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Gracias, Sr. Sánchez

Tanto se ha hablado del ego del presidente que cansa. Al final Sánchez acaba agotando a todo el mundo. Su éxito principal podría decirse que consiste en cansar a la gente de sus propios defectos, lo cual para el caso concreto es una estrategia perfecta. Por eso no se oculta. El ego invita a mostrarse, claro. Del ego del presidente ya casi no se habla porque está normalizado de tal forma que lo poco (o mucho, según se mire) destacable de su persona sobresale. El ego de Sánchez forma parte del día a día. Ya casi no se siente. El que no quiere hablar de él por simpatía a Sánchez ya no se tiene que preocupar, y el que sí quiere hablar de él por lo contrario ya no lo hace por demostrarse inútil. A nadie le importa ya el ego de Sánchez desde que explotó de pronto aquel día del Falcon y los Killers. Desde entonces ha ido dando muestras inequívocas y constantes, absolutamente impúdicas, y por eso el furor por el ego de Sánchez se ha ido apagando. Ese ego ya está muy visto y a casi nadie le importa. Eso sí que es una prórroga y no esas bagatelas de seis meses. ¡Seis meses! Eso no es nada. Dentro de nada ya está uno en Navidad y de ahí a la Semana Santa ni se entera. Seis meses. Imagínense un ego de seis meses. Ese sí que sería un ego. Pero un ego prorrogable sine die no es ego. Igual que un estado de alarma. Un estado de alarma de seis meses no es un estado de alarma sino la normalización del estado de alarma, como la normalización del ego. Dentro de un tiempo es posible que no solo no haya ego sino tampoco estado de alarma, aunque los haya. Yo supongo que tan poco hablar de su ego, del ego de Pedro Sánchez, le habrá afectado o le estará afectando en el mismo ego a Pedro Sánchez. Ese ego confinado debe de pensar en sus tiempos de sociedad y de fama y sentir melancolía; bueno, melancolía no precisamente porque el ego no puede, en principio, sentir melancolía. Será rabia. Un ego rabioso debatiéndose en su soledad. En la soledad interna y no en los exteriores del cuerpo de Sánchez. Porque el ego no se manifiesta sólo mostrándose sino diciéndose que se muestra. Ese ego debe de estar pasándolo mal. Ayer mismo le vimos saltándose su confinamiento. Ni siquiera Sánchez supo de su hartazgo y desobediencia hasta que le salió de dentro, sin esperárselo. Sin ni siquiera darse cuenta. Fue el ego trascendiendo de su ser. Fue el ego liberándose. El ego del presidente agradeciéndole al presidente lo que debía de agradecer a otro. Fue el ego asfixiado saliendo a la superficie en apoteósica bocanada imprevista por Sánchez: “Gracias, Sr. Sánchez”.

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