Me abalancé sobre el parabrisas del coche y le dije al conductor: “Por favor, acaba de haber un muerto en la plaza Gipuzkoa, y soy un reportero que tiene su equipo fotográfico en el hotel Costa Vasca, usted va en esa dirección. ¿Me puede acercar?”. Aquel hombre de edad avanzada me miró fijamente durante unos segundos como si buscara verme mejor con la ayuda de unas cercanas luces de neón que paliaban, en parte, la oscuridad de la noche, pero me llevó incluso hasta el hotel. Una vez allí, y mientras pasaba por la recepción, a la carrera, les decía a los empleados situados en el mostrador que necesitaba un taxi urgentemente.
Tuve la suerte de que uno de los ascensores se encontrase con las puertas abiertas, lo que facilitó que accediera a mi habitación de la tercera planta de manera casi inmediata para comenzar la apresurada recogida de objetivos y cámaras fotográficas dispersos por encima de aquella cama de matrimonio. Con la celeridad de un marine que monta su fusil de asalto con lo ojos vendados coloqué en mi bolsa de lona negra de reportero dos cuerpos de cámara provisto de motor de arrastre de la película y varios objetivos. Uno de ellos un impresionante tele luminoso de 300 mm. f:2.8 capaz de tomar una foto a bastante distancia y en condiciones de luz muy escasa y que, por su tamaño, iría directamente sobre uno de mis hombros, aquel que quedase libre de cargar la bolsa. Pero la obsesión de portar el equipo en perfecto estado de uso también pasaba por colocar en las dos cámaras fotográficas los carretes adecuados para la situación. En este caso la película de alta sensibilidad en blanco y negro podría ser perfecta para la toma de fotografías en condiciones de luz nocturna y a cierta distancia. Pero esos carretes estaban en el cajón de una de las mesitas situadas a ambos lados de la cama, junto a otros de negativo color y diapositiva, varias pilas, algunos catálogos, un par de bolígrafos, un mechero y pequeñas cosas de marketing del hotel que tuve que apartar con la mano aceleradamente.
Una vez vestido de reportero integral hice el camino inverso, con la salvedad de que en la planta tercera no había ningún ascensor esperándome, lo que me llevó a bajar las escaleras de dos en dos o de dos en tres. Así hasta el vestíbulo, una zona amplia donde pude observar que determinada gente me miraba extrañada, tanto por mi aspecto como por los pasos tremendamente alargados que daba en busca de la puerta de salida. A la altura del mostrador de recepción pude escuchar una voz femenina que me decía: “¡Señor, su taxi ya viene!”. Y tanto que venía porque estaba casi en la puerta. Una bendición para mi situación emocional con una adrenalina creciente. Una vez dentro del vehículo y mientras buscaba acomodo en el asiento de atrás a la pesada carga del equipo de fotos le dije al conductor solamente dos cosas y en tono seco: “Por favor, urgente a la plaza Gipuzkoa, y ponga la radio”.
Aquel día, 23 se septiembre de 1988, San Sebastián se encontraba en pleno festival de cine y, de alguna manera, se había teñido de intriga con la visita del conocido director Román Polanski, que presentaba Frenético, su última película. Un auténtico thriller lleno de espionaje, acción y suspense. Pero aquel día no iba a terminar sin que se estuviese escribiendo otro guión más real. Absolutamente real, que arrancaba con un hombre que aceleraba sus pasos ante la sospecha de que le estaban siguiendo. Poco tiempo después, en la plaza Gipuzkoa de la capital donostiarra y bajo la tenue luz amarillenta de las farolas, aquella persona giraba sobre sus pasos y pasaba a forcejear desesperadamente con otros dos que se le echaron encima rápidamente a la altura de la zona porticada de la plaza. Uno de ellos sacaba una pistola escondida entre algunas revistas que portaba bajo su brazo derecho y disparó. Las detonaciones hicieron que los clientes de la cafetería Bidasoa salieran a la puerta y pudiesen escuchar varios gritos sobre los que destacaba un ¡Gora ETA! Una mujer trataba de escapar de aquel escenario, pero fue detenida más tarde. Después de unos intensos minutos quedaba muerto sobre el suelo de la acera por los disparos de dos agentes de la Policía Nacional el miembro de ETA Mikel Kastresana.
Ajeno a todo ello y con la caída de la noche dirigía mis pasos a un popular restaurante del centro de la ciudad donde me encontraría con un grupo de fotógrafos de diferentes medios, tanto nacionales como regionales, acreditados en el Festival de Cine donostiarra. Todos nos conocíamos y aprovechábamos los pocos encuentros para bromear y relajarnos después de haber competido por las mejores fotos del día. Pero unos pitidos en el buscapersonas que llevaba en el cinturón me alertaban de un mensaje que llegaba desde Madrid. Detuve mi marcha para leerlo con más claridad y en su pantalla de plasma quedaba reflejado el siguiente texto: “Tiroteo en la plaza de Gipuzkoa. Un muerto”. Un latigazo de tensión recorrió mis neuronas y es lo que me hizo abalanzarme sobre el primer coche que paró en un semáforo cercano para decirle al conductor que era un reportero y necesitaba urgentemente ir al hotel Costa Vasca a recoger mi equipo fotográfico.
En apenas cuatro meses, desde mayo a septiembre de aquel 1988 ETA había asesinado a dos empresarios, dos guardias civiles, dos policías y un concejal, pero en el mismo periodo había perdido a tres militantes, debido en parte al cerco policial. Uno de ellos, Mikel Arrastia, murió al caer al suelo desde un tercer piso en Orereta (Gipuzkoa): al intentar huir de la policía, según fuentes oficiales, y “asesinado”, según los simpatizantes de la organización terrorista.
A la muerte de un miembro de ETA siempre le sucedía los días posteriores un ritual de homenajes, manifestaciones y protestas con alta carga simbólica que incluía la exhibición de anagramas y consignas separatistas en los que aparecía, la mayoría de las veces, el símbolo de la banda, un dibujo sobre fondo azul de un hacha por la que asciende una serpiente preparada para morder cerca de su filo. Un mensaje visual que representaba muy bien el espíritu de la organización terrorista vasca: golpear con la contundencia del hacha, actuar con la astucia de la serpiente.
Mikel Kastresana, que pretendía reconstituir el comando Donosti, iba a ser enterrado en la localidad guipuzcoana de Lasarte, donde desde primeras horas de la mañana numerosos carteles anunciaban el “asesinato” de un “militante vasco” por las “fuerzas de ocupación españolas”. Los fotógrafos vascos que íbamos a cubrir aquella información sabíamos que lo pasaríamos mal ya que en esa situación los foráneos enseguida éramos clasificados en dos grupos, o éramos “terroristas de la pluma”, o “txakurras” (perros), indicativo igualmente despectivo que hacía alusión a los miembros de las fuerzas de seguridad del Estado.
