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AcordeónFuego profético negro

Fuego profético negro

Noble naturaleza
La del que a alzar se atreve
Ojos mortales contra
El destino común, y francamente,
Sin negar lo que es cierto,
Confiesa el mal que en su suerte le fue dado,
Su estado bajo y débil;
La del que fuerte y grande
Se muestra en el sufrir…

Giacomo Leopardi

soplan vientos de cambio
lo sé por los revolucionarios y en especial por el pueblo:
los condenados de esta tierra
serán libres

Ericka Huggins

 

¿Por qué necesitamos hablar sobre el fuego profético negro?

 

La introducción de Cornell West

¿Somos testigos de la extinción del fuego profético negro? ¿Vivimos el fin de la tradición profética negra en Norteamérica? ¿Han dejado de vibrar en nuestras almas las grandes figuras proféticas, los grandes movimientos sociales? ¿Acaso hemos olvidado lo sublime que es arder por la justicia? Estas son algunas de las cuestiones que abordo en este libro.

Desde el asesinato de Martin Luther King Jr., no cabe duda de que algo ha muerto en la Norteamérica negra. Las últimas grandes tentativas por alcanzar el triunfo colectivo negro se inspiraron en las revueltas masivas en respuesta al asesinato de Dr. King. Sin embargo, estas heroicas acciones han tropezado con una creciente represión y astutas estrategias de cooptación por parte de los poderes fácticos. La fundamental transformación de la conciencia colectiva en una individualista no solo aumenta la sensación de derrota colectiva negra, sino que también deja traslucir la adhesión negra al sugestivo mito del individualismo norteamericano. Hubo un tiempo en que la gente negra le concedía gran importancia a servir a la comunidad, ayudar a los demás y deleitarse en su empoderamiento; hoy la mayoría se entrega a empresas individualistas en busca de riqueza, salud y posición social. Hubo un tiempo en que la gente negra practicaba la potente tradición profética de alzar todas y cada una de las voces; hoy la mayoría solo quiere llenarse los bolsillos. Las grandes fortunas rigen la sociedad norteamericana, y la cultura norteamericana es un estilo de vida obsesionado con el dinero. Esto es cierto para todas las sociedades y culturas capitalistas del mundo. La tradición profética negra, así como la de otros grupos, constituye un fuerte contrapoder frente a esta tendencia de nuestro tiempo. La integridad no puede rebajarse a la codicia, la codicia no puede rebajarse a estratagema, y la justicia no puede rebajarse al precio de mercado. El principal objetivo de este libro es resucitar el fuego profético negro, especialmente entre los jóvenes. Mi propósito es revitalizar la tradición profética negra y mantener viva la memoria de las figuras y movimientos proféticos negros. Considero que la tradición profética negra es uno de los mayores tesoros de la modernidad. Ha sido la levadura en la hogaza democrática norteamericana. Sin la tradición profética negra, se perdería gran parte de lo mejor de Norteamérica, y caería en el olvido uno de los frutos más importantes del mundo moderno.

Todas las grandes figuras de este libro alzaron valientemente sus voces para dar testimonio del sufrimiento de la gente. Se involucraron en empresas colectivas para acabar con la injusticia y hacer del mundo un lugar mejor para todos. Aunque individuos singulares, se guiaron por una conciencia colectiva atenta a las necesidades de los otros. Más importante aún, estaban dispuestas a renunciar a placeres triviales y a contraer abrumadoras responsabilidades. Un tremendo sacrificio y una dolorosa soledad se hallan en el corazón de lo que son y lo que hacen; todavía estamos notablemente en deuda con lo que fueron y lo que hicieron.

Por desgracia, perviven en el imaginario de la corriente dominante como iconos culturales del hombre hecho a sí mismo o del dirigente carismático. Esto atañe especialmente a las figuras masculinas. Lo cual no implica que descuidaran sus responsabilidades como dirigentes y portavoces, pero cabe señalar que toda concepción de un dirigente carismático al margen de los movimientos sociales es falsa. Considero que dirigentes y movimientos son indisociables. Frederick Douglass no existiría sin el movimiento abolicionista. Du Bois no existiría sin el panafricanismo, el movimiento obrero internacional o los de liberación negra. Martin Luther King Jr. no existiría sin el movimiento antiimperialista o el de los derechos civiles y laborales. Ella Baker no existiría sin el movimiento contra la segregación racial o el de la independencia de Puerto Rico. Malcolm X no existiría sin el movimiento nacionalista negro o el de los derechos humanos. E Ida B. Wells no existiría sin el movimiento antiterrorista norteamericano o el de las mujeres negras.

