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Fragilidad, vacío existencial y arte

La casa vacía. Texto de Pedro Casas. Coreografía de Jordi Vilaseca. Intérpretes: Begoña Martín, Ingrid Magrinyà, Maddi Ruiz de Loizaga, Ainhoa Usandizaga y Aritz López. Días 7 y 8 de julio de 2023 en Cuarta Pared.

La casa vacía es la tercera pieza de la compañía vasca Proyecto Larrúa que se puede ver en la sala Cuarta Pared en los últimos tres años, tras Otsoa y Ojo de buey. Y además es la segunda obra, junto con Otsoa, en la que esta compañía capitaneada por Jordi Vilaseca y Aritz López, que se define a sí misma como compañía de danza, utiliza la palabra; en ambas ocasiones los textos son del dramaturgo y director Pedro Casas.

Se trata de un espectáculo de danza-teatro (con gran peso textual) que habla del arte, de la dificultad de la mujer para ser artista en el siglo pasado, y del vacío existencial que deja la pérdida de un ser querido. Cuenta la historia de una artista fallecida recientemente, Lidia López de Olano, y consigue que los espectadores salgan del teatro con ganas de investigar sobre ella y que al mismo tiempo alberguen dudas sobre su existencia; el más cultivado pensará “¿de verdad existe y nunca he oído hablar de ella?”.

Mientras el público se va sentando y observa la imponente pared azul que tiene ante sí, cuatro bailarines cruzan el escenario preparando la escena para la grabación de un documental, de tal modo que se solapa este momento con el comienzo de la función. Dejan preparados en sendos trípodes una cámara de vídeo y un foco, y bailan una primera y breve pieza que ya va a marcar la tónica del espectáculo. Al poco irrumpe en escena una mujer, que pide perdón por llegar tarde. Se trata de Elisa Mendiguren, interpretada muy elegantemente y con mucha contención por Begoña Martín, que empieza contando a cámara su vinculación con la artista, de quien era asistente personal, amiga y compañera sentimental. De boca de Elisa vamos conociendo distintos datos de la vida de Lidia, como su matrimonio con un artista que sentía una profunda envidia por ella, o revivimos el día en que Elisa y Lidia se conocieron, en el ‘club de costura’, un grupo universitario que proponía encuentros con artistas. Ese primer día Elisa le dijo a Lidia algo tan directo como “su obra me parece la hostia”, y ahí empezó su relación.

Aunque reconoce que le cuesta mucho hablar de ella, Elisa sigue contando la historia de Lidia, mientras los cuatro bailarines, con su cuerpo y su voz, recrean las escenas, incluso las discusiones de pareja de ambas. Y son ellos cuatro también los que van modificando el espacio para que el rodaje del documental continúe, colocando la cámara en distintas posiciones; una de las veces, en un abrupto cambio de código, no es la cámara la que se usa, sino un móvil que graba a Elisa caminando al mismo tiempo que la imagen se proyecta sobre la pared azul.

Además, lo que completa el conocimiento que tenemos de la artista, y lo que le da una dimensión casi mágica a este montaje, son sus obras, ya sean de escultura o de pintura al óleo, que vemos recreadas por los intérpretes. Así, asistimos a imágenes maravillosas de las tres bailarinas, Ingrid Magrinyà, Maddi Ruiz de Loizaga y Ainhoa Usandizaga, que recuerdan a cuadros clásicos como Las tres gracias de Rubens o La danza de Matisse, y vivimos un momento onírico en que nos adentramos en una clase de pintura de desnudo al óleo con modelo incluido. Mientras tanto, vamos escuchando el título de las obras en la voz de Aritz López al micrófono y deseamos recordar ese título para buscar más tarde en Internet la obra original y poder comparar.

De Lidia López de Olano acabamos sabiendo muchas cosas, como por ejemplo que era una artista difícil de clasificar, ella misma no quería ser etiquetada, “las teorías y las etiquetas no sirven para nada”, decía. También conocemos la dificultad que las mujeres tenían para ser artistas en el siglo pasado. Y conocemos muchas de sus obras, incluida la última, La casa vacía, que además de dar título a esta propuesta, hace referencia a cómo se siente Elisa tras el fallecimiento de su pareja, veinte años mayor que ella. La casa vacía es un espacio frágil como el cuerpo de Lidia en sus últimos días (hermosa la escena de Elisa junto a Lidia enferma en la cama), frágil como esos momentos finales de la enfermedad en que el cuerpo de Lidia parecía el de una niña…

La apuesta estética de la función es de una belleza deslumbrante, con la escenografía de paredes azules de Enric Planas y el vestuario Xabier Mujika que resalta sobre el fondo azul, y todo ello ayudado por la iluminación de David Alcorta. El espacio sonoro de Luis Miguel Cobo está ajustado al milímetro a lo que sucede en escena, del mismo modo que los bailarines ejecutan limpiamente cada movimiento siguiendo la música, y es una delicia verles moverse. El delicado y frágil dúo final de Aritz López con Begoña Martín nos regala una impactante imagen para finalizar la función: la escultura Elisa, en mármol blanco, de 1991, el último gran regalo que le hizo Lidia. Elisa, desnuda sobre un pedestal, sola en el escenario, delicadamente iluminada, ve cómo, tras un largo rato, se va apagando la luz sobre ella para dar paso a un cálido aplauso de los asistentes que hizo que los artistas salieran a saludar varias veces.

¿La artista existió realmente? Durante poco más de una hora sí, hemos conocido su vida, el amor que su pareja sentía por ella, su lucha por triunfar con su arte en un mundo hostil… La casa vacía nos ha hecho viajar a museos, galerías de arte y exposiciones para ver la obra de una creadora y vivir toda la ebullición artística de la última mita del siglo XX; hayan existido o no esas obras, los que nos hemos sentado en la butaca de la Cuarta Pared las hemos visto, y eso es lo que cuenta.

@nico_guau

 

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