Si por Guillermo de Torre fuera, nadie sabría dónde está Macondo. Este crítico literario, poeta y ensayista español tradujo a autores como Sartre o Anouille, publicó en Sudamérica a Alberti, recopiló con ojos de aguja la obra completa de Federico García Lorca y teorizó sobre casi todo lo concerniente a las letras hispanoamericanas del siglo XX. Tuvo un instinto literario de sabueso y, sin embargo, desde la dirección de la editorial Losada dijo “no” a La hojarasca de García Márquez y desaprobó los poemas de Residencia en la tierra, cuando el propio Neruda se los leyó en Madrid.
No suele oírse mucho el nombre de Guillermo de Torre, pero la labor de este editor, autor y crítico se extiende mucho más allá de las dos anécdotas casuales que comparte con el escritor colombiano y el poeta chileno. Abarcando un campo extensísimo, en el que desempeñó un papel irreemplazable en la literatura de habla hispana, el hombre que fuera cuñado de Borges fue uno de los autores españoles que más confianza puso, desde el principio de su trayectoria, en la producción literaria latinoamericana y en la obra de sus contemporáneos de España y Francia.
Guillermo de Torre nace en Madrid en 1900 y muere en Buenos Aires en 1971. Precoz en la actividad intelectual, asistió, desde su adolescencia, a diferentes tertulias literarias de las muchas que en ese momento agitaban los cafés de Madrid. Sobre todo a la de Ramón Gómez de la Serna, en el Café Pombo. Así fue como, con tan sólo dieciocho años inspiró, casi accidentalmente, el término con el que se designaría una nueva vanguardia literaria: El Ultraísmo. Rafael Cansinos Assens, que presidía su propio coloquio de intelectuales en el Café Colonial toma de este joven, cuyo vocabulario describe como florido, uno de los muchos neologismos que el futuro crítico solía inventar durante sus airados discursos. Guillermo de Torre, no tardó en suscribir esta corriente renovadora; dos años más tarde ya encontramos su firma al pie del Manifiesto Vertical, escrito con la intención de definir las características de un arte nuevo, es decir, libre de imitaciones, aunque no por eso ignorante de su pasado.
Con el correr del tiempo, sus ansias se calmaron, y lo que en un principio fue furor se convirtió en una serie de herramientas que le acompañarían serenamente, a lo largo de toda su carrera literaria. La innata curiosidad y entusiasmo por los movimientos artísticos emergentes le acompañarían durante el resto de su vida y marcarían definitivamente el carácter de su trabajo. Guillermo de Torre siempre estudió como nadie a sus contemporáneos manteniendo un espíritu crítico fundamentado en el permanente afán de comprender la obra ajena. Su objetivo consistía, no sólo en entender las características formales e ideológicas de las corrientes estéticas que le rodeaban, sino también en localizar sus orígenes, encontrar su razón de ser y, aún más, de intentar analizar las posibles repercusiones de su existencia. Así lo hizo con Jean-Paul Sarte y el existencialismo, con la obra de Menéndez Pelayo, con los poetas de la Generación del 27 con la que suele asociársele y con el trabajo de todos los autores latinoamericanos a los que se encontró en disposición de leer.
A partir de 1918, año en el que Cansinos Assens publica el Manifiesto Ultraísta, comienza a prefigurarse su perfil de analista literario y comienzan a acumularse los artículos que en 1925 se publicarán formando su primer y más emblemático libro: Literaturas Europeas de vanguardia. Esta obra se convertirá inmediatamente en lectura obligada para todos los hombres de letras a uno y otro lado del Atlántico, y resultará un mapa de grandísima utilidad para los críticos y estudiosos de las vanguardias posteriores a la primer gran guerra. La acogida del libro fue manifiestamente positiva. Borges, entre otros, elogió en su revista Martín Fierro el entusiasmo y la frescura de su prosa, que el autor combinaba con una profunda comprensión de los fenómenos analizados y con un análisis notablemente riguroso de los mismos. Aún hoy este libro resulta imprescindible para estudiar movimientos como el dadaísmo, el surrealismo, o el futurismo.
