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AcordeónFragilidad blanca. ¿Cómo determina la raza la vida de las personas blancas?

Fragilidad blanca. ¿Cómo determina la raza la vida de las personas blancas?

 

Gente blanca: no quiero que me comprendáis mejor; quiero que os comprendáis a vosotros mismos. Vuestra supervivencia nunca ha dependido de vuestro conocimiento de la cultura blanca. En realidad, precisa de vuestra ignorancia.

Ijeoma Oluo

 

Para comprender por qué se hace difícil hablar con personas blancas cuando las conversaciones giran en torno a la raza, tenemos que entender la base subyacente de la fragilidad blanca: de qué manera ser blanco determina nuestras perspectivas, experiencias y reacciones. Cada uno de los aspectos de ser blanco analizados en este capítulo es compartido prácticamente por todas las personas blancas en el contexto general occidental y en el estadounidense en particular. Al mismo tiempo, ninguna persona de color puede hacer en este contexto las mismas afirmaciones.

 

 Pertenencia

Nací en una cultura a la que pertenecía racialmente. Es más, las fuerzas del racismo me estaban influyendo incluso antes de mi primera respiración. Cualquier hospital en el que hubiera nacido, con independencia de la década me habría abierto sus puertas porque mis padres eran blancos. Si mis padres asistieron a clases de preparación para el parto, el instructor era blanco con toda probabilidad; en los vídeos que vieron en clase salían personas blancas con toda probabilidad y sus compañeros de clase, con quienes construyeron conexiones y comunidad, también eran blancos con toda probabilidad. Cuando mis padres leyeron sus manuales de preparación al parto y otros materiales escritos, en las imágenes salían madres y padres, personal médico y de enfermería principalmente blanco con toda probabilidad. Si asistieron a clases de crianza, las teorías y los modelos de desarrollo infantil se basaban en la identidad racial blanca. El personal médico y de enfermería que asistió mi parto era cien por cien blanco probablemente. Aunque el proceso del parto hubiera creado ansiedad en mis padres, no tuvieron que preocuparse de cómo los trataría el personal hospitalario. Los años de investigación que demuestran la discriminación racial en la atención sanitaria me aseguran que mis padres contaron con más probabilidades que cualquier persona de color de que el personal del hospital los tratara bien y les dispensara una atención de mayor calidad1.

Por el contrario, las personas que limpiaban la habitación de hospital de mi madre, hacían la colada, cocinaban y limpiaban en la cafetería y mantenían las instalaciones eran de color con toda probabilidad. Cuando llegué al mundo, el contexto intrínseco estaba organizado jerárquicamente por razas. De acuerdo con esta jerarquía, podríamos predecir si yo hubiera sobrevivido a mi nacimiento en función de la raza.

En mis movimientos diarios, mi raza pasa inadvertida. Pertenezco a ella cuando enciendo el televisor, leo novelas superventas y veo películas taquilleras. Pertenezco a ella cuando paso por delante de los estantes de revistas de la tienda de comestibles o de las vallas publicitarias en coche. Pertenezco a ella cuando veo el número abrumador de personas blancas que figuran en las listas de las “Más guapas”. Puede que me sienta desplazada a causa de mi edad o de mi peso, pero conservo mi pertenencia racial. Por ejemplo, en 2017, la cantante Rihanna creó una línea de maquillaje para mujeres de todos los colores de piel. La gratitud de las mujeres de color no se hizo esperar. Muchos de sus tuits incluían la exclamación: “¡Por fin!”2. Es la clase de tuits que yo nunca he tenido necesidad de enviar.

Estoy integrada cuando miro a mis profesores, consejeros y compañeros de clase. Cuando aprendo acerca de la historia de mi país a lo largo del curso y cuando me muestran a sus héroes y heroínas: George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln, Robert E. Lee, Amelia Earhart, Susan B. Anthony, John Glenn, Sally Ride y Louisa May Alcott3. Cuando hojeo mis libros de texto y miro las imágenes colgadas en las paredes de mi clase. Cuando hablo con los profesores de mis hijos, cuando hablo con sus monitores, cuando consulto a sus médicos y dentistas. Es indiferente cómo explique por qué todas estas representaciones son abrumadoramente blancas, porque en cualquier caso determinan mi identidad y mi visión del mundo.

Prácticamente en cualquier situación o contexto considerado normal, neutral o prestigioso en sociedad, estoy integrada racialmente. Esta pertenencia es una sensación conmigo. La pertenencia se ha asentado en lo más hondo de mi conciencia; configura mis pensamientos y mis inquietudes diarias, lo que quiero alcanzar en la vida, lo que espero encontrar. La experiencia de la pertenencia es tan natural que no tengo que pensar en ella. Los escasos momentos en los que no pertenezco racialmente sobrevienen como una sorpresa; sorpresa que puedo saborear, porque es novedosa, que puedo esquivar fácilmente si me resulta perturbadora.

Por ejemplo, me invitaron a la fiesta de jubilación de un amigo blanco. La fiesta era un pícnic4 improvisado en un parque público. Mientras bajaba la cuesta hacia los merenderos, vi que había dos fiestas celebrándose, una junto a otra. Una de las reuniones se componía principalmente de personas blancas mientras que en la otra parecían todas negras. Experimenté una especie de desequilibrio al acercarme y tener que decidir qué fiesta era la de mi amigo. Noté una leve sensación de ansiedad ante la posibilidad de tener que entrar en el grupo de las personas negras, y luego un leve alivio cuando comprendí que mi amigo estaba en el otro grupo. ¡Este alivio se intensificó al pensar que podría haber caminado hacia la fiesta negra por error! Todos estos pensamientos y sensaciones me sobrevinieron en apenas unos segundos, pero fue uno de esos raros momentos de conciencia racial. La mera posibilidad de que hubiera podido experimentar la no pertenencia racial fue suficiente para que aflorase mi malestar.

