Franzen y Dee

¡Albricias, un escritor en la portada de la revista Time! 

       Este parece ser el dato más repetido en los innumerables artículos referidos a Jonatahn Franzen y su última novela Freedom (Libertad). Posee el hombre una frente despejada, ligeramente hundida, la mirada profunda protegida por unas finas gafas negras, el mentón marcado, los labios carnosos… Podría tratarse de un apuesto actor de cine, pero es el rostro de Jonathan Franzen (Chicago,1959), que ha vendido más de dos millones de ejemplares de su última novela.

      El fenómeno Franzen, tras dos obras –The Twenty Seven City (La ciudad veintisiete) y Strong Motion (Movimiento fuerte), que pasaron sin pena ni gloria, comenzó en el año 2001 tras la publicación de Las correcciones, que mereció el Premio Nacional de Literatura (National Award for Fiction 2001,de Estados Unidos).

       Esta disparatada y divertidísima novela sobre la familia Lambert gira en torno a las dificultades de una madre para reunir a sus hijos en Navidad. Ese natural deseo matero se convierte en obsesión para ella y en empresa complicada, dados los difíciles momentos que atraviesan sus tres hijos, por muy diversos motivos.

      La familia Lambert representa a la sociedad americana de finales de los años noventa. Una sociedad estrictamente materialista donde los valores morales y las tradiciones no importan, porque no sirven para ganar dinero. El título recuerda a Los reconocimientos, de William Gaddis y no es por causalidad. La extraordinaria inteligencia de Franzen tiene previsto hasta el detalle más insignificante. La extensión de la obra y la ambición de perdurar es compartida por ambos escritores. Sin embargo, Jonatahn Franzen no pierde de vista su finalidad de entretener al lector. El humor se halla presente a lo largo de las 567 páginas. Las aventuras de Chip en Lituania, donde se dedica a defraudar a inversores americanos por internet, son una buena muestra de ello.

      La editorial Farrar Straus & Giroux publicó Las correciones unos pocos días antes del atentado terrorista más letal ocurrido jamás en suelo americano. Menciono este asunto porque la sociedad  que retrata Franzen en Las correcciones es la anterior al 11 de septiembre de 2001. Casi diez años después publica Freedom, y la sociedad que dibuja es otra, posterior a los atentados. Cualquier lector avispado advierte el cambio. Los historiadores deberían leer a Franzen y aprehender su sensibilidad y eficacia a la hora de captar, mediante unos personajes apasionantes, un tiempo y un lugar determinados. Otra de las

grandes virtudes de este escritor es, como alguien ha dicho, su capacidad para iluminar el presente.

        Ambas novelas versan sobre familias con extensos capítulos dedicados a un personaje en concreto. La diferencia, aparte de la temporal, anteriormente reseñada, estriba en la intención del autor. Como el mismo reconoce, escribió Las correcciones como si se tratara de una comedia, donde los personajes se engañan a sí mismos para sobrellevar sus vidas miserables. En su último trabajo los personajes no se engañan, simplemente no prestan atención a sus vidas.

         La libertad trata sobre la familia Berglunds: Patti, Walter, y sus hijos. Tiene también un importante papel el enigmático Richard Katz, amigo íntimo de Walter y amante ocasional de Patti. El drama, por tanto, está servido. Algún crítico ha querido ver en el personaje de Katz el alter ego del propio Franzen, pero se trata de una conjetura difícil de confirmar. Esta obra es asimismo un homenaje a los pájaros, cuya presencia a lo largo de toda la obra confirma la pasión del autor por la ornitología. En una colaboración reciente del autor en la revista The New Yorker, nos cuenta su viaje a Masafuera, una isla remota de Chile donde se refugió tras la extenuante presentación de su novela. El motivo de su elección era poder observar a un extraño pájaro, el rayadito, que habita esta isla desierta.  Entre su equipaje, la novela Robinson Crusoe y parte de las cenizas de su amigo David Foster Wallace. El extenso artículo, como no podía ser de otra manera, relata sus solitarias aventuras para observar el rayadito, que no llegó a ver, y aprovecha para explayarse en reflexiones literarias, además de razonar el suicidio de su gran amigo. Compara la experiencia de escribir una novela con el hecho de soñar despierto y vuelve a confirmar que la misión principal del novelista, que éste nunca debe olvidar, es entretener, enganchar al lector.

       La novela abre con un primer párrafo magistral, donde el autor nos pone en antecedentes sobre los problemas de Walter. Sus antiguos vecinos no se explican cómo un ecologista convencido y responsable, que utilizaba la bicicleta como medio de trasporte, podía, dos años después, como publicaba The New York Times, trabajar para una empresa de carbón involucrada en la tala indiscriminada de árboles de un terreno virgen.

