Home Mientras tanto Gitanjali (XVII), de Rabindranath Tagore (1861-1941)

Gitanjali (XVII), de Rabindranath Tagore (1861-1941)

 

Somos el aposento del sentido y la poesía es su llave.

 

Llegué a la India dos días antes de que el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Barack Obama, aterrizara en Mumbai. En mi camino encontré las casas decoradas con flores, el aire asombrado de petardos y la noche despierta con fuegos artificiales por la fiesta de Diwali, la gran celebración religiosa para hinduistas, budistas, jainistas y sijs. Orillando a los enjambres de niños y el museo de Orsay de saris de las mujeres, cientos de policías y militares patrullaban calles, edificios y aeropuertos: el hombre más poderoso de la Tierra se acercaba.

 

Obama compareció sonriente, carismático y vencido. Para sus encarnizados adversarios, la derrota del Partido Demócrata en las elecciones parlamentarias convertía a la India en una inmensa y provisional Elba, antesala de la Santa Elena que le aguarda en dos años. El veredicto del pueblo norteamericano fue transparente: el idealismo es la guarnición, la economía es la carne. Y los estadounidenses, deshabituados a las privaciones, tienen hambre de prosperidad. Si Obama quiere ser reelegido debe brindar a sus conciudadanos empleos, salarios, cueste lo que cueste, caiga quien caiga: si no votarán por su rival, cualquier savonarola de lo público, los inmigrantes y Darwin.

 

Así ha sido siempre: los jefes alcanzan legitimidad repartiendo el botín entre su nación a expensas del dolor de distantes pueblos aplastados. El poder se apuntala prodigando mercedes entre su tribu. El feroz egoísmo de las banderas, en su escalafón de fuerza y oro, acuerda la relación entre los países: el viejo, básico y animal interés. Siempre fue así. Por algún motivo, sin embargo, creímos que Barack Obama sería un líder diferente, que pondría por encima del interés tribal el bien común, y todos, por fin, participaríamos de la palabra común. Cuando hablaba a su gente de unión, esperanza, sueños, nos pensábamos aludidos; el ‘we’ de ‘Yes we can’, incorporaba a africanos, latinoamericanos, asiáticos, europeos, debía ser. Por eso jaleamos el triunfo de la reforma sanitaria en Estados Unidos como si fuera un éxito de la humanidad y escuchamos los hermosos discursos convencidos de que sus frases se traducirían en leyes justas, mejoras sociales, paz. A estas alturas resulta claro que Obama es otro presidente del Imperio, más cabal, bienintencionado y progresista que la mayoría de sus predecesores, pero eso, otro presidente del Imperio.

 

India es el país del mundo con mayor número de personas viviendo en la pobreza extrema. Pese a que los periódicos del norte pregonan sin apenas matices el milagro tecnológico indio, 456 millones de seres humanos malviven por debajo del umbral de la pobreza en el subcontinente. La desigualdad se ha enseñoreado de la India: el sistema de castas va rotando su eje hacia la partición económica, una nueva forma de clasificar a las multitudes de acuerdo con sus posesiones. La situación en el campo no mejora: los campesinos se ven obligados a endeudarse para comprar semillas y sus cosechas no cubren gastos. En los últimos trece años, según estadísticas del gobierno, 200.000 agricultores han cometido suicidio en la India al ser incapaces de hacer frente a sus deudas. La distancia entre el tercio más haberoso de la sociedad y el tercio más pobre no disminuye, aumenta. Según el último Informe de Desarrollo Humano del PNUD, la India, pese a ser uno de los diez países que más ha crecido económicamente en las últimas décadas, aparece en el puesto 119 de los 169 países clasificados en cuanto se incorporan criterios como la tasa de escolarización o la esperanza de vida, no mucho mejor que Paquistán (125), y bastante peor que Honduras, Gabón, Egipto o Bolivia.

 

Obama no estaba aquí para hablar de la miseria o para abogar por una mayor redistribución de la riqueza. Su objetivo era crear puestos de trabajo en su país vendiendo armas fabricadas en Estados Unidos, el primer productor mundial de armamento, por las empresas Boeing y Lockheed Martin. El cometido de Obama, el único, era lograr que el gobierno indio aprobara la compra de aviones de combate y material militar  por valor de diez millardos de dólares. Diez millardos de dólares: más o menos la cantidad de dinero que el conjunto de las naciones desarrolladas dona, anualmente, para ayudar a las personas desplazadas a causa de conflictos armados y desastres naturales en el planeta. Se estima que la conclusión del acuerdo generará 50.000 empleos en Estados Unidos. La operación resulta claramente beneficiosa para los parados estadounidenses; es difícil entender en qué ayuda a los cientos de millones de indios sin recursos.