Guillermo de Torre articuló toda su carrera como la constante persecución de un objetivo que ya había planteado en su primera juventud: La profunda creencia en la necesidad de establecer una unión verdadera entre la creación literaria española y la iberoamericana. Dicha unión acabaría por desarrollar el verdadero potencial de los artistas de todos los países de habla hispana y sería la cristalización de la hermandad inevitable que une a los dos territorios. Su trabajo en pro de esta idea comenzó oficialmente en 1927, cuando, bajo la dirección de Ernesto Giménez Caballero, participara en la fundación de La Gaceta Literaria, revista de publicación quincenal relacionada estéticamente con la Generación del 27 y que dejó de imprimirse en 1932, cuando fueron demasiadas las divergencias ideológicas entre sus colaboradores. Aquí hubo lugar para el análisis de todas las vanguardias y también para la polémica.
El Pleito del Meridiano
Con este nombre se conoció el affaire provocado por un artículo publicado en el número ocho de La Gaceta Literaria , inicialmente sin rúbrica, pero cuya autoría reconocería inmediatamente Guillermo de Torre. En este artículo el autor abogaba apasionadamente por una hermandad hispanoamericana que quitara la hegemonía literaria y artística a la soberbia París, capital cultural del mundo que, según su juicio, absorbía y moldeaba a su antojo a todos los jóvenes intelectuales y creadores americanos cuyas capacidades artísticas neutralizaba, dejándoles excluidos de la vida pública. Así vindicaba la necesidad de una alineación de las letras hispano parlantes bajo un liderazgo igualitario que debía ejercer Madrid. Su redefinición ultrapersonal del término latino -según la cual esta palabra se utilizaba para excluir a España del ámbito intelectual- y el exaltado afán paternalista que respiraban sus declaraciones, levantó ampollas en los círculos intelectuales argentinos, y no tardaron en proliferar airadas respuestas. La más virulenta de todas apareció en la revista Martín Fierro, firmada por Jorge Luis Borges, director de la misma. El escritor que, desde su paso por España, guardaba una estrecha relación con los autores vanguardistas, que se convirtió en portavoz del Ultraísmo en América, y que un año después estaría emparentado con Guillermo de Torre, llegó a afirmar que los argentinos, en caso de simpatizar con algún país europeo, lo hacían con Italia. La violencia de su respuesta en la que se descalificaba a los intelectuales madrileños, negando su capacidad para convertirse en meridiano cultural y para comprender siquiera a los escritores porteños, dio motivos a la publicación, en La Gaceta, de un nuevo artículo en el que un gran número de sus colaboradores respondieron a Borges aclarando la inexistencia de cualquier afán paternalista o de menosprecio. La redacción de la revista reivindicaba su alto concepto de las letras extranjeras y lamentaba, con gran ironía, lo iracundo de la reacción del futuro cuñado de Torre.
Sin embargo y a pesar de la grandilocuencia de sus participantes, la disputa se olvidó y no tardamos en encontrar a autores españoles colaborando en revistas argentinas y viceversa. Pocos meses después, ese mismo año, Guillermo de Torre hace su primer viaje a Argentina, alentado por el escritor Eduardo Mellea, que acababa de convertirse en director del suplemento cultural del diario La Nación.
Primer viaje (1927-1932)
Cuando a llega Buenos Aires en 1927, ya se le conoce por la magnífica acogida que su libro Literaturas europeas de Vanguardia había tenido en las revistas Martín Fierro, Proa y Nosotros, dirigidas por J. L. Borges, Ricardo Güiraldes y Emilio Suárez Calimano respectivamente. Todos lo esperaban para convertirlo en colaborador de sus publicaciones. Su trabajo en España no cesó y Torres siguió publicando sus artículos regularmente en La gaceta Literaria hasta que esta dejara de editarse. Allí daba información sobre el estado del panorama literario en la Argentina. Mientras, en América, se informaba rigurosamente sobre las editoriales bonaerenses y enviaba a España revistas y catálogos de publicaciones hispanoamericanas, con la intención de que se establecieran librerías que comercializaran estos ejemplares. Desde Argentina conectaba a sus compañeros de la Generación de 27 para que publicaran artículos en las mismas revistas de las que él era habitual participante.