Consciente de esa situación y con mi equipo de fotografía colgado de un hombro y una cámara preparada para ser usada en cualquier momento en el otro, recorría, despacio, las principales calles de la localidad sin poder evitar tener la sensación de ser observado. Al principio estabas solo y esa soledad te hacía más indefenso ante los insultos de algunas personas: “¡Carroñeros!, ¡españoles!, ¡manipuladores!”.
Sabes que debes callar. Sabes que no debes mirar a la cara de quien te insulta. Sabes que lo mejor es mirar al suelo con la esperanza de encontrar una voz amiga que será de un compañero periodista que se encuentra, presumiblemente, en la misma situación que tú y que busca paliar esa soledad.
Mientras familiares y amigos enterraban en el cementerio de Lasarte a Kastresana la Guardia Civil tomaba el centro del pueblo en un impresionante despliegue estratégico. Por la calle principal se desplazaba una tanqueta del instituto armado a la que acompañaban una veintena de guardias provistos de armamento antidisturbios que cubrían ambos lados de las aceras. Otros agentes realizaban controles en los principales accesos a la localidad impidiendo entrar a quien no tuviera justificada su residencia.
Frente a todo el operativo estaba el entonces teniente coronel Enrique Rodríguez Galindo. Provisto de gafas de sol y con sus manos enlazadas a la espalda encaraba a todas las personas que empezaba a agruparse frente a sus hombres a unos metros de distancia. Desde las ventanas, algunas de las cuales tenían ikurriñas (banderas vascas) con crespones negros, se respondía con desafío gestual a la mirada cruzada de los agentes, que no se fiaban de lo que podía suceder sobre sus cabezas.
Los reporteros estuvimos desconcertados por unos momentos dado lo imprevisible de los acontecimientos. En mi caso empecé por colocarme junto al vehículo blindado y a tomar fotografías de un Rodríguez Galindo totalmente hierático y frío. Con mi teleobjetivo podía tomar fotos de los guardias que empezaban a retirar a la gente dispersa que se encontraba en la zona de su despliegue. Muchos rechazaban esa actuación con claros signos de protesta.
A los pocos minutos ambos bandos se encontraban frente a frente en unos extremos de la calle principal. Los periodistas nos mirábamos en silencio. Aparecieron los puños en alto con los gritos de “¡Gora ETA militarra! (Viva ETA militar)”. Aquello tenía mala pinta y buenas fotos. Las personas que estaban más cerca de la iglesia donde se iban a celebrar los funerales empezaron a entrar mientras que los parlamentarios y concejales de HB trataban de negociar la celebración del “acto político” previsto después de la misa. La contestación de Galindo fue repetida varias veces: “No está autorizado”.
De pronto una figura vestida completamente de blanco apareció en el pórtico del edificio religioso. Era el oficiante. Habló con unas personas que había cerca de él y comenzó a caminar hasta el guardia civil más próximo. Yo me encontraba muy cerca y le oí decir: “Por favor, lléveme donde el mando de todos ustedes”. Aquel guardia, que debía medir casi dos metros, le saludó militarmente y con las manos en la espalda acompañó al sacerdote hasta donde se encontraba el teniente coronel. Yo no paré de tomar imágenes de todo mientras observaba cómo el resto de periodistas se acercaban corriendo para oír lo que aquel religioso iba a decir.
El oficiante pidió, con claros signos de desaprobación, que se retirara el vehículo militar de la Guardia Civil que se encontraba situado delante de la iglesia.
Una de aquellas fotografías ilustraría, un año después, un reportaje sobre la relación de la iglesia vasca con el nacionalismo radical. En el centro de la imagen aparecía el sacerdote en un claro gesto de cabreo extendiendo sus manos hacia adelante con las palmas hacia arriba, lo que en el contexto original señalaba el despliegue policial frente a la iglesia. A ambos lados se encontraban Rodríguez Galindo escuchando atentamente y un cabo más bien gordo.
Aquel improvisado diálogo Iglesia-Estado acabó en tablas quizás porque entre los gritos que empezaban a subir de tono hubo un silencio, y en medio de ese silencio se pudo escuchar una voz: “Nosotros os dejamos enterrar a vuestros muertos, dejadnos enterrar a los nuestros”.
Esos cuatro días de septiembre quedaron atrás, pero vinieron muchos más cuatros de septiembre frenéticos donde la realidad superaba la ficción en el País Vasco. Donde el guión se escribía sobre papel prensa y la película se convertía en un fotoperiodismo duro con encuadres fijos que recogían dolor y muerte. Encuadraba a los que enterraban a los muertos “nuestros” y a los que enterraban a los muertos “vuestros”.
Once años después, en un lluvioso día de octubre de 1999, me veía con un magnífico fotógrafo de la agencia Efe en Bilbao con quien había compartido muchos momentos y escenarios en los que el terrorismo había dejado su huella de sangre por la provincia vasca de Vizcaya. Nada más verme me dijo: Fidel, lo dejo, me voy a Madrid.
—¿Dejar, el qué?, le respondí sorprendido.
—Dejo la delegación, me voy a la central de Efe en Madrid. Ha salido una plaza de editor en mesa y me voy.
—¡Pero qué me estas diciendo!, si tu tienes casa aquí y te gusta esto y tu trabajo.
—Eso mismo me han dicho en la agencia…
—Normal, le respondí yo.
—Pero el motivo son trescientos muertos y ya los he dejado de contar. ¿Qué funeral he hecho, no lo sé? Lo trágico es que pronto se olvidan.
Esa misma respuesta es la que dio a su interlocutor femenino de la agencia que –por lo que me contó- guardó un silencio sepulcral durante nos segundos antes de decirle “Ven cuando quieras”, y en mi caso una mezcla de tristeza y comprensión. Aquel fotógrafo dejaba así atrás 25 años de servicio a la información gráfica en la agencia desde el País Vasco.
Mi encuentro con ese reportero y compañero no había sido casual, sino provocado. Desde hacía varios meses estaba desarrollando una investigación para mi tesis doctoral que había quedado registrada en la Facultad de Periodismo de la Universidad del País Vasco en diciembre de 1998 con el título de Fotoperiodistas del País Vasco, 1983-1998. Desde la aparición de ETB hasta la tregua de E.T.A.
Aquel trabajo de investigación me salía del alma y la universidad me aportaba un método riguroso y científico del que no quería separarme. Por encima de todo quería aplicar a la tesis doctoral todo el rigor que emana también de un buen periodismo de investigación.
