Cuando ya comenzaban a quedar atrás las idióticas soflamas del candidato Republicano Trump y el marcaje personal, no exento, con algunas excepciones, de cierto histerismo de la candidata Demócrata, Hillary Clinton, después del tercer y último debate —si es que en efecto en que hubo tal, pues los televidentes asistimos a una hora y media de intercambios de necedades y reiteraciones sobre los mismos puntos del debate anterior—, tuvieron que pasar 48 horas para que, ahora sí, dos de los principales temas de esta campaña por la presidencia de Estados Unidos tomaran el sitio de primera fila que ocupan en las plataformas de los respectivos candidatos.
Me refiero a la migración y el comercio, en particular el comercio entre Estados Unidos y México.
En relación al primer tema, Hillary Clinton esbozó un plan tan detallado como se puede esperar a dieciséis días de la elección presidencial.
La candidata Clinton hizo eco de la propuesta de reforma migratoria comprehensiva alguna vez planteada, no sabemos qué tan serio, por el presidente Barack Obama, mientras que el día de ayer, sábado 22 de octubre, Donald Trump, en un dizque solemne acto de campaña en Gettysburg, arrojó una vulgar cortina de humo amenzando con demandar a las mujeres que en las últimas semanas han levantado la voz retratándolo en esencia como un depredador sexual, una vez que ocupe la Oficina Oval..
Más allá del ruido mediático, tan caro al candidato Trump, el verdadero tema de Gettysburg delineó las acciones que tomaría durante los primeros cien días de su administración: la eliminación ipso facto de los fondos federales destinados a las llamadas ciudades santuario, las deportaciones masivas y, por si fuera poco, el encarcelamiento hasta por dos años de quienes, es decir, los migrantes mexicanos, reingresen al país y que mantengan antecedentes legales —en una tétrica y renovada operación del biopoder, mediante dispositivos de control social y de gestión de movimientos de poblaciones, tal como lo postulaba Foucault en su concepción del poder pastoral, el cual “no tiene por función principal hacer el mal a sus enemigos, sino hacer el bien a aquellos por los que vela. Hacer el bien más material del término, es decir: alimentar, brindar subsistencia, proporcionar el pasto, conducir hasta los abrevaderos, dar de beber, encontrar buenas praderas”, lo cual en el plan de Donald Trump significa el ilusorio retorno de la manofactura gracias la renegociación, si no es que la denuncia, del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA); el levantamiento de barreras al comercio, suponemos que con México, Canadá y el resto de los socios comerciales de Estados Unidos.
No se necesitan saberes ocultos para tener una idea de lo que ello significaría, para Estados Unidos, para México, y quizás para el resto del mundo. Uno de los pocos conocedores profundos de la relación Estados Unidos-México, Arturo Sarukhan, resumió en una entrevista en televisión la importancia, en términos económicos y políticos, de lo que el campo Trump considera idiotamente irrelevante.
La demagogia de Trump es un tema tan sobado por intelectuales de México y Estados Unidos, sobre todo de México, donde incluso se han buscado referencias a los griegos —con cierto doble filo aplicable a Trump pero también de paso al sempiterno Andrés Manuel López Obrador, como si viniera al caso en esta alta hora de las campañas electorales en Estados Unidos— para documentarla con la autoridad que imponen los antiguos griegos. Dada la negativa de Donald Trump a aceptar los resultados de la elección del 8 de noviembre, a menos que él gane, convendría expurgar también a los latinos, en particular Los comentarios a la guerra civil, de César, protagonista de primera línea, es decir actor en el mundo de la praxis política antes que en la imaginería literaria griega, en los combates entre optimates y populares en la lucha por el poder político.
