poco los rostros de mis estudiantes fueron apareciendo, detrás de los barbijos.
Algunos se atrevieron a estrechar mi mano.
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Ayer voté. Fue en el gimnasio de la escuela del pueblo donde vivo. Había una venta de galletas y una galería de arte con los trabajos de los estudiantes (papeles colgados en el pasillo del primer piso). Disfrutábamos de algo que ya se parece mucho al verano.
Vi pocas mascarillas.
¿Acaso sabemos más de la enfermedad? ¿Acaso la «normalidad» no es la pura ilusión de regresar al mundo de antes?
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–Quieren que tengamos miedo– me dijo un profesor mexicano con el que conversé los últimos días de enero.
–Qué terrible ver a esa gente manejando, sola en el auto, con la mascarilla– me dijo una profesora iraní.
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Mi trabajo de profesor, creo haber entendido, es también brindarles a los alumnos la ilusión de la normalidad.
Sin mascarillas. Sin frotarme las manos obsesivamente al final de la clase.
Acercándome a ellos para escucharlos mejor.
Olvidándome del miedo.