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Mientras tantoGafas de sol para interior

Gafas de sol para interior


Loquillo con gafas de sol, detalle de la portada de su quinto álbum, 'Viento del este' (2016).
Loquillo con gafas de sol, detalle de la portada de su quinto álbum, ‘Viento del este’ (2016).

Si existe algo provechoso en todo este entramado de pandemia y enfermedad es que muchos de nosotros hemos encontrado, ¡al fin!, nuestro auténtico superpoder. Sí, sí, como lo oyen. Al fin y al cabo, a quién no le han preguntado alguna vez: «¿Si fueras un superhéroe, qué habilidad especial te gustaría tener?», o algo parecido. Pues los que soñábamos con el don de la ubicuidad, de ver sin ser vistos, de la invisibilidad más absoluta para cometer cualquier clase de perversión, en el sentido de que quien observa sin ser observado será siempre un pervertido, estamos de enhorabuena: las persianas, los visillos y las cortinas nos han ayudado estos días a cumplir nuestra misión. Y ahora que volvemos a ser vulnerables, con las posibilidades diarias de salir a dar un paseo o a hacer un poco de ejercicio, debemos encontrar una alternativa para seguir disfrutando de la impunidad, pues no hay nada peor en esta vida que recibir un don divino y tener que devolverlo. Ahí es donde cobran importancia los referentes.

En plena cuarentena, por ejemplo, el actor Robert Downey Jr., mundialmente conocido por su papel de Tony Stark en las películas de Iron Man y demás tramas del universo cinematográfico de Marvel, cumplió 55 años. Y ese dato me hizo pensar: «¿Cómo se las estarán arreglando las personas que, como él, llevan gafas de sol a todas horas en esta época de reclusión domiciliaria: se las habrán quitado, se estarán dando puntapiés con todas las esquinas de su casa, habrán cambiado los cristales?». Sea como sea, recordé los versos de una canción de Loquillo que decían: «Sé que si me paro me revienta el corazón. / No hay nubes en el cielo, pero sí gafas de sol: / me ven, pero ya no estoy». Varias semanas después, por fin cobran sentido.

A partir de mañana, que ya podremos salir en las franjas horarias establecidas por el Ministerio de Sanidad, no se asusten ustedes si ven a mucha gente con una montura de aviador o unos cristales polarizados. Seguramente, serán los mismos que se escondían detrás de los balcones para interrogar al vecindario o para cotillear las rutinas de sus compañeros de fachada. Los que miraban sin ser vistos, vaya. Aunque, quizá, también haya gafapastas de la vieja guardia, de los que no se han quitado la oscuridad de sus pupilas en la vida. Personas como Loquillo, mismamente, o como la periodista Anna Wintour, editora jefe de la revista Vogue, quien siempre decía que llevaba gafas oscuras para evitar que la gente supiera lo que estaba pensando. De nuevo, importantísimos los referentes. Y yo me planteo, de verdad, ¿cuán difícil lo han tenido que pasar?

Dos días después del cumpleaños de Robert Downey Jr., Carlos Herrera comenzaba su programa de ‘Herrera en COPE’ como todas las mañanas, a las 06:00. Pero, esta vez, lo hacía enfundado en una camiseta de fútbol del Espanyol y con unas gafas de sol con unos cristales azulados. Y entiéndanme, por mucho que en el horario de verano altere las horas de luz en los hogares, cuando Herrera subió una foto de su look a las redes sociales, quince minutos antes de sus buenos días radiofónicos, el cielo tenía que estar completamente ennegrecido, lo que explicaría, también, por qué tenía encendidas las luces de su despacho. «Siempre deslumbrante la equipación de hoy», escribió. Pero él, que suele ir por la vida con sus gafas y con la estética de un señorito andaluz, es de ahí, seguramente, de donde saca su clarividencia.

En el otro extremo de la balanza nos encontraríamos a Risto Mejide, por ejemplo; un publicista reconvertido en estrella de la televisión gracias a sus lentes oscuras. Él ha seguido haciendo su programa, estos días, escondido tras sus monturas de metal, pero, en el fondo, tiene pinta de no sentirse cómodo con ellas. Es lo que ocurre con las poses: nunca sabes si son reales o fingidas, aunque yo me lo imagino tropezando a cada segundo con los muebles del salón, maldiciendo su fortuna y cabreado por la apariencia que él mismo se impuso al empezar a despuntar. No sé yo si Risto sigue llevando gafas cuando no está enfrente de la cámara, pero, cuando lo está, es un maestro del disfraz y del oportunismo, como esos nuevos deportistas que saldrán de sus cavernas a partir del sábado a las 06:00, coincidiendo con los programas matinales de la radio española.

Por último, y en el ámbito más estrictamente literario, tenemos el ejemplo de Ray Loriga, que siempre acude a las entrevistas, a las firmas o a los actos promocionales de sus libros con unos anteojos tintados, o el ejemplo de Fernando Arrabal, que combina las gafas de ver con unas especiales que usa para el sol, que suele llevar en lo alto de la cabeza y que, a su vez, tienen cierta estética ciclista. Sobre el tema, a Loriga le preguntaron una vez, en un encuentro digital con sus lectores, «¿se pone gafas de sol también para escribir?», y él mismo contestó: «¡Bingo! ¿Cómo lo ha sabido?». Pues cómo lo vamos a saber, Loriga: porque somos expertos en observar sin ser vistos. Así que ya sabemos, para nuestras próximas rutinas de ejercicio callejero, hacerle caso a la sentencia de Loquillo: «Sé que si me paro me revienta el corazón. / No hay nubes en el cielo, pero sí gafas de sol: / me ven, pero ya no estoy». E igual, por si acaso, habría que ir pensando en cambiar de superpoder, para cuando llegue la nueva normalidad a nuestras vidas, y todo eso.

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