“A mí es que me ponen mucho los polis”, me dice este chico. “A mi también”, le contesto. Y si son anti disturbios, más. Y nos reímos los dos mientras vemos pasar por la calle un coche de los municipales mientras uno de los agentes que va en el interior del vehículo va comiéndose un chupa-chups. Bueno, perdón, va lamiendo una piruleta. Claro, es que van provocando, y luego pasa lo que pasa…
“Y si te lo follas y luego te lo encuentras en una manifa, fíjate tú que morbo”. Aquí nos encontramos los dos enfrascados en esta conversación que ya quisieran para sí los culturetas de Jotdown. No hay como charlar con un gay para echarte unas risas y acabar concluyendo que a ambos os ponen las mismas cosas, en este caso, mis queridos miembros de la UIP. Los gustos en la cama, amigos, no saben de tendencias, ni políticas ni sexuales.
Debo reconocer que desde que escribí aquellos posts en su honor he podido realizar, de nuevo, esa fantasía erótica: la de follarte a un poli. Que si eres votante del PP y te lo haces con un policía nacional no tiene morbo alguno, pero la cosa cambia si eres más bien perroflauta o roja, como me catalogan algunos, que anda que no gustan en este país las etiquetas madre mía.
Pues eso: coincidencias de la vida, en mi camino se cruzó un bombón con uniforme, que además se preparaba para ser “uipero” (el corrector me pone pipero, que no tengo ni pajotera de lo que será). Fíjate, cómo rechazar este regalito me dije yo. Lo cierto es que el chico era guapo a rabiar. Y tenía un cuerpazo que invitaba al pecado. Repetidas veces al pecado. Muchas veces al pecado. Perdón, que entro en barrena…
Lo tenía todo bien. Pero todo todo, exceptuando una cosilla, nada importante ¿eh?, una nimiedad: la cabeza. Que el chico se había quedado en los discursos de la Guerra Civil y parecía esto en vez de un polvo del siglo una lucha de clases: que si izquierda y derecha, que si vosotros los de la izquierda, que si vais buscando leña en las manifestaciones, que si tiráis adoquines…
Coño, que en la vida he tirado yo un adoquín, ni siquiera en una obra y este hombre me veía como la encarnación de todos los males de la izquierda, que me sentía yo casi como Rubalcaba, pero con curvas y más guapa. No. Así no. Es Mal. La historia no duró, y no fue porque yo no tuviera ganas de volver a follar con él, que si las tenía y las tengo. Pero es que cada noche, después del polvo (un polvo de, vamos a decir, 9), me enviaba vídeos y pensaréis, ¿qué tiene eso de malo? Pues nada si son pornográficos, pero todo si son de revueltas entre sociedad civil española y policía. Que las luchas sociales y la política se cargan el morbo, hombreya.
“Qué lástima”, dice mi interlocutor al escuchar la historia. Si, pienso yo, qué lástima porque mira que podíamos haber echado unos cuantos polvos más. Peeeero…
“El problema es si te enrollas con un antidisturbios cuando le ves en acción, con todo su atrezzo, casco incluido y luego resulta que es feo”, añade.
Uhmmm, cierto… Mira que si le quitas el casco y es más feo que el hermano feo de los Calatrava o que el Fary… eso puede ser un problema, aunque siempre te lo puedes follar con el casco puesto. Le dices que no se lo quite, pero lo argumentas con delicadeza, no le vayas a decir “no te lo quites que eres más feo que un dolor”. Dile por ejemplo que te pone subirte encima y ver tu imagen reflejada en el casco. Que debe ser lo más parecido a follarse a un miembro de los Daft Punk. ¿No? Nananananana, Get Lucky…