Lope de Vega se siente contento el último sábado de cada mes, porque los cómicos acuden a misa de 12 a la iglesia de San Sebastián, donde están enterrados sus restos. Junto a su tumba canta la coral de la Unión de Actores, al pie del retrato de la Virgen de la Novena, patrona de los cómicos madrileños.
Algo de esto debía yo intuir cuando sugerí que se gestionase la misa de funeral de Adela en esta iglesia. El cura era actor, los cantantes actores y actrices, el chico espigadito que ha leído una de las epístolas de la misa, pertenece al grupo de teatro que dirige el padre Joaquín en el instituto Beatriz Galindo; y el público asistente eran cómicos de la legua. Entre ellos una otoñal Perla Cristal, actriz de cine internacional de pelo color plata y unos ojos grises de luna, como piedras preciosas salpicadas de violetas.
Está claro que esto de la vida es una cadena, y que sólo somos eslabones. Eslabones de carne deseada en un tiempo; pingajos de carne podrida unos años más tarde. Presentía que los chicos del grupo de teatro del cura, a la vuelta de unos años, estarían celebrando el funeral de su padre Joaquín, quizá en la misma iglesia de San Sebastián; como a lo mejor, alguno de mis alumnos, se acuerde de hacerlo conmigo de aquí a muchos años -espero-; y así sucesivamente, vaya usted a saber por cuánto tiempo. A esa cadena pasional suele llamársele: «el veneno del teatro».
El espacio del templo es solemne, vertical y multiplicado. El San Sebastián que preside en escorzo desde lo alto, parece de película de Cecil B. de Mille, o de retórica escultura mussoliniana; moderno, sensual y soberbio al mismo tiempo, como un Giuliano de Medicis de Miguel Ángel visto por los futuristas.
A ras de suelo, y cerca de la gran alfombra roja, (creo que he visto pocas alfombras en las iglesias católicas; en el fondo, ¡las alfombras recuerdan tanto a las mezquitas islámicas!) el padre Joaquín ha comenzado la misa comunicando a los feligreses:
– Esta misa vamos a dedicarla a Adela, una gran mujer, actriz, maestra de teatro, directora… que hizo la mitad de su vida artística al otro lado del océano; y también aquí, a su regreso, en su patria.
Y ha añadido algún tipo de letanía acerca de que está en el cielo etc. etc.
Cuando, tras la lectura epistolar del mozalbete, el padre Joaquín ha comenzado su homilía, sólo usaba metáforas de teatro.
– En una compañía de teatro es tan importante la primera actriz, como la última que sale sólo a escena para decir: ‘Señora, el té está servido’, porque sin ella, la primera actriz no podría simular que sorbe el té de la taza, ni pronunciar su gran parlamento.
Todo esto era traducción a las tablas de la moraleja del evangelio leído hoy. El padre Joaquín ha continuado su plática, añadiendo con vehemencia:
– Si yo también he sido actor, si yo también me he puesto nervioso antes de salir a escena, si yo también he ido a las discotecas después de la función, a tomarme un guiskito, y la gente cuando me pedía el segundo, me decían: Ehhhhhhhhhh, que es usted cura. Y a mí no me ha importado. Yo soy cristiano, cura y actor, ¿qué pasa, qué hay de malo en ello?
En nuestro banco, entre los íntimos, Marina de cuando en cuando soltaba carcajaditas por lo bajini, como si fuese la Maximina de Jardiel Poncela. Iba guapa Marina, con un abrigo color entre arena y tabaco, y el cuello de una preciosa camisa verde botella asomándole. Llevaba el pelo casi recogido y lucía pendientes largos, que se mecían a cada uno de sus giros de cabeza.
Yo pensaba que al cura lo había visto actuando en alguna parte, o de camionero en camiseta en alguna película del landismo; o en Verano azul como campesino con bigote cano; a la par que reflexionaba acerca de la excelente dramaturgia que estaba realizando el sacerdote, adaptando una misa de funeral por una actriz, para reconfortar a sus seres queridos, haciéndoles sentir que la ceremonia se dedica a su memoria; y a la felicidad que desde esta orilla, en el otro mundo se le desea. Mi ingenuidad sin fondo, se preguntaba, si en el caso de una médica, una profesora, una banquera, etc. el padre Joaquín adaptaría su discurso litúrgico, por igual a los diferentes oficios de aquellos.
¡Quiá! Todos los allí reunidos, éramos o pertenecíamos de alguna forma al mundo de los cómicos.
