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Gabriela Wiener y la crónica en un cómic. Visión del periodismo en primera persona

 

Gabriela Wiener pertenece a esa camada de cronistas que hace Nuevo Nuevo Periodismo. Esta vez, la periodista peruana se ha sumergido en un proyecto de la revista de periodismo narrativo Cometa que dedica el número 3 de su publicación exclusivamente al cómic. Wiener, desde el periodismo gonzo pero con su peculiar sensibilidad, narra en este cómic un drama personal. La vuelta de su mejor amiga a Perú sirve como pequeña muestra del éxodo invertido de los migrantes latinoamericanos que llegaron a España en tiempos mejores. La historia comenzó como crónica  radiofónica para Radio Ambulante, se extendió con la versión escrita para la revista Anfibia y ahora se dibuja en el número especial de la revista Cometa.

 

La cronista me lo cuenta en un bar de la Plaza de Santa Ana de Madrid. Trabaja en la capital como redactora jefe de la revista Marie Claire. Gabriela Wiener ha publicado un libro de recopilación de sus crónicas, Sexografías, y un diario íntimo en el que cuenta su embarazo, Nueve Lunas, que define como “la experiencia más gonzo que ha tenido”. Sus temas son: “la sexualidad, el género, la familia, el amor, la muerte, el sexo…”. Sobre estos aspectos posa su mirada decididamente subjetiva; marcada por el tipo de sujeto que es, su primera persona, la única que tiene.

 

Además de las razones obvias de proximidad personal con una amiga que debe volver a vuestro país, ¿por qué eligió el tema de la migración para su crónica? ¿Qué supone la vuelta a casa?

—La elegí porque yo soy también una migrante y porque como ya se cuenta en la crónica vivo en un permanente dilema entre quedarme o irme. Además, creo que es una problemática de absoluta actualidad. Desde que se desató la crisis en España, miles de personas han vuelto a sus países, en especial de América Latina. La vuelta a casa solo puedo juzgarla desde las experiencias de los otros, de gente muy cercana como mi amiga Micaela y su familia. Puedo decir que es un proceso largo, que no es fácil ni es cuestión de días reinsertarse laboralmente, volver a encajar en la familia y sentirse parte de un país que, aunque tuyo, ha cambiado en todos los años que has permanecido fuera. Hay que pasar por un periodo extraño de nostalgias, arrepentimientos y descolocación. Supone muchos desafíos y angustias. Pero la clave es el tiempo, también fue dura y larga la adaptación cuando nos fuimos a vivir a un país extranjero. Y al final uno lo consigue. El hombre es un animal de costumbres.

 

La historia de la vuelta a casa de Micaela es una crónica radiofónica y una crónica escrita; ahora es también un cómic. ¿Cómo ha sido este proceso?

—El proceso de pasar a la historia gráfica ha tenido para mí muchas revelaciones. Volver una crónica a un guion de cómic fue brutal. Realmente el cómic me hizo ver que me había enfrentado a unos momentos escénicos muy fuertes que no había plasmado antes. En el guion de radio habían quedado unos vicios que se habían mantenido en la crónica pero que el cómic limpiaba porque realmente pedía escenas, pedía cosas visuales. Cosas que habían ocurrido y yo había pasado por alto. Por ejemplo, en la crónica aparece simplemente el encuentro en casa de Micaela una vez en Perú en el que hablamos de las cosas que nos han pasado. Sin embargo, en el cómic recordé que ella y yo habíamos estado solas en la habitación en un momento y pensé que nos habíamos estado mirando las dos al espejo. Vi cómo este era un momento perfecto para ponerlo en un cómic. Ese momento en el que, de repente, nos decimos las cosas y la verdad entre amigas. Había un espejo, el silencio y la nada. En el cómic tienen mucho poder los momentos de silencio que existieron en la realidad. Entonces recordé todas estas cosas y pensé “¿cómo coño no puse este momento en la crónica?”. Mirarnos en el espejo era total. Era como “cállate, no digas tanto”. Era la síntesis y potenciaba muchas cosas más.

 

 

Fragmento de Todos vuelven, guion de Gabriela Wiener y dibujos de Natacha Bustos. (Pulsar sobre la imagen para ampliar)

 

Entonces, ¿recoge el cómic el sentimiento como no lo habían hecho las otras crónicas?

—Los tres trabajos están intentando acercarse a la realidad de la misma manera imprecisa, inexacta. Todas estas realidades son como un poco inabarcables por cualquier medio. Yo sigo todavía creyendo más en mi medio, la crónica. Soy de esas que cuando ve la película todavía cree que el libro le ha dicho más. Pero me gusta el cómic. He estado mucho tiempo leyendo cómic autobiográfico y me parece que se aplica muy bien para el tipo de historia que hago.