El género condiciona el papel que desempeñan los hombres y las mujeres en los movimientos sociales, y, por tanto, la forma en que son recordados en los libros de historia y en la cultura popular. La prominencia de las figuras masculinas estriba en la visibilidad de sus posiciones. A menudo se convierten en las cabezas visibles del movimiento, generalmente a raíz de sus cualidades carismáticas. En cambio, las dirigentes femeninas, pese al carisma de muchas de ellas, tienen más dificultades para erigirse como representantes del movimiento y, a menudo, son relegadas a incesantes tareas organizativas. En consecuencia, sus voces no son realmente tomadas tan en serio como deberían, ni siquiera cuando pronuncian discursos o contribuyen al pensamiento político del movimiento. Uno de los objetivos de estos diálogos sobre la tradición profética negra es atestiguar el apasionado espíritu profético de Ida B. Wells, y presentar ejemplos de sus audaces discursos y acciones. Asimismo, queremos dar fe de la profunda sensibilidad democrática de Ella Baker, quien comprendió mejor que nadie el papel fundamental de los movimientos sociales para gestar un auténtico cambio.

*    *    *

Este libro cobra todavía mayor importancia en la era Obama, precisamente porque la presencia de un presidente negro en la Casa Blanca enturbia nuestra comprensión de la tradición profética negra. Si ostentar una elevada posición en la sociedad norteamericana, o estar a la altura de los referentes blancos, constituyen la medida del éxito del movimiento de liberación negro, nos hallamos en la cúspide de la historia negra. Pero si la medida definitiva es el mayor o menor sufrimiento de la gente negra –especialmente de los pobres y trabajadores negros–, entonces el momento presente es una triste y trágica continuación del pasado. En vista de que la clase media negra ha perdido casi el 60% de su patrimonio, de que la congelación de los salarios y la inflación han arruinado a la clase trabajadora negra, y de que el desempleo masivo, las escuelas decrépitas, la infravivienda y la encarcelación masiva del nuevo Jim Crow[1] asolan a los negros pobres, la era Obama, desde el prisma de la tradición profética negra, resulta devastadora. Esta perspectiva profética no entraña un ataque personal a un presidente negro; más bien se trata de un rechazo sin paliativos del sistema que dirige en calidad de cómplice.

*    *    *

La tradición profética negra pone de relieve el papel crucial que desempeñan los movimientos sociales tanto en Estados Unidos como en otros países. El movimiento Occupy Wall Street fue una respuesta global a la Guerra de clases de los Treinta Años orquestada desde arriba, y que desplazó a la clase media hacia las filas de la gente trabajadora y pobre, cuyas penurias se exacerbaron. La crisis financiera de 2008, cuyo principal origen radica en la avaricia generalizada de una oligarquía financiera desregulada y el rescate del que se benefició gracias a un gobierno norteamericano en manos de Wall Street, reveló hasta qué punto el gran capital rige la sociedad norteamericana. Por otro lado, el hecho de que ningún banquero haya pisado la cárcel –pese a la enorme criminalidad de Wall Street–, mientras que cualquier pobre –especialmente si es negro– en posesión de crack va de cabeza a prisión, muestra lo injusto que es nuestro sistema de justicia. La realidad del poder de los grandes bancos y corporaciones permanece oculta gracias a unos medios de comunicación especializados en generar armas de distracción masiva. Este tipo de encubrimiento sistémico se aplica asimismo al complejo militar-industrial, ya sea el Pentágono, ya sea la CIA. Las actividades criminales de ambas instituciones rara vez llegan a oídos de la ciudadanía norteamericana. En cambio, valientes denunciantes como Chelsea Manning, Julian Assange, John Kiriakou o Edward Snowden, son severamente castigados por revelar al público las corruptas maniobras del gobierno norteamericano. El público estadounidense ni siquiera está al corriente de la reciente polémica en torno a los bombardeos sobre ciudadanos inocentes con aviones no tripulados. Las miles de víctimas civiles no norteamericanas –entre las cuales hay cientos de niños– apenas reciben atención por parte de los medios de comunicación corporativos. La tradición profética negra siempre ha reivindicado que la vida de un bebé en Pakistán, Yemen, Somalia, Haití, Gaza, Tel Aviv, Lagos, Bogotá o cualquier otro lugar, tiene el mismo valor que la de un bebé estadounidense.