 

Mientras Europa reduce sus presupuestos militares a causa de la crisis, la India prevé gastar 45 millardos de dólares en los próximos cinco años en armamento. Las empresas estadounidenses están bien situadas para ganar el premio: Estados Unidos lleva a cabo más operaciones militares conjuntas con el ejército indio que con ningún otro. La visita de Obama, convertido en un prestigioso viajante como todos los presidentes actuales, sucede a la de Hillary Clinton, que hace un año rezó en Mumbai por las víctimas del terrorismo integrista y avanzó en las negociaciones para la macroventa de armas.

 

Tras la adhesión de Bush al programa nuclear indio, a Obama no le quedaba más que un caramelo que ofrecer al Primer Ministro, Manmohan Singh, a cambio de los millardos que los contribuyentes de este país en vías de desarrollo pagarán a Boeing y Lockheed Martin: el apoyo a la candidatura de la India como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Y Obama defendió su candidatura, públicamente. En lugar de desmantelar un organismo nacido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, carcomido de ineficacia y crímenes contra la humanidad, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad subastan sillas nuevas a cambio de favores.

 

El rearme indio no sólo mejorará la cuenta de resultados de un puñado de compañías privadas norteamericanas, también, irremediablemente, exacerbará el sentimiento antioccidental en Paquistán, el archienemigo regional de la India. Las consecuencias son previsibles: alboroto de integrismos y enconamiento de ánimos en Cachemira. La escalada armamentística en esta parte del mundo es inevitable. Ni Paquistán ni China permanecerán impasibles mientras la India se artilla. En estos tres países viven más de la mitad de los pobres extremos del mundo, figurantes en el drama.

 

No, Obama no habló de miseria y desigualdad en su visita a la India. Tampoco aprovechó su estancia en el sudeste asiático, a las puertas de China, para denunciar la situación del Premio Nobel de la Paz de este año, el escritor y profesor chino, Liu Xiaobo, encarcelado como prisionero político por denunciar las violaciones de los derechos humanos de la dictadura china. Son asuntos demasiado espinosos.

 

Camino descalzo sobre la arena del Mar Arábigo, en la rodilla occidental de la India. Este año las lluvias del monzón han empapado insólitamente el mes de noviembre y hay árboles caídos en los rebordes de la playa. Voy releyendo el Gitanjali de Rabindranath Tagore, esa pequeña Ofrenda Lírica que el poeta indio escribió en su refugio de Santiniketan, poco después de la muerte de su mujer y su hija, hace un centenar de años. Tagore no solo engarzó sus poemas como cuentas brillantes de un collar para el cuello del alma del mundo, Tagore a lo largo de su obra propone una revolución de los valores que imantan y repelen a los humanos, una preponderancia del espíritu y la solidaridad capaz de contravenir los propósitos del mercader. Calladamente reclama un cambio de paradigma. Escucha,

 

 

GITANJALI (Ofrenda Lírica)

XVII

 

Sólo espero el amor para renunciar a mí mismo entre sus manos. Por ello

es tan tarde, por ello soy culpable de tantas omisiones.

 

Todos comparecen con sus leyes y sus códigos para atarme, pero yo

escapo siempre, pues sólo espero el amor para renunciar

a mí mismo entre sus manos.

 

Los demás me condenan y me acusan de negligencia, y no dudo de que sus

recriminaciones están llenas de razón.

 

Ha terminado el día de mercado y los negocios han dado fin. Los que

inútilmente me reclamaban se han marchado encolerizados. Sólo

espero el amor para renunciar a mí mismo entre sus manos.

 

 

El mundo es el que es, no el que debería ser. Ante este hecho se pueden adoptar dos posturas: acomodarse en la porción de tiempo adjudicada o, inerme, combatir la realidad hacia su poesía. Retrechar el anhelo de justicia o espolearlo. Ni Obama ni ningún presidente obrará esa transformación, no nos guiarán hacia nuestro condicional activo. Un político es un animal gregario y territorial con una esperanza de vida de cuatro años. Un país puede confiar en un político; la humanidad, no. Únicamente la organización de los grupos humanos transgresores de fronteras, la universalización de las convicciones brotadas del derecho a la dignidad, y la imposición de la intolerancia hacia la violencia conculcarán el presente inicuo, miserable. No contamos con nadie más, es cosa nuestra, de todos y cada uno de los seres humanos que pisamos la tierra. Se avecinan, más nos vale, eras de pasión.

  

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