Conocía a los principales fotógrafos vascos por haber convivido con ellos prácticamente todo el periodo estudiado que recogía la tesis, de la misma manera que ellos me conocían a mí en justa reciprocidad. De todo el colectivo había un grupo más reducido, al que yo pertenecía especialmente, y que desarrollaba su trabajo dentro del campo específico del terrorismo y sus repercusiones políticas, sociales, judiciales y policiales. En este grupo estábamos los que trabajábamos para medios de difusión nacional, algunos de los cuales tenían delegación propia en el País Vasco, y agencias de información internacional junto a algunos semanarios de tirada también nacional.
Durante esos años, los fotógrafos, que nos llamábamos entre nosotros por nuestro nombre de pila, competíamos por tener la mejor información gráfica para el medio que representábamos con la misma intensidad que aplicábamos en mantener nuestra amistad y ayuda mutua en los innumerables momentos difíciles a los que nos llevaban los escenarios sobre los que había actuado el terrorismo de ETA.
Con aquella mirada hacia atrás cargada de recuerdos quise penetrar más íntimamente en la experiencia de mis compañeros de “primera línea” en la información más sensible del País Vasco. Con aquellas cámaras de carrete y objetivos de enfoque manual recogimos para el futuro un legado de imágenes que será sometido a múltiples lecturas cruzadas, al menos tantas como los actores que ha quedado representadas en las mismas. Los fotógrafos de prensa vascos desarrollaron su trabajo profesional en un escenario único en el mundo, donde convivieron el terrorismo de coche bomba y tiro en la nuca con una intensa vida social, económica y cultural. Una sociedad que tiene un parlamento democrático en el que al menos la mitad de los que se sientan en él están, o han estado, amenazados por sus ideas políticas constitucionales.
El periodo estudiado, 1983-1998, no es gratuito, responde a un tiempo en el que, en su mayor parte trabajé como fotógrafo para la extinta cabecera Diario 16 desde su delegación en Euskadi y por lo tanto aporta sólidos criterios fundados en mi propia vivencia personal. La fecha de 1983 es importante ya que es el año en el que aparece la televisión vasca (ETB). Un medio que irrumpe con fuerza en los informativos y que se hace nuevo compañero de los fotógrafos de prensa. La fecha de cierre del trabajo en 1998 permite disponer de un periodo estudiado de 15 años, más que suficiente para que los reporteros gráficos consultados hubieran desarrollado criterios válidos sobre su modo de pensar y ver la profesión como fotógrafos de prensa en el País Vasco. Pero hay algo más: la tregua de ETA de 1998 dejaba atrás unos sucesos durísimos de convulsión social y política en Euskadi, como fueron los secuestros de Ortega Lara, Cosme Delclaux y José María Aldaya, junto al secuestro y posterior asesinato del concejal del Partido Popular de Ermua (Vizcaya) Miguel Ángel Blanco (julio 1997), que para el periodismo gráfico –sobre todo el asesinato de este último- fueron de una intensidad informativa que podría calificar de extrema.
El secuestro del funcionario de prisiones Ortega Lara por ETA fue el más largo de la historia de la banda. Su liberación por parte de la Guardia Civil se produjo después de 532 días de cautiverio. La mayor parte de los reporteros que han colaborado en esta investigación vivieron aquellos días de intensa labor informativa.
Aquel año de 1998 también venía marcado por un comunicado de la organización terrorista en el señalaba un “alto el fuego” que acabaría 439 días después.
Lo que acabó para mí también fue el trabajo en aquella cabecera emblemática de Diario 16, debilitada por un agotamiento económico al que se sumaron tanto francotiradores políticos como mediáticos. Allí viví las mejores investigaciones llevadas a cabo por la prensa, como fueron el caso GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación) (Ricardo Arqués y Melchor Miralles) y el caso Roldán (José María Irujo y Jesús Mendoza) sin desmerecer otros en los que participé con no menos riesgo como en aquella ocasión en que se nos volvió a echar encima el Ministerio de Interior de manera desafiante cuando publicamos un reportaje sobre escoltas ilegales de la Policía Nacional en el País Vasco hasta que, en días posteriores, le cortamos la ironía al ministro de turno con la publicación de las fotografías que demostraban visualmente lo publicado y que fueron conseguidas con mucho riesgo para los periodistas de la investigación en plena época de los años del plomo de la banda ETA.
Hubo otra ocasión en la que la cabecera publicó que un miembro de la Mesa Nacional de Herri Batasuna era un confidente del subcomisario José Amedo (acusado por aquellas fechas de organizar el GAL). Casi nada. Los portavoces políticos de la banda nos llamaron de todo. Especialmente eso de que “cobrábamos del fondo de reptiles”, algo así como que el Ministerio de Interior nos pagaba. Casualmente el ministerio al que habíamos puesto contra las cuerdas en otras ocasiones. La organización política de ETA dio una rueda de prensa en Vitoria en la que se encontraba el confidente que nosotros habíamos detectado, pero del que no habíamos publicado su nombre. Hice fotografías a aquel sujeto apodado Kinito en las que veía cómo me observaba con una mirada carente de contenido alguno. Acabó desaparecido en Suramérica fechas después.
Después de ejercer un periodismo de alto nivel, el siglo XX se cerraba para mí unido al agotamiento de aquella emblemática cabecera. En uno de mis últimos viajes desde Bilbao a Madrid tuve ocasión de compartir inquietudes sobre la política vasca con Juan Tomás de Salas (editor de Diario 16) en una reunión de la redacción. Pero aquella publicación ya no iba a resistir los múltiples cercos a los que estaba sometida. Fue el fin de aquella aventura y el momento en el que diseñé el corazón de mi investigación, basada en una encuesta de 50 preguntas a los principales reporteros gráficos con los que coincidí durante tantos años en los mismos lugares donde la violencia dejó su huella en la emulsión de nuestra película fotográfica.
A lo largo de 1999 conseguí tener 54 respuestas a la encuesta de las 65 que había solicitado. A ellas sumé la mía para hacer un total de 55 como base de trabajo. Un índice de participación que consideré excelente. Sin embargo, pese a haber coseguido lo más difícil, no pude acabar la tesis doctoral. Nuevas ofertas profesionales me alejaron de la universidad vasca y apenas me dejaban tiempo para desarrollar un final que suponía, a todas luces, el material marginal y secundario de la investigación que serviría para cerrarla. A lo largo de los últimos años mi vida profesional se desarrollaría en Valladolid, Melilla y Ceuta, pero siempre había un hueco en mis maletas para ir perfilando el material de la investigación, concluida 12 años después.
