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Gramsci, para conocerse a una misma

 

En muchas ocasiones, Gramsci afirma que todos los humanos somos intelectuales o filósofos. A su entender lo somos porque todos pensamos, todos tenemos una concepción del mundo. Para poder hacer esta afirmación, tiene que alterar el sentido de lo que entendemos por “filósofo”: los filósofos que se creen especialistas al modo como lo son los matemáticos o los físicos se convierten en insoportables pedantes, ignorando que la concepción del mundo de cada cual es una especie de filosofía espontánea y que eso justamente constituye la base de una cercanía entre los filósofos verdaderos y el resto de los humanos. La filosofía espontánea de cada uno de nosotros, aunque en parte no consciente, está comprendida en el lenguaje que usamos, en el folklore y en el sentido común.

Ahora bien, Gramsci apuesta por la intervención en esa filosofía espontánea, o lo que es lo mismo por la educación. La filosofía espontánea es fruto de una historia, el lenguaje, el folklore y el sentido común cambian, no son eternos ni universales. Y esta filosofía espontánea puede y debe sufrir una rectificación a partir de una toma de conciencia. Es así como interpreta el imperativo socrático del “conócete a ti mismo”: organiza los elementos de tu conciencia, reflexiona sobre lo que te parece normal o anormal, amplía tus horizontes con un conocimiento más profundo de la lengua en la que piensas y te expresas, quédate con aquellos elementos del sentido común que sean más sensatos. Conviértete de esta manera en tu propio yo, en el creador de ti mismo.

Gramsci no cree en la existencia de una naturaleza humana universal. Lo que somos, lo somos históricamente, o sea políticamente, fruto de las relaciones sociales de cada momento histórico. Por eso no entiende que pueda hablarse en términos de ética universal o ahistórica. No acepta la presunta universalidad del imperativo categórico kantiano “actúa de tal manera que quieras al mismo tiempo que la forma de tu acción se convierta en ley universal”. Lo critica con un ejemplo contundente, de rabiosa actualidad: el marido celoso que mata a su mujer puede que piense estar actuando como le parece que deberían actuar todos los maridos celosos, pero no deja de estar claro que sus convicciones son fruto de una situación histórico-política, como no deja de estar claro tampoco que una educación que orientara el pensamiento espontáneo hacia la reflexión podría cambiar esto.

La identidad del varón celoso es una identidad construida, identidad machista diríamos hoy en día. Sería mejor decir “identificación”, porque la palabra “identidad” apunta a una cierta esencialidad o naturaleza, y en cambio la palabra “identificación” deja ver que se trata de una asunción en parte voluntaria. Chantal Mouffe, en su interpretación de Gramsci, insiste en que las identificaciones son construidas mediante las prácticas que organizan nuestros comportamientos lingüísticos y no lingüísticos.

Ahora bien, la asunción de ciertos comportamientos también puede ser crítica, es decir contradictoria, en lucha. En un texto de Gramsci he podido encontrar la idea de que la interrogación sobre una misma se parece a una crisis de hegemonía, a una confrontación entre dos hegemonías políticas. Y no creo que se trate de una metáfora en la medida en que caracteriza las identidades o identificaciones como colectivas, esto es políticas: “ser socialista”, “ser feminista”, “ser de izquierdas”, “ser de derechas”, “ser nacionalista”, “ser republicano”, etcétera.

Así pues, el valor educativo del “conócete a ti mismo” estriba en no aceptar como natural un modo de ser, un modo de comportarse, ponerlo a una cierta distancia crítica. Si nuestro momento histórico es un momento de crisis de hegemonía, tendremos elementos que nos ayuden a un cambio en las identificaciones. Si los varones pueden dejar de ser machistas, ello se debe a que las feministas hemos dejado de encontrar legítimo el modo de comportarse que el patriarcado ha impuesto durante siglos a hombres y mujeres. La crisis del patriarcado introduce también en la mente de los varones una lucha de hegemonías, que tendrán que resolver mediante un cambio en las identificaciones. Y lo que vale para el feminismo vale igualmente para la crisis de hegemonía neoliberal que están viviendo nuestras sociedades hoy en día, y sus consecuencias en cuanto a la revisión de las identificaciones establecidas, a izquierda y a derecha.

Es posible que alguien se pregunte qué valores orientan esta revisión crítica y en qué medida podemos entender que el resultado mejora al individuo. La respuesta gramsciana se parece enormemente a la socrática: una vida sin reflexión no merece la pena de ser vivida. Pero esta respuesta sería incompleta si no tuviéramos en cuenta que la síntesis de los elementos con los que procedemos a una identificación, aun siendo individual, viene favorecida por una actividad en el terreno de las relaciones. Gramsci piensa que el territorio político es por antonomasia el lugar de las oposiciones y las relaciones, y que los comportamientos, las prácticas, son el modo en el que los individuos se incorporan a una sociedad aceptando u oponiéndose a las identificaciones posibles en un período concreto. Momentos de efervescencia política como los actuales en nuestro país interpelan a todos los ciudadanos, a sus identificaciones pasadas, a sus luchas interiores, a sus nuevos posicionamientos. El mundo que se anuncia se parecerá poco al que estamos dejando atrás porque sus sujetos políticos serán otros.

Una vida reflexiva de verdad es una existencia política. Impulsar a vivir de esa manera no puede hacerse desde la razón, es imposible cuando se piensa como Gramsci, como Mouffe, como Foucault– que no existe un orden superior al orden político. Pero sí desde los afectos: vivir así es más apasionante.

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