Es raro que yo experimente una sensación de no pertenencia racial y, por lo general, estas situaciones son temporales y fáciles de esquivar. De hecho, en el transcurso de mi vida, me han advertido de la conveniencia de evitar situaciones en las que yo pueda ser la minoría racial. Estas situaciones suelen pintarse como aterradoras, peligrosas o “sospechosas”. Sin embargo, si se considera que el entorno o la situación son buenos, agradables o valiosos, puedo tener la confianza de que, como persona blanca, se considerará que pertenezco racialmente al lugar.

 

Libre del peso de la raza

Como no he sido socializada para verme o ser vista por otros blancos en términos raciales, no cargo con el peso psíquico de la raza; lo que los demás piensen de mi raza no tiene por qué preocuparme. Como tampoco me preocupa que mi raza sea utilizada contra mí. Podré sentirme incómoda en un entorno aristócrata, pero daré por hecho que, en el aspecto racial, no desentono en ese escenario. Yo no seré la única persona blanca presente, por descontado, a menos que se trate de una reunión organizada específicamente por personas de color, o en homenaje a ellas. George Zimmerman5 no me habría parado a mí si yo hubiera cruzado a pie una urbanización privada.

Patrick Rosal describe con emoción el dolor que sintió cuando lo confundieron con personal del servicio durante una celebración de gala en honor a los ganadores del Premio Nacional del Libro6. Numerosas veces he sido testigo de esta presunción de servidumbre al registrarme en hoteles con colegas de color. Yo misma la he dado por hecho cuando no he podido ocultar mi sorpresa al conocer que un hombre negro era el director de un colegio o cuando le he preguntado a una mujer latinx 7 [latina: el Libro de estilo de fronterad descarta recurrir a la x o al signo @ como una forma de gramática inclusiva, pero respeta la fórmula empleada por la autora, dado que este texto reproduce un fragmento de un libro del que ofrecemos un anticipo] arrodillada en su jardín si estaba en su casa.

Si considero mis opciones profesionales, tengo innumerables referentes en multitud de disciplinas. Si me presento a una oferta de empleo, prácticamente cualquiera que se encargue de contratarme será de mi raza. Y, si bien puede que me encuentre con la persona de color “testimonial” durante el proceso de contratación, no me estoy postulando específicamente para una organización fundada por personas de color; la mayoría de las personas con las que me relacione serán de mi raza. Una vez contratada, no tendré que soportar el resentimiento de unos compañeros de trabajo convencidos de que he conseguido el empleo únicamente porque soy blanca; al contrario, darán por hecho que soy la más cualificada8. Si en la organización hay personas de color molestas por mi contratación, puedo desoírlas fácilmente y quedarme tranquila, porque su parecer no tendrá mucho peso. En el caso de que el resentimiento de los empleados de color consiga llamar mi atención, encontraré abundante aprobación y otras formas de apoyo de mis colegas blancos, que me reconfortarán diciéndome que quienes tienen prejuicios son nuestros colegas de color. Como la raza no me supone un inconveniente, podré centrarme en mi trabajo y ser productiva, y me verán como parte del equipo. Este es otro ejemplo del concepto de la blanquitud como propiedad analizado antes: la blanquitud tiene ventajas psicológicas que se traducen en beneficios materiales.

En el transcurso de mi vida diaria, el racismo, sencillamente, no es mi problema. Aunque soy consciente de que la raza se ha usado injustamente contra las personas de color, no me han enseñado a ver este problema como responsabilidad mía; mientras yo no haya hecho personalmente algo de lo que sea consciente, el racismo no es motivo de preocupación. Esta liberación de responsabilidad me brinda un nivel de relajación racial y de espacio emocional e intelectual del que las personas de color no gozan en su vida cotidiana. No carecen de estos beneficios solo porque pertenezcan a una minoría numérica y yo no (los hombres blancos son una minoría numérica). Las personas de color carecen de estos beneficios porque las han racializado en una cultura de supremacía blanca; una cultura que las ve inferiores, si es que llega a verlas.

Como me he criado en una cultura de supremacía blanca, rezumo una presunción de superioridad racial profundamente interiorizada. Tener que convivir con la presunción interiorizada de la superioridad racial blanca supone un tremendo agotamiento psíquico para las personas de color, pero yo no tengo ninguna necesidad de preocuparme por ello.

 

Libertad de movimiento

Tengo libertad para moverme prácticamente en cualquier espacio considerado normal, neutral o valioso. Aunque mi posición social puede preocuparme en situaciones, como, por ejemplo, cuando asisto a un acto de “alta sociedad”, ya sea una inauguración en un museo o una subasta de arte, no tendré que preocuparme de mi raza. De hecho, mi raza jugará a mi favor en estas situaciones y me concederá el beneficio inicial de la duda sobre mi pertenencia a ellas9. Asimismo, seguro que no seré la única persona blanca presente, a menos que se trate de una reunión organizada específicamente por personas de color, o en homenaje a ellas.

En los primeros años de mi carrera como formadora en diversidad en centros de trabajo, codirigí los talleres con Deborah, una mujer afroamericana. Después de un programa de viajes particularmente extenuante, propuse que nos tomáramos un fin de semana de relax y sugerí el lago Coeur d’Alene en Idaho. Deborah se rio ante la sugerencia y me hizo saber que visitar el norte de Idaho no le sonaba a fin de semana relajante. Aparte de ser un pueblo muy pequeño, el lago Coeur d’Alene queda cerca del lago Hayden, donde la Nación Aria estaba construyendo un complejo10. Aunque no todas las personas que viven en la zona son nacionalistas blancos confesos, saber que algunas podían formar parte de grupos abiertamente racistas era aterrador para Deborah. Incluso si no existían campamentos nacionalistas blancos organizados en la zona, Deborah no quería aislarse en un entorno casi completamente blanco y tener que convivir con personas blancas que quizás no habían visto antes a un negro. Yo, como blanca, no había tenido en cuenta nada de esto; todos los lugares que percibo como bellos están abiertos a mí racialmente, y mi expectativa es que me proporcionarán una experiencia agradable y relajante.