Esos papeles que encerraban muchas vidas y formas de pensar de los reporteros vascos también durmieron largas temporadas en un viejo cobertizo de una casa de piedra y barro en la pequeña localidad amurallada de Urueña, en Valladolid. Allí, dentro de una caja situada en una estantería metálica y junto a otras con fotos de papel y diapositivas también guardaba mi moto, cerámicas viejas castellanas y un sinfín de trastos más traídos desde Tánger y Tetuán. Parte de la documentación estuvo en la lejana tierra de Melilla, pero ha sido en Ceuta donde este texto ha cobrado la forma que permitirá abrir por primera vez para su publicación, aunque de manera reducida, el singular arcano de aquellos profesionales del fotoperiodismo vasco de finales del siglo XX. Es este acercamiento al mundo profesional que también toca de manera inconfundible lo personal, ya que algunas preguntas quedaban situadas sobre una fina raya que podía separar ambos mundos.
El contacto casi permanente del fotógrafo de prensa con la gente y sus circunstancias concretas le lleva a tener percepciones sociales muy ricas y variadas. En otras ocasiones se convierte en protagonista involuntario por su condición de testigo obligado, testigo profesional cuya presencia puede pasar por ser rechazada, aceptada o, sencillamente causar indiferencia. De ahí que su testimonio sea tan valioso.
En una de las preguntas se pedía a los reporteros que hicieran una valoración acerca de cómo percibían la evolución de su trabajo en la sociedad. De los 55 participantes del estudio responden 49. Algo más de la mitad, 25, tiene una visión pesimista de la evolución de su labor, cinco incluso creen que “la aceptación social de su trabajo” había ido a “notablemente peor”. Los 20 restantes sólo “a peor”. Un resultado que contrasta con con los 7 que creen que ha ido a mejor, los 5 que respodieron “notablemente mejor” y los 12 que estiman que no ha cambiado nada.
Nadie hubiera pensado que esta percepción negativa general tuviera como culpable principal a Lady Diana de Gales. La princesa del pueblo aparece en varios comentarios a pie de página:
—“Si el trabajo es político, había momentos en que no se podía hacer una foto”.
—“Nos echaban la culpa de todo lo que publicaba el periódico el día anterior”.
—“Depende del momento”.
—“Después de lo de Lady Di hubo problemas”.
Al desarrollar este apartado del cuestionario comprobamos un dato sorprendente. El efecto paparazzi, por la muerte violenta de la princesa de Gales, estaba presente entre los comentarios de muchos reporteros vascos con los que trabajaba. Era uno de los motivos por los que percibían cierto rechazo social hacia su trabajo.
Puestos a buscar la relación que vinculaba a los reporteros vascos con aquel suceso destacaba uno de manera especial, la cercanía de las fechas entre la muerte de la princesa de Gales y las entrevistas a los reporteros para esta investigación. Diana Spencer (Lady Di) y Dodi Al Fayed morían en accidente de tráfico durante la noche del 30 de agosto de 1997, después de abandonar el hotel Ritz de París y ser perseguidos por varios fotógrafos que trabajaban para medios catalogados posteriormente como “rosas” o “sensacionalistas”. Hay que recordar, que después de la muerte de Diana de Gales y Dodi Al Fayed, siete fotógrafos del corazón fueron detenidos bajo la acusación de omisión de auxilio y heridas involuntarias que fueron duramente cuestionadas desde amplios sectores mediáticos y políticos.
Las entrevistas a los fotógrafos vascos se realizaron a lo largo de 1999 como se recoge en la ficha básica del presente trabajo.
Algunas respuestas recogidas en la encuesta de los fotógrafos vascos fueron las siguientes:
—“Poco respeto, se nos echa la culpa de lo que sale en los periódicos”.
—“Por la saturación de medios. Montamos un espectáculo. También hay confusión sobre fotoperiodismo y corazón”.
—“Algunos piensan que trabajamos para un reality show regodeándonos en la miseria de los demás”.
—“Por el tipo de periodismo que se hace en la actualidad: periodismo basura”.
—“Por la crispación política”.
—“Por la imagen que exteriorizamos y que no sabemos comportarnos”.
—“Las imágenes se utilizan como arma agresiva”.
—“El periodismo está devaluado, todo el mundo cree que tiene derecho a tratarte mal”.
—“Por un montón de factores: nosotros mismos que, a veces, no dignificamos la profesión”.
—“Falta de credibilidad en los medios y carencias profesionales en los fotógrafos”.
Para hacernos una idea, y sin que sea necesario entrar en detalle, tanto ETA, como el GAL (Grupos Anterroristas de Liberación), y los Comandos Autónomos Anticapitalistas (CAA) dejaron 250 muertos en atentados y una veintena de secuestros entre 1983 y 1998. Altas cifras que, evidentemente, son atribuibles en su mayor parte a ETA. También en el mismo periodo las fuerzas de seguridad del estado desarticularon del orden de 100 comandos terroristas. Estos datos se quedan muy cortos respecto a otras cifras que hacen referencia a incidentes como podrían ser los actos de violencia callejera o kale borroka, incidentes graves en los que era frecuente que hubiese que lamentar altos daños tanto en personas como bienes privados o públicos. Estos datos son fácilmente extraíbles de los informes que las diferentes asociaciones de víctimas del terrorismo o instituciones del estado o autonómicas han hecho públicos.
Este trabajo no podía pasar por encima de una cuestión tremendamente sensible para un fotógrafo de prensa como es si alguna vez se ha negado a cubrir alguna información, y en ese caso cuál es el motivo. La pregunta podría llegar a ser insultante para un colectivo que, en el caso vasco, ha dado todo un recital de profesionalidad en condiciones durísimas y, como se verá más adelante, ha ejercido el fotoperiodismo bajo múltiples amenazas y agresiones tanto morales como físicas.
Pero era necesario plantear la cuestión para conocer de primera mano los problemas del escenario al que deben enfrentarse y los conflictos surgidos en el desarrollo de su labor.
De los 50 fotógrafos que contestan, 36 dicen que no se negaron nunca a cubrir información alguna, sin embargo 11 seleccionan la casilla del sí y otros tres se limitan a dejar las siguientes reflexiones sin marcar ninguna opción:
—“He estado a punto pero…, por miedo a perder el curro”.
—“No se ha dado el caso, pero he estado a punto de decir que no” .
—“No, pero era grave, cuando lo de Gurutze Yanci”. [Miembro de ETA, 31 años, muerta en la cárcel en octubre de 1993 y que los radicales vascos dijeron que había muerto “bajo tortura”. Le hicieron un homenaje en su pueblo (Urnieta, Guipúzcoa) donde acabaron siendo agredidos numerosos periodistas que cubrían dicho acto en la plaza del pueblo y que habían sido calificados anteriormente como “terroristas de la pluma”].
