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Guillermo es Martínez, Martínez es Guillermo: lo mismo se transfigura con el tiempo. Hay algo que vuelve

Tarde gris. Buenos Aires no es Londres, pero lo parece. ¡Frío! Llevo un gabán oscuro mientras camino por el barrio de Colegiales, es agosto de 2019. El dólar está por las nubes en toda la República Argentina y el cielo parece triste porque no se ve ni un vestigio del astro rey. Por el cielo gris, el frío y por algunas casas con estilo británico que tiene Buenos Aires tengo la impresión de que un aire londinense se manifiesta en la ciudad que vio nacer a Jorge Luis Borges y a tantos otros. Avanzo por la avenida Elcano con dirección a Tienda de Café. Cuando llego a mi destino ingreso y subo al segundo piso. Me ubico cerca de una chimenea que parece de otra época, pero no me convence. Cuando me siento pido un cortado, no pido té aunque la futura charla invita a esa infusión inglesa. No sé si colocarle más leche y menos café, o más café y menos leche, una paradoja. No tiendo al contrasentido, tal vez me surge esa duda porque mi última lectura fue tejida por acertijos, series lógicas, analogías, y un misterio que atrapa desde el primer momento los sentidos. Buenos Aires no es Londres pero parece.

Son casi las tres de la tarde, pero por las negras nubes da la impresión que son las cinco. En unos minutos voy a entrevistar al escritor y matemático argentino Guillermo Martínez para charlar sobre Los crímenes de Alicia, relato que obtuvo el Premio Nadal de Novela 2019. Ya en la mesa saco una libreta de apuntes, una birome, un grabador y la novela policial que deambula por la matemática, la literatura, la lógica y la filosofía. La abro con sutileza y repaso con brevedad el capítulo seis donde el joven matemático denominado G y pupilo del profesor Seldom ya se encuentra en la cofradía de Lewis Carroll y lo presentan al doctor, Albert Raggio, que le comenta lo siguiente:

“Estoy encantado de saber que es argentino, porque fue gracias a su gran escritor que llegué a la Hermandad. Él escribió un artículo muy penetrante sobre la detención y deformación del tiempo en Alicia. El tiempo reversible, en que el Mensajero está en la cárcel antes de ser juzgado por el delito que cometerá después de la sentencia del juez. Y el tiempo maniatado de las cinco de la tarde en casa del Sombrerero, alrededor de la mesa de té”.

Guillermo Martínez nació el 29 de julio de 1962 en Bahía Blanca. Tiene cuentos como Infierno grande (1989), donde el juego y el secreto son los artificios de la historia. Una recopilación de relatos llamada Una felicidad repulsiva (2013), donde lo fantástico y lo siniestro se cruzan y que obtuvo el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez (2014), en donde destaca la nouvelle ‘Una madre protectora’, llevada al cine con el nombre de El hijo (2019), dirigida por Sebastián Shindel. También escribió La muerte lenta de Luciana B (2007), novela donde el misterio, la simbología y la literatura a través de los cuadernos de Henry James atrapan al lector de principio a fin, o Crímenes impercetibles (2003), traducida a 40 idiomas y llevada al cine por Álex de la Iglesia como Los crímenes de Oxford, y que recibió el premio Planeta (2003). En 2016 ganó el premio serbio Milovan Vidaković, condecoración que también recibieron David Grossman, Claudio Magris y Mario Vargas Llosa. Además, tiene ensayos literarios como Borges y la matemática (2003), La fórmula de la inmortalidad (2005) y La razón literaria (2016).

Su padre Julio G. Martínez fue ingeniero agrónomo y se especializó en Economía agraria y cursó con pasión materias en las carreras de Matemáticas, de Letras y de Filosofía. Según se cuenta en el blog de su hijo, su escritor preferido era Gaston Bachelard, porque fue de los pocos que unía el rigor del método científico con el ensueño. A Julio no le gustaba interpretar los sueños sino onirizar la realidad. De pronto recuerdo un pasaje de Alicia y el país de las Maravillas, de Lewis Carroll, en donde la niña se siente adormilada: “Al llegar a este punto Alicia empezó a sentirse medio dormida y siguió diciéndose como en sueños: ¿Comen murciélagos los gatos? ¿Comen murciélagos los gatos?, y a veces: ¿Comen gatos los murciélagos? Porque, como no sabía contestar a ninguna de las dos preguntas, no importaba mucho cuál de las dos se formulaba. Se estaba durmiendo de veras y empezaba a soñar que se paseaba con Dina de la mano y que le preguntaba  con mucha ansiedad: Ahora dime, dime la verdad, ¿Te has comido alguna vez un murciélago? cuando de pronto, ¡cataplum!, fue dar sobre un montón de ramas y hojas secas. La caída había terminado”.  

