Japón sufrió el fatídico 11 de marzo el “Gran Terremoto del Este” de magnitud 9 en la escala de Richter (el cuarto más potente de la historia), su posterior tsunami, que arrasó la región nororiental de Tohoku, y la crisis nuclear más grave desde la catástrofe de Chernóbil. A pesar de los avances, el balance sigue siendo desolador: más de 15.000 fallecidos, 8.000 desaparecidos, 90.000 desplazados, más de 20 millones de toneladas de residuos sin retirar, continuos apagones y una situación en la planta nuclear todavía muy inestable. TEPCO, la eléctrica que opera la central de Fukushima I, confía en normalizar la situación actual enfriando los reactores antes de fin de año. La magnitud de la tragedia ha llevado a muchos a denominar a la triple tragedia como 3/11 en referencia al 11 de septiembre (9/11 en el mundo anglosajón), fecha de los atentados suicidas cometidos en Estados Unidos por Al Qaeda.
La mayoría de los medios de comunicación y comentaristas se han dividido en dos corrientes diferenciadas. Por una parte, los que piensan que la catástrofe marca un punto de inflexión que confirma el final de la época dorada de posguerra. Significaría la confirmación de la decadencia del país, ya iniciada en los años noventa tras la explosión de las burbujas inmobiliaria y bursátil. Durante las dos últimas décadas se han sucedido diversos gobiernos con políticas erráticas que no han sido capaces de frenar el envejecimiento de la población, el estancamiento de la economía, la deflación o el incremento de la deuda pública. La emergencia de China, que ha relegado a Japón a tercera potencia económica mundial, y el triple desastre sólo vendrían a confirmar un declive ya anunciado.
Por otra parte, se sitúan aquellos que consideran que la catástrofe no supone una ruptura abrupta de la trayectoria histórica de país. Solo se trataría de un evento más, como lo fueron el gran terremoto de Kanto en 1923, que dejó 40.000 víctimas, o la reconstrucción tras la II Guerra Mundial. Desde esta óptica, el tesón japonés hará que el país resurja de sus cenizas volviendo a la normalidad, a su sitio natural. Como los muñecos Okiagari-koboshi, originarios de Aizu, en la prefectura de Fukushima, que debido a su forma tras ser volcados siempre vuelven a su posición original. Estas figuritas de papel-maché representan la perseverancia y se han convertido en un símbolo hasta el punto de que el director de la Agencia Nacional de Turismo de Japón le regaló uno a la cantante Lady Gaga en deferencia a su apoyo al país tras la catástrofe.
Confusión en Tokio
A pesar del momento excepcional que vive el país, para la clase política japonesa no parece haber cambiado nada. La inestabilidad es la nota predominante. En un principio, la turbulenta política partidista japonesa pareció serenarse los días posteriores al 3 de marzo, pero fue tan solo un breve paréntesis. La falta de transparencia, la errática política de comunicación del primer ministro (PM) y la derrota en diversas elecciones locales del gobernante Partido Democrático de Japón (PDJ), ha hecho que el Gobierno sea atacado tanto por la oposición como por sus propios correligionarios.
De esta manera, a finales de abril el ex PM Yukio Hatoyama reunió a 64 parlamentarios disidentes del PDJ en un foro llamado Solidaridad armoniosa de la gran coalición para hacer frente al desastre del terremoto. A pesar de lo que su nombre pueda indicar, la intención del grupo era descabalgar al PM Naoto Kan. Mientras tanto, el principal partido de la oposición, el Liberal Demócrata (PLD), y los minoritarios Nuevo Komeito y Sunrise Party promovieron una moción de censura contra el PM. El ex presidente del PDJ Ichiro Ozawa y el grupo de diputados disidentes apoyaron la moción hasta el último momento, en el que se desdijeron y votaron a favor de Kan.
Ya en junio, el primer ministro salvó la moción de censura y logró una prórroga de las sesiones de la Dieta al acordar, tanto con la oposición como con los rebeldes dentro de su propio partido, su renuncia al puesto una vez que apruebe el segundo presupuesto extraordinario para hacer frente a las labores de reconstrucción y el proyecto de ley para emitir bonos soberanos para financiar dicho presupuesto. Ello podría ocurrir a finales de agosto, aunque Kan también se ha mostrado partidario de aprobar un proyecto de ley destinado a promover el uso de energías renovables antes de dejar el cargo.