Encontramos otros comentarios:
—“No me he negado, pero lo he tenido difícil en algunos casos. Presiento que se manda al fotógrafo mientras el redactor se quedaba en el periódico…”.
—“No me gustan los toros…, la mezcla de los olores a Chanel, puros y sangre del ambiente, pero no he renunciado a interpretarlo”.
—“Hubo un suicidio por ahorcamiento dentro de un caserío en Mallabia (Vizcaya), pude entrar pero no lo hice.”
—“No me he negado…, pero he tenido ganas de decir que no a ir a los funerales [de los atentados]”.
—“Trato de evitar que me manden fotos del Alarde de Hondarribia (Guipúzcoa), ya que yo vivo allí”.
—“Me he negado a cubrir un suicidio y un acto de lucha callejera en mi propio pueblo”.
—“Según qué jefes, te decían: Si hay riesgo, date la vuelta. Por ejemplo en Ibarra [junto a Tolosa, en Guipúzcoa] teníamos que cubrir el entierro de un miembro de ETA una redactora y yo. No había nadie de prensa. Cuando empezamos a subir las escaleras del cementerio los familiares se nos echaron encima y tuvimos que volvernos. Yo intenté robar una foto al final de la escalera, pero ya estaba alerta la gente de abajo al ver el follón de los de arriba hacia nosotros.”
Otra cuestión importante fue el conocer de los propios reporteros si habían sido agredidos mientras realizaban su trabajo. La investigación debía entrar, también, en aquellos apartados que podían ser tan personales como profesionales. Íntimos, delicados, sensibles, en definitiva. Una agresión puede ser tan relevante como humillante. La agresión podría haber tenido testigos, o no. Recibir amenazas y agresiones entra dentro de lo posible; es decir, no es descartable, pero reconocerlas o no puede responder a un universo personal más delicado.
De los 55 reporteros sólo omiten su participación en esta cuestión cinco. Pero la respuesta es contundente. De los 50 restantes 34 reconocen agresiones frente a uno que jamás sufrió vejaciones de ningún tipo. Con 11 lo intentaron y 4 responden que “sólo verbalmente”.
Otras anotaciones, en este caso más discretas, dan idea del entorno violento en el que trabajan:
—“He sido agredido y muchas veces agredido moralmente”.
—“Con un montón de piedras”.
—“Tengo una cicatriz en la frente por una botella de champán en los Sanfermines”.
Es muy significativo que 53 reporteros, sobre un total de 55, quieran dejar constancia del “contexto informativo” en el que fueron “amenazados o agredidos”. De sus respuestas se desprende que prácticamente un 96% de los fotógrafos vascos que participan en el estudio han sido amenazados y/o agredidos. Casi siempre, un 47%, en de un contexto de información política.
En la investigación se da otro paso para intentar conocer el arraigo de la profesión. “¿Dejaría el fotoperiodismo por otra actividad profesional fuera de la prensa si se le presentara la oportunidad?”. 51 fotógrafos responden a esta cuestión. La sorpresa es que si sumamos las opciones de los que opinan que sí lo harían y la de quienes tendrían dudas, nos encontramos con una cifra casi equiparable: 24 contra 21.
Sobre la credibilidad profesional, también se indaga. “¿Qué grado de credibilidad cree que tiene a la hora de exponer datos en la redacción sobre un suceso que sólo haya cubierto usted como fotógrafo?”.
Cuando hablamos de los reporteros vascos la pregunta tiene una relevancia especial. Un escenario marcado por la violencia y sus secuelas se convierte en un lugar rico en matices, declaraciones y percepciones vitales únicas. Es el propio fotógrafo quien opina, quien habla de sí mismo y de la interpretación de su propia credibilidad profesional en el entorno de su redacción.
Esta vez responden 54 profesionales y sólo dos no rellenan la casilla correspondiente para dejar, a cambio, dejan los siguientes comentarios:
—“Les da igual sólo quieren tener unos datos”.
—“Evolución a más”.
Los 52 restantes, el 71 % cree que la confianza de la redacción en su trabajo es “mucha”, mientras que el 21% piensa que es “poca”. El grado de credibilidad parece notable.
A la pregunta de si el fotoperiodismo es una “actividad de riesgo”, los reporteros resolvieron esta cuestión sin apenas divagar. La mayoría de ellos dijeron que sí (47), frente a unos pocos que optaron por el no (7). Entre ambas opciones apenas nada destacable, como unas anotaciones que hacen alusión al potencial peligro que supone el conducir un coche en situciones de tensión informativa: “El peligro estaba en el coche” –dice uno- , y añade a modo de coletilla, “no se ha matado a nadie en una mani (manifestación)”.
El carrete del fotógrafo de prensa suele estar en el punto de mira de jueces, policías, escoltas, equipos sanitarios, personas violentas y no violentas; aficionados ultra sur, ultra norte, y ultra todo; punkis, okupas, amas de casa, militares de paso o en servicio; vigilantes de discotecas y vigilantes de recintos feriales puertos y estaciones de ferrocarril; religiosos ultra ortodoxos, o no ultra ortodoxos; vendedores de productos ilegales, bebedores de botellón, esnifadores de estupefacientes y narcotraficantes en general; nudistas, famosos que cobran y que no cobran; encargados de obra, aparcacoches, vigilantes de seguridad, ordenanzas y ciudadanos en general. Una lista interminable que incluiría hasta ciudadanos desocupados convertidos en testigos accidentales de cualquier hecho noticioso y que deciden tomar parte en el saqueo del material gráfico del periodista en función de su particular visión de lo que acontezca o, simplemente, de su particular estado de ánimo.
En otros puntos anteriores hemos visto cómo los reporteros entrevistados hacen referencia a que la muerte de Lady Di llegó a afectarles, en cierta manera, al extenderse el fenómeno paparazzi a todos los fotógrafos en general y a los reporteros de la “prensa seria” en particular. De las 48 respuestas recogidas, 19 reporteros señalan que no han entregado nunca su película fotográfica y 29 a que sí tuvieron que entregar su película. La picaresca juega un papel fundamental para salir airoso sin entregar el carrete o para salvar de alguna manera la situación. Algunos dejan los siguientes comentarios:
—“Me había olido antes que me podrían pedir el carrete y le di el cambiazo”.
—“A un guardia civil le di un carrete que no era. Me llamó y durante el recorrido que nos separaba iba cagado de miedo, me dio tiempo de cambiar de cámara. Cuando llegué me dijo “abra usted la cámara y deme la película porque esto ya me lo han hecho más veces”. Estiró la película del carrete y me dijo mirándome a la cara que “usted no me la va a dar de nuevo”. Yo sudaba de miedo, pero salí más contento que la ostia y con el carrete en el bolsillo. La situación aquella se dio durante una protesta de las Gestoras pro Amnistía delante de la cárcel de Nanclares en Vitoria. En mis fotos se veían tíos contra la pared y a los agentes junto a los vehículos Nissan fuertemente armados”.