En eso un hombre con cabello gris que trae puesta una campera negra así como el cielo que cae en Colegiales sube del primer piso del Tienda de Café, se para en frente de mí y me mira de forma detectivesca. Existe un aire londinense en este café porteño. El rostro es duro y sus ojos celestes escudriñan mi presencia. Enseguida recojo mi libreta, mi birome y la novela, levanto la mano, y me dirijo hacía él. Me acercó y saludo:

—¡Hola!, Guillermo. Gracias por aceptar la invitación.

—¿Dónde querés? –me interpela.

Asiento con la cabeza. Miro hacia la derecha y observo una mesa cerca de un espejo con marco plateado que tiene facha de decimonónico por los acabados del marco que se bifurcan o tienden al laberinto, ideal paisaje para hablar con Martínez un talentoso del enigma, de la literatura de imaginación y del juego matemático. Le indicó el lugar y voy a recoger mis cosas.

El escritor nativo de Bahía Blanca comenzó a escribir y a leer desde muy pequeño. 

—¿Su padre, su primer maestro y editor?

—¡Sí! Mi papá hacía certámenes literarios en casa y corregía los cuentos con diferentes criterios: originalidad, comprensión, redacción, prolijidad y ortografía. Esos fueron mis primeros inicios. En mi adolescencia escribí mis primeros cuentos para participar en concursos literarios.

—¿Cómo siguió como lector después de pasar por los cuentos de hadas?

—Mi papá tenía una interesante colección de literatura argentina contemporánea y también obras del género fantástico, por ejemplo, la antología de Roger Callois. Gracias a él escribí un cuento a los trece años que tiene mucho que ver con un cuento de Borges, uno que hace una especie de impostación a las leyendas arábigas. Después leí y escribí con un estilo en lo que aquí se llama “realismo social y testimonial”. En la casa de mi papá existían dos bibliotecas: una que correspondía a la agrupación Sur y otras a la literatura comprometida con representantes como Leonidas Barletta, Bernardo Kordon, por ejemplo. Con esos autores me enfrasqué a escribir por esa línea social. Mis padres fueron militantes de izquierda y en mi juventud milité en la juventud comunista. Tengo algunos cuentos que van por ese estilo.

—¿Cómo planifica sus tramas para que deambulen en sus universos paralelos, la matemática, la literatura y la filosofía? Por ejemplo: Los crímenes de Alicia, junto a los Crímenes imperceptibles, serían la ecuación perfecta, así como lo indicaba en sus versos el poeta árabe Quais ben-al-Mulawah: “Oh Dios, haz que el amor entre en ella y yo sea parejo que ninguno rebase al otro, haz que nuestros amores sean idénticos como ambos lados de una ecuación”.

—Nunca he sido matemático del todo. Mi primer libro de cuentos lo publiqué antes de entrar a la universidad. El segundo libro ya cursando y después mi primera novela. Cuando estudiaba un doctorado salió mi segundo relato largo, siempre fui algo que hice a la par. No pienso mis libros como ecuaciones de ningún modo. En ellos existen varios temas de la filosofía del lenguaje, de la lógica, de la matemática, pero de algún modo lo que trato es de integrar la matemática en la literatura, sin que deje de ser por eso literatura, siempre pienso que si yo saco de la solapa la información de que yo soy matemático, o sea, si se leería en mis novelas de que yo soy un matemático, me parece que no.

—¿Cómo se alcanza a la maravilla de la solución del enigma, explíquenos cómo es narrar y descifrar problemas?

—La maravilla de la solución tiene que ver con un artículo que escribe Borges que se llama Leyes de la narración policial. El sexto mandamiento indica: necesidad y maravilla de la solución. En ese sentido, él está pensando en el clásico de la novela policial. Entonces la solución del enigma tiene que ser lógica, pero a la vez que maraville, o sea, que exista algo del orden de lo impredecible, y que el lector no se haya imaginado al mirar. En ese sentido, se parece al teorema. En él hay una profunda necesidad porque se prueba lógicamente, pero hay algo de maravilla. Y el tercer campo para mí sería el de la magia. En un acto de ilusionismo parece algo necesario deducir, sin embargo la solución es inesperada, es maravillosa. Esos son los tres ejes que están afines para narrar. 

—La novela Los crímenes de Alicia está compuesta por treinta capítulos, pero en realidad tiene treinta y dos, la continuación del capítulo veinte y ocho y veinte y nueve, así como Alicia tenía seis imposibilidades antes de empezar el día. ¿Cuántos planes diseñó para estos delitos?