Con una Dieta dividida y mayoría de la oposición en la Cámara Baja, la actual Administración no lo va a tener fácil. De momento, la oposición ha prometido no colaborar ya que considera que el PM se intenta agarrar al poder y ha perdido la confianza del pueblo japonés. Además, Kan se ha comprometido a dejar paso a una nueva generación en su partido, previsiblemente encabezada por el jefe del gabinete y portavoz Yukio Edano, el exministro de Relaciones Exteriores, Seiji Maehara, y el secretario general del PDJ Katsuya Okada. En el caso de que se acometiera una renovación en profundidad del partido que cerrara las puertas a los veteranos como Hatoyama y Ozawa, conocidos como el “alien” y el “shogun de las sombras”, no se puede descartar una escisión del PDJ.
Por su parte, los mercados tan poco han reaccionado bien, las agencias de calificación S&P y Ficht han rebajado el rating de Japón y Moody’s ha alertado de la posibilidad de una “tercera década perdida”. En un principio la industria electrónica y del automóvil se han centrado en recuperar las cadenas de abastecimiento maltrechas agravado por el modelo just in time japonés. Sin embargo, el sistema financiero y Keidanren (patronal japonesa) están presionando al Gobierno para subir el impuesto sobre el valor añadido y reducir el gasto público. Los costes de la reconstrucción se estiman en 210.000 millones de dólares, aunque no incluyen muchos aspectos como las pérdidas por la inactividad económica ni la crisis nuclear. Crece la preocupación acerca de si el país desarrollado más endeudado del mundo será capaz de financiar lo que muchos analistas consideran la tragedia natural más costosa de la historia en medio de una recesión. Hasta el momento, Japón no ha sufrido una crisis de deuda debido a que sólo el 5% de la misma está en manos de no residentes y los pequeños ahorradores han sido fieles a los bonos del Estado (JGB), pero no está claro que esto vaya a continuar así. Quizá estas dudas sean la razón que ha llevado al Ministerio de Finanzas a presentar una mascota con pajarita a través de una cuenta de twitter con la intención de animar a los japoneses a comprar bonos. Kokusai Sensei o Dr. JGB, que es como se llama el personaje, tendrá la difícil misión de convencer a través de twitter a los inversores minoristas de que acepten una rentabilidad de tan solo el 0,77 % sobre títulos a 10 años.
Indignados
El Gobierno ya estaba tocado antes del fatídico 11 de marzo por un escándalo de donaciones ilegales y la forma en que ha encarado la crisis no ha sido bien recibida por la población. Según varias encuestas, en torno al 70% considera que se ha gestionado mal o muy mal la crisis nuclear, haciendo hincapié en la falta de información y transparencia, bajando los índices de aceptación del jefe de Gobierno hasta el 26%. En cualquier caso es justo recordar que Kan lleva tan solo un año en el cargo y que el PDJ accedió al poder por primera vez en las elecciones de agosto de 2009 gracias a sus intenciones reformistas, que se han visto frecuentemente obstaculizadas. Muchos de los males que aquejan al país provienen de atrás y probablemente tienen mucho que ver con los 54 años prácticamente interrumpidos (desde 1994 hasta 2009) de gobierno del PLD.
Los japoneses están irritados con la clase política en su conjunto, a la que consideran endogámica y totalmente separada de la sociedad. No hay más que leer los severos editoriales de los principales periódicos llamando a la unidad mientras continúa la gresca política en un momento de especial sufrimiento. Se extiende la convicción de que la clase política está concentrada en las luchas de poder partidista (seikyoku) en vez de en las políticas de Estado o policies (seisaku). A ojos del ciudadano medio se ha permitido la manipulación de las normas de seguridad y se han tolerado relaciones poco éticas entre políticos, burócratas, industriales y mundo académico. Esta visión se ha reforzado con el informe del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) acerca de la situación de las centrales nucleares, en el que se afirma que se infravaloró el riesgo que los tsunamis suponían para sus centrales. Sin embargo, no es crítico con la reacción del Ejecutivo tras el accidente nuclear. Por otra parte apunta a problemas de conflicto de intereses, falta de independencia de los órganos reguladores, especialmente la Agencia de Seguridad Nuclear (NISA), y a la influencia del Ministerio de Industria (METI) en decisiones poco prudentes.