—“Una vez se cayó un helicóptero cerca de los montes de Bilbao. Estaban cerca de él los GEO de la Guardia Civil, pero pude tomar unas fotos escondido, aunque me vieron, con la suerte de que ya había cambiado el carrete. En otra ocasión en la que trabajaba en Madrid me mandaron a Torrejón a hacer fotos de los aviones cuando pasaban cerca por encima de las casas. Dio la casualidad que una de las casas en las que estaba tomando fotos era de militares. La cosa terminó en la redacción del periódico, a la que me llevaron escoltado. No se quedaron tranquilos hasta que revelamos el carrete y lo vieron”.
—“En una ocasión un ertzaina arrancó el rebobinador y abrió la cámara”.
—“Había fotografiado una pequeña escaramuza en una huelga de camioneros. Han intentado robarme la película policías, ladrones y ciudadanos de a pie”.
—“Durante una manifestación de radicales vascos, con mucha violencia callejera, un grupo de ellos me vieron hacer fotos y me rodearon. Tuve suerte ya que en ese momento llegó la policía y pude salir corriendo”.
—“Era una rueda de prensa en la sede del PSOE, en el barrio bilbaíno de Rekalde. Llevaba dos meses trabajando en el diario (de corte nacionalista). Durante la rueda de prensa hice fotos a todo el mundo pensando que eran políticos. Cuando iba a salir me dijeron que saliese por otra puerta sin decirme para qué. Me acompañaron, se identificaron como policías y me pidieron la película. Creo que porque podría aparecer alguno de ellos en las imágenes. Me dijeron que la revelarían y me lo devolverían. No me lo devolvieron nunca. Tenía dos carretes y no me importó mucho”.
—“Era un atentado en la frontera (España-Francia) y la historia acabó con un expediente a un comisario de la Policía Nacional por los problemas que puso a la agencia para trabajar”.
—“Pude cambiar el carrete por uno que no tenía fotos. El suceso era una explosión en una gasolinera”.
—“En el condado de Treviño, durante el año 1977, un equipo de Informe Semanal me sacó la cara. Era en un pleno del ayuntamiento de la Puebla de Armanzo por el tema de la anexión. Entró la Guardia Civil diciendo que estaba suspendido y les hice fotos. Me pidieron el rollo. El equipo de TVE me apoyó y mientras tanto cambié el carrete. La fotografía salió publicada en Deia”.
—“Fotografías de un pleno de Lezo y a la policía en varias ocasiones”.
—“Jarrai, manifestaciones a ellos que venían en grupo…o das o te dan”.
—“He tenido que esconder los rollos en los calzoncillos mas de una vez. Durante una Semana pro amnistía con muchos incidentes en el puente Cantalojas (Bilbao) dejé las cámaras en un piso y salí con los carretes escondidos entre la ropa”.
— “Guerra de los batzokis (Enfrentamiento enre militantes del PNV y los que abandonaban el partido para formar uno nuevo, Eusko Alkartasuna (EA), y en alguna manifestación”.
—“Siempre a los jueces”.
—“Atentado de Zamarreño”.
—“Me han velado alguno”.
—“A la Policía Nacional en el transcurso de una encartelada ecologista”.
—“La película tenía fotograma de la acción que se estaba desarrollando”.
—“Con la excusa de la seguridad del Cuerpo”.
—“A la Guardia Civil, fotos del suceso”.
—“Policía de paisano borracho en los escombros del PMM después de una explosión en la sede de Donostia”.
—“Al juez, por presión de los policías de paisano”.
—“La única vez que me han quitado el carrete fue en la cantera de Hernani (Guipúzcoa) para un reportaje del aniversario de Carrero Blanco. Habían pasado 4 o 5 años. Hice unas fotos y guardé el carrete en el bolsillo del pantalón. Me acerqué más y unos guardias civiles me rodearon y me pidieron la película. La saqué de la máquina y lo estiré para velarlo y se lo di. Además le dije que no había hecho fotografías. El guardia civil me dijo para mi sorpresa: “Ahora vamos a ver si ha hecho fotos o no”, y se puso a enrollar con la mano la película dentro del chasis”.
—“Sí, pero no el bueno”.
—“Sí, pero con vuelta”.
—“Si llega el caso, quizás vacío”.
—“Fotografías de punkis que me rodearon y me amenazaron.”
—“Al juez Pericas en Irún durante la guerra por sus sedes locales entre el PNV (Partido Nacionalista Vasco) y EA (Eusko Alkartasuna), su escisión. Pero estaba en blanco”.
—“Jarrai (Juventudes de HB) durante una kale borroka (lucha callejera) en el Boulevard San Sebastián. Me rodearon junto a F. (nombre de otro fotógrafo) quemando bancos y un alborotador gritó “¡Prensa!, ¡Prensa!”…, nos rodearon”.
—“Una en Amorebieta por mandato judicial”.
—“Obligado por la Guardia Civil y obligado por radicales nacionalistas”.
—“Sí, en el barrio donostiarra de Morlans (El 17 de agosto de 1991 miembros de la Guardia Civil localizaron y cercaron en el interior de una vivienda unifamiliar a tres miembros de ETA que se encontraban dentro. Hubo intenso tiroteo y los tres terroristas murieron en el interior de la casa después de varias horas de asedio de las fuerzas de seguridad del estado. Hubo un gran despliegue en toda la zona y sólo algunos reporteros pudieron esconderse entre la vegetación de los montes cercanos con potentes teleobjetivos y captar algunas escenas en las que se podía ver incluso a agentes de la guardia civil por los tejados de las casas próximas a la que ocupaban los terroristas”.
Otro asunto en el que se quiso profundizar era sobre cómo le llegaba al fotógrafo la información de una acción terrorista. Ese minuto cero con el que daba comienzo una información que, sin duda, marcaba la agenda informativa durante mucho tiempo.
Los que desconozcan el mundo interno de la comunicación, en este caso, el de la prensa escrita, pueden llegar a creer que es precisamente en el periódico donde nacen los avisos urgentes para los fotógrafos, pero la realidad es que la alarma puede llegar desde cualquier sitio.
Los reporteros se enteraban de cualquier incidencia que se podría englobar dentro del terrorismo y, especialmente su componente más grave, como son los atentados y los secuestros, no sólo por el medio para el que trabajaban, sino también de sus amigos y familiares. A ello habría que añadir, aunque resulte sorprendente, las llamadas entre fotógrafos de medios distintos. Muchas veces para buscar apoyo en escenario de la violencia o para intercambiar información relevante de última hora que les permitiese actuar y captar fotografías vinculadas al acontecimiento en diferentes localidades en el menor tiempo posible. También queda demostrada la atención permanente a informativos de la radio o la televisión.