 

Solo personas

Ser blanca ha determinado mi vida de varias maneras y una de ellas es que mi raza se presenta como la norma para la humanidad. Los blancos somos “personas a secas”; en raras ocasiones se alude a nuestra raza. Pensemos en la frecuencia con que los blancos mencionan la raza de una persona si no es blanca: mi amigo negro, la mujer asiática. Me gusta la literatura juvenil, pero me desconcierta la insistencia con que nombra la raza de los personajes de color y que solo nombre la raza de estos personajes.

Por poner un ejemplo del colegio, pensemos en los escritores que se espera que leamos; la lista incluye generalmente a Ernest Hemingway, John Steinbeck, Charles Dickens, Fiódor Dostoievski, Mark Twain, Jane Austen y William Shakespeare. Se considera que estos escritores son los representantes de la experiencia humana universal, y los leemos precisamente porque se supone que tienen la capacidad de hablarnos a todos. Ahora pensemos en los escritores a los que recurrimos en actividades para el fomento de la diversidad; actividades como la Semana de los Autores Multiculturales y el Mes de la Historia Negra. Estos escritores incluyen por lo general a Maya Angelou, Toni Morrison, James Baldwin, Amy Tan y Sandra Cisneros. Acudimos a estos escritores por la perspectiva negra o asiática; Toni Morrison11 siempre es vista como una escritora negra, no solo como escritora. Pero cuando no estamos buscando la perspectiva negra o asiática, volvemos a los escritores blancos, cosa que refuerza la idea de que los blancos son estrictamente humanos, y las personas de color son especies particulares (racializadas) de humanos. Esto también permite que veamos a los escritores blancos (varones) sin un programa o una perspectiva particular, mientras que los escritores racializados (y sexualizados) sí la tienen.

Casi cualquier representación del humano se basa en normas e imágenes de personas blancas: maquillaje “color carne”, el emoji estándar, las descripciones de Adán y Eva, Jesús y María, los modelos educativos del cuerpo humano de tez blanca y ojos azules12. Veamos, por ejemplo, una fotografía que circuló mucho y apareció en el Daily Mail. La foto de una mujer rubia de ojos azules con la siguiente frase: “¿Cómo sería una cara científicamente perfecta?”. Y debajo de la imagen, la pregunta: “¿Es esta la cara perfecta?”13. Este ejemplo ilustra por sí solo varios conceptos analizados hasta ahora: el marco racial blanco, la blanquitud como la norma del ser humano, la blanquitud como el ideal de belleza y la blanquitud como superioridad natural. No solo la idea que subyace a esta proclama resulta racialmente problemática en sí misma, sino que descansa en el trasfondo de una época anterior de racismo científico, y lo refuerza.

Consideremos los modelos de desarrollo infantil y sus fases, y cómo nuestra cultura habla de los niños como grupo colectivo. Los teóricos presentan el desarrollo humano como si fuera universal. Ocasionalmente, podríamos distinguir entre chicos y chicas, pero incluso entonces, las categorías incluyen supuestamente a todos los chicos y a todas las chicas. Ahora consideremos todas las dinámicas examinadas hasta ahora. ¿Es el desarrollo de un niño asiático o indígena igual que el de un niño blanco en un contexto de supremacía blanca?

 

Solidaridad blanca

La solidaridad blanca es el acuerdo tácito entre blancos para proteger el privilegio blanco y no causar malestar racial en otra persona blanca al enfrentarse a ella cuando dice o hace algo racialmente problemático. La investigadora de la educación Christine Sleeter describe esta solidaridad como “vinculación racial” blanca. Sleeter observa que cuando los blancos se relacionan, reafirman “una mirada común sobre las cuestiones relativas a la raza y legitiman interpretaciones particulares de grupos de color, además de trazar fronteras conspirativas entre “nosotros” y “ellos”14. La solidaridad blanca necesita tanto el silencio sobre cualquier cosa que ponga en peligro las ventajas de la posición blanca como el acuerdo tácito de mantener la unidad racial en la protección de la supremacía blanca. Romper la solidaridad blanca es romper filas.

Vemos solidaridad blanca en la mesa, durante las comidas, en fiestas y en centros de trabajo. Muchos podemos identificarnos con la gran cena familiar en el curso de la cual nuestro tío dice algo racialmente ofensivo. Todo el mundo se avergüenza, pero nadie le planta cara, por no arruinar la cena. O la fiesta en la que alguien suelta un chiste racista, pero callamos porque no queremos que nos acusen de ser en exceso políticamente correctos y nos pidan relajarnos. En el trabajo evitamos mencionar el racismo por las mismas razones, además de porque queremos que vean que trabajamos en equipo y queremos evitar todo lo que pueda poner en peligro nuestro progreso profesional. Todas estas situaciones que nos resultan tan familiares son ejemplos de solidaridad blanca. (Por qué hablar de racismo puede aguar la fiesta o amenazar nuestro progreso profesional es algo que quizá queramos comentar).

Las verdaderas consecuencias de romper los lazos de la solidaridad blanca desempeñan un papel fundamental en el mantenimiento de la supremacía blanca. Corremos el riesgo real de que nuestros compañeros blancos nos censuren o penalicen. Pueden acusarnos de ser políticamente correctos o percibirnos como personas irascibles, sin humor, combativas y no aptas para llegar lejos en una organización. En mi caso personal, estas penalizaciones han funcionado como coerción social. En mi deseo de capear el conflicto y agradar, he elegido con demasiada frecuencia el silencio.

Por el contrario, cuando he mantenido la boca cerrada, me premiaron con capital social: me vieron como una persona divertida, cooperadora y con espíritu de equipo. Nótese que, en el seno de una sociedad supremacista blanca, me recompensan por no interrumpir el racismo y me castigan de muy variadas maneras –pequeñas y grandes– cuando lo hago. Puedo justificar mi silencio diciéndome que por lo menos no he sido yo quien ha gastado la broma y que, por lo tanto, no es culpa mía. Pero mi silencio no es bueno, porque protege y mantiene la jerarquía racial y el lugar que yo ocupo en ella. Cada broma o chiste que nadie interrumpe fomenta la circulación del racismo en la cultura, y su capacidad de circulación depende de mi complicidad.