Esta impresión no es descabellada si tenemos en cuenta que miembros de la junta de la eléctrica TEPCO han donado 17 millones de yenes para financiar al PLD en los últimos tres años. Además, según el periódico The Japan Times, en los últimos cincuenta años, 68 ex funcionarios han aterrizado en los altos cargos de las compañías eléctricas, incluidos cinco en TEPCO. El manifiesto del PDJ de 2009 ya prometía erradicar el amakudari, literalmente ”caído del cielo”, una práctica por la que funcionarios de alto nivel se jubilan prematuramente para pasar a ser directivos de empresas privadas relacionadas con su labor en la Administración. Ello ha dado lugar a casos de corrupción, tráfico de influencias, manejo de información privilegiada y laxitud en la regulación. Según un informe del propio PDJ, tras las elecciones de 2009 más de 4.200 funcionarios retirados habían accedido a puestos en la empresa privada a través de este método. A pesar de los intentos del nuevo Gobierno solo se han alcanzado avances modestos. Parece que se afianza la sensación en la población de que la mayor parte de las élites, como las potentes redes universitarias o gakubatsu, actúan como camarillas en su propio interés olvidándose del bien común.
Todo ello ha hecho mayor el contraste entre la modélica reacción de los ciudadanos ante la catástrofe y el desconcierto que generan sus líderes. Las tomas de posición política no han sido algo común para los japoneses tras la II Guerra Mundial. Normalmente ello se suele justificar señalando un rasgo propio de la cultura japonesa: el gaman. Es un concepto budista zen, que se caracteriza por el estoicismo, perseverancia y aplomo frente a acontecimientos más allá de nuestro control. Sin embargo, tras la catástrofe se está viendo como muchos rompen el tatemae (el atávico pudor a decir lo que realmente piensan en público) a pesar de no seguir la corriente mayoritaria. Movimientos similares al 15-M español son inimaginables en Japón, pero tenemos un ejemplo de este cambio en las muestras de rechazo público a la energía nuclear.
La cuestión nuclear
Julio Antonio Heredia, físico nuclear del Instituto de Investigación de Iones Pesados (GSI) de Darmstatd (Alemania), me comenta desde Frankfurt que no existen planes precisos ante una eventualidad como la ocurrida en Fukushima I. Se considera un caso altamente improbable. Desde el 11 de marzo se improvisa sobre la marcha para enfriar de cualquier manera posible el combustible nuclear derretido. Por ello, estabilizar de forma definitiva la central será complicado y es aventurado adelantar la situación a largo plazo. Por otra parte, la noticia de que la radiación liberada fue mayor de lo que se calculó en un principio ha aumentado el miedo a ésta no sólo en Tohoku sino también en el área urbana de Tokio. Han surgido muchas páginas web con información, el Gobierno Metropolitano de Tokio está midiendo los niveles de radiación en lugares sensibles como escuelas y la Universidad de Kioto ha diseñado unos medidores de bajo coste que esperan sacar al mercado pronto.
Todo ello ha afectado a la percepción de la energía nuclear. Así, una encuesta del diario Asahi recogía que el porcentaje de quienes se oponen a la energía nuclear ha aumentado al 41% desde el 28% en 2007, aunque la cuota a favor de no alterar la situación actual apenas se redujo del 53% al 51%. Este malestar se ha materializado en pequeñas concentraciones frente a la sede de TEPCO o en la manifestación de mayo en el barrio tokiota de Shinjuku, que reunió a cerca de 20.000 personas. Especialmente reseñable es el movimiento de muchos accionistas minoritarios de empresas eléctricas que se están uniendo para pedir en las juntas de las compañías que se renuncie a la energía nuclear. También figuras relevantes japonesas han manifestado su rechazo públicamente. Studio Ghibli, uno de los estudios de animación más importantes del mundo, colocó una pancarta en sus oficinas en la que se leía: “A Studio Ghibli le gustaría hacer películas sin hacer uso de electricidad proveniente de energía nuclear”. Hayao Miyazaki, leyenda viva de la animación japonesa y cabeza de Ghibli, ha confirmado de forma indirecta que apoya el contenido de la pancarta. Por su parte, Haruki Murakami, el escritor japonés más reconocido a nivel internacional, y Kenzaburo Oe, premio Nobel de Literatura en 1994, han criticado con contundencia la opción nuclear. Otras figuras como el director de cine Takeshi Kitano no ha criticado el uso de energía nuclear, pero sí el emplazamiento de las plantas y la falta de asunción de responsabilidades por parte del primer ministro Kan.