La cobertura de información sobre terrorismo linda con el espinoso asunto de si la publicación de fotografías de actos terroristas es información o propaganda para la banda armada.
De los 55 fotógrafos que participan en el estudio, 51 contestan a esta cuestión. La respuesta es categórica. Ninguno de los periodistas gráficos opina que la publicación de fotografías de actos terroristas sea propaganda. La opción mayoritaria, a la que se apuntan 34 reporteros, señala que las fotografías de actos terroristas son una información que se debe publicar. Otros 16 reporteros estiman que se trata de “las dos cosas”, es decir propaganda para el grupo terrorista e información que se debe publicar. Únicamente uno confiesa que “no lo sabe.”
Las anotaciones son muy reveladoras:
—“Es información que se debe publicar, pero nunca en primera página, si es dura creo que no compraría el periódico”.
—“A veces es difícil separar información y propaganda”.
—“Depende cómo se dé ya que puede ser propaganda pura y dura”.
—“Los periódicos se alimentan de esto”.
—“Todos los lados juegan uno con el otro”.
El cuestionario se cierra con una pregunta que apunta directamente a una de las zonas más sensibles del periodismo: la imparcialidad, o no, del reportero. Un espinoso asunto donde se cruzan tanto las complejas interpretaciones de las palabras como otros intereses relacionados con la política, la antropología, la cultura, la lengua, las costumbres, y una lista interminable de conceptos en los que se pueden incluir afinidades u odios ancestrales de corte religioso, étnico o cultural.
El cruce de argumentos entre los que opinan que un reportero debe implicarse y tomar partido por un bando en litigio y los que opinan que ningún bando es el suyo es muy amplio. En 1995 el fotógrafo español Javier Bauluz era premiado con el Pulitzer de Fotografía. Poco después se desplazaba al País Vasco. Yo mismo tuve un encuentro con él en un local del Casco Viejo de Bilbao. Le pedí que colaborara con el anuario DIFOR (DIFOR S.L.) de aquel año 1995. Se trataba de poner un pie de foto a la imagen seleccionada y que iba a ir a doble página cerrando la publicación.
La fotografía que venía firmada por Jobard /Sipa Press recogía, sentados en una mesa, a los líderes de Serbia, Croacia y Bosnia en lo que sería la Paz de Dayton. Una firma que acababa con cuatro años de guerra en la antigua Yugoslavia. Javier Bauluz escribió y firmó el siguiente texto que se puede ver en la publicación mencionada:
“Los demócratas de Bosnia no entienden por qué los criminales y sus conquistas son legitimadas en esta amarga, necesaria, pero injusta paz de Dayton. La verdad no puede ser neutral y los testigos sabemos que no es lo mismo ser verdugo que víctima, agresor que agredido, demócrata que nazi. ¿Hubiéramos entregado a Hitler el 50% de Europa?”.
Casualmente un año antes, 1994, se estrenaba la película Antes de la lluvia, del director Milcho Manchevski. El protagonista de la película era un fotógrafo en la guerra de Bosnia (Alexander Kirkov), que en un momento dice que no quería tomar partido “por ninguno de los dos bandos”. En la película el reportero vive un drama personal porque cree que ha matado a un hombre por culpa de haber fotografiado una columna de prisioneros. En el momento en que tomaba imágenes un policía lo ve y saca a un prisionero de la fila y con él fuera de la cola de prisioneros le dice al fotógrafo: “¿Todavía no has visto acción?…, ¡pues mira!”, y lo ejecuta delante suyo de varios disparos mientras el fotógrafo tomaba fotos, hasta que se da cuenta de lo que ha sucedido. El reportero, Alexander Kirkov, dice a uno de los protagonistas de la película que esas fotos no las ha visto nadie y termina rompiéndolas.
Otra película, que al igual que la anterior fue realizada en el periodo que se estudia en esta investigación (1983-1998), es El ojo público, dirigida por Howard Franklin y que tiene al actor Joe Pesci en el papel de un fotógrafo (Leon Berstein en el film) que es el mejor reportero gráfico de sucesos de Nueva York. La película recoge un dilema del fotógrafo, a causa de determinada situación en la que se ve envuelto, y se lo hace saber a la dueña del cabaret en el que solía pasar parte de su tiempo, papel que desempeña la actriz Bárbara Hershey. Después de una leve conversación la responsable del cabaret le dice al fotógrafo: “Usted solo quiere hacer fotos, y tomar partido dificultaría su misión”.
Ben Bradlee, el mítico director del Washington Post entre 1968 y 1991, que obtuvo 18 premios Pulitzer durante su mandato, zanjó la cuestión sobre en qué lado estuvo durante la guerra de Vietnam de la siguiente manera: “Yo estaba demasiado concentrado en tratar de desentrañar qué estaba ocurriendo realmente en Vietnam, o en determinar quién decía la verdad, como para ponerme a pensar de qué lado me encontraba…”, según se recoge en su libro de memorias.
¿Existe el fotoperiodismo neutral? ¿El reportero que toma partido está moralmente habilitado para ejercer el fotoperiodismo? ¿Los que no toman partido deberían dejar de ejercer el fotoperiodismo? ¿Qué es tomar partido? ¿Qué es ser verdugo o, qué es ser víctima? ¿ Qué es ser agresor… y agredido…? ¿Se considerará agresor en el futuro al agresor de hoy… o pasará de agresor a víctima? ¿Son reporteros los que dicen que son reporteros? ¿Son víctimas los que dicen a los reporteros que son víctimas? ¿Son agresores los que dicen a los reporteros que los otros son los agresores? ¿El uso de una cámara de fotos en un escenario es lo que otorga a cualquier persona el rango de fotoperiodista? ¿El dudar es aconsejable?
Seguramente hacer estas preguntas por sorpresa dentro de un foro sobre ética periodística podría ser lo mismo que si metiéramos un lobo dentro de un corral de aves de granja también por sorpresa. El estruendo podría ser épico en ambos supuestos. Digo por sorpresa porque si se anticipa con tiempo suficiente para su debate cualquiera de las preguntas planteadas con anterioridad el resultado sería diferente: no existiría el estruendo que causa la sorpresa sino suaves y sesudos discursos a cual más retórico.
De los 54 reporteros que responden a esta cuestión, 31 se identifican con la frase: “Como periodista, en una situación de conflicto, ninguno de los bandos es el mío”. Además de haber seleccionado esta cuestión 14 dejan algunas anotaciones:
—“Como periodista en una situación de conflicto ninguno de los bandos es el mío…, en principio”.