Sin duda alguna, las personas de color experimentan la solidaridad blanca como una forma de racismo; un racismo por el que no nos exigimos responsabilidades, que no combatimos aunque lo veamos, y que no nos permite apoyar a las personas de color en la lucha por la justicia racial.

 

Los buenos viejos tiempos

Como persona blanca que soy, puedo rememorar descaradamente y sin reparos “los buenos viejos tiempos”. Los recuerdos de un pasado idealizado y las invocaciones a volver a los usos antiguos son una función del privilegio blanco, que se manifiesta en la habilidad para ignorar nuestra historia racial. Revindicar que la sociedad del pasado fue mejor que la presente también es un hito de la supremacía blanca. Consideremos cualquier período del pasado desde la perspectiva de las personas de color: 246 años de brutal esclavitud; la violación de mujeres negras por el placer de los hombres blancos y para producir más trabajadores esclavizados; la venta de niños negros; el intento de genocidio de los pueblos indígenas, las leyes de traslado forzoso de los nativoamericanos, y las reservas; el contrato de servidumbre, los linchamientos y la violencia callejera; la aparcería; las leyes de exclusión de los chinos; los campos de concentración para japoneses en Estados Unidos; las leyes Jim Crow de segregación obligatoria; los códigos negros; las prohibiciones a los negros para prestar servicio como jurados; las prohibiciones de voto; la encarcelación de personas para trabajos sin remuneración; la esterilización y la experimentación médica; la discriminación laboral; la discriminación educativa; los centros escolares inferiores; las leyes con sesgo racial y las prácticas de vigilancia policial; redlining15 e hipotecas basura; encarcelamientos masivos; representaciones mediáticas racistas; supresiones culturales, ataques y escarnio; y relatos históricos silenciados y distorsionados, y podrás ver que un pasado idealizado es estrictamente un constructo blanco. Pero es un constructo poderoso porque apela a un sentido de la superioridad y del privilegio profundamente interiorizado y a creer que cualquier avance de las personas de color es una usurpación de tal privilegio.

El pasado fue grandioso para los blancos (y para los varones blancos en particular) porque su posición apenas fue contestada. Cuando entendamos el poder de la fragilidad blanca nos daremos cuenta de que el mero desafío a esa posición provocó la fragilidad blanca que Trump supo capitalizar. No ha habido una verdadera pérdida de control para la élite blanca, que siempre ha controlado nuestras instituciones y continúa haciéndolo por un margen muy amplio. De las cincuenta personas más ricas del planeta, veintinueve son estadounidenses. De estas veintinueve, todas son blancas y, excepto dos, todos varones (Lauren Jobs heredó la fortuna de su marido y Alice Walton la de su padre).

En la misma línea, los trabajadores blancos siempre han ostentado los cargos más elevados en los ámbitos de la clase obrera (capataces, dirigentes sindicales, y jefes de bomberos y de la policía). Y, si bien la globalización y la erosión de los derechos de los trabajadores han tenido un fuerte impacto en la clase trabajadora blanca, la fragilidad blanca permitió que la élite blanca canalizara el resentimiento de la clase trabajadora blanca hacia las personas de color. El resentimiento está claramente injustificado, si tenemos en cuenta que las personas que controlan la economía y que han logrado concentrar más riqueza en menos manos (blancas) que nunca antes en la historia de la humanidad pertenecen a la élite blanca.

Observemos estos datos sobre la distribución de la riqueza:

  • Desde 2015, el 1% más rico ha acumulado más riqueza que el resto del planeta16.
  • Ocho hombres acumulan la misma cantidad de riqueza que la mitad más pobre del mundo.
  • La renta del 10% de las personas más pobres aumentó en menos de tres dólares al año entre 1988 y 2011, mientras que la renta del 1% más rico aumentó 182 veces.
  • En el registro diario de Bloomberg de las quinientas personas más ricas del mundo, las tres más ricas (Bill Gates, Warren Buffet y Jeff Bezos), todos varones blancos estadounidenses, tienen patrimonios netos totales de 85.000 millones de dólares, 79.000 millones de dólares y 73.000 millones de dólares respectivamente17. En comparación, el producto interior bruto de Sri Lanka fue de 82.000 millones de dólares en 2015; el de Luxemburgo de 58.000 millones de dólares; y el de Islandia de 16.000 millones de dólares18.
  • De las diez personas más ricas del mundo, nueve son varones blancos19.
  • En 2015-2016, las diez empresas más grandes del mundo tuvieron unos ingresos superiores a los ingresos estatales de 180 países juntos.
  • En Estados Unidos, durante los últimos treinta años el crecimiento de las rentas del 50% más bajo ha sido cero, mientras que las rentas del 1% más alto han crecido un 300%.

La llamada a recuperar la grandeza de América funcionó poderosamente al servicio de la manipulación racial de los blancos, desviando de la élite blanca hacia diversos pueblos de color –entre ellos, trabajadores indocumentados, inmigrantes y chinos– la responsabilidad sobre las condiciones actuales que sufre la clase trabajadora blanca.

También los idealizados valores familiares “tradicionales” del pasado son racialmente problemáticos. Las familias blancas huyeron de las ciudades a la periferia para escapar de la afluencia de personas de color, un proceso que los sociólogos han dado en llamar la “huida blanca”. Suscribieron convenios para mantener la segregación en colegios y barrios y prohibieron las relaciones sentimentales mixtas.