La tradición profética negra auspicia la contraofensiva de pobres y trabajadores, ya sea en Estados Unidos frente al gran capital; en Oriente Medio frente al régimen autocrático árabe o la ocupación israelí; en África frente a los gobiernos autoritarios secundados por fuerzas norteamericanas o el dinero chino; en Latinoamérica frente a los regímenes oligárquicos que colaboran con los grandes bancos y corporaciones; o en Europa frente a las medidas de austeridad que benefician a los acreedores y perjudican a la gente común. En resumen, la tradición profética negra se arraiga en lo local, pero tiene una proyección internacional.

El fuego profético negro nunca se extinguirá, la Tradición profética negra siempre florecerá, y una nueva oleada de jóvenes hermanos y hermanas de todos los colores verán y sentirán que arder por la justicia es maravilloso. Esa es la gran esperanza que enhebra estos diálogos, pues no hay mayor gozo que inspirar y empoderar a los demás, sobre todo a los más desafortunados, ¡los inestimables condenados de la tierra!

 

La introducción de Christa Buschendorf

Corría el mes de noviembre de 1999. Con motivo de la publicación de The Cornel West Reader, el departamento de estudios afroamericanos de Harvard rendía homenaje al autor por sus excepcionales logros académicos, y se anunció que Cornel West daría una charla en la Emerson Hall, sede del departamento de filosofía de Harvard, en Harvard Yard. Yo había tomado un año sabático y proseguía mis investigaciones en la biblioteca de Harvard, donde revisaba un voluminoso manuscrito sobre la impronta del filósofo alemán Arthur Schopenhauer en Norteamérica. Así que decidí aprovechar la oportunidad para escuchar a una de las estrellas del ampliamente elogiado dream team reunido por el profesor Henry Louis Gates Jr.[2] . Pese a que había oído hablar mucho de West, apenas lo había leído… Me esperaba una gran sorpresa.

En su intervención, West llamó la atención sobre los cuadros que adornaban el auditorio y que retrataban a figuras pertenecientes a la edad de oro de la filosofía en Harvard. Aparecían, entre otros, William James y Josiah Royce, dos autores ampliamente estudiados en el libro de West sobre el pragmatismo norteamericano, La evasión americana de la filosofía. De pronto, para mi sorpresa, West empezó a hablar sobre el notable impacto que el profundo pesimismo de Schopenhauer tuvo en Royce. Explicó que Royce estaba convencido de la necesidad de asumir la visión oscura pero realista del filósofo sobre el ineludible sufrimiento humano. Sin embargo, según West, Royce no sucumbió a la desesperanza de Schopenhauer; recurrió, más bien, a la única alternativa posible al pesimismo schopenhauriano: un salto de fe. ¡Me quedé de piedra!

Tras la conferencia, me presenté a Cornel West y le comenté que estaba trabajando en un libro relacionado con Schopenhauer –y con Royce, de paso–. “Vaya –dijo–, he oído hablar de una mujer que vive en Alemania y que estudia la impronta de Schopenhauer en Norteamérica”. “Sí –contesté–, esa soy yo”. “Tenemos que hablar”, sentenció. Y eso es lo que hemos estado haciendo desde entonces.

Por supuesto, a estas alturas soy consciente de que, habida cuenta de que Schopenhauer se centró en el sufrimiento humano y mostró una enorme compasión por todos los seres vivos, el interés de Cornel West en su obra no era casual. Ni lo era su interés en Royce. Aunque West asume por completo el carácter profundamente trágico de la vida humana, siempre ha sido, según sus palabras, un “prisionero de la esperanza”. De hecho, la gran afinidad de West con esos filósofos se debe a que las cuestiones que plantearon han sido fundamentales para la construcción de su propio pensamiento y, asimismo, para su comprensión de la democracia norteamericana. Después de todo, tal y como proclamó en su ensayo ‘Pragmatism and the Tragic’, West cree, como Melville, que “un profundo sentido del mal anida en lo trágico y fundamenta el sentido y el valor de la democracia”. Si, como expone en el mismo texto, “el sentido de lo trágico busca conservar un sentido de lo posible, de la esperanza, de la voluntad y de la resistencia en momentos de derrota, desilusión y desazón”[3] , ¿quién está más cualificado para comprenderlo que la gente negra? Al fin y al cabo, según recuerda West, Malcolm X definió al nigger como “una víctima de la democracia norteamericana”[4].

