Cristales. Ventanas. ¿Cuánto tiempo pasamos mirando la vida a través de un cristal? Escuelas, coches, trenes, aviones, oficinas, hoteles, autobuses, hospitales, bibliotecas, nuestra propia casa. ¿Cuántos segundos, minutos, horas pasamos mirando al otro lado, al exterior, al frío o al calor, a la lluvia o el viento, a la vida inmóvil o a la vida veloz, la vida rauda que casi no llega a percibirse desde nuestro cómodo asiento. ¿Y cuánto tiempo pasamos mirando el cristal mismo, el espacio aparentemente liso y aburrido que nos separa, nos aísla y nos protege? El cristal tiene sus manchas, sus golpes minúsculos, sus surcos deliberados o no. El cristal tiene su historia y nosotros la conocemos, la imaginamos, la compartimos. Y, a veces, hasta formamos parte de ella. ¿Y cuántas veces no somos nosotros los observados, los que son vistos por otros hombres a través de otros cristales? ¿Los que somos interrogados con la mirada muda del paseante, del viajero, del turista? El cristal muestra el mundo en las dos direcciones. El cristal guarda su historia con paciencia. Y mientras el mundo continua su camino.
Voy en el AVE. Es la primera vez que monto en el AVE. Un viaje rápido en el doble sentido. Valencia-Madrid-Valencia. Eso antes era difícil de hacer en un día. Y un poco antes, ya no era difícil, sino sencillamente imposible. Pero para ser mi primera vez, el paisaje que esperaba ver (o no ver, porque vamos demasiado rápidos) no está, no existe, porque ahí fuera no hay nada, sólo niebla, mucha niebla, una niebla muy espesa que durante un largo rato no deja ver nada, aunque a veces, por unos pocos segundos, tal vez por un simple minuto, la niebla se retira de las vías y deja ver un trozo de campo, o de bosque, o de roca desnuda. Y es imposible saber por donde vamos, si ya hemos pasado Cuenca, si ya estamos cerca de Madrid. Y es casi imposible hacer una foto. Casi, digo casi, porque a veces, entre la niebla que se acerca al tren y la niebla que da dos pasos atrás, como jugando a estoy y no estoy, me quieres pillar y no me vas a pillar, entre el gris del cielo y el marrón de la tierra sin plantas ni árboles, aparece un camino que se divide en dos, que se pierde en no se sabe dónde, que nunca nos contará su historia, que está tan lejos que ya ni está, pero ha dejado su huella en la cámara, y todo con el permiso cómplice del cristal, porque el cristal puede borrar el paisaje, o confundir con sus reflejos, pero no, de repente la foto está delante de mí, y me gusta, pasan los años, vuelvo a viajar en AVE, una vez, dos veces, tres veces y esta foto me sigue gustando, y pienso que se pueden hacer muchas fotos desde un tren, y hago muchas fotos desde un tren, pero hay veces que las mejores fotos son las fotos que no enseñan nada. O casi nada. Mi vida, en el momento en que hice la foto, estaba entre dos caminos, entre dos direcciones, y salía de la niebla y volvía a la niebla. Yo no me daba cuenta. Estaba en el camino y escuchaba pasar un tren cerca de mí. Y estaba en la ventana y miraba a un hombre parado en un camino que se separa en dos. Sin tener claro hacia donde ir. Porque la niebla lo tapa todo. Pero sin pensar en volver atrás. Porque la niebla de detrás aún es más densa. Porque detrás ya no hay paisaje. Sólo un cristal frío.