       La novela transcurre multidireccionalmente en todos los ámbitos de la vida, pero se detiene en Patti. Esposa de Walter, madre de dos hijos, responsable y perfeccionista, se plantea por ejemplo volver a usar pañales de algodón para evitar tener que recurrir a la celulosa. 

      Al llegar a los cuarenta y tantos, la vida de Patti se tambalea:

     “Todo lo que conseguía con su libertad y sus decisiones

era patético”.

      Por mor de la historia, esta pareja afable, enamorada y ecologista se convierte en la antítesis de su proyecto vital y sufre tremendos bandazos; la traición y el desamor se instalan en sus vidas.

     El título escogido por  Franzen demuestra una considerable dosis de cinismo. ¿Por qué Freedom? Creo que encierra un doble sentido de libertad y de esclavitud. Libres para cometer errores; esclavos de las circunstancias, de la vida misma.

       Lo que más llama la atención de sus dos últimos trabajos es su capacidad para encandilar al lector. La historia seduce, sus vueltas de tuerca nos mantienen en vilo y pasamos página tras página para ver qué ocurre con los personajes, maravillosamente trazados dentro de una estructura prodigiosa, que nos sorprende a cada paso.

        Como dijo Saul Bellow en su discurso tras recibir el premio Nobel en 1976 , cuando se abre una buena novela se entra en un estado de intimidad con el escritor. Se oye una voz, o lo que es más importante, un tono individual bajo las palabras. Ese tono no se identifica con el nombre del autor sino más bien con una cualidad humana diferente y única.

      Intentar hacer conjeturas acerca del alma de Franzen me parece muy arriesgado, así que me ceñiré al tono. La voz de sus novelas se muestra irónica, peculiar, con un gran sentido del humor, pero sobre todo profundamente contemporánea. Freedom (2010), como The Corrections (2001), demuestra la extraordinaria inteligencia abarcadora del autor, sin perder nunca de vista el propósito fundamental de la novela, entretener.

       La última novela de Jonathan Dee, Los privilegiados (The Privileges, Random House, 2010), también ha causado un considerable revuelo en el mundo literario anglosajón. Aplaudida por la prensa especializada a ambos lados del Atlántico y por colegas como el propio Franzen, Richard Ford y Jay McInerney, esta obra no deja a nadie indiferente.

        Practicamente un desconocido hasta ahora, Jonathan Dee enseña escritura creativa en la Universidad de Columbia y en el New School de Nueva York y forma parte del equipo de la revista dominical del New York Times.

       Los privilegiados es su quinta novela, precedida por la ambiciosa Palladio (2002), recientemente publicada en el Reino Unidon (Corsair 2011), que merece un comentario.

       Si la comparamos con The Privileges podría parecer que no tienen nada en común, excepto esa prosa elegante y pausada de Dee, en la que nunca se apunta con el dedo del narrador al culpable, sino más bien se explica y justifica todo, hasta los actos más terribles. Con apenas 16 años, Molly mantiene una relación con un hombre casado a cuyos hijos cuida. En ningún momento se plantea el daño que pueda causar a terceras personas, simplemente está haciendo un favor a quien la corteja y de paso instruyéndose en las prácticas sexuales. Sin embargo parece que este suceso marcará a la protagonista de por vida. Como en el caso de Franzen, los personajes  de Dee parecen vivir en un estado de ensoñación permanente, como si lo que les está ocurriendo no fuera con ellos. Un caso evidente es la madre de Molly, una auténtica muerta en vida, hasta el punto de que pensamos que ha perdido la razón. Palladio es una novela extraña, con tintes políticos, sobre el amor y la cultura consumista de la que no hay escapatoria posible. En la primera parte conocemos a la familia de Molly, que llamaríamos  disfuncional, ese calificativo absurdo que tanto gusta a los americanos y que viene a significar que no hay comunicación ni cariño. El personaje de Molly resulta misterioso y hasta poco verosímil. Huye del amor y de la promesa de estabilidad. Tras el escándalo en el pueblo decadente en el que vive, escapa a Berkeley, donde la acoge su hermano. Allí, sin dinero para estudiar, asiste de oyente a algunas clases de arte donde conoce a John, que se enamora locamente de ella. Viven juntos hasta que ella regresa al hogar familiar a causa de la enfermedad de su padre. Pero desaparecerá sin dejar rastro. Diez años más tarde, vuelven a encontrarse. La  herida de amor vuelve a sangrar y esta a vez a borbotones, cuando Molly se convierte en la novia de su jefe.  John es la mano derecha de Mal Osbourne, un visionario de la publicidad que crea Palladio, empresa innovadora que contrata artistas para idear sus mensajes publicitarios. Dee escarba en lo más misterioso de la  naturaleza humana, el sexo, las relaciones de poder implícitas en el acto sexual y el lado oscuro del amor.