—La extensión fue algo que no lo pensé, que no lo premedité, me daba igual si salían treinta o treinta y un capítulos. Simplemente pensé que había un par de capítulos que se me alargaban demasiado y corté un poco artificialmente por un tema de ritmo de lectura. Soy un tipo que relee mis libros y trato de imaginarme si fuera a la vez un lector, no solamente quien escribe si no quien tiene que leer. Hay momentos que me parece que la cadencia requiere un corte o un capítulo. Por eso decidí esos cortes. Imagino inicialmente en un relato una torsión. ¿Qué es la torsión? En determinados momentos las cosas que parecían organizarse a cierta lógica cambian de signo, de sentido y revelan algo insospechado ese es el momento que más me interesa tanto en un cuento como en una novela. Alrededor de esa curvatura organizo todo el material. En el caso de esta novela ya tenía la idea central, la develación y la resolución. Pero en el capítulo seis me detuve porque tenía que conformar los sospechosos, la galería de miembros de la Hermandad de Carroll.

—¿Cómo fue el trabajo de investigación con los diarios íntimos y las seis biografías que leyó sobre el autor de Alicia? Sabemos que se demoró seis meses para construir la Hermandad de Lewis Carroll. ¿Cómo fueron los apuntes, cómo hizo el mapa del escritor británico?

—Leí los nueve volúmenes de los diarios que publicó la Sociedad Lewis Carroll y marqué todo lo que me parecía interesante desde el punto de vista literario. Por ejemplo, el relato del día previo a la discusión con la madre de Alice Liddell o las frases con que suplica a Dios y se arrepiente de sus pecados.

—La novela es una relectura de Alicia y de los diarios de su creador. Intertexto. Incluso G pone como ejemplo el cuento de Pierre Menard, autor del Quijote, traductor francés inventado por Borges que escribe de nuevo y en castellano la novela de Cervantes. ¿Cuéntenos que tiene que ver este ejemplo de procedimiento de la réplica o de la copia?

—Pierre Menard tenía que ver con dos cuestiones que me interesan bastante y que aparecen en el relato. La cuestión de la copia es uno de los temas que domina la trama. En algún sentido esta novela es una copia de la novela anterior. Hay algo que vuelve y se repiten algunos elementos, por ejemplo esa cuestión de conseguir una serie lógica. Es un tema muy presente en Crímenes imperceptibles. Entonces, en El Quijote de Pierre Menard está la idea de la copia, lo mismo: la réplica y el original pueden tener un significado absolutamente distinto. La gracia del cuento de Borges es que Menard reescribe El Quijote con las mismas frases que obtiene por razonamientos lógicos, pero no logra escribir lo mismo, porque por el simple paso del tiempo ahora tienen resonancias muy diferentes. Antes era lenguaje corriente, ahora pasa a ser lenguaje arcaizante. Por eso me interesó mucho esa parte de la imagen de este relato borgeano para hablar de lo que son las fotografías de menores desnudas que sacaba Carroll en su época. Él podía exhibir y mostrar a los poetas y no tuvo ningún inconveniente, pero ahora las mismas imágenes hechas con las mismas poses serían delitos infames, ¿no es cierto? Lo idéntico con el paso del tiempo cobra otro valor.

—¿Y eso puede suceder con las biografías?

—A la biografía le sucede, pero lo que yo quería poner en juego eran las mismas fotos. El juego es como si los hechos biográficos leídos en diferentes épocas se interpretaban de forma opuesta. Y eso es lo que ocurre también con el sobrino de Carroll, que escribe su biografía muy poco después de su muerte y narra las formas en que Carroll se acerca a los niños y las narra como si fueran virtudes del escritor inglés, como para ensalzar a la figura del su tío. Pero cuando leemos los trucos que tenía para acercarse a los niños sospechamos otra cosa muy diferente. Es decir, los mismos hechos dejan de ser iguales.

—En el relato también habla de los hechos pasados. En Los crímenes de Alicia existe la idolatría al pasado y la necesidad de protegerlo. Podría ser tomado de Los papeles de Aspern, de Henry James. En una entrevista en Youtube se le ve caminando por su biblioteca y con ese libro en su escritorio. ¿En qué benefició el relato de James a su novela?