Pensemos en la extrema resistencia que los progenitores blancos opusieron al transporte escolar mixto obligatorio20 y otras formas de integración escolar. En Brown contra el Consejo de Educación, una sentencia del Tribunal Supremo que hizo historia, el tribunal dictaminó que la separación era intrínsecamente desigual y que los colegios tenían que poner fin a la segregación “con la mayor premura”. Llevar a los niños en autobús de un barrio a un colegio en otro barrio para contrarrestar la segregación residencial fue una de las mayores estrategias para terminar con la segregación (cabe destacar que generalmente a los niños blancos no los transportaban en autobús para llevarlos a colegios negros; son los niños negros los que soportaban largos trayectos de autobús para asistir a colegios predominantemente blancos). A Regina Williams, una estudiante negra de Roxbury, en Massachusetts, la llevaron en autobús a un colegio en el sur de Boston. La niña describió su primer día en un colegio que había sido solo de alumnos blancos “como una zona de guerra”. Las autoridades escolares, los políticos, los tribunales y los medios de comunicación daban preferencia a los deseos de los progenitores blancos que se oponían por mayoría y con vehemencia al fin de la segregación escolar. No fueron los afroamericanos quienes se opusieron al afán integrador; siempre fueron los blancos21. La práctica de nuestra vida como colectivo blanco raras veces ha comulgado con los valores que profesamos.

Como mínimo, esta idealización del pasado es otro ejemplo de las experiencias y las percepciones blancas pretendidamente universales. ¿Qué le parecerá la nostalgia a cualquier persona de color que sea consciente de la historia de este país? La capacidad de borrar la historia racial y creer de veras que el pasado fue mejor que el presente “para todo el mundo” me ha inculcado una falsa conciencia en el plano personal y como ciudadana nacional.

 

Inocencia racial blanca

Como no nos educan para vernos en términos raciales o para ver el espacio blanco como un espacio racializado, nos envolvemos de inocencia para desentendernos de las cuestiones de la raza. En incontables ocasiones, he escuchado a personas blancas decir que, como crecieron durante la segregación, vivieron aisladas de la raza. Al mismo tiempo, recurrimos a personas de color, que también pueden haber crecido en espacios segregados por razas (debido a las décadas de políticas de iure y de facto que les impidieron mudarse a barrios blancos), para conocer el racismo. ¿Pero por qué las personas de color que crecieron durante la segregación no son también inocentes en este sentido? Pido a mis lectores que reflexionen a fondo sobre la idea de que la segregación blanca es racialmente inocente.

Como no vemos racialmente inocentes a las personas de color, esperamos que hablen de las cuestiones de la raza (pero deben hacerlo en términos blancos). Esta idea –que el racismo no es un problema de blancos– nos permite cruzarnos de brazos y dejar que las personas de color corran auténticos riesgos de invalidación y represalias cuando cuentan sus experiencias. Pero a nosotros nadie nos exige correr riesgos interraciales de este tenor. Ellos –no nosotros– tienen raza, y por lo tanto son quienes detentan el conocimiento racial. De esta manera nos situamos como si estuviéramos fuera de las relaciones sociales jerárquicas.

La huida blanca constituirá otro aspecto de la inocencia racial blanca, pues con frecuencia halla su justificación en el prejuicio de que las personas de color (de nuevo, especialmente las personas negras) son más propensas a la delincuencia y de que si “demasiadas” personas negras se mudan a un barrio, la delincuencia se disparará, el valor de las viviendas se hundirá y el barrio se deteriorará. Por ejemplo, en un estudio de la raza y las percepciones del crimen realizado por los sociólogos Heather Johnson y Thomas Shapiro, las familias blancas hablaban constantemente del miedo a la delincuencia y asociaban esta delincuencia a las personas de color. En su cabeza, cuanta más gente de color habitara una zona (específicamente, negros y latinos), más peligrosa se consideraba esa zona. El cotejo de datos censales de la investigación y las estadísticas sobre delitos del departamento de policía muestran que esta asociación no se sostiene, pero las estadísticas no sofocan los temores de la población blanca. Para la mayoría, el porcentaje de varones jóvenes de color en un barrio tiene una correlación directa con las percepciones del nivel de delitos en el barrio22.

Las asociaciones entre negros y delincuencia, profundamente arraigadas en los blancos, distorsionan la realidad y la auténtica naturaleza del peligro que ha existido históricamente entre blancos y negros. La supuesta inocencia racial de los blancos trivializa la vasta historia de la extensa y brutal violencia explícita perpetrada por los blancos, así como sus justificaciones ideológicas. El poder que ejercemos y que hemos ejercido durante siglos queda así velado.

Se ha documentado sobradamente que la policía detiene a la población negra y latina con más frecuencia que a la blanca por las mismas actividades y que sus sentencias son más duras por los mismos delitos. Las investigaciones también han revelado que una de las razones principales de esta disparidad racial es atribuible a las convicciones de jueces y otras personas sobre la causa de la conducta delictiva23. Por ejemplo, la conducta delictiva de los menores blancos suele atribuirse a factores externos: el joven viene de un hogar monoparental, está pasando por una época complicada, tuvo la mala suerte de estar donde no debía en el momento inoportuno o sufría acoso escolar. Atribuir la causa de la acción a factores externos minimiza la responsabilidad de la persona y la victimiza. Pero los jóvenes negros y latinx [latinos] no inspiran la misma compasión.

Cuando un joven negro o latinx [latino]se presenta ante el juez, la causa del delito se atribuye más a menudo a un problema interno de la persona: es más proclive a la delincuencia por naturaleza, tiene instintos más animales y menos capacidad de sentir remordimiento (en la misma línea, un estudio de 2016 descubrió que la mitad de los estudiantes de medicina y los residentes encuestados creen que los negros sienten menos dolor)24. Los blancos reciben continuamente el beneficio de la duda que no se concede a las personas de color; el mero hecho de nuestra raza ayuda a establecer nuestra inocencia.

A quienes trabajamos para despertar la conciencia racial de los blancos nos cuesta mucho conseguir simplemente que los blancos reconozcan que nuestra raza nos otorga ventajas. La actitud defensiva, la negación y la resistencia son profundas. Pero reconocer la ventaja es solo un primer paso, y este reconocimiento puede usarse para despojarlo de sentido y permitir que eludamos una responsabilidad mayor. Por ejemplo, muchas veces he oído a personas blancas decir displicentemente: “Solo por el color de mi piel ya tengo privilegios”. Esta clase de declaraciones describen el privilegio como un golpe de suerte; algo que sucede sin más en el transcurso de nuestra vida, sin ninguna participación o complicidad por nuestra parte.

