Ayer, 15 de agosto, se celebró en la no-república de Guinea Ecuatorial una parada laboral civil por un documento conocido como Carta de Akonibe. Lo que decíamos era que el 15 es fiesta de dejar de trabajar. ¿Motivo aparente?: Celebración de las bondades de la constitución por la que se rigen los guineanos. ¿Motivo real, razones para celebrar cualquier cosa?: Ninguno. ¿Razones para no celebrar nada?: Porque dicha constitución no existe. No tiene ninguna repercusión en la vida de los cerca de 600 mil guineanos, la mayoría de los cuales vive en la pobreza. Si dijéramos que viven con menos de dos dólares diarios no lo sabríamos explicar. Nos acercaríamos más a la verdad diciendo que incluso los que pudieran vivir mejor, ora porque pueden trabajar, ora porque podrían ganar lo suficiente para vivir, viven igualmente en la pobreza. El que esto escribe vivía en la pobreza y ganaba mil dólares al mes. (Para rebatir esta afirmación rotunda, hay que despiezar la pobreza en sus elementos más simples; y, cierto, vivía en la pobreza.)
La cosa empezó en 1968, o un año antes, cuando la Guinea Española se dotaría de una constitución. Se hacía así porque todos los países la tienen, y es una señal de civilización. Pero los que lucharían para dotar de una fueron, unos meses después, eliminados físicamente u obligados a abandonar el país. Aquello ocurrió porque Macías y los nuevos dueños del poder no sabían que una constitución servía para algo. Y si servía para que se pudiera juzgar sus desmanes, entonces valía menos, porque pensaban regirse de otra forma. Fue cuando se instaló el caos en Guinea Ecuatorial. En once años los guineanos vivieron ajenos a la Historia y sin posibilidades de beneficiarse de sus ventajas. Así seguimos hasta que Macías quiso dar un golpe maestro que fue muy evidente para los que participaban con él en aquel festín del mal. Lo que quería aquel “infatigable” mandamás era ir abriendo el camino a la sucesión de uno de sus hijos dilectísimos. Entonces uno de los que habían estando apoyándolo en aquella barbarie le adelantó y abortó aquella maniobra. Fue cuando Macías fue fusilado por la guardia mora. ¿Suena histórico lo de la mención de la guardia? Pues sí, mal que nos pese.
Luego se hizo fuerte en el poder y llamó a unos cuantos bandidos, como Bathó Obama, y a otros villanos sin ningún perfil humanista y los llevó a Akonibe, un sitio que no había tenido nunca electricidad, nada por el que se pudiera decir que ahí se podía trabajar en nada, y los mandó redactar, con lápices y máquina Olivetti, unas leyes para que los guineanos las aprobaran, y de aquella manera dijeran con su voto que Obiang Nguema Mbasogo había sido reafirmado en su poder. Total, era el que había los había salvado de la época de “triste memoria”. Los guineanos votaron con alegría y se afianzó el que oficialmente los había salvado de morir bajo las botas de Macías y de sus esbirros. Si alguien quisiera contar a todos estos esbirros, como lo acaba de hacer el periodista guineano Pedro Nolasco, se daría cuenta de la capacidad que tiene la Historia para sorprender a los ingenuos.
El tiempo pasó, Guinea pasó estrecheces económicas, políticas y sociales, pero el poder ya estaba sellado. Obiang sobrevivió, amparado en la guardia mora que le puso la católica España. Avanzó el tiempo y al día de hoy Obiang ya puede ser visto en estas fotos de sonrisa complaciente y con un pañuelo rojo en el bolsillo. Ya es un ser civilizado con relojes de oro que puede comer en las principales casas de América, Europa, Asia. África ya es su feudo, porque tiene en su bolsillo a más de un villano metido a presidente. ¿Razón aparente?: El kerosín. Está a miles de metros bajo tierra, sería inalcanzable para Obiang aunque chupara con la fuerza de todos los hechiceros que a veces trae al palacio, por lo que necesita, sin poder exorar, de la ciencia de los países ricos, que rigen sus destinos por constituciones reales. Si esta verdad es la única, no se entiende que los albañiles que le enseñan a construir a uno se hagan tan serviles con él hasta el extremo de ignorarle los delitos que comete cuando se pasea por la casa de los primeros para aprender a construir por su cuenta. Esto es lo que no entendemos de las relaciones que tienen los países ricos de Occidente con el general Obiang. O lo entendemos a medias.
