“Como prácticamente nadie sabe quién soy, empezaré con una breve introducción. Soy un joven libanés y para todos aquellos que no sepan nada del Líbano es un pequeño país en Oriente Medio rodeado por Israel y por Siria, así que ya podéis imaginaros la clase de problemas que tenemos. Mi educación es cristiana pero tan pronto como fui capaz de pensar y ver el mundo por mi mismo decidí que quería ser ateo porque considero que no deberíamos crear más diferencias entre los seres humanos. Estudio ingeniería en la universidad pero mi verdadera pasión es escribir.
Me avergüenzo de los hombres mayores que lavan el cerebro de las nuevas generaciones y alimentan a los jóvenes con odio y prejuicios. Nosotros, el futuro del Líbano, somos idiotas. Dejamos que ellos nos engañen, que nos dividan, que nos arrastren hacia sus errores, los mismos errores que han repetido durante años y que nos condujeron a una sangrienta guerra en el nombre de un “país” que nunca será una realidad. Nosotros, los libaneses, deberíamos ser como un puño, unido y fuerte, sin importar lo pequeño que sea. Olvida todo lo que esos líderes te están diciendo, no permitas que tu mente sea la esclava de lo que te han enseñado tus padres, debemos aprender de ellos pero no copiarlos”. N.J.
A N.J. lo conocí hace dos años. Contrariamente a la mayoría de libaneses de su edad le gusta leer los periódicos y escuchar música de grupos ingleses. Está al tanto de lo que sucede en Grecia, comenta la complicada situación por la que atraviesa España. Le llama la atención que yo, la europea, haya terminado encontrando trabajo en su país, en su mierda de país. Los fines de semana disfruta saliendo con sus amigos, haciendo barbacoas, burlándose de las ceñidas chicas libanesas que encaramadas a unos tacones intentan divisar al mejor partido. Un día me contó que, exceptuando los enclaves cristianos, apenas conocía su diminuto Líbano; a sus padres, que habían sobrevivido a la guerra pero no a sus fantasmas, les asustaba que pudiera pasarle algo si se adentraba en una zona musulmana. Buscaba también cierta comprensión ante su auto-reconocida ignorancia. La inmensa mayoría de los libaneses adultos, por no decir todos, atesora a sus espaldas una interminable lista de familiares y amigos muertos y desaparecidos durante su brutal guerra civil de 15 años. Nadie se salvó. Juzgar su miedo, incluso su odio, sería infame.
Hay muchísimas cosas que no logro entender de este país…No he logrado comprender porque N.J. y los otros chicos que me esperan cada martes por la tarde me reciben siempre con una enorme y cálida sonrisa que nada consigue borrar de sus caras. Son ruidosos, alborotadores, incapaces de concentrarse más de diez minutos seguidos, infantiles, anárquicos, serviciales, vagos, vivarachos, alegres, lanzados, “jetas”, sin el menor temor a hacer el ridículo. Sus historias ya no resultan lejanas, estoy familiarizada con sus prejuicios, sus creencias, sus deseos, sus valores, que vienen a ser los de sus progenitores, reconozco el terrible pasado que retumba entre las paredes de cada familia libanesa y por eso me digo que algo bueno han debido de hacer sus padres para que ellos, sus hijos, vivan confiados como si el sol inmenso y ardiente del Mediterráneo no fuese a abandonarlos nunca.