Siempre que voy a Galicia me sorprenden algunas palabras; en mi zona –costa da Morte- a veces tengo la sensación de que hablan latín (cuando hablan gallego, que es casi siempre). Dicen los cativos –por los niños-, dicen parvo/a, que ha acabado significando algo así como bobo/a aunque en latín sea pequeño; también dicen a agra cuando hablan del campo. Esta vez tengo dos nuevas (para mí) que me han gustado mucho: botar unha soneca, es algo así como echar una cabezadita, y fillotar, quiere decir “echar hijos”; en este caso referido a las ramas de un pavieiro o árbol de pavías (no confundir con pexegos –albaricoque bravío-, ni melocotones, ni paraguayos…) que tengo –si es que se puede poseer un árbol- y que está muy viejito, pero que un jardinero me aseguró que iba a fillotar seguro si lo cortábamos por tal y tal rama. La pavía es una maravilla de fruta, hoy casi desaparecida y muy difícil de reproducir.
Cuando yo era pequeña y en los largos veranos dedicábamos bastantes esfuerzos a robar fruta, la pavía era la más valorada, y la que nos proporcionaba más persecuciones enfurecidas por parte del propietario del huerto. Pero nosotros teníamos todo el bosque animado de Cecebre para escapar y reírnos. Hoy se lleva parte de mi cosecha una anciana encorvada y con bastón, sabedora de aquella ley no escrita (¿?) que dice que las ramas que sobresalen de una propiedad son de dominio público…
Y por seguir con la cosa galaica, me encontré con la expresión “segunda-feira” –queriendo decir lunes- en un correo de la asociación de defensa del románico gallego O sorriso de Daniel, de la que soy socia entusiasta. No sé si recordarán que el profeta Daniel es el único de todo el Pórtico de la Gloria que sonríe, y hay muchas leyendas sobre el porqué de su sonrisa.
Los de O sorriso son un grupo estupendo que está rescatando, sólo con sus propias fuerzas –en sentido literal-, cantidad de joyas del románico rural que están sepultadas bajo las zarzas y el olvido de las instituciones públicas y de la Iglesia. Ellos convocan y se van para allá con desbrozadoras y otros instrumentos, con comida y bebida y cámaras de vídeo y se pasan el tiempo que haga falta para dejar a la vista la iglesia, el ábside o la pila bautismal abandonados; luego difunden el trabajo para llamar la atención del público. Por supuesto, antes de hacerlo movilizan lo que pueden a las fuerzas vivas del lugar para que hagan suyo lo rescatado y lo mantengan.
El caso es que me llamó la atención ese lusismo, porque yo no creo en los fórceps aplicados a las lenguas. No veo lógico que se pretenda desterrar la semana dicha en gallego tradicional: luns, martes, mércores, xoves, venres, sábado, domingo. Bueno, pues nada, como conviene mucho a la supervivencia del gallego arrimarse al portugués, ahora me va usted a empezar a decir segunda-feira, terça-feira, quarta-feira… La historia no pasa en vano, para las lenguas tampoco. Aunque está feo citarse a una misma, ya en la página 124 de mi librillo 100 Lenguas est@fadas contaba yo lo que piensa el escritor y galleguista (y nacionalista) Xosé Luis Méndez Ferrín del llamado “reintegracionismo”, y ahí va: “El reintegracionismo forma parte de esa tendencia suicida de negarse a sí mismos, negar la existencia del idioma y del país. Ser gallego es algo incómodo, trabajoso, mejor ser otra cosa, grande a ser posible”.