El último baile, que ya debe ser uno de los mejores documentales de deportes jamás filmados, trata de una obra maestra: los seis anillos conquistados por el equipo de baloncesto de los Chicago Bulls en los años 90. Y principalmente del último, cuando sobre aquel impresionante equipo planeaba la disolución ideada por el director general. Ocuparse de una obra maestra es difícil. Las obras maestras no pueden superarse. Con mucho trabajo, mucho talento y su poquito de suerte quizá puedan igualarse. Pero esta conclusión está demasiado ligada al lenguaje escrito. Lo cierto es que en el lenguaje audiovisual igualarla está más a la mano. Al fin y al cabo, la obra maestra ya fue filmada y estaba dispuesto que la traca final de aquel dios que se disfrazaba cada noche de Michael Jordan sería la traca final de cualquier documental. El director, Jason Hehir, ha ordenado una notable cantidad de testimonios para iluminar la pregunta más adecuada en estos casos: ¿Cómo fue posible? Para empezar hay que saber quién era Jordan. Un competidor voraz, un coleccionista de afrentas, un compañero tiránico. Se han oído los habituales grititos dramáticos. Oh, ah. Similares a los de aquellos que promocionan partidos sin marcador para los niños en las escuelas. Luego está la época. Hace algún tiempo que los 90 se presentan como una pequeña excepción dentro del siniestro pasado ¡y del siniestro presente! Ver a esos jugadores con traje y corbata, fumando puros y sentados delante de un piano para celebrar una victoria ha tenido un endiablado efecto confirmatorio. Hoy la vestimenta tipo gánster y la PlayStation son las reinas. Otro asunto es la inteligencia. Jugaban mejor que nadie y se expresaban mejor que los actuales. Con esa mezcla de arrogancia e ironía que tanto ayuda a expandir el mercado. La excepción cultural estadounidense debe ser la oratoria.
Pero El último baile contribuye a algo más. Y es a relativizar el mediocre papel de la prensa deportiva de cualquier país. No es solo que sea difícil competir con las imágenes de una gesta. Es que ganar es el único argumento de la obra. No hay posibilidad de metáfora. Ni de sentido.