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Fotos contadas: cruel ocaso

 

El atardecer siempre es cruel porque es indiferente. Estuvo allí antes y estará allí después. Cada día repite su espectáculo sin pensar en su público, sin importarle quién es su público, sin distinguir entre unos espectadores y otros. ¿Y si no hay espectador alguno? Bueno, no importa, el gran espectáculo comenzará de igual manera. Es un espectáculo grandioso, tan grandioso como tranquilo, porque no tiene prisa ni hace el menor ruido, ni ejerce la menor violencia, simplemente va cayendo sobre la tierra, va derramando sus colores sobre la tierra, va tapando la tierra con su acto final. Y nosotros, que vamos en coche, que cruzamos la larga meseta en coche, lo vemos entero, todo el espectáculo, desde el primer minuto, cuando aún parece que jamás acabará el día, hasta el último segundo, cuando un sol ya vencido se resiste a salir de escena y aún quiere deslumbrarnos desde el espejo retrovisor. La tierra se ondula suavemente y pronto llegaremos a las montañas. Para entonces la gran capa de seda será un manto pesado y negro, y las luces de las ciudades ni siquiera intentarán sustituir al sol, porque su ambición es toda vanidad e impotencia. Con alumbrar las calles y los cruces será suficiente, y nosotros conduciremos por esas calles y esos cruces y llegaremos a nuestras casas cerradas, a nuestras camas frías, y el largo viaje continuará en el sueño.

 

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