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Guantánamo, museo del terrorismo

La bahía de Guantánamo tiene algunos sitios mágicos y llenos de luz. Al final de un camino de polvo se esconde una playa de coral. Me habló de ella uno de mis mejores amigos, un periodista que cubrió la llegada de los primeros prisioneros a la base. Mi amigo falleció hace unos años e ir a la playa de coral se ha convertido en un ritual y parada obligada cuando visito la cárcel. He tenido la suerte de haber contado con la complicidad de soldados-escolta que han conseguido encontrar un hueco en la agenda y se han ofrecido a llevarme hasta allí en un vehículo militar.

 

La última vez que le pedí a una joven soldado que me acompañara a la playa de coral quiso mostrarme también la que era su cala preferida. Todos la conocen como “la playa de los cristales” ya que el mar empuja hasta allí miles de pedacitos de cristal, pulidos por las olas y convertidos por arte de magia en piedras de colores. 

 

El histórico faro de Guantánamo se alza en otro de los rincones más bellos de la bahía. Esta torre blanca y de acero tiene 67 escalones y una altura de dieciocho metros. Fue diseñada en Estados Unidos en 1904 y todas y cada una de sus piezas fueron transportadas en barco hasta la bahía de Guantánamo. Curiosamente, este es el mismo sistema que se utilizó para diseñar, transportar y montar la cárcel de Guantánamo. La cúpula, de cobre y con un interior de caoba, alberga una veleta con una brújula que señala al Oeste. La brújula señala el Oeste con una “O” en español.

 

Hasta 1955 el faro iluminó el camino de los barcos que entraban y salían de la bahía, y funcionaba  con aceite de ballena. En la actualidad la lente se exhibe en un museo de Estados Unidos y ha sido reemplazada por una luz solar de menor alcance y que puede verse en un radio de unos ocho kilómetros. 

 

Ahora el faro ha servido como excusa para que una historiadora de Nueva York entre en contacto con los responsables de la base naval y les proponga recuperar la memoria histórica de la bahía. Liz Sevcenko es una de las responsables del Guantánamo Public Memory Project, un proyecto coordinado por el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Columbia y que quiere reconstruir el pasado y el presente de la bahía de Guantánamo a través de material y de las vivencias de las miles de personas que han pasado por la base: hijos y esposas de oficiales, soldados, trabajadores, periodistas, prisioneros y abogados. El objetivo final del proyecto es iniciar un debate sobre el futuro del lugar. 

 

“A través del faro he podido iniciar un diálogo con hombres y mujeres que vivieron en Guantánamo durante su infancia porque eran hijos de oficiales, y tienen muy buenos recuerdos de esa parte de la bahía”, me explica la historiadora. Y agrega: “Los familiares de los oficiales recuerdan la bahía como un sitio feliz y les duele que para muchas personas el nombre de Guantánamo vaya asociado únicamente a una polémica cárcel”.

 

Así es. El nombre de Guantánamo va asociado en la actualidad a la controvertida colonia penitenciaria y a sensaciones de aislamiento, aburrimiento y claustrofobia que comparten prisioneros y guardianes.

 

Cuando se cumple una década de la llegada de los primeros prisioneros a Guantánamo, la barraca de la “unidad para la lucha contra el estrés” de los soldados invita a todo el personal a la representación de la obra Prometeo encadenado. Este pieza clásica, que describe la furia y la determinación del titán Prometeo mientras cumple condena encadenado en una roca, será representada durante tres días consecutivos. Al final de cada representación, los guardas de la cárcel celebrarán debates sobre “la vigilancia de los prisioneros y el reto de mantener el orden en los campamentos”. 

 

“Mirad con qué ultrajes desgarrado he de padecer durante un tiempo infinito de años. Tal es la cadena infame que contra mí ha inventado el joven caudillo de los Felices. ¡Ay, ay! Por el sufrimiento, presente y futuro gimo, sin saber cuándo surgirá el fin de estos males”, se pregunta el protagonista de esta tragedia griega escrita en el siglo IV antes de Cristo. Los prisioneros de Guantánamo se hacen la misma pregunta y todo parece indicar que su condición de encadenados se mantendrá en los próximos años. 

 

El presidente estadounidense, Barack Obama, acaba de firmar una ley que autoriza el volumen de gastos militares para el año 2012. Dentro de esa ley se establece también que los extranjeros sospechosos de terrorismo quedarán indefinidamente bajo custodia militar y se les negará por lo tanto el derecho a un juicio civil. 

