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Fucking idiot

 

Su nombre podría empezar por A. Como podría hacerlo por Z, de zoquete. O por P, de su putamadre. Si, así empezamos este post de principios de septiembre: con las pilas bien cargadas. Pero volvamos al nombre del sujeto y, por una vez, anuncio que lo que se relatará a continuación e vero. No vaya a ser que os penséis que ha salido de esta cabecita loca. No, no: son estas cosas que me pasan. Yo creo que solo a mí. Y además me pasó en una semana de agosto en la que creo que el karma me llevaba a desencuentros con los tíos. Uno tras otro. Tanta acumulación hubo que un día llegué a mi casa y tuve que poner a Extremoduro a toda pastilla (en concreto, Iros a tomar por culo. No, vosotros no, que es el título del álbum del grupo placentino) para evitar tener que matar a alguien. Yo es que cuando quiero matar y no puedo, porque está feo y esas cosas, escucho a Extremoduro. Pues eso, que esto que voy a contar me pasó en esta semana que ya acumulaba varias situaciones paranormales dignas de Cuarto Milenio…


¿Os acordáis de aquel post sobre los guarriporters y sus chalecos de bolsillos para guardarse el ego? Bueno, pues como no es bueno ser tan dogmático y no moverse ni un ápice de su posición, decidí probar de nuevo. No es que yo lo meditase: es que la vida puso en mi camino a otro sujeto proveniente del mundo gráfico: léase fotero, reportero de guerra, cameraman… Pues eso.

 

Ya habíamos coincidido en el pasado, pero en esta ocasión hubo un intercambio de comentarios sobre sexo, lo que a mí me permitió escribirle un par de meses después. La excusa es lo de menos.

 

El chico estaba muy bien y él lo sabía. Lo sabía y se gustaba. A mí eso como que me importaba una mierda. Total, yo lo quería para echar un polvo no más, que no para ir a ver películas en VO. Así que tiré la caña, con uno de estos mensajes ambiguos que parece que sí pero que el destinatario no lo puede saber a ciencia cierta… Y él respondió a saco. Así que empezamos con un intercambio de mensajitos que cada vez subía más de tono, para al final, invitarle a venir a casa.

 

¿Cuándo quieres que vaya? Me pregunta.

Pues ahora. En unas horas.

Joder, mira que yo soy impulsivo, pero anda que tú (hombre, si quieres quedamos en la próxima temporada que reproduzcan Verano Azul. Ya si tal…). ¿Qué te vas a poner para esperarme: ropa interior sexy, buen perfume, unas medias?

 

A ver. Queridos lectores. Unas medias que me pide. A las once de la noche de un día cualquiera de agosto en Madrid. Con 38 grados de media en el día y sin poder respirar por la noche. Pues mira, no. No me voy a poner unas medias, solo faltaba. Ni me voy a maquillar tampoco. Que si quieres una prostituta de lujo vestida de ropa cara, pues chico, eso se paga. Joder, tanto pedir.

 

Oye, ¿el de la foto eres tú? Joder, vaya piernas tienes…

Pff y cuando veas el culo… Y otras cosas que te van a gustar más. Me dice el angelito. Y yo en este momento le recuerdo que se traiga si eso el chaleco de fotógrafo de bolsillos, pero el que tiene tamaño XL, porque parece que lleva el ego muy grandecito…

 

Y pasaban los segundos, los minutos y las horas y el señorito no se acababa de acercar a casa.

 

Oye, ¿vienes o qué al final? (le dije yo, que se me reconoce sobre todo por mi mano izquierda y lo disimulada que soy)

Es que tengo dudas.

¿Dudas? Pero si llevas ya 3 horas calentándome. ¿Qué dudas?

Es que tengo novia.

 

Llegados a este punto, permitidme una reflexión. A ver, ¿he preguntado yo por su novia o por su puta madre? No. ¿Me interesa a mí esta información? No, decididamente no. Entonces, ¿para qué cojones me lo dice?

 

¿Que tienes novia? Y, ¿por qué me lo dices, qué quieres, traértela y que hagamos un ménage à trois?

No. Es que me da miedo que mañana me des la brasa.

 

Perdonadme otro inciso. Que yo le dé la brasa. Yo. Que paso ampliamente de complicarme la vida. Yo. Este debe pensar que está tan rematadamente bueno que todas le queremos complicar la vida al día siguiente del polvo, llamándolo para pedir más. Proponiéndole amor eterno y solicitando tener 10 hijos con él…

 

¿La brasa yo? A ver si me la vas a dar tú. Le dije, que para chula, yo, no te jode.

 

Total, que al final se viene a casa.

 

¿Quieres tomar algo, un refresco, una cerveza?

No, no. No quiero socializar, los dos sabemos lo que queremos.

 

Pues ea, venga, al toro. Y me desnuda en cero coma en la habitación. Y se desnuda raudo. Y nos comemos los morros y me come las tetas.

 

¿Has traído condones?

No. Es que no me gustan los condones.

 

Otro. Otro que va repartiendo ETS a diestro y siniestro. Menos mal que me patrocina Control y allí estaba yo sacando la cajita. De los de sabores además, venga, a lo loco. Y cuando me la va a meter de repente se para y me dice:

 

Es que no puedo.

¿Cómo que no puedes? ¿Que se te ha bajado un poco por el condón? No te preocupes, eso se pasa. No le des más vueltas y sigamos. Le digo yo desde mi posición de abajo.

No, no. Que no puedo. Que no voy a poder.

¿Perdona? Pregunto yo incrédula.

 

Se le acaba de ir la cabeza y me dice que estas cosas ya no puede, y me dice si lo voy a contar en el blog y le digo que no, que no soy tan hijaputa. Y se va corriendo, y lo de correr no es un eufemismo. Y me quedo yo allí con el calentón, desnudita en la cama. Menos mal que no me había puesto las medias, al menos…

 

Diréis, qué hijaputa que finalmente lo cuenta. Pues no: la que me dio la brasa días después fue su novia, o su amante o lo que fuera. Que sospechó o imaginó algo. Y me frió a mensajes. Y yo me veía como en un remake barato de Atracción fatal, pero siendo yo el conejo y nunca mejor dicho.

 

Y, ¿por qué lo cuento? No porque él me dejase sin el polvo. Eso es lo de menos. Sino porque cuando lo llamé para decir que por favor hablase con esta chica para que me dejase tranquila, ni me respondió al teléfono. Ni tuvo las agallas de devolverme la llamada. Si cuando yo os digo que la elegancia está en números rojos. Y las agallas también, de paso. Yo solo digo una cosa: si tienes novia, ¿para qué te metes en fregaos con los que no tenemos compromiso alguno? Fucking idiot.

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