Fumadores

El trato dispensado a los fumadores por la nueva ley antitabaco es miserable. La ocurrencia gubernamental, dicho sea de paso, es oportuna: es políticamente correcta y presupuestariamente inocua. Condenando al ostracismo ociológico a los fumadores, Rodríguez Zapatero satisface el mezquino revanchismo de los no fumadores y, de paso, entretiene a la gente con un debate bizantino. Puede incluso presentar la iniciativa como un progreso, palabro cuyo significado suele equivaler en los últimos años a tontuna. La ley antitabaco, en efecto, es una tontuna legal con consecuencias devastadoras. Yo mismo he estrenado mi nueva condición de apestado por imperativo legal anunciando al barero de la esquina que me he comprado un termo, en plan turista nórdico. Se acabó el café de media mañana. Adiós a los treinta y dos euros que se embolsaba mensualmente. Le he sugerido que escriba a la ministra de sanidad solicitando una compensación. O a la Salgado, esa eminencia de las finanzas, que es la autora intelectual del atropelllo.

 

Mi nueva condición no me desagrada del todo. En ocasiones uno no sabe a qué atenerse cuando una decisión gubernamental lo perjudica. ¿Es justo que se recorten los sueldos? ¿Es justo que se suban los impuestos indirectos? En esta ocasión, sin embargo, la injusticia de la medida es tan palmaria, tan evidente el desafuero, que esta certeza resulta tranquilizadora.

 

La guerra contra el tabaco es idiota. No es un vicio mayor, sino claramente menor. Cualquiera prefiere a un médico que fume a otro que beba o esnife cocaína. Pero el caso es que el precio de una botella de güisqui escocés peleón es inferior al precio de un paquete de Marlboro. Es mucho más barato ser borracho total que fumador moderado. Los fumadores podrían cambiar de vicio y recuperar prestigio social: en los miles de bares y discotecas de España beber hasta el coma etílico es un pingüe negocio, sin duda. Y también un signo de estatus lúdico-sociológico. Quien no bebe se aburre en las noches hispánicas. Por eso se fuma tanto; para resistir el ambiente ensordecedor y un tanto zafio de los lugares de diversión autóctonos.

 

Excluido de todos los lugares públicos, al fumador sólo le queda pasear su infrahumanidad por la calle. Víctima absoluta de un gobernante sólo comparable en estulticia a Fernando VII, puede entretener sus ratos de ocio como un flâneur. Si se tercia, se reunirá con sus amigos en sus casas. Para fumar.

 

Compadecerá a sus semejantes. La tontuna antitabáquica ha provocado un desmesurado aumento de la inflación. Subirán los alquileres de pisos gracias al tabaco. Subirán los servicios básicos gracias al tabaco.

 

Por supuesto, no he vuelto a comprar cigarrillos en los estancos. El de contrabando sabe mejor. Huele mejor. Huele a libertad.

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