Hace muchos años desperté en un hotel frente al mar. Hace muchos años el amor era real e imposible. Hace muchos años nos contaron que allí habían rodado una película que habla de lo difícil que es volver a empezar. Hace muchos años, delante de un mar tranquilo y frío, un espejo del invierno que se permite despertar lentamente, porque sabe que el viento es el dueño de las nubes y los abrigos, de las cometas y los sombreros, de las bufandas y los guantes, el amor era posible y cercano, aunque la mentira quemara al fondo de las sábanas arrugadas. Hace muchos años sólo las estatuas sabían que el mar tiene un camino secreto cada amanecer, que se abre a los ojos de los lloran de amor y de nostalgia, que se cierra a los saben todas las respuestas de la soberbia y la vanidad. Hace muchos años cruzamos el mapa en un tren expreso para despertar sin prisa en una ciudad del Norte, en el viejo hotel de aquella película romántica que decía que nunca se puede volver a empezar, aunque siempre hay que volver a empezar. Volver a empezar cada día, porque en el placer y en el dolor no hay ningún puente que resista la lluvia del invierno. Esa lluvia que nunca tiene prisa pero siempre encuentra el atajo hasta el fondo de la cama, allí donde los cuerpos se despiertan sin memoria, con la ilusión de volver a empezar en una ciudad desconocida.
¿Para que viajamos, para qué cruzamos montes y valles y páramos y campos, para qué si no es para darnos el capricho de la ilusión del amor real y posible, para concedernos la tregua de la belleza y la mentira de la playa vacía en una tarde de Navidad, con la cabalgata de los Reyes Magos en el barrio antiguo, y esos niños que gritan en un idioma que nunca fue el nuestro? Hace muchos años en un hotel junto al mar…