Un día me llamaron de un sitio para ver si quería ponerme a analizar cosas, nótese el tono sutil con el que indico que no precisaré nunca quien era el autor de la llamada…, y yo, que llevo los últimos 30 años de mi vida analizándolo todo, las etiquetas de los yogures, el horóscopo, la forma tan sexy en que me aprieta el sujetador las tetas y en alguna noche gloriosa incluso el subconsciente, dije que sí sin dudar.
Me citaron en un edificio estatal gris rodeado de alambradas y cámaras de vigilancia bajo la promesa de que jamás revelaría que se trataba de un complejo militar. Eran las 8 de la mañana de una fría mañana de invierno. Apenas había dormido y a mí alrededor solo veía a hombres fornidos y rapados con aspecto de poder matar a un león a pedradas y a los que no concebía nada que pudiese unirme salvo el error de haber nacido.
Un hombre de traje amenazó con volar la tapa de los sesos del primero que osara introducir un móvil en la sala y repartió a continuación las pruebas de idiomas. Solo recuperé cierta tranquilidad al comprobar que para el audio en inglés habían elegido una conversación sobre cremas. Con aire de superioridad estiré al fin el cuello mirando con desprecio a los musculitos que a mi lado acumulaban papeles y papeles demostrando su valía como paracaidistas, nadadores, pilotos, jinetes, tiradores al plato o expertos en armas. Con las cremas iban bien jodidos… Proseguimos con un texto en alemán sobre las reformas que había emprendido el Ayuntamiento de Colonia para mejorar su zoológico. Una narrativa sugerente, atractiva, seductora, en la línea de los grandes momentos deparados por un Kant o un Heidegger erectos ante el dios germano concepto. Después de refrescar en mi memoria palabras como andamio, dintel o encofrado pasamos a una tortura solo posible de idear por una mente soviética: un texto sobre vacunas en el que dado mi pobre ruso nunca logré entender si el científico ruso había encontrado una vacuna que servía para algo o servía para algo porque con ella podían eliminarse quien dice partículas dañinas dice personas… Tampoco existía mucha diferencia en el imaginario ruso.
Nos dejaron salir a mear. Una máquina de café daba el preciado líquido solo a cambio de 27 céntimos exactos. Detrás de la medida solo podía haber una cabeza tan brillante como la que mandaba a Beirut a expertos en inteligencia capaces de farfullar “Garçon un cubata” hasta en seis idiomas distintos y poca cosa más. Nadie se atrevía a intercambiar ni una miserable palabra, ignorantes los tíos de que nada despista más que presentarse con un garboso “Hola, buenas, soy Zutano, el espía de la embajada”…
Como si no hubiésemos pasado las suficientes horas allí, los que aún resistíamos comprobamos aterrados que a continuación distribuían pliegos de hojas y se solicitaba la redacción de una semana normal de tu vida. Recordé entonces al jefe, deteniéndose en el arcén de cualquier pueblo del Líbano profundo para echar un casquete con una fiera nativa como quien para en una gasolinera a comprar chicles, pensé en ese compañero que viaja con una sierra en el coche esperando el momento oportuno para robar de los caminos cristianos una hornacina con la virgen que añadir a su colección particular, me acordé del ejemplar estudio de mercado realizado por un amigo que ha fornicado con las 18 confesiones religiosas de este país para poder hablar con propiedad y me vi, sobre todo, a mi misma levantando los pies mientras la esclava etíope friega el suelo por 5 euros, bebiendo vodka adulterado a dos manos en el happy hour, negociando la ilegalidad de todos mis permisos de residencia y trabajo, probándome vestidos de zorra en ese prodigio para blanquear dinero que es el Aishti, preguntándome cómo acabé aquí, constatando que lo exótico, lo diferente a uno solo funciona como distracción, intentando, como todos, dar un estúpido barniz de éxito, coherencia y racionalidad al caos más absoluto de sentimientos y pensamientos que ha supuesto Beirut.
Releí mis respuestas a una desconcertante prueba en la que se solicitaba que, hasta en 40 ocasiones, te definieras con un Yo soy.
Yo soy… vaya usted a saber…
Nunca me cogieron.