En lo que parece haber consenso es en que el país ha dependido en exceso de la energía nuclear, que suponía el 29% del origen de la electricidad mientras que las renovables se quedaban en un magro 6% del mix energético. En cualquier caso, el cambio de modelo energético deberá ser más rápido de lo aconsejable porque de momento el recurso a la energía nuclear ha quedado muy limitado. De los 54 reactores nucleares situados en el archipiélago, 35 no están actualmente en funcionamiento y los 19 que están en marcha tendrán que detenerse para superar inspecciones que se realizan de forma rutinaria cada 13 meses en todas las centrales. Es muy probable que los gobernadores de las prefecturas en las que se encuentran las plantas puedan entorpecer su puesta en marcha, lo que podría provocar una crisis energética, especialmente en los casos de prefecturas que albergan varios reactores nucleares, como Fukui, que acoge 14. Otro caso preocupante es el la planta de Hamaoka, en la prefectura de Shizuoka, que es la que supone un mayor riesgo para la población de Tokio, enclavada en una zona sísmica y que es del mismo tipo y edad que Fukushima I.
Para afrontar la crisis de suministro que viven el norte y centro del país se han decretado fuertes restricciones al consumo eléctrico en las que se ha involucrado a toda la sociedad, incluso en el sur, donde no son necesarios. De esta manera, los termostatos del aire acondicionado no bajarán de 28 grados, los pasajeros del metro no dispondrán de escaleras mecánicas y se ha restringido el alumbrado público. Muchas empresas han potenciado el teletrabajo, han variado las fechas de vacaciones e inclusom como los establecimientos 24 horas, han pedido a sus trabajadores que acudan no uniformados para soportar el pegajoso calor veraniego con menos refrigeración. Las grandes pantallas al estilo Blade Runner de Shibuya y Shinjuku en Tokio permanecen apagadas la mayor parte del tiempo. Además, han surgido todo tipo de iniciativas para medir y reducir el consumo de energía.
“Colinas de esperanza”
Lógicamente, el sufrimiento mayor corresponde a Tohoku (noreste en japonés), la región más afectada. El Gobierno de Naoto Kan está siendo muy criticado por la lentitud e indefinición del proceso de reconstrucción. De momento muchas ayudas no llegan y no se han creado todas las viviendas temporales prometidas. Paradigmático es el caso del alcalde Minamisoma, que grabó un vídeo emitido en You Tube en el que criticaba al Gobierno central y hacía un llamamiento a voluntarios. El vídeo causó tal impacto que ha reclutado voluntarios incluso en Hawai. Muchos habitantes consideran que la delimitación de las zonas inseguras por los niveles de radiación es arbitraria y que les impiden regresar a su domicilio sin motivo. Los 35.000 residentes de la prefectura de Fukushima que han sido evacuados se quejan de que algunos pueblos tienen a la mitad de su población dispersa en zonas tan alejados como Hokkaido u Okinawa. Además, el Gobierno central les ha prometido a la mayoría volver a casa una vez se estabilice la situación nuclear, lo que muchos consideran improbable. Para despejar dudas acerca de la radiación, el Gobierno planea establecer un fondo, en el que colaborará TEPCO, para hacer un seguimiento de salud a largo plazo de todos los habitantes de esta región.
En abril se creó el Consejo para el Diseño de la Reconstrucción, formado por 15 expertos, con la intención de diseñar un “nuevo modelo de Tohoku”. Su dictamen no llegó hasta finales de junio, centrándose en el supuesto de que una catástrofe similar podría repetirse. Por ello recomienda trasladar pueblos, o parte de elloshacia el interior, a zonas elevadas, en tierra artificialmente elevada donde no haya montañas cerca del mar y establecer medidas anti-tsunamis permanentes. Propone crear “colinas de la esperanza”, construidas a partir de escombros y coronadas por árboles en la parte superior que servirían como memorial de las víctimas y como punto de reunión en caso de tsunami. También plantea crear en Tohoku un instituto internacional de investigación de desastres naturales y dar prioridad a las prefecturas de Fukushima, Iwate y Miyagi. El plan asume que la reconstrucción se alargará durante una década y propone la creación de “zonas especiales de reconstrucción” con incentivos fiscales y especial desarrollo de las energías renovables. Para revitalizar el sector pesquero, propone reconstruir más de 200 puertos uniéndolos con plantas de procesamiento y centros distribuidores.