        En la tercera y última parte la narración se ve interrumpida por mensajes publicitarios subversivos que recuerdan a los coros que Belén Gopegui insertaba en su novela Lo real. De hecho, la obra termina con uno de ellos. Veamos un ejemplo:

 

*Mensaje*

Estás perdonado

Un amigo es alguien a quien conoces, alguien en quien puedes confiar. Una marca es un poco igual. Conoces a este amigo a través de la publicidad… Sin la publicidad, ¿cómo reconocerías a tus amigos?

Estás perdonado, perdonado, perdonado

¡ESTAIS TODOS PERDONADOS!

 

        Los privilegiados es una novela sorprendente sobre el meteórico ascenso social y económico de la familia Morey.

         Debería tener un castigo esa fortuna inconmensurable que han amasado mediante técnicas fraudulentas, pero el autor no lo cuenta. Tratas de imaginar a Cinthia y Adam sin avión, empleados, mansiones y pasas rápido las páginas para llegar al momento de su caída, que no llega. Tampoco averiguamos qué le ocurre a su hijo tras pasar varios días secuestrado por un artista loco. Esta legítima decisión del autor ha provocado algunas criticas.

        La novela comienza el día de su boda, un primer capítulo memorable que nos pone en antecedentes sobre  las familias y amigos de ambos. Termina cerca de 25 años después, sus hijos son mayores y los problemas, otros. Al retratar a las clases altas, Dee ha sido comparado con Tom Wolfe y con Scott Fitzgerald. Sin embargo, en Fitzgerald se relata la caída y Wolfe no se identifica con sus protagonistas. Pero Dee si parece simpatizar y hasta algunos pensarán que los justifica (no es mi caso).

        En la crítica que publicó en The New York Times, Roxana Robinson se pregunta: ¿Se puede estudiar la vida moral de alguien que carece de ella?

     ¿Puede alguien sin moral tener una vida moral? Merece la pena vivir sin moral?

      La respuesta a estas preguntas merecería un artículo de Aurelio Arteta, colaborador de FronteraD.

       La absoluta falta de moralidad de sus protagonistas acaba teniendo el efecto contrario en el lector. Mediante la ficción, Dee ha logrado, a base de mostrar la perfidia y el engaño, una profunda reflexión sobre la moralidad en las llamadas sociedades avanzadas del siglo XXI. No todo el mundo coincidirá conmigo en este punto. Sin embargo un lector atento de esta obra maestra, desde mi punto de vista, percibirá la sutil ironía que subyace en todo el texto. En cualquier caso, deberíamos haber superado la época de las novelas ejemplares. Una obra de arte, como la que nos ocupa, puede elegir no dar una lección a la sociedad. La cuestión de fondo es la de siempre: ¿para qué sirve la literatura?

       Marjorie Garber, en su reciente ensayo Use and Abuse of Literature (Pantheon, Nueva York, 2011), trata de demostrar la utilidad de la lectura y de la literatura, no como instrumento de control moral o cultural, si no más bien como un modo de pensar:

     “Así considerada se explicaria el por qué la lectura, no el leer por encima para encontrar la información o el argumento (o las partes sexis o buenas o las revelaciones políticas), sea algo tan difícil y el por qué la propia inutilidad de la literatura es su cualidad más valiosa y profunda”.

       Hemos comentado de forma breve cuatro novelas, desvelado unos pocos secretos, pero lo que no podemos compartir, como el dolor, es el placer experimentado con su lectura. Franzen y Dee son americanos, viven o pasan grandes temporadas en Nueva York, ambos retratan la sociedad contemporánea de consumo y el desencanto. Sus estilos  son muy distintos. La voz intransferible, personal y seductora de cada uno de ellos, demuestra su compromiso con la literatura.

       Una última reflexión, que bien podría ser la primera. A finales del siglo pasado, los pensadores en alza, Alain Robbe-Grillet y sus acólitos, anunciaban la muerte del hombre y por tanto la desaparición de los personajes y por ende, de la novela. No éramos más que multiplicidades en un tejido social o de redes que no llevaba a ninguna parte. El merecido éxito de estas importantes obras confirma lo contrario, una vuelta al individuo como valor en alza, una vuelta a lo tremendamente humano, que no parece ser otra cosa que la debilidad.

 

 

Victoria Fernández-Cuesta es editora de FroteraD

 

 


Salir de la versión móvil