 

Irónicamente, el político republicano que impulsó esta ley sufrió en carne propia la horrible experiencia de años de cárcel e incomunicación. John McCain fue capturado por soldados norvietnamitas en 1967, cuando tenía 31 años, y trasladado a la prisión de Hoa Lo, conocida como Hanoi Hilton. Fue interrogado y torturado sistemáticamente, y no recuperó la libertad hasta seis años después. Nadie se refiere a Guantánamo como Guantánamo Hilton. Sin embargo, una fuente diplomática estadounidense utilizó la expresión Hotel California, de la canción del grupo los Eagles, ese hotel en el que puedes entrar, pero del que no puedes salir, para referirse a la cárcel estadounidense en Cuba.

 

El debate sobre el cierre o la ampliación de Guantánamo ha dado pie a frases memorables, como la del congresista republicano Tim Griffin, miembro de la Asociación Nacional del Rifle: “Felicitaré a cualquier persona que haya matado a estos terroristas; los hemos estado persiguiendo y eliminando durante una década y debemos continuar”. También ha dado lugar a encendidos debates sobre el peligro de que los prisioneros vuelvan a empuñar las armas si son puestos en libertad. El porcentaje de un 20 por ciento de reincidencia que esgrimen algunos políticos republicanos no está basado en datos irrefutables. 

 

Y mientras los defensores de Guantánamo se sirven de la captura y muerte de Osama Bin Laden para justificar la existencia de la cárcel, los detractores aseguran que, precisamente, tras la muerte del líder de Al Qaeda ha llegado el momento de cerrar este capítulo de la historia de Estados Unidos para siempre. 

 

La mejor descripción de Guantánamo se debe, en mi opinión, a la periodista de la emisora NPR (National Public Radio) Dina Temple-Raston, experta en la lucha contra el terrorismo. Al ser interrogada por una colega sobre el ambiente que se respira en el interior de la cárcel, esta reportera, que ha entrado en numerosos establecimientos penitenciarios, indicó que Guantánamo no le recordaba un penal sino más bien “un museo del terrorismo”. Según la reportera, Guantánamo es un costosísimo museo no abierto al público, con entrada reservada a políticos y periodistas, y que exhibe a 171 presos en vitrinas. Tras diez años de funcionamiento estos hombres vestidos con uniformes blancos se han convertido en reliquias, o en el recordatorio de unas medidas que se dictaron tras unos sangrientos atentados: los del 11 de septiembre 2011 en Washington y Nueva York.

 

El décimo aniversario de Guantánamo coincide con un año electoral. Esta circunstancia puede condicionar posibles traslados y también el proceso abierto contra uno de los prisioneros, el saudí Abd al Rahim Hussayn Muhammad al Nashiri, acusado de ser el responsable del ataque desencadenado el 12 de octubre del año 2000 contra el destructor USS Cole en el que murieron diecisiete tripulantes y dos de los atacantes.

 

“Cuando se cumple el décimo aniversario de Guantánamo, los prisioneros siguen confiando en sus abogados, pero han perdido la fe en el sistema legal”, me explica Gita Gutierrez, una de las primeras abogadas civiles que pudo entrar en la cárcel militar. Dos de sus clientes siguen entre rejas: el paquistaní Majid Khan, prisionero US9PK-010020DP, y el saudí Mohammed al Qahtani, prisionero US9SA-000063DP, considerado el “piloto suicida número 20” de los atentados del 11-S. 

 

El británico Moazzam Begg pasó tres años de su vida en el penal caribeño y regresó al Reino Unido en 2004. Era el prisionero US9UK-000558DP y cree que tuvo mucha suerte: “Solo estuve tres años allí. Son pocos si tenemos en cuenta que algunos prisioneros han pasado diez años en Guantánamo”.  

 

El ex prisionero Mamdouh Habib (número US9AS-000661DP) asegura que nunca podrá olvidar la dolorosa experiencia de Guantánamo.  “Yo no fui detenido, a mí me raptaron”, me cuenta por teléfono desde Australia. Habib, que ahora tiene 55 años, viajaba en autobús por Karachi, Paquistán, poco después de los atentados del 11-S cuando la policía local lo obligó a bajarse del vehículo. De ahí fue trasladado a Egipto, donde permaneció cinco meses, y más tarde, ya bajo custodia de Estados Unidos, fue trasladado a Afganistán y después a Guantánamo, donde estuvo encerrado tres años.

 

“Es importante que los periodistas hagáis un correcto uso del lenguaje y no utilicéis la palabra detención cuando se trata de casos de secuestros”, me indica, y añade: “También es importante que aunque pasen los años sigáis denunciando la situación”.

 

 

Emma Reverter es periodista y vive en Nueva York. Publica sus reportajes en BBC Mundo y acaba de editar el libro Guantánamo, diez años (Roca Editorial). En FronteraD ha publicado Diez años de Guantánamo

 

 


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