El pasado miércoles se celebró el esperado debate presidencial entre Kamala Harris y Donald Trump. Con las encuestas sin mostrar un claro favorito, los analistas políticos vendían ese duelo como decisivo para decidir el resultado de los comicios. Tras hora y media de propuestas y reproches el veredicto fue unánime: Trump había perdido. Sus intervenciones consistieron mayoritariamente en diatribas incoherentes que le hacían parecer un lunático más merecedor de residir en un asilo que en la Casa Blanca. Los columnistas y tertulianos afines al partido demócrata no tardaron en celebrar la derrota de su archienemigo. Sin embargo, ninguno se hizo la pregunta más importante: perdió Trump pero… ¿ganó Harris el debate?
No se trata de una cuestión menor. En contra de lo que muchos creen, la política no tiene por qué ser un juego de suma cero. El fracaso del rival no garantiza automáticamente el éxito de tu causa. Hillary Clinton ganó los debates y perdió la elección. La clave no está (sólo) en lo que dijo Trump sino en si las intervenciones de Harris lograron convencer a los votantes indecisos, especialmente a aquellos que, hartos de Trump, se mantienen reacios a apoyarla.
En este sentido, las respuestas de la candidata dejaron qué desear. Sus intervenciones más lúcidas se dieron al final del debate cuando echó en cara a Trump los momentos más caóticos de su gestión y recordó a los espectadores los motivos por los que hace cuatro años le negaron un segundo mandato. Pero fue en la parte propositiva, al pedir que explicase su propuestas, cuando Harris fue menos convincente. La primera pregunta que le hicieron los moderadores fue si, como afirmaba Trump, los estadounidenses vivían peor que hace cuatro años. La vicepresidenta rápidamente cambió de tema y empezó a hablar de sus planes para apoyar al pequeño comercio.
Y es que el equipo de campaña de Harris tiene razones para preocuparse por la capacidad de su candidata para seducir al electorado. La semana pasada el New York Times publicó su prestigiosa encuesta Siena. En ella Trump lidera la intención de voto con un 48% frente al 47% de Harris. Los datos sobre las preocupaciones de los americanos muestran posibles complicaciones para la vicepresidenta. Un 50% de los encuestados afirmaba que Trump daría mejores soluciones a los problemas que le preocupan. Un 55% respondía que el expresidente gestionaría mejor la economía que su rival. La imagen de mala gestora parece ser el talón de Aquiles de Kamala Harris.
El debate demostró que Harris es más fuerte cuando denuncia los excesos de Trump que cuando vende sus propias virtudes. En una elección tan igualada como parece que será esta, si quiere ganar, Harris debe evitar cometer el error que cometió Hillary Clinton: tiene que basar su campaña en algo más que el “vótenme por que no soy Trump”. En ese sentido, un debate que recuerda al electorado por qué no quiere a Trump no es una derrota. Pero uno en el que no es capaz de explicar por qué habría que apoyarla a ella tampoco es una victoria.