Sin embargo, al contrario de Schopenhauer, Royce o Melville, Cornel West no es solo un activista de la palabra, sino también de los hechos. Esta es la razón por la cual el pensador marxista del siglo xx Antonio Gramsci, y su concepto del intelectual orgánico, resultan clave en estos diálogos sobre la tradición profética negra. Tal y como West haamanifestado en repetidas ocasiones, su propio pensamiento y activismo se han inspirado en la noción gramsciana de que los intelectuales deberían integrarse en grupos culturales u organizaciones sociales, o al menos estar muy vinculados a ellos. De nuevo, no es algo que resulte sorprendente, puesto que la larga historia de la lucha negra por la libertad, una lucha en que el firme arraigo de los dirigentes en sus organizaciones ha sidoade vital importancia, es el correlato práctico del concepto teórico gramsciano.

Mi particular contribución a este diálogo transatlántico se fundamenta en gran medida en la teoría del sociólogo francés Pierre Bourdieu. Los dirigentes proféticos negros son perspicaces observadores de la violencia que, en sus distintas formas, experimenta la gente negra, ya sea como grupo o como individuos. Por ende, tienden a contemplar los males de su tiempo a través de un prisma que se asemeja al método sociológico, lo cual les permite destapar los desequilibrios de poder profundamente anclados en la sociedad. No obstante, nunca se olvidan del sufrimiento concreto de la gente negra. Para entender la “lógica de la práctica” –un término acuñado por Bourdieu, que hace referencia a la necesidad de superar la oposición binaria entre teoría y práctica– y, de forma más general, alcanzar una mayor comprensión de la situación de la gente negra en Norteamérica, los conceptos de Bourdieu resultan de gran ayuda. El pensador francés postula que hay una correlación entre las estructuras del mundo social y las estructuras mentales de los agentes sociales, de modo que las divisiones de la sociedad –que, por ejemplo, fijan y reproducen las relaciones de poder entre grupos dominantes y dominados– corresponden a los principios de visión y división que aplican los individuos a estos conceptos. Aparte de atestiguar el carácter absolutamente relacional del mundo social, refutando así implícitamente el mito del individualismo, Bourdieu también aporta un preciso análisis de los mecanismos de poder. Uno de los conceptos centrales de su teoría es el de la violencia simbólica. Esta clase de fuerza simbólica, suave y discreta, resulta un conveniente medio para naturalizar el orden social y así mantener sus inherentes desigualdades. En un fascinante pasaje de uno de sus libros más importantes, Meditaciones pascalianas, Bourdieu se apoya en un fragmento del ensayo ‘Down at the Cross’[5], en el libro La próxima vez el fuego, de James Baldwin[6], para ilustrar los sutiles mecanismos psicosociales de la violencia simbólica, así como su función y efectos en el proceso de socialización del niño negro. Según Bourdieu, la descripción de Baldwin muestra cómo los padres negros transmiten inconscientemente al niño la forma de ver y dividir el mundo social dominante, así como su intenso miedo hacia ese poder y la ansiedad no menos terrorífica que les provoca la idea de que su hijo sea agredido por transgredir esos límites invisibles. Baldwin escribe:

“Mucho antes de que el niño negro perciba esa diferencia, e incluso, mucho antes de que la comprenda, ya ha empezado a reaccionar frente a ella, ya ha empezado a ser regido por ella. Todo esfuerzo de sus mayores por prepararlo para un destino del que no pueden protegerlo lo induce a empezar a aguardar, con secreto terror, sin saber que lo hace, su misterioso e inexorable castigo. Debe ser ‘bueno’, no solo para complacer a sus padres y no sólo para evitar que estos lo castiguen; por detrás de la autoridad paterna se erige otra, innominada e impersonal, infinitamente más difícil de complacer, e insondablemente cruel. Y esto se filtra en la conciencia del niño a través del tono de voz de los padres cada vez que se lo exhorta, se lo castiga o se lo ama; en el súbito e irreprimible matiz de temor en la voz de su madre o de su padre cada vez que viola una frontera establecida. El niño no sabe en qué consiste la frontera, ni hay quien pueda explicárselo, cosa que es ya en sí suficientemente aterradora, pero más aterrador aún es el miedo que percibe en las voces de sus mayores” [7].