El 17 de agosto de 1928 contrae matrimonio con Norah Borges a quien había conocido en Madrid con dieciocho años.
Este primer viaje dio a Guillermo de Torre una mirada más universal sobre la literatura de su tiempo y más realista sobre los entresijos del mundo editorial. El joven que había abandonado España contagiado de la fiebre vanguardista, volvía con los ánimos moderados, el juicio más sereno y la capacidad de análisis notablemente desarrollada, publicando en los periódicos y revistas más relevantes del panorama literario iberoamericano (El sol, Luz, Diario de Madrid, Revista de Occidente.).
Autoexilio (1937 – 1951)
Guillermo de Torre vivió fuera de España (en Argentina) más de la mitad de su vida y, si bien abandonó su país dos veces, siendo la segunda en un momento notablemente convulso, no puede afirmarse que su traslado haya tenido que ver con cuestiones estrictamente políticas. Lo cierto es que, aunque su espíritu naturalmente liberal le fraguara simpatías entre los republicanos, a Guillermo de Torre no lo expulsó ningún régimen. La política y la militancia no eran para él, de la misma forma que la España de 1936 no era para intelectuales que no definieran con claridad su postura ideológica. Sus intereses políticos nunca fueron lo suficientemente intensos como para convertirle en militante de uno u otro bando, y Torre encontró que poco lugar quedaba para aquellos que no se situaran en las filas de uno de los dos frentes. Estas son las razones que lo llevaron a cruzar por segunda vez la frontera acompañado por su esposa, Norah Borges. Los dos pasarían un año en París antes de embarcarse a Sudamérica. Durante este período el autor fue representante en la capital francesa de la Revista Sur, fundada y dirigida por Victoria Ocampo. Aquí publicó un artículo titulado Literatura Dirigida en el que analizaba la similitud entre el totalitarismo marxista y el fascismo, en tanto que los dos participan de un mismo intento de utilizar a la literatura y al arte en general como herramienta de adoctrinamiento.
Una vez en Argentina, Torre trabaja en la editorial Espasa, y dirige la colección Austral -primera colección de bolsillo de habla hispana que publica literatura universal con especial atención a la producción hispanoamericana-.
El 3 de enero de 1937 nace su primer hijo, Luís Guillermo, a mediados de junio del mismo año ya encontramos a Torre instalado en Argentina. En agosto, junto a Gonzalo Losada, se separa de Espasa y funda la Editorial Losada de la que fue director. En menos de un mes editan dieciocho libros, once de ellos de autores contemporáneos. Todos con un gran éxito de crítica y público. Antes de que finalizara el mismo año, ya se habían publicado los seis primeros volúmenes de las obras de Federico García Lorca, muerto tan sólo dos años antes. El resto saldrían a la luz en 1942 y 1946. Guillermo de Torre convirtió, con su presencia y trabajo, a Buenos Aires en el Meridiano de las Letras hispano parlantes que había soñado que Madrid podría ser.
Lo encontramos a esta altura colaborando en revistas como El hogar, Noticias Gráficas, España Republicana, La Nación o Argentina Libre. También ejerce el cargo de agregado cultural para la embajada española.
El 1 de marzo de 1939 nace su segundo hijo, Miguel Jorge. Tres años después, el 19 de febrero de 1942 obtiene la nacionalidad argentina. Estos dos hechos tuvieron gran influencia en su establecimiento definitivo en Buenos Aires.
A principios de la década del 40, el crítico, que siempre se había ocupado de las vanguardias y de autores contemporáneos, dedicó su atención a escritores españoles del XIX. Así rescató del olvido a Galdós, Valera, a Menéndez Pelayo y a Clarín. Luego se ocupó también de los clásicos, sobre todo de Cervantes y de Lope de Vega.