Ello pasa por alto dos puntos cruciales de esta campaña: el primero se refiere al alejamiento de la pregunta que Richard Rorty, ya desde 1994, presentaba como la pregunta trascendental, a saber: “¿Cuáles son las condiciones causales para reemplazar la actualidad presente por una mejor actualidad futura?”, a la que él mismo respondía, agudo y preciso, «los intelectuales de nuestro siglo —una gran mayoría de los cuales vale decir siguen pensando en términos de 1994, es decir del siglo XX— se han distraído de las campañas movidos por la necesidad de ‘poner los sucesos en perspectiva’ y por la urgencia de organizar movimientos alrededor de algo que situaban más allá de la vista —léase la posibilidad de que Donald Trump llegue a la Casa Blanca—, algo localizado al final de esta perspectiva imposible y distante” —léase la incredulidad, si no es que la naiveté, respecto a la política pragmática que ocupaba a Richard Rorty al menos desde 1991, cuando publicó el ensayo “Intellectuals in Politics” en la revista Dissent.
El segundo punto tiene que ver con una concepción trágica del liberalismo, para usar la expresión de Jesús Silva-Herzog Márquez en un ensayo espléndido, no tanto por su condición eternamente endeble, casi siempre uno o dos pasos atrás, del entorno político y, sobre todo, económico, sino por su incapacidad para reconocer e identificar para sus fines, como trágicamente lo ha hecho Donald Trump, a los “perdedores” producto de décadas de ultra-liberalismo económico y la omisión premeditada y no menos trágica para millones de desposeídos de que “la lucha por la hegemonía ideológico-política es, por tanto, siempre una apropiación de aquellos conceptos que son vividos ‘espontáneamente’ como ‘apolíticos’, porque trascienden los confines de la política.” (Slajov Žižek).
Supongo que, por otro lado, la soflama de Gettysburg del día de ayer, 22 de octubre, es todo ello lo que esperan escuchar los seguidores de Trump, mientras que la propuesta de la candidata Clinton sobre el tema incomoda, suena a una historia que ya contó, sin éxito, el presidente Obama y, sin embargo, es de esperarse, más apegada a la realidad de que uno escucha —escribo esto bajo los espectaculares cielos crepusculares, de otoño, del estado de Michigan— más allá de los medios masivos de comunicación, entre propietarios de pequeños y no tan pequeños negocios, desde los proveedores de servicios básicos y profesionales por parte de mexicanos hasta el que resulta ser el segundo sector más importante de Michigan, luego del automotriz: la agricultura. Más de un comentarista, una multitud de funcionarios de gobierno, hablan de la futura debacle de la industria agrícola si no ocurren dos cosas: o llegan más trabajadores agrícolas mexicanos en una suerte de Programa Brasero del siglo XXI, o se regulariza la situación migratoria de quienes ya están aquí, trabajando dependiendo del clima, en Michigan, en Florida y las Carolinas.
Evito el lugar común y la tentación de traer a cuento al conde Alexis De Tocqueville. Prefiero referir el relato que hace Claus Offe del viaje de Tocqueville a Estados Unidos y que dio origen a su célebre La democracia en América. Para efectos de la actual campaña presidencial, me interesa, empero, destacar el advenimiento de la tiranía de la clase media a partir, según el propio Offe, a la igualación en el campo político y cultural: “Lo que preocupa profundamente al autor [Tocqueville] respecto del ‘siglo democrático’ es la deficiente e incierta inclusión del poder igualitario de la mayoría en el marco del Estado de derecho, así como la arbitrariedad que resulta de ella, potencialmente tiránica y aniquiladora de la libertad.”
Como si se tratara de la peste, evito igualmente caer en versiones trágicas de la política y de la historia, porque ello implica, aunque sea en una mínima dimensión, tergiversar ya no las opiniones ni las apreciaciones acerca de tal o cual candidato, sino de los hechos políticos y su inevitable y auténtica radiación hacia una campaña, hacia los electores, hacia los mass media. En otras palabras, jugar un juego peligroso: trasminar los cimientos de la democracia y de la sana participación política de los electores.
A punto de asistir a una posible guerra civil en las urnas el próximo 8 de noviembre, o bien a una jornada electoral que no hará brincar por los cielos los fundamentos de la democracia, el Derecho y la civilidad, vale la pena recordar que, como dice Adam Zagajewski en un excepcional poema, con o sin elecciones:
Vivimos en un abismo. En las aguas oscuras. En el resplandor.