1. Tengo mala memoria, pero al menos soy consciente de mis olvidos. Freud pensaba que nada se olvida por casualidad. Si uno no recuerda el nombre de un pintor o de un conocido cantante, no es por poseer una facultad memorística deficiente, sino por un complejo mecanismo de autocensura. El mundo del inconsciente es en Freud un inmenso laberinto de calles repleto de arbitrarias señales de tráfico y de guardias con bigote que cada dos por tres imponen prohibiciones al incauto conductor. Para el psicoanalista, toda neurosis -así como todo olvido- tiene en el fondo una explicación racional y, por ello, una solución. Basta llegar a la raíz del problema mediante el uso de un buen callejero mental.
2. Mi problema es mi desmemoria, pero por más que me pongo a analizar los procesos mentales por los cuales olvido un nombre o una cita puntual, no hallo otra razón que mi mala memoria. En mis olvidos y en mis lapsus no creo yo que anide ningún trauma infantil o ninguna vergüenza o miedo que me obligue a censurarme. Olvido porque las conexiones sinápticas entre neuronas no deben funcionar en mi cerebro con la eficacia que yo más desearía.
3. Claro que la desmemoria puede ser a veces un buen mecanismo de defensa, especialmente cuando uno está en deuda con alguien o tiene la mala costumbre de ofender al que tiene al lado. A mí me ha pasado esto algunas veces, aunque no muchas, porque mis olvidos no son de orden vivencial, sino semántico. Olvido los términos de la ofensa, pero no la ofensa en sí ni el escenario en donde ocurrió.
4. La mucha memoria tiene sus ventajas, pero puede convertir a uno en un ser rencoroso. El rencor es como una espina clavada en la yema del dedo, que no nos deja tocar nada sin que sintamos en seguida una punzada de dolor.
5. Está claro que la memoria es nuestra identidad. Somos quiénes somos por lo que recordamos. Cierro los ojos y me vienen recuerdos de Valsaín, en un día soleado de junio, al inicio de nuestras vacaciones de verano. El valle está todo verde y el cielo azul. El olor a resina de los pinares es muy intenso. Siempre que pienso en Valsaín evoco de inmediato el olor a madera que viene del aserradero.
6. El proceso memorístico, nos dicen los expertos, tiene tres fases. Primero se codifica la percepción, luego se almacena en alguna parte de nuestro cerebro y, por último, se evoca. La evocación puede consistir en una vivencia, en la melodía de una canción o en un olor o sabor cualquiera.
7. La memoria es siempre pasado, pero el pasado no existe. ¿Cómo se puede evocar lo que no existe? ¿Y qué se evoca? Antes de la aparición de la fotografía o del fonógrafo, el hombre reproducía el pasado mediante la palabra o con dibujos más o menos fidedignos. Todo recuerdo era vago, fantasmal, como las escenas de un sueño. Sin embargo, poco a poco el pasado se va haciendo presencia mediante la reproducción visual y auditiva de nuestro entorno.
8. Podrá darse algún día la circunstancia de tener reproducido en imágenes y en sonido cada segundo de nuestra vida tal como nosotros quisimos verla y percibirla. No habrá entonces ya más lapsus ni más olvidos. No habrá tampoco mentiras. No habrá quizá imaginación. El desmemoriado como yo cerrará los ojos y se sentirá feliz de poder recordar y evocar instantáneamente cualquier vivencia y cualquier verso. Con Borges se podrá decir: “Solo una cosa no hay. Es el olvido”.