 

¿Cómo surgió la idea de hacer de Todos vuelven un cómic?

—Fui yo la que lo propuso porque Marco Avilés, editor de la revista Cometa, me contó que estaba con esta aventura de hacer un número enteramente de cómic. Le dije que tenía una historia que acababa de publicar en Anfibia y que podíamos convertirla en cómic. Pero a mí ya se me había pasado muchas veces por la cabeza hacer un cómic; de hecho hasta pensé dibujarlo yo. Y mira que soy malísima.

 

¿Cómo ha sido el trabajo de colaboración con la ilustradora, Natacha Bustos?

—Me encanta cómo lo hace. Con Natacha tenemos una historia que fue un fracaso. Hace unos años queríamos hacer un cómic autobiográfico sobre una inmigrante peruana y su pandilla en Barcelona. Solo hicimos diez páginas. Ella era camarera y portera de un edificio y contaba sus aventuras allí, estaba genial. No sé por qué se quedó atascado; supongo que no habría pasta.

 

Su yo es su arma fundamental, ¿cómo se ve en el cómic?

—Es mejor, súperflaca, ¡una hipster! (reímos). Total. Es maravilloso, me encantó. Cambia de viñeta en viñeta; en algunas salgo de una manera y en otras muy distinta. Está bien porque es como irse a otros puntos de vista de la realidad, es otro lenguaje: el gesto, otras caras, varias actitudes…

 

¿Cómo se construye el yo en un cómic autobiográfico?

—Salvo que una seas Alison Bechdel, creo que es crucial la colaboración entre el guionista y el ilustrador, pues al reducirse drásticamente la cantidad de texto, hay menos posibilidades de profundizar en esta construcción y de mostrar esa subjetividad a través de las palabras. En un cómic, sin embargo, es la imagen la que debe encargarse del resto. De ahí que sea tan importante por un lado transmitirle al ilustrador detalles más gráficos sobre el yo, físicos (le tuve que mandar fotos mías de niña, fotos de Mica, de nuestra infancia). Eso es lo que veo distinto en todo esto. El yo de alguna manera ya estaba creado en el texto previamente y lo que hay que hacer es pulirlo, sintetizarlo y plasmarlo en viñetas, además de pese a la edición procurar mantener el tono y la fuerza de esa voz.

 

¿Cuál ha sido la reacción de momento hacia el cómic?

—¡Ha sido estupenda! Le encanta a todo el mundo. Estoy muy feliz.

 

¿Es este formato una herramienta a explotar para las narrativas del Nuevo Nuevo Periodismo?

—Sí, creo que el cómic periodístico es ya desde hace buen tiempo una tendencia. Lo que me gustaría es que estuviera mejor escrito, que sea aún más literario. En cuanto a lo mío, la crónica personal, me da la impresión de que este cómic en particular de periodístico tiene poco, que puede ser perfectamente catalogado dentro del cómic autobiográfico en general.

 

 

 

Fragmento de Todos vuelven, guion de Gabriela Wiener y dibujos de Natacha Bustos. (Pulsar sobre la imagen para ampliar)

 

Además de la primera persona, su periodismo se relaciona con el gonzo. Lo han llamado también periodismo kamikaze. ¿Cuáles son las influencias que han forjado su estilo?

—En el tema de la crónica, yo hago un periodismo en primera persona, con mucho trabajo de campo. Vengo de la escuela de revista peruana Etiqueta Negra que es una escuela con mucho trabajo de investigación, de entrevistas muy largas, de convivencia con personajes, de muchas lecturas… Una especie de mezcla de lo que viene a ser en realidad la esencia de la crónica: por un lado ensayas; por otro lado reporteas; y por otro está el trabajo literario. Estas son las tres dimensiones en las que me fui formando. Lo que hice fue desarrollar un poco el tema de la primera persona que suponía que me implicara muchísimo en las historias. Por eso, muchos etiquetan mi tipo de periodismo como periodismo gonzo; aunque tampoco es un gonzo puro porque el único que hizo un gonzo verdadero fue Hunter S. Thompson que se inventó para él el término y el término se convirtió en él mismo. Por eso, cuando habla realmente de su ideal de periodismo gonzo, sí que me siento más identificada. Un trabajo en el que el periodista mete el cuerpo, mete las manos, se ensucia… No es una visión aséptica la que da la crónica, no se pone en un lugar distante, ni pretende ninguna objetividad, sino más bien el texto es subjetividad pura. El hecho de que haya tanta implicación supone una inmersión.  

 

En tus crónicas convive con un polígamo y sus esposas; acompaña a una transexual limeña en su día a día en París o es sometida por una dominatriz. ¿Cómo vive ese proceso de inmersión?

