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Frontera no es nombre de mujer

 

 

Isidora en los años treinta; Marisa en los cincuenta; Demelza, que en los setenta era protagonista de telenovela; Leticia, escrito desde los ochenta sin zeta; y Elena, tan sólo desde enero. Al contrario que Carmen, que se quedó en los noventa. Cristina, Lidia y Bea. Sole o Eva. Raquel, Sara o Esther. Judith o Victoria. Y lectoras como María José, Lola, Montse o Mónica, a la que no conozco, pero que hace un par de semanas me contó que cada jueves le calmamos “un poco el corazón” con una fotografía y ciento ochenta y tres palabras. También Laura o María. Y Angustias, aunque tenga por piel la madera de otro siglo. O aquellas que busquen su nombre, no lo encuentren, se enfurruñen y me lo perdonen. Pero no Santiago. Porque Santiago no es nombre de mujer. Sí lo es Salomé, su madre, que en la rúa Nova de Compostela tiene forma de iglesia y no hay ninguna otra en España. Pronto llegará el verano y quiero escribir un día desde Oporto. Las fronteras más difíciles de cruzar no son a menudo las ficticias.

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