—Henry James es un autor que leo y releo a lo largo de toda mi vida y ese en particular es una novela que siempre la tengo presente. Es de las obras de James que más me gusta, y cuando me enteré de este papel, de este documento verídico donde están guardadas las frases de las páginas arrancadas de la biografía de Lewis Carroll, me pareció que podía escribir una novela jamesiana. La trama podría girar alrededor de cómo fueron encontrados esos papeles en el 94, porque esa es la fecha en la que yo dejo a mis protagonistas de la novela anterior. Entonces, como Carroll había dado clases en Oxford y toda la coreografía de él está en los contornos de esa región, pensé que sería mejor volver a escribir un policial, pero inicialmente podría haber sido un tema jamesiano. Prácticamente es una réplica de Los papeles de Aspern. Por un detalle, fíjate, estas sobrinas nietas de Carrol custodian estos papeles durante treinta años, después tienen negociaciones con coleccionistas, son transacciones novelescas y ellas amenazan en arrancar las páginas de los diarios, regatean el precio… En fin, tiene un elemento sórdido también muy interesante para una novela.

— “¿No era acaso el mismo problema de las series lógicas en busca de su clave? –se pregunta G–. En cierto modo sí: cada nuevo intento del antropólogo era un término más de la serie que le permite hacer una nueva inferencia, pero nunca podía estar del todo seguro de haber capturado el verdadero significado”. ¿Las series y sus posibilidades existen en su relato? Hay varios ejemplos, uno de esos el experimento mental de la traducción que propone Willard Van Orman Quine.

—El experimento se llama la traducción radical. Una persona llega a un lugar donde hay aborígenes que nunca tuvieron contacto con extranjeros y de pronto pasa un conejo y el aborigen lo señala y dice Gavagai. Lo que trata de explicar Quine es que no hay forma de estar seguros ni aunque nos quedemos a vivir en la isla de saber que Gavagai realmente signifique conejo y no realmente otra cosa, que puede ser al paso del conejo, acción, o sea, no hay manera de llegar al significado de la cosa o de ese animal. Cómo sabemos si esa palabra quiere decir conejo. Puede ser conejo de color blanco, o temporada de caza, o una invocación religiosa o es el nombre de un conejo, o puede haber conejos con otros nombres o incluso el nombre Gavagai es un nombre variable y a veces se les puede decir a otros animales, en fin, no podemos confirmar lo que nosotros pensamos y lo que piensan ellos, entonces no se puede establecer una correspondencia. Por ejemplo, un marciano llega a la Tierra y observa que cada vez que un ser humano estornuda la otra persona que le acompaña dice: ¡Salud! El extraterrestre estaría tentado a pensar que la palabra estornudo es salud o que salud es estornudo. En este caso, el conejo podría ser una especie de mala suerte, o Gavagai podría ser una especie de invocación para anular la mala suerte o al revés, una representación de divinidad y de reverencia. Por eso no hay forma de saber que ese vocablo es la palabra para conejo. Eso se ve de algún modo en la segunda parte de Alicia, cuando tratan a la cosa, o sobre el alrededor de la cosa. ¿Qué es la cosa? Eso estudió Wittgenstein y de algún modo no hay como inferir en un único sentido para alguna cosa.

—¿Entonces puede existir varios significados para varias cosas, o un sentido se coloca por encima del otro como una capa?

—En un libro de estadística Fisher indica sobre cuántas repeticiones necesita un experimento para eliminar la posibilidad de acertar, para separar el azar de la habilidad. Las series lógicas no tienen continuación única. Eso es lo que está por debajo en mi novela Crímenes imperceptibles, y de algún modo reaparece acá. Con la idea de una serie aparecen las fotografías de Carroll, pero el sentido de las imágenes no está claro.

Guillermo termina su café y agradece la charla. Se levanta y se coloca a lado de una repisa que sostiene una maceta que contiene una planta de hojas envainadas verdes que se ubica debajo del espejo plateado con facha del siglo XIX. Se apoya con su codo izquierdo en el estante, sus ojos celestes afirman su seriedad solemne. Se despide. El cielo de Buenos Aires sigue gris. Martínez desaparece como el gato de Cheshire que inventó Carroll. Me quedo con mi birome, mi libreta, la novela Los crímenes de Alicia, que rápidamente abro para buscar la página 86 y ubicar el intento de resolución de un acertijo por parte del joven matemático: “No podía concentrarme lo suficiente en ninguno de los acertijos que proponía, aunque me quedó rondando, como el estribillo de una canción irritante, el primero que aparecía en el libro, un desafío del propio Carroll: ‘to make the DEAD LIVE’. Lo que significaba en realidad, más modestamente, escribir una cadena de palabras de cuatro letras, cada una diferente de la siguiente en una sola letra, hasta transformar la palabra ‘dead’ en ‘live’”. Cierro la novela de Martínez y no sé si pedir otro café con leche o leche con café. El cielo sigue gris y parece que el frío invernal me espera en la calle Elcano. Buenos Aires no es Londres, pero lo parece.

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