—Antes me gusta leer mucho acerca de lo que voy a hacer, tener un concepto general de todo. Vas realmente como si ya pudieras escribir el artículo en ese momento. “Inmersión” es un término que me gusta más que “infiltración”, porque allí el periodista va un poco disfrazándose para acceder a unos lugares a los que normalmente no podría acceder sin una identidad falsa. Creo que en mis crónicas de Sexografías sólo aparecen un par de historias en las que no iba como Gabriela Wiener periodista. Mi estilo también incluye una especie de making off del trabajo, algo que siempre queda fuera del reportaje, que es la manera en la que tú llegas a esa información. En los últimos tiempos trabajo con una especie de metacrónica.  Por ejemplo, en la crónica de Un fin de semana con mi muerte que publiqué en Orsai incluso hago un distanciamiento y crítica de mis propios medios, como periodista de inmersión o periodista gonzo, que va a los lugares para meterse un rato y salir rápidamente. Desde mis primeras crónicas iba un poco a contracorriente de ese tipo de periodista que va como un turista a las cosas raras, al submundo. Más bien yo me ponía en un lugar desde donde decía: “yo también soy rara, a mí también me gustan estas cosas, yo también he deseado siempre hacerlo y simplemente lo estoy haciendo”. Precisamente toda mi poética o mi visión del periodismo en primera persona es de alguien que entra a un lugar y sale transformado. Es cuando ocurre esa especie de magia de la realidad. Me gusta citar a Gay Talese cuando habla de la corriente ficcional que corre en los subterráneos de lo real. No es exactamente lo real lo que nos interesa tanto, sino todo lo misterioso que está conectado con la ficción. La crónica puede volar, puede abrirte unas dimensiones de lo humano que van más allá del reporterismo clásico del dato concreto, objetivo, de la prensa normal. Te deja pensando, con más preguntas que respuestas. Y te quita la alfombra de debajo de los pies. Creo, que en ese sentido, es tan literatura como cualquier otro género.

 

En su escritura hay como una especie de reivindicación femenina, ¿es inconsciente o intencionada?

—A mí es lo que me interesó siempre. Quizá es un tipo de literatura que yo quise escribir. Finalmente, escribimos como los individuos que somos; con lo que tenemos. Mi escritura es también sobre una subjetividad y sobre un cuerpo. Evidentemente tengo mi mirada marcada por el tipo de sujeto que soy. Al principio de los tiempos no tenía tanta consciencia de esa especie de reivindicación, después sí que me he interesado en entender que también la exposición que hacía de mi intimidad y de las cosas personales tenía un punto decididamente político. Además, en un país como Perú, todavía quedan muchos lastres, represión. Antes en Lima a la mujer típica se le llamaba la tapada, como la chulapa de acá, pero se le tapaba toda la cara con una especie de burka. Cualquier acto o posición sin ser una mujer poderosa, más bien al margen, siendo mujer, siendo como soy exactamente, termina siendo una acción política. Ahora tú lo lees y creo que no intento tampoco reivindicar demasiado, lo político viene por añadidura. No es una escritura de panfleto.

 

En la entrevista que hace a Nacho Vidal, la estrella del porno acaba eyaculando en sus zapatos. Aquí sí que se puede hacer una lectura bastante reivindicativa…

—Es posible, sí. Porque el tema del porno lo merece. Cuando llegué a Barcelona y no tenía nada empecé a escribir para una revista porno, erótica, los horóscopos sexuales y todo eso. Allí conocí a Nacho y conocí todo ese mundo. Yo escribí esa historia en pleno surgimiento de una nueva visión del porno, por ejemplo de Beatriz Preciado, la filósofa autora de Testo Yonqui. Estaba surgiendo esta movida del porno femenino y del postporno, que reclama nuevos cuerpos menos normativos, menos heteropatriarcales. Erika Lust se puso a hacer este tipo de porno soft, a lo amoroso, a lo Sex on the city, para chicas a las que les gustan las cosas suaves y con amor. Luego están las postporno que son unas punkis absolutas que se follan a sus novios y lo graban y lo pegan en sus blogs, que son lesbianas, que son trans, que son discapacitadas… Ellas dicen que por qué esos cuerpos no están en el porno. Entonces lo que yo hago en esa historia es encontrarme nada menos que al icono del porno macho –un tipo que abofetea, que escupe a las mujeres en la cara, que hace una pornografía hardcore- y enfrentarlo de esa manera. Y hacer algo de humor también con eso. Allí estaba toda esa discusión que se estaba viviendo en ese momento y sí que hay una proclama clarísima que allí me parecía divertido hacer.

