Desde pequeñito me calificaban, normalmente gritando y a veces hasta a hostia limpia, de gafitas, cuando yo era más alto, a veces más guapo y generalmente más fuerte. Luego fui creciendo, que fui cuando descubrí tres asuntos vitales: que los Reyes son los padres, que si agitas eyaculas, y que el pasado nunca cuenta; por lo que pasados unos cuantos años aquellos que me tildaron de estúpido por llevar gafas hacían genuflexiones al verme pasar. Y eso que en aquella época ni publicaba, ni escribía ni, en realidad, sabía qué iba a ser de mí.
Por culpa de aquel reguero de insultos, en donde casi siempre todo me dio igual –de hecho me calcé más de una década a oscuras, habiéndome desprendido de mis lentes cuando ya casi no veía ni torta y la adolescencia interpuso su dictadura de la apariencia–, hoy día los que llevan gafas me parecen tipos interesantes cuando los que gastan las de sol me parecen retrasados. Y este post, como dicen los tantos y tantos seres humanos que no saben inglés pero sí se atreven a meter un post en la conversación, no es más que otra provocación en la que saldré perdiendo, nada airoso, por atacar a la mayoría que sí lleva gafas de sol, cuando a mí la pose siempre me pareció un motivo de atentado mucho más decente que los ideales políticos del ametrallado.
A mí siempre me dieron ganas, desde tiempos inmemoriales, de volar por los aires a todos aquellos que utilizaban gafas de sol, un complemento altamente necesario que la mayoría utiliza por vanidad, cuando además de ver bien se las ponen de madrugada y, para mayor ridículo, mostrando la puta marca en alguna de sus patillas. Hoy, como casilla de salida para este texto, he visto a dos conocidos fotografiándose, ambos, con gafas de sol. Es una pena que Stevie Wonder sea ciego. Que si llega a haber visto en la vida se habría puesto gafas de sol, cuando en general se utilizan como glande del pene, para el que le falte, o como extra glande del pene, para el que creía ir bien cubierto.
Si muchas veces imagino cómo se debería bombardear Occidente me lo planteo de una manera poco sanguinolenta: yo, descendería sin tropa alguna en la retaguardia sobre alguna playa prescindible, de la República Dominicana o Cancún, por poner dos claros ejemplos de cutrismo ibérico, donde incluyo al mesetario, al andaluz y al catalán, donde empezaría a robar gafas de sol y a arrancarles los ojos a todos aquellos parias amantes del Ikea que esbozan sonrisas mientras se calzan negras monturas con negrísimos cristales, casi nunca de aumentos. Y luego, cuando el sol ya les hiciera mucho menos daño que mi robo premeditado –recuerden que ya sólo le quedarían las cuencas, vacías, que yo rellenaría de masa encefálica de cualquier japonés recién fallecido– les pasaría la mano por el cogote apiadándome de esa religión no registrada que utiliza gafas de sol, no sólo para evitar daño en sus córneas –luego suelen hacerlo sin condón con la primera que se les cruza– sino para buscar pareja. Que así está el mundo. Pobre Matías Prats padre; lo que se habría hinchado a meter en esta época de chichinabo, donde seguro que los hay haciendo el acto desnudos, con los calcetines puestos y, cómo no, con las dichosas gafas de sol.
Joaquín Campos, 07/09/15, Phnom Penh.