Para Zeus Leonardo, especialista en teoría crítica de la raza, el privilegio blanco no es algo que las personas blancas reciben involuntariamente. Según él, esto sería como decir que una persona puede ir por la vida mientras otras le llenan los bolsillos de dinero sin que sea consciente de ello o sin consentimiento por su parte. Leonardo cuestiona este concepto que considera inocente el privilegio blanco, alegando que “para que la hegemonía racial sature la vida cotidiana, tiene que estar garantizada por un proceso de dominación, o por aquellos actos, decisiones y políticas que los sujetos blancos cometen contra las personas de color”25. Ver el privilegio como algo que las personas blancas reciben sin más oculta las dimensiones sistemáticas del racismo que debe mantenerse de forma activa y pasiva, consciente e inconsciente.

La expectativa de que las personas de color instruyan en el racismo a las personas blancas es otro aspecto de la inocencia racial blanca que refuerza varias suposiciones raciales problemáticas. En primer término, implica que el racismo es algo que les sucede a las personas de color y no tiene nada que ver con nosotros y que, en consecuencia, no se puede esperar que tengamos conocimiento alguno del asunto. Este esquema niega que el racismo sea una relación que involucra a ambos grupos. Si dejamos las cuestiones raciales únicamente a cargo de las personas de color, nos desembarazamos de las tensiones y del peligro social que implica hablar abiertamente sobre ellas. Podemos hacer caso omiso de los riesgos y guardamos silencio en torno a los interrogantes sobre nuestra culpabilidad.

En segundo término, este requerimiento no exige nada de nuestra parte y refuerza las desiguales relaciones de poder al pedir a las personas de color que nos hagan el trabajo. Existen abundantes recursos disponibles sobre el tema, producidos por personas de color que están deseosas de compartir la información; ¿por qué no los hemos buscado antes?

En tercer término, el requerimiento no tiene en cuenta las dimensiones históricas de las relaciones raciales. No reconoce la frecuencia con que las personas de color han intentado contarnos cómo viven el racismo ni la frecuencia con que las hemos desdeñado. Pedir a personas de color que nos cuenten sus vivencias del racismo sin que hayamos construido primero una relación de confianza con ellas y sin estar dispuestos a ser igualmente vulnerables como una forma de compromiso mutuo, revela que no tenemos una conciencia racial y que lo más probable es que salgan mal paradas.

En una tertulia televisiva de 1965, James Baldwin respondió apasionadamente a un profesor de Yale que lo acusaba de andar siempre a vueltas con el color:

“No sé si los cristianos blancos odian a los negros o no, pero sé que tenemos una iglesia cristiana que es blanca y una iglesia cristiana que es negra. Sé que la hora más segregada en la vida americana es el domingo a mediodía… No sé si los sindicatos y sus jefes me odian de verdad… pero sé que no estoy en sus sindicatos. No sé si el lobby inmobiliario está en contra de los negros, pero sé que los lobistas inmobiliarios no me dejan salir del gueto. No sé si el Consejo de Educación odia a los negros, pero sé qué libros de texto dan a leer a mis hijos y a qué colegios tienen que ir. Esto es lo que hay. Y usted quiere que yo haga un acto de fe poniendo en riesgo… mi vida… por no sé qué idealismo que usted me asegura que existe en América y que yo nunca he visto”26.

La segregación racial determina sobremanera la vida en Estados Unidos. De todos los grupos raciales, los blancos son los más inclinados a segregar y el grupo con más probabilidades de estar en la posición social y económica para hacerlo27. Crecer en medio de la segregación (nuestros colegios, centros de trabajo, vecindarios, distritos comerciales, lugares de culto, ocio, reuniones sociales y demás) refuerza el mensaje de que nuestras experiencias y perspectivas son las únicas que importan. No vemos personas de color a nuestro alrededor, y pocos adultos, si es que hay alguno, reconocen que la falta de diversidad es un problema. De hecho, la clasificación de cuáles son los barrios buenos y cuáles los malos siempre se basa en la raza. Estas valoraciones también podrían basarse en divisiones económicas entre blancos, pero si estudiantes negros y latinx [latinos] asisten a un colegio en un número significativo (significativo para la mentalidad blanca), los blancos considerarán que es un colegio malo. Si hay personas de color a nuestro alrededor, raras veces se nos anima a entablar amistades interraciales.

La segregación suele atenuarse de alguna manera a nivel local en el caso de los blancos pobres urbanos que pueden tener vecinos y amigos de color, puesto que la pobreza blanca acerca a los blancos a las personas de color como no lo hace la vida en zonas residenciales y de clase media (excepto durante las gentrificaciones, cuando la mezcla es temporal). Es posible que, a nivel micro, la vida de los blancos urbanos de las clases más bajas sea más integrada, pero seguimos recibiendo el mensaje de que para medrar hay que salir de los barrios y los colegios que revelan nuestra pobreza. La movilidad ascendente es el mayor objetivo de clase en Estados Unidos, y el entorno social se vuelve tangiblemente más blanco cuanto más alto escalas. Los entornos blancos, a su vez, se ven como los más deseables.

Para los blancos que siguen esta movilidad ascendente desde las clases bajas, alcanzar los lugares más valiosos de la sociedad suele significar dejar atrás amigos y vecinos de color. Por ejemplo, yo crecí en un entorno urbano y pobre y viví en edificios de pisos de alquiler en barrios densamente poblados. En mi niñez, había muchas personas de color a mi alrededor. Pero yo sabía que si quería mejorar mi vida no me quedaría en estos barrios; la movilidad ascendente me llevaría a espacios más blancos, y así ha sido. No mantuve aquellas primeras relaciones con personas de color, y ninguna de las personas que me guiaron me animó a hacerlo. La segregación seguía presente en mi vida en un nivel social más general: dictó lo que aprendía en el colegio, leía en los libros, veía en la televisión y me enseñó a valorar si quería mejorar mi vida.

