El 10 de junio de este año hicimos esta reflexión a propósito del hecho de que el mundo estuviera mandado por una teocracia, y aunque en el artículo no utilizáramos esta palabra:
En los tiempos venideros, los que quieran adecuar el vertiginoso mundo de las tecnologías a un pensamiento humanizador, contemporáneo y compartible, como debe ser, han de saber que deben someter a riguroso escrutinio las nociones que tenían de Dios, patria y rey. Porque sería la única manera de no admitir, por ejemplo, que los abusos cometidos contra los apátridas puedan quedarse impunes o la soberana tontería de que castigar a los ofensores de Dios es loable, o que todos, al final, se merecen los príncipes ladrones que tienen porque es su destino, anclado en la indolencia.
Semanas después se desató el apocalipsis y del cielo de los elegidos de Dios cayó el plomo y el azufre para el castigo de los palestinos. Y aunque no fueran unos actos llevados a cabo con nocturnidad, y parece que se confirma que el descaro es la manera de actuar del Estado hebreo, nadie de los países importantes ha tomado la iniciativa para parar la matanza. ¿Cuál es el fondo que sostiene este silencio? No está claro que lo podamos saber, pero mientras buscamos estas razones, refresquemos la memoria con los muertos en Afganistán, los muertos en Irak y los que se mueren ahora en Siria sin que se sepa mucho. ¿Qué comparten los damnificados por estos tremendos desastres? Que ocurren en zonas de habitantes de religión mahometana. Preferimos no abundar en el desvelo de esta verdad y decir que los actuales castigadores de los palestinos son devotos de un Dios superior, un Dios que ha sabido alentar el devenir de los países que dan apoyo a la nación judía.
Los que actualmente dan su apoyo o se callan ante las barbaridades cometidas no cejarán en su actitud, porque comparten con el país hebreo el sentimiento de que comparten el aliento del mismo Dios que les anima en sus desmanes. Sean en sus ramas conservadoras, o evangélicas o pentecostales histéricos, los actuales socios de Israel son devotos de un Dios distinto al de los musulmanes, quienes, que conste inmediatamente, también se abonan, cuando no son sojuzgados, al fuego castigador de su fe. Así, que mirado con todos los ojos, lo que se está viendo otra vez más es la reivindicación de la supremacía de la deidad bajo cuyas alas se cobija. O sea, el dios de los norteamericanos, franceses, ingleses, españoles y el resto de países vasallos de las potencias es el que está venciendo. Y como llevamos unos siglos difundiendo la creencia de que la religión de los hombres es un asunto sobre el que no se debía emitir juicio ni opinión, entonces nos callamos cuando el grupo al que pertenecemos se erige en castigador de las ofensas recibidas, y a mayor gloria de Dios.
Es decir, que nuestra incapacidad para someter las creencias individuales al dictado del bien común y el pensamiento racional nos impide clamar por los abusos que se cometen todavía en nombre de la religión. Para este asunto, la humanidad todavía está en tiempo de las Cruzadas. Y así nos va. Porque si hubiéramos hecho los deberes, el castigo infligido sería juzgado con ojos civiles, alejados de cualquier consideración religiosa. Hay muchos que hablan de alianzas políticas y económicas entre los aliados mundiales de Israel que exigen la inacción hasta tanto el país hebreo no vea satisfecho el rigor de su castigo. Pero nosotros creemos que no hay razón más nítida que su inclusión en la comunidad de un Dios más fuerte, protector y de altura de miras. Dicho todo así, hemos de reconocer que nos avergonzamos de nuestras reflexiones mientras los palestinos debaten entre la vida y la atroz muerte.
Barcelona, 21 de julio de 2013