El fútbol despierta pasiones universales tan profundas que desde hace tiempo a su obvia vertiente económica hay que añadir su incidencia en la política nacional e internacional. Se ha escrito hasta la saciedad que los fulgurantes triunfos europeos del Real Madrid de Di Stéfano permitieron sacar algo de pecho en el continente a la dictadura de Franco en momentos en que el Régimen era poco presentable. La dictadura de Videla intentó explotar ampliamente el triunfo de Argentina en el Mundial de su país.
Con poco éxito, con todo, al poco el gobierno de los militares caía. Sin maquiavelismos políticos, es un hecho evidente que la victoria de la Alemania Occidental en la Final del Mundial de 1954 frente a Hungría en Berna fue decisiva para recuperar el orgullo germano a los nueve años de que el país perdiera la II Guerra Mundial y cuando, aún devastado por la contienda, iniciaba su sorprendente recuperación económica. Los alemanes de cierta edad recuerdan exactamente donde se encontraban en el momento en que oyeron en la radio el segundo gol de su equipo y la gesta ha sido llevada al cine. “Fue el momento en que recuperamos nuestra dignidad”, ha dicho un escritor teutón. En un torneo internacional de alevines en Portugal, los chavales del equipo del Barcelona dieron el espectáculo de no saltar al campo mientras sonaba el himno español.
La doble y bochornosa mano de Henry que ha permitido la clasificación de Francia frente a Irlanda para el mundial de Suráfrica ha provocado un aluvión de comentarios indignados en la isla e incluso en Gran Bretaña. Las acusaciones de que el árbitro no podía estar tan miope (¿ayudándose dos veces con la mano?), de que ha sido una treta política de la FIFA para favorecer a un país grande frente a uno pequeño son irrefutables para muchos irlandeses. Los ejemplos del maridaje de fútbol y política son muchos y podríamos encontrarlos en todas las latitudes. La reciente pugna, también para el Mundial del 2010, entre Argelia y Egipto es un caso significativo por su influencia en las relaciones entre esos dos países árabes y mediterráneos y por la repercusión en Francia, nación en la que vive una numerosa colonia argelina. Los partidos estuvieron teñidos de incidentes, con violencia esporádica en la calle y según uno lea la prensa argelina o egipcia los ciudadanos o incluso las autoridades contrarios han sido auténticos villanos por acción u omisión.
Resumiendo un tanto, en el partido de vuelta en El Cairo el autobús de la selección argelina habría sido atacado, sus hinchas vejados o maltratados, etc. Al haber empate en el doble encuentro el desenlace se jugó en Sudán. Allí, las acusaciones vienen del lado contrario: los sudaneses se habrían decantado calurosamente por los argelinos y la jornada habría sido una encerrona para la selección y aficionados egipcios. Ganó Argelia, que acabó clasificándose, lo que inconscientemente hinchó el agravio egipcio. Mubarak llamó a su embajador en Argelia y diarios de ambos países se han dado un festín lanzados improperios contra el contrario. Dos países musulmanes, sin ningún contencioso aparente, y en los que el fútbol abre una brecha como puede comprobarse hablando con ciudadanos sensatos de uno u otro.
En Francia el triunfo argelino ha sido celebrado como propio. Una buena parte de los jugadores argelinos militan en clubes galos y las calles de Paris, Marsella, etc. se vieron inundados de argelinos de toda edad y condición, muchos de ellos nacidos en Francia, ciudadanos franceses por lo tanto y que ya no hablan el árabe. Celebraban ruidosamente el éxito de Argelia. El desahogo es inocente, pero en algunos sectores franceses la sensibilidad está a flor de piel. Hace un año, en un encuentro en Francia entre Francia y Argelia, una buena parte de los espectadores, argelinos franceses en su mayoría, lanzó silbidos cuando sonaron los acordes de la Marsellesa.
Esto en Francia, aquí tal vez no porque el himno y la bandera dejaron de estar de moda y son considerados un pelín carcas: es un crimen de lesa majestad que no se olvida. En estas fechas, por otra parte, en nuestro vecino del norte hay un auténtico debate sobre la “identidad nacional”. El júbilo de ciertos ciudadanos franceses por los éxitos de un equipo extranjero alimenta profusamente la polémica.