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¿Fuma usted?

 

“La verdadera esencia del romanticismo es la incertidumbre”.

La importancia de ser formal, Oscar Wilde.

 

 

Ayer volví a llamar a la línea aérea con la que viajo de vuelta a Madrid. Intenté convencer a la muchacha que me atendió de que me ayudase trampeando a encontrar un hueco en la tarifa más barata para poder adelantar mi vuelo unas 72 horas. Por nada en especial, andaba un par de días más por Brasil encantado, pero hay unos ojos azules que quiero ver y marchan el día que yo llego. Eso es, volver por puro romance, la misma razón por la que Bonnie & Clyde mataban a tiros a cualquiera que se interpusiese en su camino (Y además tan jóvenes). Yo, sin embargo, no pienso matar a nadie a tiros por lo menos hasta que cumpla los 67 años. Aún es temprano. Y en eso no quiero precipitarme como me precipité cambiando de fecha mi vuelo de vuelta, asunto que se me escurre ahora entre las manos sin que pueda remediarlo. Y así van las cosas. ¿Por qué?  Pues por precipitarnos. Como el siglo XX, que en plena adolescencia con tres pelos en los huevos, aún virgen y llevando un primer cigarrillo entre los labios, ya se marchaba a la guerra bajo las sombras del verano.

 

Lo mismo creo que haré con el trabajo. Es mejor tomarse las cosas con calma. Con mis padres, para empezar, ya he apalabrado la paga semanal hasta que cumpla 45 años (se negaron a una vitalicia). Así tendré tiempo de reflexionar bien sobre mi futuro. Porque las cosas que hago rápido y con prisas siempre terminan torciéndose. Como una vez que leí en Twitter que el suplemento de moda de El País buscaba becarios y mandé mi curriculum antes de tres pestañeos. Cuando llegué a la entrevista, vestido con una americana sobre una camiseta de Jimi Hendrix fluorescente y unos vaqueros remangados (así no había fallo), vi como pasábamos de largo la redacción y aun así me froté las manos murmurando: “¿Y a escribir cuándo empezamos?”. Entonces me preguntaron por qué estaba interesado en gestionar los préstamos de ropa para las sesiones fotográficas y yo torcí la sonrisa y canté aquello de Quique González: “He venido a beber y a escribir…”. Salí del edificio cabizbajo maldiciendo y repitiéndome no volver jamás a una entrevista con los pantalones remangados.

 

Hace un par de años contacté con la revista cultural Jot Down proponiéndoles alguna colaboración. Tenía tantas ganas que cuando me dieron el visto bueno para mandarles un primer artículo se lo envíe casi antes de haberlo empezado, y así debí mandar unos diez mails con artículos a medias hasta que al fin en el décimo iba ya adjunto el escrito terminado. Por supuesto jamás me contestaron. Y así, desde entonces, les mando de tanto en cuando un mail con un documento adjunto casi en blanco, algún artículo sin terminar sobre trivialidades o hablando de qué tal me encuentro, todo porque me tengan en mente, por si acaso.

 

Y volviendo a lo de cambiar mi vuelo. Lo curioso del asunto es que ya lo adelanté una vez. Pero por impaciente lo hice en abril, y de abril aquí mucho ha cambiado. Ahora llegar dos días antes a Madrid me hubiese venido de perlas. Y, para colmo, leo en el periódico que se han programado huelgas parciales de controladores aéreos para varios días de julio, entre ellos el 11 y el 12, momento en el que supongo que al hacer escala en Lisboa me informarán de que mi llegada a Madrid ha de esperar. Y bueno, ya que llego tarde de todas formas, un poco más no me supone gran disgusto; me resignaré encantado a deambular en pijama con ojeras entre las cintas de maletas y a afeitarme en los lavabos de la terminal con cuchillas reciclables.  Pero sí, a tomar por culo el romanticismo por culpa de las tarifas elevadas de un cambio de vuelo.

 

Como un amigo, que se precipitó y vino a Brasil por amor sin tener la menor certeza de qué era aquello. Por un amor que cuando su avión aterrizó ya se había convertido en polvo, en nada; es decir, un amor de los buenos. La chica le dio la espalda sin aclarar qué ocurría. Pasaron tres meses y le caducó el visado de turista, ahora lleva dos meses sin permiso ninguno, a la sombra de la legalidad, sin poder salir del país hasta que no tenga realmente claro que no va a querer volver, y eso se complica con ese amor parpadeando vigilándole a través de la ranura de la puerta entornada del armario. Mientras tanto hay que entretenerse, así que el otro día no se lo llevaron esposado a comisaría de milagro: “¡Deténganme!”, suplicó a unos agentes que se le acercaron por no haber pagado un taxi, “quiero una foto con esposas y la cara contra el capó del coche para mandársela a mi madre”. Pidió con tanto ímpetu que lo llevaran preso que le dejaron marchar. El otro día entre copa y copa le metió la lengua hasta la campanilla a un travesti encantador, y hoy, redondeando la jugada, una estríper que se follaba de tanto en cuando por curarse el corazón a pollazos le ha dicho que cree que está embarazada. “Si se empeña en tenerlo yo le pongo el nombre al niño y huyo a Jamaica”. Le veo tan tranquilo que sospecho que en el fondo hasta le haría ilusión unos trillizos. Me ha pedido que a estas alturas ya podía escribir algo sobre él (era uno de los que iba conmigo cuando el primer mes aquí nos atracaron). “Si lo del hijo es verdad, entonces te lo habrás ganado”, le he respondido. Así que en la espera se ha teñido la barba y está empezando a buscar trabajo, y mientras lo encuentra fuma un cigarrillo tras otro sentado junto a la ventana por tener algo entre manos, como Jack en la obra de Oscar Wilde:

 

“LADY BRACKNELL- ¿Fuma usted?

 

JACK- Pues bien, sí; debo confesar que fumo.

 

LADY BRACKNELL- Me alegra saberlo. Un hombre debe siempre tener una ocupación cualquiera. Hay demasiados hombres ociosos en Londres”.

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