Parador de Cuenca, 31 de diciembre de 2023
Algo te lleva a algo, es decir, una cosa a otra cosa; específicamente, un texto conduce a otro, atesorando paulatinamente ricas lecturas. En concreto, el diario El País dedicó hace unos días un artículo a la cantante italiana Anna Maria Mazzini, más conocida como Mina, que fue muy conocida. «El mundo la adoraba. Frank Sinatra decía que era la mejor voz femenina blanca que había escuchado.» Dicho artículo mencionaba en uno de sus párrafos al pianista Glenn Gould, enlazando a otro artículo sobre el músico y apuntando que ambos artistas, Mina y Gould, pronto dejaron de actuar para el público, dedicándose en exclusiva a la grabación.
(Un momento, please. Me están sirviendo un café americano tras el postre y el cava. Dejo un instante en la mesa el móvil y paro un ratito de escribir en el Bundled Notes de mi Android…
…¡Ya!) He tenido el placer de escuchar los discos de Gould disfrutando en plenitud de la originalidad de todos ellos. Glenn Gould nació en Toronto, Canadá, en 1932 y murió en esta misma ciudad 50 años más tarde. Es popularmente conocido como pianista, aunque realmente debutó como organista, siendo también clavecinista. Fue otras muchas cosas, como compositor, transcriptor de obras al piano -como hizo Liszt-, productor de programas de radio y televisión y escritor, en especial teórico del mundo de la música. Están muy difundidas sus grabaciones de J. S. Bach y de Arnold Schönberg, aunque realizó multitud de grabaciones de otros músicos: Beethoven, Mozart, Haydn, Berg, Brahms, Strauss y muchos otros.
Se le tiene como un personaje extravagante. El 10 de abril de 1964, en Los Ángeles, tocó para el público por última vez, pero hasta entonces fue un afamado concertista, actuando en América, Europa y la URSS. Acudía al escenario con mitones, abrigo y bufanda, fuese invierno o verano, cargando con una silla vieja diseñada en una forma tal que le obligaba a adoptar posturas excéntricas, anticonvencionales, tocando encorvado y con la nariz casi tocando las teclas: en contra de la corrección que dicta que el pianista debe ejecutar la pieza con la espalda erecta. Después de su muerte se especuló diagnosticándole el síndrome de Asperger
Al dejar los conciertos, el canadiense recibió reproches, a lo que él replicaba con su desdén hacia el purismo religioso de la actuación en vivo; justificándose, además, con el argumento de que si el cine desarrollaba sus resultados, sobre todo, en los montajes, ¿por qué la música no podía actuar igual? Algún critico comprensivo aduce que la elección de Gould pasando del concierto a la grabación consiste, vivamente, en una fecunda intención de democratizar la cultura. El oyente, manejando el disco, puede degustar las secuencias musicales cuantas veces quiera, de lo que está impedido en la audición concertística. En definitiva, sus extravagancias fueron regidas por un verdadero empeño intelectual.
Para Glenn Gould hacer música era un juego didáctico, él que no quiso tener discípulos; un juego sumamente creativo. Yo oigo, por ejemplo, sus celebradas Variaciones Goldberg, de un Bach que, a pesar de todo, no fue su declarado músico predilecto (lo fue más Schönberg), oigo esas variaciones y no noto que están grabadas no en un solo piano y con micrófonos a distintas distancias, produciendo un efecto cabal. Esta elaboración del músico canadiense es exclusivamente mental, dispuesta en imágenes mentales, como la lengua, que, al decir de Saussure, el máximo lingüista, siempre es forma y no sustancia.
Como ya hemos apuntado, Glenn Gould realizó programas radiofónicos y televisivos; no todos versaban sobre música, sino sobre naturaleza. En esos documentales Gould se muestra como un compositor global, como un creador polifacético, ya que las voces y los sonidos naturales son convertidos en instrumentos. Para él, el ideal de la música es la que cada oyente forje en su mente. Y él, al interpretar, actuaba con tal libertad.
Su más evidente manifestación es actualizar, con su gran disposición cultural, el valor del pasado histórico. Confirió a la nota, más que a la frase, la mayor importancia, realizando, así, interpretaciones arquitectónicas. Cuando tocaba, recreaba la pieza dirigiéndose él mismo. Podemos escuchar sus cuchicheos, mientras suceden los sonidos, viéndole dirigir la sucesión de notas con la mano que le quedaba libre. Glenn Gould concebía la música tal vez como algo teatral, pero nunca agónico, en el sentido de lucha y competencia por la preponderancia del piano o la orquesta. Contraviniendo la costumbre, en un concierto para piano y orquesta, el piano era sólo apéndice y no antagonista.
(Se recomienda la lectura del libro Glenn Gould. La imaginación al piano, de Carmelo Di Gennaro)