Los antiguos maestros de esta ciencia- dijo- prometían cosas imposibles, y no llevaban nada a cabo. Los científicos modernos prometen muy poco; saben que los metales no se pueden transmutar, y que el elixir de la vida es una ilusión. Pero estos filósofos, cuyas manos parecen hechas tan sólo para escrutar con el microscopio o el crisol, han conseguido milagros. Conocen hasta las más recónditas intimidades de la naturaleza y demuestran cómo funciona en sus escondrijos. Saben del firmamento, de cómo circula la sangre y de la naturaleza del aire que respiramos. Poseen nuevos y casi ilimitados poderes; pueden dominar el trueno, imitar terremotos e incluso parodiar el mundo invisible con su propia sombra.
La historia de la escritura de este libro es conocida y más o menos me la invento al recordarla así: Mary Shelley y su marido fueron a visitar a Lord Byron. Como hacía muy mal tiempo y tenían que quedarse en casa decidieron escribir cada uno una historia de terror. Al día siguiente el tiempo se arregló y los hombres salieron a cazar y a pasear; la mujer, menos partidaria del cambio de planes, se quedo y escribió Frankenstein o El moderno prometeo. Esta mayor constancia de las mujeres respecto de los hombres es la que hace que ya no existan jueces menores de 45 años prácticamente y en general dominen las mujeres en todas las oposiciones. El hombre que triunfa en las oposiciones es visto como un sospechoso, como esos hombres que bailan bien y en serio, de los que nadie se fía.
El libro se publicó en 1818, una época sólo superada por los primeros veinte años del siglo XX en cuanto a trepidante e interesante cambio de paradigma en el mundo científico.
La moraleja del texto es: para triunfar no basta con ser ambicioso, hay que tener objetivo concretos y chiquititos, tanto en la ciencia como en la vida