Baldwin, una poderosa voz profética de la tradición literaria negra, aborda tanto los desequilibrios de poder e injusticias estructurales del orden social, como el terror que las fuerzas dominantes siembran en los dominados, víctimas de la violencia ejercida sobre ellos, ya sea física o simbólica.

Y lo mismo hacen las seis grandes figuras proféticas que analizamos en estos diálogos. Obviamente, se trata de profetas del pasado que lidiaron con abusos muy específicos de su época. Esos males tal vez hayan desaparecido –en parte gracias a las luchas que esos profetas llevaron adelante y a los sacrificios que soportaron–, pero los desequilibrios de poder y las consecuentes desigualdades, ahora bajo otro nombre, siguen profundamente arraigadas en el orden social. Un ejemplo: la violencia simbólica de los letreros que rezaban “solo para blancos”, y que antaño dividieron el espacio social entre individuos privilegiados y no privilegiados, erigiendo barreras que servían para excluir, denigrar y controlar a los oprimidos, hoy se ejerce en la práctica policial de “detener y cachear” [stop and frisk] a la persona en función de su raza. En consecuencia, si bien es preciso contextualizar las figuras históricas que aquí debatimos para apreciar sus méritos tanto como para comprender sus carencias, también debemos tener en consideración sus naturalezas ejemplares, que les permitieron trascender el horizonte de su tiempo y cobrar relevancia para nosotros.

Puesto que en estas conversaciones tocamos acontecimientos políticos de actualidad, hemos decidido publicar las conversaciones en el orden en que fueron grabadas, y no según el orden cronológico en que nacieron los personajes estudiados.

Como brillantes intelectuales, todas las figuras proféticas negras que abordamos en este libro ofrecen agudos análisis de los mecanismos de poder, los cuales pueden ser de gran ayuda a la hora de discernir las diferentes formas que hoy adquieren esos mismos mecanismos. Como intelectuales orgánicos y activistas, sus reflexiones sobre problemas organizativos y de movilización pueden tener utilidad para la actual lucha por la libertad. Y como profetas que, compasiva e intrépidamente, se enfrentaron a los males de nuestro mundo, así como a los poderes fácticos, nos inspiran a hacer otro tanto.

¡Por eso necesitamos hablar sobre el fuego profético negro!

 

Notas

[1] Se llama Jim Crow a las leyes implantadas en 1876 en los Estados del Sur para mantener la segregación racial en todas las instituciones públicas. No fueron abolidas hasta 1965 (n. e.).

[2] Equipo de reconocidos docentes del Departamento de Estudios Afroamericanos en Harvard y que, entre otros, incluía al filósofo K. Anthony Appiah y a los sociólogos Lawrence D. Bobo y William Julius Wilson (n. t.)

[3] Cornel West, ‘Pragmatism and the Tragic’, en West, Prophetic Thought in Postmoderm Times, vol. I, Beyond Eurocentrism and Multiculturalism (Monroe, Maine: Common Courage Press, 1993), p 45; véase Cornel West, ‘Pragmatism and the Sense of the Tragic’, en West, Keeping Faith: Philosophy and Race in America (Nueva York: Routledge, 1993), p. 114.

[4] West, ‘Pragmatism and the Tragic’, p. 32.

[5] James Baldwin, ‘Down at the Cross’, en The Fire Next Time (Nueva York: Vintage, 1992), p. 26; véase Pierre Bourdieu, Pascalian Meditations (Stanford, California: Stanford University Press, 2000), p. 170 (Meditaciones pascalianas, Anagrama, 2006).

[6] De James Baldwin, véase, en esta misma colección, ‘Mi mazmorra cedió: Carta a mi sobrino en el centenario de la emancipación’, texto incluido en Cuerpo político negro (baam, 2017), así como Esta vez el fuego: Una nueva generación habla de la raza, ed. Jesmyn Ward (baam, 2020) y No soy vuestro negro, de Raoul Peck, a partir de textos de Baldwin (baam, 2021) (n. e.).

[7] Versión de Matilde Horne. La próxima vez el fuego. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1964 (n. t.).

 

Este fragmento corresponde a los dos prólogos que preceden a la conversación entre Cornell West y Christa Buschendorf que, con el título de Fuego profético negro y traducción de Lucas Martí Domken, ha publicado la Biblioteca Afroamericana de Madrid (BAAM) y Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.

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