La meritocracia es una ideología preciada en Estados Unidos, pero salta a la vista que los barrios y los colegios no son iguales; están separados y son desiguales. Las bases impositivas, los recursos escolares, los planes de estudio, los libros de texto, las oportunidades de realizar actividades extraescolares y la calidad del profesorado difieren mucho de un distrito escolar a otro. ¿Quién no es consciente de que en Estados Unidos los colegios son tremendamente desiguales? Si no existe un interés o una inversión de esfuerzo entre las personas blancas por cambiar el sistema que está a su servicio a expensas de otros, las ventajas se transmiten de una generación a otra. En lugar de cambiar estas condiciones para que la educación pública sea igual para todos, permitimos que los hijos de otros soporten condiciones que serían inaceptables para los nuestros.

Un estudio de 2009 publicado en el American Journal of Education reveló que, si bien los progenitores, en su mayoría blancos y vecinos de zonas residenciales, dicen que seleccionan los colegios dependiendo de los resultados escolares, lo cierto es que la composición racial de un colegio es decisiva en sus decisiones. Amy Stuart Wells, profesora de sociología y pedagogía en el Teachers College de la Universidad de Columbia, descubrió el mismo lenguaje codificado cuando investigó el método de elección de los colegios en Nueva York. Escribe:

En una era posracial no hay por qué decir que la culpa la tiene la raza o el color de los niños en el centro… Podemos concentrar la pobreza y los niños de color y dejar de suministrar recursos para mantener estos colegios y, luego, si vemos un colegio lleno de niños negros, decir: “Uy, mira sus resultados escolares”. Todo este sistema está muy organizado ahora28.

Los lectores habrán oído sin duda hablar de colegios y barrios en estos términos y saben que se trata de un discurso en clave racial: “urbano” y “resultados bajos” son códigos para “no blanco” y, por lo tanto, menos deseable.

Si bien es cierto que para muchos blancos los espacios habitados por más de un puñado de personas de color son indeseables e incluso peligrosos, consideremos otra perspectiva. He oído a un sinfín de personas de color describir lo penosa que les resultó la experiencia de contarse entre las pocas personas de color en sus colegios y barrios. Aunque muchos progenitores de color quieren tener las ventajas de escolarizar a sus hijos en colegios predominantemente blancos, también les preocupa el estrés e incluso el peligro al que están sometiendo a sus hijos. Estos progenitores entienden que el personal docente predominantemente blanco tiene escaso conocimiento, o ninguno, acerca de los niños de color, y han sido socializados (con frecuencia de forma inconsciente) para considerarlos inferiores e incluso temerlos. Imaginemos lo inseguros que los colegios blancos, tan preciados por los progenitores blancos, pueden parecerles a los progenitores de color.

El mensaje más subliminal de la segregación racial podría ser que la ausencia de personas de color en nuestra vida no es una verdadera pérdida. Ninguna persona que me haya querido, guiado o enseñado me ha transmitido jamás que la segregación me estuviera privando de nada valioso. Podría vivir mi vida entera sin un amigo o allegado de color y no ver esto como una merma en mi vida. Es más, mi trayectoria vital me garantizaría casi con total seguridad la escasa o nula presencia de personas de color en mi vida. Puede que conociera a unas pocas si practicara ciertos deportes en el colegio, o si diera la casualidad de que hubiera una o dos personas de color en mi clase, pero fuera de estos contextos, no tendría contacto con personas de color, y mucho menos alguna relación verdadera. La mayoría de los blancos que recuerdan haber tenido un amigo de color en la infancia raras veces conservan estas amistades. No obstante, si mis padres hubieran pensado que tener relaciones interraciales era algo valioso, se habrían asegurado de que las tuviera, incluso a costa de un esfuerzo –el mismo esfuerzo que tantos progenitores blancos invierten en enviar a sus hijos al otro extremo de la ciudad para que puedan asistir a un colegio mejor (más blanco)–.

Parémonos un momento para captar la profundidad de este mensaje: nos enseñan que no perdemos nada de valor con la segregación racial. Pensemos en el mensaje que estamos enviando a nuestros hijos –y también a los de color– cuando describimos la segregación blanca como algo bueno.

En resumen, nuestra socialización engendra una serie de pautas raciales comunes. Estas pautas son la base de la fragilidad blanca:

  • Preferencia por la segregación racial y carencia de un sentido de pérdida en cuanto a la segregación
  • Falta de comprensión sobre qué es el racismo
  • Considerarnos eximidos de las fuerzas de la socialización racial
  • Incapacidad para entender que cargamos con la historia de nuestro grupo, que la historia importa
  • Asumir que todo el mundo tiene o puede tener nuestra experiencia
  • Falta de humildad racial y nula disposición a escuchar
  • Desechar lo que no entendemos
  • Falta de un auténtico interés en las perspectivas de las personas de color
  • Deseo de saltarse el trabajo duro, el personal, y pasar a las “soluciones”
  • Confundir el desacuerdo con la incomprensión
  • Necesidad de mantener la solidaridad blanca, de salvar la cara, de quedar bien
  • Sentimiento de culpabilidad que paraliza o permite la inacción
  • Actitud defensiva ante cualquier sugerencia de que estamos conectados con el racismo
  • Dar prioridad a las intenciones antes que a las consecuencias

Mi desarrollo psicosocial se formó en una cultura supremacista blanca en la que yo formo parte del grupo superior. Decirme que trate a todo el mundo igual no es suficiente para neutralizar esta socialización; como tampoco es humanamente posible. Crecí en una sociedad que me enseñó que la ausencia de personas de color no entraña ninguna pérdida –que su ausencia era algo bueno y deseable que debía buscar y conservar– mientras que, simultáneamente, negaba este hecho. Esta actitud ha determinado cada aspecto de mi identidad: mis intereses y empeños, qué me importa y qué no, qué veo y qué no, qué me atrae y qué me repele, qué puedo dar por hecho, dónde puedo ir, cómo me tratan los demás y qué puedo ignorar. La mayoría de nosotros no elegiría que lo socializaran en el racismo y la supremacía blanca. Desafortunadamente, no tuvimos elección. Si bien hay variaciones en la forma de transmisión de estos mensajes y en qué medida los interiorizamos, nada podría habernos eximido de ellos por completo. Ahora es responsabilidad nuestra confrontar cómo se manifiesta esta socialización en nuestra vida diaria y cómo determina nuestras reacciones cuando es cuestionada.