—“Pero los sentimientos y las situaciones te pueden dejar llevar…”.
—“La sociedad en que vivimos no nos puede permitir estar indiferentes en ninguna situación de conflicto”.
—“No puedo trabajar en una cúpula de cristal”.
—“Muchas veces en la redacción necesitan la fotografía para visualizar la noticia y contarla”.
—“Una vez trajeron a la Audiencia de Bilbao al subcomisario Amedo que venía a declarar dentro del sumario del GAL. Un montón de policías le protegieron tanto dentro de la audiencia como a su salida. Maltrataron a todos los fotógrafos a base de empujones y alguna que otra amenaza de porrazo sino te retirabas. Todos los fotógrafos pusieron una denuncia por aquella actuación pero no la hicieron caso. Se archivó”.
—“Debes informar verazmente te guste o no te guste. La foto debe reflejar la realidad que tú crees que es”.
—“Si no se da este supuesto tu periódico no podría mandarte informar ‘al otro bando’ puesto que tú ya has dicho que no se puede informar igual”.
—“La asepsia total no existe ya que soy subjetivo por el mero hecho de ser periodista hay que tender a la objetividad”.
—“Pero si se ve una injusticia muy clara se debería tomar partido por humanidad”.
—“Mal pagado, te explotan, trato vejatorio de los superiores”.
—“En una ocasión varios guardias civiles de paisano se pusieron a hacer fotos junto a nosotros”.
—“Sobornábamos al guarda del depósito de cadáveres con palmeras de chocolate que le gustaban mucho, así pudimos entrar algunos fotógrafos al depósito para hacer fotos al muerto después de un suceso”.
Por su parte 9 periodistas gráficos señalan: “Como periodista, en una situación de conflicto no se debe informar igual desde el lado de la víctima que del verdugo”.
Como se puede comprobar por las cifras los fotógrafos se decantan mayoritariamente por la opción que representa “ninguno de los bandos es el mío” con un 57% . Mientras que el 17% señala que toma partido en una situación de conflicto”.
El estudio Fotoperiodistas del País Vasco, 1983-1998. Desde la aparición de ETB hasta la tregua de E.T.A. ha buscado conocer al profesional por encima de su obra y, dentro de lo posible, acercarse también a la persona que durante muchos años tuvo delante de sus objetivos un fotoperiodismo en el que el terrorismo dejó su propia marca. El proyecto se presentaba largo y complicado por dos motivos fundamentales. Uno, puramente logístico, ya que suponía ponerse en contacto con el fotógrafo para entregarle el cuestionario y situarle, de esta manera, en la intención del estudio. El otro respondía a cuestiones que entraban en lo personal. No era fácil afrontar determinadas preguntas. El silencio podría hacer inviable el proyecto.
La presente investigación no tiene precedentes conocidos a nivel nacional y, muy probablemente, tampoco exista en otros escenarios internacionales. Una sociedad civil articulada bajo el estado de derecho como es la vasca, en la que convive una organización terrorista, con cierto respaldo social claro e inequívoco, la hace singular desde el punto de vista que se aborda. Trabajos parecidos podrían haber existido en escenarios como Irlanda del Norte, Suráfrica durante el apartheid, o en ciertos lugares de Oriente Próximo. Escenarios donde una encuesta a un grupo de fotógrafos de prensa podría haber sentado una base científica a tener en cuenta para el presente estudio, al menos con las correcciones propias del escenario al que se hubieran referido.
La respuesta dada por los periodistas gráficos vascos ha sido muy satisfactoria. Un compacto bloque de 55 reporteros respondieron un cuestionario elaborado con 50 preguntas, lo que ha permitido dejar una base sólida para que la investigación tenga una credibilidad más que suficiente. Decíamos en la introducción al proyecto que la lista de personas a las que se solicitó su colaboración estaba compuesta por 65 reporteros. En esa lista ambiciosa estaban prácticamente todos los fotógrafos que desarrollaron su actividad en el País Vasco como reporteros. Estas cifras revelan que el estudio está basado en el 83% de los profesionales y que los resultados del mismo contengan unas conclusiones de alto valor.
Los primeros contactos se llevaron a cabo en diferentes lugares: las propias redacciones, una cafetería concertada, el Parlamento vasco, la vivienda del fotógrafo o incluso el lugar donde el reportero tenía que hacer una información del día.
Los 55 reporteros trabajaron para 17 medios de comunicación diferentes asentados en el País Vasco, de los cuales siete eran de ámbito regional, seis nacionales y cuatro de información gráfica.
Reporteros gráficos que han participado en la investigación (por orden alfabético):
Alfredo Aldai, Antonio Alonso, Luis J. Altzo, Eduardo Argote, Juanjo Aygües, Ángel Ruiz de Azua, Javier Balledor, Jon Barandica, Maite Bartolomé, Jon Bernárdez, Josu Bilbao, Ander Busto, Luis Calabor, Miguel Calvo, Manu Cecilio, Íñigo Cecilio, Manuel Díaz de Rada, Txema Fernández Casado, Mikel Fraile, Javier Gallego, Justiniano García, Luis Alberto García, Carlos García, Miguel Ángel González, Luis A. Gómez, Juan Herrero, Íñigo Ibáñez, Javier Izquierdo, Pradip J. Phanse, Santiago Jiménez, Alex Larretxi, Gorka Lejárcegui, Juantxo Lusa, Javier Martínez, Josune M. de Albéniz, Javier Minguela, Luis Mitxelena, José Luis Nocito, Ignacio Pérez, Pepo Pz. Rosa, Fernando Postigo, Álvaro Pueyo, Fidel Raso, Rafa Rivas, Marisol Romo, José Sampedro, Josu Txabarri, Jesús Uriarte, José Usoz, Pablo Viñas, Vincent West, José Simal, Mikel Zabala, Roberto Zarrabeitia y Luis Ziarrusta.
Medios en los que desarrollaron su actividad los citados fotógrafos dentro del País Vasco:
El Correo, Deia, Egin, Efe, Diario Vasco, El Periódico de Álava, Reuters, Cambio 16, Diario 16, El Periódico de Cataluña, Tiempo, Cover, El País, El Mundo, Telepress, Gaur y Egunkaria.
Ficha básica
Periodo de estudio: 1983-1998
Año de elaboración de la encuesta: 1998
Recogida de información a través de las encuestas: 1999
Fotógrafos participantes en la encuesta: 55 (54 + 1, el autor)
Número de preguntas de la encuesta: 50
Fidel Raso es fotoperiodista. En FronteraD se ha publicado un portafolio dedicado a su trabajo