Reencuentro con España y reconocimiento (1951 – 1961)
Hacia 1949 Guillermo de Torre siente el deseo de volver a ver España después de trece años, y llega a Vigo el 26 de noviembre de 1951. En esta primera vuelta a una España franquista desarrolla una intensa vida cultural. Asiste asiduamente al teatro, a las tertulias del Café Gijón y a las reuniones editoriales de la revista Ínsula. Así reanuda viejas amistades, como la que solía mantener con Camilo José Cela. Desde Madrid, habla con entusiasmo de valorar de forma igualitaria la producción literaria de autores españoles realizada tanto dentro como fuera del territorio español. Su vuelta fue acogida con amabilidad por los intelectuales españoles y su reencuentro emocional con su tierra primera fue feliz. Sin embargo, aunque venció los peligros que implica el retorno, no encontró aquí eco de sus intenciones integradoras. No parecía haber en Madrid, al menos todavía, un lugar reservado para las letras españolas nacidas en el extranjero.
El puente.
Insistiendo en su afán por establecer puentes entre la España de dentro y la de fuera, Torre pública un artículo titulado Hacia una reconquista de la libertad intelectual. A partir de aquí propone a algunos de sus antiguos amigos y colaboradores como Francisco Ayala y Américo Castro, la creación de una revista desde la que se propiciará la unión de los intelectuales con valores comunes, “la gente de buena voluntad de fuera y los no energúmenos de dentro”. Ahora el objetivo no era solamente dar a conocer a España lo que escribían los americanos, sino también hacer el trayecto inverso. La censura española generaba, en el resto del mundo, un absoluto desconocimiento de lo que sucedía en la península. Dicha revista nunca llegó a materializarse, en su lugar se desarrolló, entre 1963 y 1968, la colección El puente, de la editorial Edhasa, dirigida por Guillermo de Torre.
En 1955, tras la muerte de su padre y la Revolución Libertadora que acabó con el régimen del general Perón, modificando la incómoda situación que los intelectuales habían atravesado durante su gobierno, Guillermo de Torre es nombrado Profesor de Estética en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Rosario, cargo que ocupa durante seis meses. Habiendo experimentado el ejercicio de la docencia se presenta, dos años más tarde, a concurso para ocupar la plaza de Literatura Española III en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, cargo que obtiene y que conservará hasta su jubilación en 1966. Después será Profesor Consulto hasta su muerte, en 1971.
Así descubre una vocación pedagógica que siempre había sentido latente, y experimenta la alegría de obtener un primer reconocimiento público a su trayectoria de más de 30 años. Con este nombramiento se le abren las puertas del ambiente académico y surge la posibilidad de asistir a múltiples congresos internacionales alrededor de todo el mundo en los que da conferencias y lee sus trabajos.
Latinoamérica.
En 1956 Torre viaja durante tres meses por Puerto Rico, La Habana, Caracas, Quito, Guayaquil y Lima. Vuelve a descubrir América, advirtiendo lo diferente que el resto de las capitales son a una Buenos Aires europeizada y europeísta, muy poco solidaria con el resto del continente. A partir de aquí insistirá en la importancia de integrar entre sí a los diferentes países del gran continente, y de conectar el abanico de culturas autóctonas con la creación europea. Sobre este viaje aparecen escritos en su libro Escalas en la América Hispánica, de 1961.
Los 60, la última década
El último tiempo de Guillermo de Torre fue también su época más activa. A pesar de tener que reponerse a dos cirugías de cataratas y a una afección cardiaca, editó quince libros en los que recopilaba gran parte de su producción crítica y ensayística. Entre ellos destacan su Historia de las literaturas de vanguardia (1965), obra de gran envergadura, y Nuevas direcciones de la crítica literaria (1970), en la que se descubren los métodos de investigación y valoración de la crítica literaria, y en la que se vindica la labor del crítico como responsable de “situar” y “valorar” la producción artística de su tiempo.
Durante esta época viaja regularmente a España, país del que guardaba las mismas buenas impresiones que había obtenido durante su viaje anterior. Sin embargo el ambiente había cambiado, y el realismo social imperaba en narrativa y en poesía. Torre se enfrenta con Goytisolo a propósito de su manifiesto sobre la necesidad de crear una literatura realista, nacional y popular. También se enfrenta con José Marra López, cuyo intento de comprender la labor de los exiliados valora, pero considerando que los criterios estéticos con los que los ordena son excluyentes y empobrecedores.