Antes de la Eucaristía, cuando le ha tocado ponerse serio al padre Joaquín, y acompañado en la transición por los primorosos villancicos de la coral de la Virgen de la Novena, ha pronunciado sus palabras con majestad:
– Señor acuérdate de tu hija Adela Escartín, (ha tragado aire, y ha añadido) Ayala, y acógela en tu seno…
Hummmm, me he sentido ahíto de escartinismo. Adela seguía siendo el eje sobre el que pivotaba la ceremonia, ella debía estar contenta, como también le satisfacía que nos hubiéramos reunido un puñado de sus amigos para recordarla una vez más, en la trascendencia que ella se merece. Lo ha dicho Ángeles justo antes de que comenzara la misa: “Adela está alegre ahí arriba, de vernos a todos juntos”. Lo ha corroborado María Jesús, más tarde:
– Desde luego, qué suerte ha tenido Adela con sus alumnos, que han estado con ella hasta el último momento. Que la han enterrado maravillosamente, que le han hecho ese homenaje tan bueno en la Escuela, con lo que a ella le habría gustado que eso sucediera; que no ha estado sola ni en el hospital ni en la Residencia. Menos mal que ha tenido esa suerte, para unas cosas tan importantes; y encima esta misa tan apropiada y tan diferente…
Todo ha ido como miel sobre hojuelas en la dulce ceremonia. El teatro comenzó en Madrid por estas laderas. La virgen de Atocha y la Cofradía de la Pasión alumbraron el teatro de los primeros Corrales de comedias, para sufragar la construcción de hospitales. ¡Qué buenas migas han hecho casi siempre el teatro y las religiones, a pesar de su reticencias recíprocas! Sus oficios, en cierto modo son similares: van dirigidos al alma de los feligreses. Al final, le hemos dado su buena propina al padre Joaquín. Los comunicados con el más allá exigen su óbolo, y éste lo merecía con creces. El cura con su casulla morada y oro ha descendido del altar, y ha ido dándole las manos a todos los asistentes, como despedida, animando al coro a que nos deleitaran con nuevos villancicos. Han hecho tres o cuatro bises, frente al público que se ha reunido alrededor de los cantantes. La música en vivo es como una hoguera, a su alrededor todo trasciende.
El nombre de Lope de Vega tallado en la piedra, la calidez pictórica de la imagen de la Virgen de la Novena, y esa magia mística de la colmena de voces armonizadas de la polifonía, le daban al encuentro algo gozoso, ritual y festivo; definitivamente alegre.
Hacía un grado en la calle;
en el interior del templo,
todos llevábamos los abrigos puestos.
Marina conocía a una de la Coral de la Unión de actores, Aurora, que estudió en la RESAD; sus facciones me sonaban lejanamente. Dulce y afable, nos ha invitado a reunirnos con ellos para tomar un piscolabis en la Casa de Guadalajara, en la plaza de Santa Ana, entre el Hotel Victoria y el Villa Rosa, el de los azulejos andaluces en el Callejón del Gato que inspirara a Valle Inclán sus esperpentos. Qué lugar más castizo para alternar con los cantantes, el padre Joaquín, las actrices y vedettes, a la memoria de Adela, nuestra única Adela y mejor maestra.
Nos hemos sumado a la comitiva de cómicos guiados por Aurora, y al ver sentados a todos los asistentes a la misa en aquel saloncito como de El viaje a ninguna parte de Fernán Gómez, (esa España pobretona, de posadas repintadas de pintura al aceite, tan ordinarias como acogedoras,) con todos los platitos puestos sobre la larga mesa en ele; y las botellas de vino y gaseosa esperando unos labios en los que vaciarse…; ha sido un remate tan inesperado como suculento para un insólito funeral de teatro.
Presidía la mesa, Perla Cristal con sus ojos de swarovsky y su dignidad de cariátide; hermosa oficial por encima del tiempo. La flanqueaba el cura, vestido ya de calle, y en el extremo opuesto, el zangolotín veintañero y barbudo, de casi 1’90, que de cuando en cuando me miraba sonriendo.
María Jesús estaba sentada a mi lado, y entre bocanadas y buches de cotidianidad nutritiva, ha contado un viaje que hicieron con Adela al Sahara.
– Dios mío, como disfrutaba aquella mujer con el desierto… estaba todo el día en trance con el paisaje, siempre en situación y éxtasis.
Al final de la comida he ejercido de fotógrafo de este refrigerio de ánimas; y tras retratar a los conocidos, me he dirigido hacia Perla Cristal en la Presidencia, y hemos hecho fotos también con ella y sus acólitos; lo que, como suele suceder, llena de satisfacción a las viejas glorias de la escena. Por encima de todo hay que mantener el respeto a lo consuetudinario. Resulta en sí mismo, toda una recompensa.