Suena Ocean of noise,
de Arcade Fire
En la secuencia que abre Un rojo: división de choque (The Big Red One, 1980), de Samuel Fuller, observamos un campo dominado por una atmósfera neblinosa y mortecina, sembrado de cadáveres, todos ellos soldados que han combatido en la I Guerra Mundial. Un soldado norteamericano rastrea el territorio a la búsqueda de algún superviviente, pero de repente se halla frente a un soldado de las tropas enemigas que con los brazos en alto ofrece su rendición. Sin embargo, el soldado de las fuerzas aliadas le asesina impunemente. Poco después, ese mismo soldado sabrá que hace unas horas se ha declarado el fin de la guerra.
David Ayer, director y guionista de Corazones de acero (2014)–ridículo título de la original Fury-, decide abrir su película con una secuencia parecida en la que vemos un humeante campo de batalla sembrado por la muerte y como a lo lejos aparece un soldado montado a caballo. De repente, ese mismo jinete es abatido por otro soldado, el sargento Collier, que salta desde un tanque y sin titubear lo asesina brutalmente. Entonces dos cosas nos quedan muy claras. Que una de sus principales referencias, y no solo por ese inicio similar, es el citado clásico de Fuller, y que a diferencia del tratamiento de aquel, cuyo personaje arrastraba las heridas de su acto cuando combatía en la II Guerra Mundial comandando un pelotón de cinco inocentes soldados, ahora Ayer, también guionista del film –y formado como marine del ejército de los Estados Unidos-, nos describe la guerra como un espacio igual de inquietante e inmisericorde, pero en el que ahora ya no hay lugar para la mala conciencia. La muerte no entiende de dudas o arrepentimientos, ni tampoco de actos heroicos. La ecuación es simple: matar es vivir, no matar es morir.
Así es como lo han prendido ese grupo de hombres comandados por el sargento Collier, interpretado por Brad Pitt. Y así va a tener que aprenderlo ese novato, el soldado Norman, que no ha disparado en su vida pero sí sabe escribir a máquina para rellenar un formulario, y que se une a ese grupo de soldados que con su tanque se dirige a Berlín en las postrimerías de la II Guerra Mundial. De esa forma se confecciona la doble línea narrativa de Corazones de acero, en la que por un lado asistimos a esa bildungsroman cuyo protagonista es el joven e inexperto soldado, apadrinado por su sargento, y en la que por otro asistimos al devenir cotidiano, a lo largo de un solo día, de ese grupo de soldados confinados la mayor parte del tiempo en ese hogar que es su tanque. Así pues, la película se convierte en la crónica de un aprendizaje y también de la convivencia entre un grupo heterogéneo de hombres que dependen unos de otros para sobrevivir.
Citar a Fuller resultaba obligatorio en referencia a la secuencia inicial, como también lo es para destacar la capacidad que tiene Fury para transmitir la autenticidad, como si se tratara de un reportaje periodístico, tanto de la película en la descripción de la contienda bélica como en el retrato íntimo que se hace de los personajes. Tampoco, pero, resulta baladí, citar al gran Sam Peckinpah si de lo que hablamos es del sentido de la nobleza, el compañerismo, pero también de la rabia y la locura, que define a los personajes de esta notable película. Y de hecho Peckinpah era el director de La cruz de hierro (Cross of iron, 1977) otra película a la que alude directamente Fury con esas imágenes de un rojo intenso, sagriento, sobre las que aparecen imprespos los títulos de crédito -anotar, además, que el propio Ayer se plantea la realización de un remake de Grupo Salvaje (Wild Bunch), de Peckinpah.-
Siendo como es una película que claramente se enmarca dentro del género bélico, Ayer consigue que Fury no caiga en ningún tipo de discurso antibelicista, aunque obviamente sus personajes son más víctimas que héroes –a pesar de cierta salida de tono en el desenlace-, como tampoco se deja llevar por la épica más convencional y simple. A través de un relato que se estructura extrañamente de forma episódica, con largas secuencia y pronunciadas elipsis, Ayer consigue un bonito y efectivo equilibrio a la hora de mostrar la brutalidad de la guerra, con unas estupendas escenas de combate, y de ofrecernos los detalles de la rutina de unos soldados que reflejan la complejidad emocional y moral con la que conviven. Así es como, entre enfrentamientos contra las tropas alemanas y breves momentos de descanso –maravillosa, por cierto, la secuencia en la casa de las dos mujeres alemanas-, el film nos muestra, con toda la ambivalencia, el absurdo y el horror de la guerra pero también los extraños vínculos afectivos que genera.