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Francisco: ¿un cisne negro profético?

 

La mayoría de los vaticanistas, como era de esperar, erraron en sus predicciones. Muchas de las informaciones que aparecieron en los diarios sobre la evolución del cónclave se demostraron descaradamente equivocadas. Una vez más los cardenales se salieron del guion y sorprendieron con su decisión. El arzobispo de Buenos Aires y jesuita Jorge Mario Bergoglio no aparecía en ninguna de las porras vaticanas. En la anterior elección, según parecen indicar algunas informaciones, había sido un protagonista conmovido por el apoyo de un número considerable de sus pares. Pero nadie –diga lo que se diga a posteriori– reconocía en el cardenal Bergoglio a un sucesor probable del ya emérito Benedicto XVI. Angelo Scola, Marc Oullet y Odilo Scherer encabezaban todas las apuestas y eran los papables mediáticos, pero como dice el dicho: «quien entra papa en la capilla Sixtina, sale siempre cardenal».

 

La elección del nuevo papa Francisco es, como diría Nassim Nicholas Taleb, un «cisne negro», un suceso improbable que seguramente tendrá unas significativas consecuencias en la Iglesia católica durante los próximos años. Sin embargo, no pretendo hacer de visionario. Sólo el paso del tiempo nos dirá hacia dónde nos encaminamos. Eso sí, tendremos que estar atentos a sus decisiones. ¿Quién va a ser su «número dos»? El nombramiento de su secretario de Estado atraerá la atención mediática (no pierdan de vista al uruguayo Guzmán Carriquiry, muy cercano al nuevo papa, que fue el laico con el que sorprendió Benedicto XVI como inédito secretario de la Comisión Pontificia para América Latina). Francisco necesitará del apoyo de muchos para reformar una curia que aún mantiene muchos de los vicios de gobierno que se asentaron en los últimos años de vida de Juan Pablo II. Hay pocas dudas de que Benedicto XVI remarcó los principales problemas a los que se tenía que enfrentar su sucesor. Y el cardenal Bergoglio ha destacado por su alejamiento de los centros de poder curial. Por tanto, quizá se apoye en nombres de algunos de los reconocidos papables que mantienen un perfil más cercano a la curia, como el canadiense Ouellet o el brasileño Scherer, o un todoterreno que ha respondido siempre magníficamente en sus labores, como Gianfranco Ravasi.   

 

Quizá la necesidad de la reforma de la curia ha favorecido el consenso en torno a su figura por parte de un numeroso grupo de cardenales, especialmente asiáticos, latinoamericanos o africanos, que no se han encontrado con la suficiente atención por parte de algunos de los principales órganos de gobierno. ¿Vieron en él también una solución curiales hartos de sus propias luchas internas y de la mala imagen que se han ganado incluso entre sus propios compañeros de viaje? Más allá de las diferencias lógicas de personalidad, Francisco continuará el camino abierto por Benedicto XVI. De hecho, parece evidente que el nuevo papa contó con el apoyo de los cardenales ratzingerianos. Y esta es una buena ocasión para remarcar la imposibilidad de enmarcar a los cardenales (y no solamente) en una clasificación plana entre progresistas y conservadores. La gran mayoría de ellos encierran opiniones y contradicciones que los convierten en figuras mucho más ricas de lo que pensamos y nos transmiten los medios de comunicación (aunque ya tendremos ocasión de hablar sobre sus posicionamientos y su pasado, que tanto interés tienen en manchar algunos).

 

La primera aparición de Francisco fue toda una declaración de intenciones. La elección del nombre por san Francisco de Asís, la sencillez de su vestimenta rompiendo con la tradición, la centralidad de la oración, sus palabras en sus dos primeros días de misión o su comportamiento ante al cardenal Bernard Law, por su encubrimiento de los casos de pederastia (según parece, el Vaticano ha negado que se produjera realmente este hecho), son signos que le delatan y marcarán su pontificado. Si el del papa Juan Pablo II estuvo marcado por su carácter martirial, su intención de dar testimonio hasta el final, y el de Benedicto XVI por su perfil de sabio y maestro profundo, parece evidente que Francisco se va a encaminar hacia el modelo profético del Antiguo Testamento. O, lo que es lo mismo, entrar de lleno en la realidad del catolicismo para revelar lo que está pasando, para denunciar cuanto sea preciso, para interaccionar con todos y recordar que el futuro está abierto. Tres modelos para un mismo mensaje que demuestra la pluralidad constitutiva y la intensa riqueza de un catolicismo que sigue creciendo en el mundo del siglo XXI.

 

Sigo creyendo que el posconcilio ha terminado. Nace una nueva época en la historia de la Iglesia católica, pero no se confundan, decir «nace una nueva época» no es entrar en valoraciones sobre el posconcilio. Las tensiones entre las diversas formas de entender la Iglesia se mantendrán, los problemas seguirán estando en la agenda y lo central no variará. La renuncia de Benedicto XVI marcó un antes y un después, y ésta elección parece indicarlo. Con todo, los próximos acontecimientos nos demostrarán si estoy equivocado. 

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