Durante las últimas semanas ha aumentado la sensación de que la reconstrucción no puede venir impuesta desde Tokio sino que tiene que ser los propios locales quienes decidan su propio futuro. Makoto Iokibe, director del Consejo, ha señalado que es necesaria una “reconstrucción creativa” y ha apostado por fomentar la inmigración, incluida la de “residentes permanentes extranjeros”. También ha afirmado que el proceso político habitual liderado por los ministerios debería dejar un mayor espacio a las autoridades locales. Muchos analistas afirman que el archipiélago ha entrado en un periodo de jishuku, literalmente moderación, en el que la población es más austera y evita extravagancias en solidaridad con las víctimas del desastre. En este contexto, parece razonable que sean autoridades acostumbradas a gestionar con escasez de recursos y a hacer frente a los problemas de las prefecturas rurales (despoblación, envejecimiento y declive económico) quienes diseñen la reconstrucción.
Tohoku es muy particular y aún conserva fama de zona remota y hostil. Tradicionalmente ha sido considerada como el granero de Japón ya que tras la pérdida de las colonias en Corea y Taiwán sirvió como suministrador de arroz y pesca a la región de Kanto, mucho más poblada. Todavía hoy supone el 20% de la cosecha de arroz del país. Posteriormente también se ha especializado en exportar energía eléctrica a la zona de la capital. Se suele afirmar que es una zona poco importante económicamente, que concentra menos del 10 % de la economía japonesa, pero por sí sola la región sería una de las mayores treinta economías del mundo, similar a Argentina. Además de agricultura, pesca y turismo también acoge a subcontrastistas de piezas para la industria electrónica y de la automoción. Tras la triple catástrofe se calcula que entre 150.000 y 200.000 personas se han quedado sin trabajo, se han perdido 18.500 barcos pesqueros y ha crecido el índice de suicidios. El turismo prácticamente ha desaparecido y los precios de los productos agrícolas se han derrumbado. A pesar de los esfuerzos de concienciación, siempre será difícil convencer a los consumidores de que compren productos que provengan de las zonas afectadas. El futuro se presenta realmente complicado.
Hansei
Iwao Osaki, politólogo y experto en Relaciones Internacionales, me transmite desde Yokohama que los japoneses entraron en pánico tras el largo terremoto. Por primera vez muchos descubrieron su instinto animal. A pesar del civismo y la organización, estar encerrado en casa sintiendo terremotos, sin luz, agua o electricidad por largo tiempo y escuchando rumores de que en el peor de los escenarios setenta millones de personas podrían morir, sacan el lado el lado el lado menos humano que todos llevamos dentro. Esto le llevó a situaciones kafkianas como comprar agua embotellada italiana a través de Amazon. No debió ser el único, porque se agotaron en horas. Se muestra preocupado por la inseguridad alimentaria y considera una grave equivocación las campañas de apoyo a los productos alimenticios procedentes de la prefectura de Fukushima que están llevando a cabo los gobiernos central y regional y algunos grandes supermercados. De momento, él ha decidido quedarse con sus padres posponiendo un viaje a Estados Unidos y su vuelta a la Universidad en Kioto. Espera que los japoneses encararen el futuro con determinación, pero también que aprendan de esta situación a ser valientes y a disfrutar de la vida. Está aportando su granito de arena a través del Smile Japan Project (Proyecto sonríe Japón).
Es probable que el 11 de marzo no suponga un verdadero punto de inflexión en la historia del país, pero si debiera serlo para la actitud política de sus ciudadanos. La rigidez de la sociedad japonesa ha hecho que los grandes cambios provengan de situaciones traumáticas, normalmente desde el exterior. Tras la II Guerra Mundial el ciudadano corriente renunció a participar activamente en la res publica, especialmente los jóvenes que suelen considerar la política como algo pasado de moda. Todavía es pronto para saber si la triple tragedia puede cambiar esta actitud, pero algunos (pequeños) pasos ya se han dado. Japón ha sufrido dos “décadas perdidas” y puede encaminarse hacia una tercera. Es obvio que muchas cosas se han hecho mal durante los últimos años, por lo que es necesario hacer hansei, introspección, reflexión, asumiendo la realidad. Los ciudadanos deben dejar de escurrir el bulto y responsabilizarse de algo que les corresponde: su organización como sociedad. Durante largo tiempo se han mostrado pasivos y han fiado su suerte al gobierno de las élites. Este modelo simplemente ha dejado de funcionar. Es imperativo cambiar el status quo y comenzar un nuevo camino.
Álvaro Imbernón Sáinz es politólogo y consultor en Relaciones Internacionales. Está especializado en las relaciones entre la Unión Europea y Asia Oriental, especialmente Japón, donde vivió durante año y medio. En Fronterad ha publicado Japón: “nana korobi ya oki”