 

La intimidad es un concepto clave en sus crónicas, ¿siente pudor al exhibirla?

—El sentimiento de pudor, el sentimiento de ridículo, va muy de la mano del exhibicionismo. No dejas de sentir vergüenza o miedo cuando haces las cosas. Por ejemplo, en Perú ni siquiera se han publicado leyes a favor de los homosexuales. Hace poco hice una crónica por el día de la Lucha contra la homofobia: publiqué una columna donde yo salía del clóset como bisexual. Para muchos esto no es ningún misterio, ningún secreto. Tampoco es de interés público, es personal. Cuando escribí la crónica y la mandé estaba un poco cagada de miedo porque no estaba muy segura de cómo iba a ser tomado. Por ejemplo, ahora me da menos miedo el hecho de que me pueda juzgar mi familia; algo a lo que tenía más temor al principio, cuando no te has expuesto tanto, o eres muy joven, o todavía no te afirmas demasiado en lo que crees o cómo eres. Ahora esas cosas del qué dirán me importan menos. Ahora el pudor que tengo es de que la gente piense que yo lo hago simplemente por ser una frívola, exhibicionista, porque me gusta un poco el show, para llevarme todas las palmas… Que mi gesto pueda ser malinterpretado. Yo lo he hecho por un compromiso con lo que creo: la visibilización. Y luego, por supuesto, estoy yo. Mi estilo es así. Desde que era muy niña, cuando estoy con gente, de repente tengo ganas de decir algo incómodo, que sea muy fuerte, ¿sabes? Chocante, crudo, extremo. A veces no puedo con la situación porque me parece que todos nos movemos a unos niveles de corrección que se quedan en la superficie. Y yo quiero siempre que entremos en lo profundo, en el cotilleo, en la cosa morbosa o más al desnudo. Siempre tenía una especie de timidez, como una cosa aplastada que quería tirar. Y en mi escritura terminé haciendo lo mismo: una cantidad de historias que eran hablar al desnudo de cosas con honestidad, con mucha sensibilidad, como una especie de striptease, de desnudamiento, de quedarme expuesta. En eso conecto mucho con la gente de las artes escénicas que hace activismo a través de su falta de pudor.

 

A pesar de que muchas veces trata temas crudos, estereotipados o cliché, entra en las historias con mucho más respeto que prejuicios y sobre todo empatía…

—Yo creo que dentro del Nuevo Periodismo el concepto de empatía es clave. A mí, esto me sale muy natural. De hecho, también puede ser peligroso; tiene un reverso tenebroso. Porque, claro, me dejo seducir, me dejo atraer por esta gente, por este mundo… Y de repente ya es más difícil poder contarlo también desde un punto de vista más crítico con las cosas. Con Badani  y sus seis esposas, por ejemplo, fue muy complicado porque yo sentí que tenía que caerles bien para que me dejaran entrar en su mundo. Pero lo que me gusta es que está contado, está confesado en la propia historia. Allí queda un poco transparentado este trabajo que tiene que hacer el reportero para poder entrar a mundos inaccesibles.

 

¿Y cómo influye esa subjetividad a la hora de vivir y de armar la crónica?

—Esa historia pasa por esa convención de estar diciéndote la verdad. Pero, ¿qué verdad? Una verdad marcada por la mirada de alguien, por su memoria, las notas que tomó, las que no tomó, lo que interpretó, lo que malinterpretó por sus prejuicios… Creo que esa es la esencia de lo que he hecho siempre. Hacer las cosas desde mi pobre subjetividad, desde mis pobres prejuicios, desde mis limitaciones, con los pocos elementos y herramientas que tengo. Y demostrar por qué también son dudosas. Me gusta eso cuando frente a mí está este tipo de periodismo, necesario también, pero que suele ser muy grandilocuente y muy poco crítico de sus propias herramientas y de sus propios métodos y que hace que terminen metiendo la pata muchas veces hasta el fondo por tomarse absolutamente en serio. Siempre hay que incluir la duda.

 

Gabriela Wiener habla mucho y engatusa con su acento y sus reflexiones. Tras más de dos horas, la entrevista debe terminar porque llegan dos personajes que coprotagonizan, en ocasiones, sus crónicas: su compañero J y la pequeña Lena, cuyo embarazo cuenta la escritora en Nueve lunas. Me ha gustado conocer al personajito de Lena, que tiene los ojos de su padre y la curiosidad y la mirada de su madre.

 

 

 

 

Inés Escario Lostao (Zaragoza, 1991) es estudiante de último año de la Universidad de Zaragoza. Estudió su tercer curso en Lieja, Bélgica, donde dirigía un programa radiofónico. En estos momentos realiza prácticas en Cadena Ser. En Twitter: @escariolost

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