____________

Este texto corresponde al capítulo 4 del libro Fragilidad blanca. Por qué es tan difícil para los blancos hablar del racismo, que, con traducción de María Enguix Tecero, acaba de publicar Ediciones del Oriente y del Mediterráneo dentro de su colección Biblioteca Afroamericana Madrid (BAAM).

Notas

  1. Carole Schroeder y Robin DiAngelo, ‘Addressing Whiteness in Nursing Education: The Sociopolitical Climate Project at the University of Washington School of Nursing’, Advances in Nursing Science 33, 3 (2010): 244-255.
  2. Melissah Yang, ‘Kinds of Shade’, cnn.com, 13/09/2017, http://www. cnn.com/2017/09/13/entertainment/rihanna-fenty-beauty-foundation/in- dex.html.
    3. McIntosh, Peggy, ‘White Privilege and Male Privilege’, en On Privilege, Fraudulence, and Teaching As Learning. Nueva York: Routledge, 2019.
  3. Según el escritor Steve Cannon, la palabra inglesa pícnic (merienda campestre) procede de pick a nig (“elige un negro”). En los Estados del Sur, los linchamientos eran a menudo anunciados en los periódicos, lo cual permitía asistir en familia al macabro espectáculo, amenizándolo con barbacoas al aire libre. Véase ‘El consumo de imágenes de linchamiento’, de Leigh Raiford, en Cuerpo político negro (BAAM, 2017) [n. e.].
  4. Estadounidense que mató a tiros a Trayvon Martin en Sanford, Florida, el 26 de febrero de 2012. El 13 de julio de 2013, fue absuelto de todos los cargos [n. e.].
  5. Patrick Rosal, ‘To the Lady Who Mistook Me for the Help at the National Book Awards’, Literary Hub, 1/11/2017, http://lithub.com/to-the- lady-who-mistook-me-for-the-help-at-the-national-book-awards.
    7. La x usada como morfema de género señala, por un lado, la inclusión de géneros no binarios, y celebra, por otro, las raíces de la población hispana de Estados Unidos [n. t.].
  6. McIntosh, Peggy, ‘White Privilege and Male Privilege’, art. cit.
  7. McIntosh, Peggy, ibidem.
    10. El complejo [perteneciente a esta organización supremacista blanca] cerró en 2001 por el contencioso de [la ong] Southern Poverty Law Center.
  8. Véase su libro Jugando en la oscuridad (traducción de Pilar Vázquez) en Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, BAAM, 2019 [n. e.].
    12. McIntosh, Peggy, ‘White Privilege and Male Privilege’, art. cit.
    13. Sheila M. Eldred, ‘Is This the Perfect Face?’, Discovery News, 26/04/2012.
  9. Christine E. Sleeter, Multicultural Education as Social Activism. Albany: Suny Press, 1996, 149.
  10. Práctica discriminatoria del sector bancario que mediante una línea roja imaginaria delimitaba los barrios habitados por etnias, como la afroamericana, y les negaba el acceso a préstamos hipotecarios [n. t.].
  11. A menos que se indique lo contrario, la información de la lista procede de Oxfam, An Economy for the 99%, informe, enero/2017, https://www. oxfam.org/en/research/economy-99.
    17. Índice de multimillonarios de Bloomberg, 2017, https://www. bloomberg.com/billionaires.
  12. World Bank, Annual gdp Rankings, informe, 2017, http://data.world- bank.org/data-catalog/gdp-ranking-table.
    19. Índice de multimillonarios de Bloomberg, cit.
  13. Véase nota 31, p. 71.
    21. Matthew F. Delmont, Why Busing Failed: Race, Media, and the National Resistance to School Desegregation. Oakland: University of California Press, 2016.
  14. Johnson y Shapiro, ‘Good Neighborhoods, Good Schools…’, art. cit.
  15. George S. Bridges y Sara Steen, ‘Racial Disparities in Official Assessments of Juvenile Offenders: Attributional Stereotypes as Mediating Mechanisms’, American Sociological Review 63, 4 (1998): 554-570.
    24. Kelly M. Hoffman, ‘Racial Bias in Pain Assessment and Treatment Recommendations, and False Beliefs About Biological Differences Between Blacks and Whites’, Proceedings of the National Academy of Science 113, 16 (2016): 4296-4301.
  16. Zeus Leonardo, ‘The Color of Supremacy: Beyond the Discourse of White Privilege’, Educational Philosophy and Theory 36, 2 (2004): 137- 152, publicado online el 9/01/2013.
  17. James Baldwin, respuesta a Paul Weiss, Dick Cavett Show, 1965, vídeo disponible en https://www.youtube.com/watch?v=_fzqq7o16yq.
    27. Casey J. Dawkins, ‘Recent Evidence on the Continuing Causes of Black-White Residential Segregation’, Journal of Urban Affairs 26, 3 (2004): 379-400; Johnson y Shapiro, ‘Good Neighborhoods, Good Schools’, art. cit.
  18. Amy Stuart Wells, citado en N. Hannah-Jones, ‘Choosing a School for My Daughter in a Segregated City’, New York Times Magazine, 9/06/2016, https://www.nytimes.com/2016/06/12/magazine/choosing-a-school-for- my-daughter-in-a-segregated-city.html.

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