A partir de aquí el autor manifestará un cierto desencanto frente a la impermeabilidad de una España intelectual a la que considera “provinciana”, diferente de la Latinoamérica a la que está acostumbrado. Durante estos últimos viajes tuvo la oportunidad de descubrir con amargura la problemática de muchos exiliados que, al intentar volver, no consiguen encontrar el lugar del que partieron un día. La crítica española “marxistoide”, según él mismo la califica, no recibe bien la reedición de sus libros ni sus publicaciones nuevas, tampoco lo hace el público. Semejante desengaño tiñe sus últimos días de una profunda tristeza.
Guillermo de Torre muere en Buenos Aires, el 14 de enero de 1971.
Balance
Participante activo de una época de las letras por la que todo amante de la palabra escrita debería sentir una cierta nostalgia. El joven Guillermo de Torre había vivido una época en la que la discusión sobre la potestad de un término con el que denominar una nueva tendencia literaria causaba disputas entre los amigos más fieles. Una época de literatura viva, discutida en los cafés por jóvenes imprudentes. Una época en la que no se podía salir a las calles de Madrid sin armarse con unos cuantos polisílabos.
Durante los primeros años de su exilio estuvo cómodo y fue feliz. En Buenos Aires había encontrado la posibilidad de trabajar en la que siempre fue su vocación, y de cumplir su deseo de formar un vínculo irrompible entre las letras españolas y las americanas. Llegando a creer, incluso, que el exilio era beneficioso para la literatura española. Sin embargo, con el advenimiento de la edad madura, comienza a hablar de su alejamiento de España como un hecho resultante de una guerra que causó en él una herida probablemente imposible de sanar. Ricardo Doménech, al hablar de los autores españoles exiliados, explica que algunos de ellos no abandonaron su país inicialmente por motivos políticos, pero que luego, una vez fuera, desde la distancia, politizaron sus puntos de vista, comenzando a sentirse víctimas de un régimen que les había expulsado. Quizá este sea el caso de Torre, que pensaba que los problemas que se plantean en la obra de arte se vinculan estrechamente con la época en la que ésta es creada, pero no exclusivamente con el aspecto socio-político de la misma, sino con todo aquello que la compone. Su perspectiva del mundo y de la política era amplia. Observaba desde fuera el devenir de los ambientes literarios de su España natal, pero esta distancia era condición necesaria de su trabajo de crítico, nunca significó indiferencia. Al final de su vida hubiera deseado, probablemente, que todos los años dedicados al cuidado de la literatura española mantuvieran vivo el vínculo que para él nunca dejó de existir con su tierra de origen, pero al final, igual que muchos otros exiliados, él también sufrió las consecuencias de los avatares políticos, las consecuencias de no haberse quedado.
El mayor interés que guarda la vida de este hombre de letras radica en que escribió sobre autores a los que trató ampliamente, que habló de movimientos literarios de los que formó parte, que sacó a la luz obras y tendencias novísimas, que habló de literatura, de pintura, de cine, que fue periodista y, sobre todo, que siempre supo mantenerse a la sombra de los textos a los que honraba con su traducción, estudio y edición.
Guillermo de Torre sostuvo siempre un estricto compromiso con el presente y con la creación de sus contemporáneos. Un compromiso en pos del cual procuró que toda iniciativa poética encontrara un lugar en la crítica literaria. Aceptó la responsabilidad de analizar, entender y poner en valor la producción de artistas emergentes, cuya calidad no estaba aún probada, y no dejó nunca de trabajar por unir a los intelectuales americanos con los españoles. Si hoy ese vínculo aún existe, gran parte de la responsabilidad es suya. Guillermo de Torre no cesó nunca en su intento de construir El Puente. Intentar transitarlo, es hacerle un homenaje.
Madrid. 14 de julio, 2010.
* Mª Cecilia Guelfi es estudiante de Dramaturgia. Reside en España desde 2004 y en Madrid desde 2006.