Ayer se asomó a las medios de comunicación, no lo oímos, y dijo tonterías soberanas sobre cómo nos salvó de la barbarie y cómo el pueblo se lo agradeció ad aeternam. No lo oímos, pero ya es su canción habitual. Lo suponemos. Pero lo de ayer fue especial, porque el agradecido general está ahora recorriendo los mismos bosques cercanos a Akonibe con una idea oscura, pero bastante conocida. Y es que con el tiempo ha amasado una fortuna, ajena, ha tenido varios hijos y cometido, como Macías, varios delitos degradantes. Con el kerosín, que es extraído del abismo por ciencias ajenas, ha obtenido la patente de corso para delinquir. Pero sabe que la patente de corso no vale en todas las cortes, o vale cuando tienes la fuerza para empuñar el arcabuz. Entonces la estratagema es rescatar de sus viejos baúles un documento que nunca utilizó, pero que ahora le es útil para dar apariencia legal a sus designios. Rescatado del olvido, hará que introduzcan en el mismo los dos renglones necesarios para que su obra salvadora sea reconocida en su dilecto hijo Teodorín, hijo de Constancia. Con ello cree que podrá retirarse en paz, en paz, en paz, tres veces paz, una palabra que siempre negó a todos los ciudadanos que han coreado su nombre.
¿Y saben? Como la constitución nunca había existido, va a estos poblados con las manos vacías, porque tampoco hay nadie en estos sitios que se haya molestado en leer lo que es una constitución. De hecho, abundan en estos sitios los analfabetos, que se rigen por tratos hechos con canciones y otras formas verbales de alabanza política. Aunque, tenemos que decirlo, no siempre fue así. Es el largo tiempo alejado de la normalidad lo que ha dado carta de naturaleza este servilismo. O bien, nunca tuvieron la suerte de conocer algo mejor, pues a quien no se enseña hay cosas que no puede aprender por su cuenta. Además, los que malviven en estos poblados carentes de todo dependen mucho de sus hermanos que viven en “ciudades”, y que aprendieron a leer. Estos sí han dicho que les gusta la idea de la entronización del hijo y han agradecido a Obiang que haya sabido encontrar una fórmula tan vieja para que el poder no cambie de manos y la alegría nunca llegue ni siquiera a Akonibe.
Hay en Guinea unos cuantos señores que saben leer y escribir. Hay algunos que incluso escriben en su tiempo libre, a los que les molestará que escribiéramos que han dicho sí a todo, ‘sí, sí, haz con nosotros lo que quieras, oh general’. Estos son los que se creen listos, porque creen que los que dicen no son tontos, porque las cosas ya estaban cocidas, y cosidas, desde el país de los ricos, y enfrentarse a la Historia es grande necedad. Entonces no se avergüenzan de decirle en eventos públicos ni de pedir que las escuelas enseñen lo de sí, sí, haz con nosotros lo que quieras, oh general’ . Son estos los que reclaman parabienes del cielo por su capacidad de supervivencia. Los listos del general Obiang. Los primeros de la clase. ¿Y el pueblo? ¿Qué pueblo? Los listos conocen la respuesta: unos paletos.
Pero tanta presunción de supervivencia les hace olvidar una cosa: detrás de las tablas en que están escritas las leyes, todas las costumbres y formas de relacionar en la sociedad, hay una norma que nunca fue borrada, que se rescatará para enjuiciar sus acciones viles: el que calla, otorga. En el futuro, su sí a todo se rescatará y será la forma única en que ellos puedan pagar por las atrocidades que aplauden porque se creen los primeros de clase. ¿Un reproche para estos listos de última hora?: podrían reclamar relevancia sobre sus compañeros marginados porque han sabido triunfar, pero dice muy mal de unos primeros de la clase que están subordinados a los mismos paletos de los que reniegan, aunque sepan sonreír con pañuelos perfumados para recuerdos inmortales.
Barcelona, 16 de agosto de 2011