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Mientras tantoGuinea Ecuatorial: sin la ciencia no es posible

Guinea Ecuatorial: sin la ciencia no es posible


 

Queridos guineanos: Desde que pisamos la senda de la infelicidad que se instaló en nuestras vidas, eso en octubre de 1968, hemos estado bajo la medieval incultura impuesta por los dictadores que hemos tenido la mala suerte de soportar, y gracias al destino arbitrario que los que escribimos y los que nos van a leer estamos vivos.

 

Pero hemos de decir que hay una cosa que nos ha acompañado siempre, y no es precisamente una “inmensa felicidad”, como alguien dejó escrito en el himno que tantas veces cantamos bajo la amenaza de palos. Antes de la independencia sí que había guineanos, y personas con tan profundo arraigo en nuestras tierras que adquirieron la naturaleza de tales, que habían adquirido suficiente formación para no envidiar a sus colegas de otros países, europeos inclusive. Luego subió Macías, inesperado personaje que determinó drásticamente el devenir del país porque ni en sus sueños más lúcidos hubiera creído que un día estaría en la silla del poder. Pero aquello ocurrió, y aquel personaje, con sus miedos y complejos, mandó al ostracismo, o a la muerte atroz, a todos los que podían levantar la mano para decir que algo no se estaba haciendo bien. Todo lo que hizo Macías y se sufrió bajo su ominoso mandato llevó el aborrecible sello del destierro del saber. Aclaración: La única prueba de la responsabilidad de Macías en todo lo que se hizo fue su consciencia de saberse presidente vitalicio. Lo decimos por si acaso haya más de uno que intente exculparlo de algo.

 

Pasó lo que ya sabemos y desde el año 1979 gobierna una familia que sumados los saberes de todos sus miembros no alcanzan el nivel de un maestro de primaria. Es esta familia la que dirige la dictadura de nuestro país. No tiene sentido que los que mandan en Guinea, y muchos líderes africanos, puedan hablar del panafricanismo o denostar del colonialismo y sigan teniendo la intención de ir a devorar primates en la selva, algo que llamarían una forma africana de existir. Y es que el destierro del saber no es una cuestión baladí, que digamos, pues gracias a ello se destina recursos para traer a “expertos” foráneos para diseñar planes de estudios o para enseñar a los maestros nativos a realizar la nota media, un hecho que fue real como todo lo que aquí se cuenta.

 

El aborrecimiento del saber ha permitido que generales del ejército, diputados y ministros guineanos no sepan leer ni escribir, contando que la intención de devorar primates no es saber alguno, y que haya tantos analfabetos merodeando en torno al poder guineano para vivir de prebendas y sinecuras con la única condición de, inscritos en este templo de la ignorancia que es el partido del poder en plaza, hacer de la adulación servil el único modo de su subsistir, con formas prácticas que en otras condiciones serían objeto de descrédito y visceral rechazo.

 

Pero el rechazo al saber no es exclusivo del entorno del poder que hoy está en manos de Obiang, de Constancia y del hijo ese que va a todos los sitios a regalar nuestro dinero a los que más tienen, no. Hay en torno a la oposición este desprecio por el saber, de manera que la mera asunción de los postulados políticos del partido que se trate implique el “aupamiento”, si puede decirse, de cualquiera a los puestos de futura responsabilidad política. Con la oposición, ya sea interna o la exiliada, no solamente hemos descubierto la realidad de proclamados líderes carentes de credenciales educativas, sino hemos vivido el desprecio del que son objeto personas que sí podrían demostrar su solvencia intelectual más allá de los círculos guineanos.

 

Este asunto no es tema baladí, pues esta ausencia de un cribado intelectual mínimo en la elección de los postulantes a los puestos públicos ha permitido que alrededor del régimen vigente haya una proliferación de personajes con la única intención de flotar en las sucias aguas controladas por la dictadura. No tiene sentido, queridos guineanos, que para los puestos de menor relevancia se exija unos conocimientos mínimos y para los de más alta responsabilidad se deje al albur de la arbitrariedad. Y es que es una falacia propagada de manera interesada esa de que las dotes de liderazgo son innatas, ajenas completamente al caudal académico del personaje en cuestión. Esto es una rotunda falsedad. Y es que en muchos países que no soportan precisamente las mismas cargas históricas que nosotros suelen darse la realidad de que individuos académicamente grises ocupen la alta magistratura, muchas veces para el pasmo de los que lo atestiguan, pero muchas veces son personas que llevan al desastre a sus países, o bien las decisiones que afectan a la mayoría de la población se toman desde la esfera de lo privado, esfera, que, hoy por hoy, exige precisamente las más altas cualificaciones a sus aspirantes. No es deseable, además, que el poder público de ninguna comunidad sea meramente testimonial.

 

El verdadero liderazgo se basa en la satisfacción adecuada de las necesidades de la comunidad mediante respuestas y propuestas hechas desde el conocimiento y la imparcialidad, aunque esta sea aparente. Ergo, la existencia de líderes sin credenciales académicas es una forma de hacer bandera del “subdesarrollismo”  y el atraso, que en caso de los africanos se justifica desde la raza. Urge pues no sólo crear en Guinea, y cuando la situación lo permita, un tribunal para examinar no sólo a los aspirantes a los puestos públicos, sino también de otro al que se someterán todos los que aspiren a los puestos altos del país por el simple hecho de la creación de un partido político. El interés por la lucha contra algún poder arbitrario no debería eximir a nadie de mostrar un currículum excelente. No se puede hacer movimientos para acabar en el mismo sitio

 

Por la historia que hemos vivido, cualquier entrecomillado líder con formas autoritarias y marciales de relación sería de elección predilecta en nuestra comunidad. Estamos hablando de los militares. Pero el saber militar no es óptimo para dirigir ningún país. Para apoyar esta afirmación, bastaría recordar que a cualquier militar se le formó para segar vidas, propósito alejado del objetivo de cualquier comunidad. En todo caso, y si todavía hubiera dudas, el ejemplo de Obiang bastaría para convencer a cualquiera. Cualquier comunidad debe hacer grandes esfuerzos para tener a sus elementos armados lejos de los puestos altos de poder.

 

Está siendo llamativo que una tarea que prestará su contribución a la lucha, como el aprecio del saber, esté siendo reiteradamente postergada por los que dicen que luchan. Aquí se hacen patentes todas las paradojas no señaladas en este artículo. Una sería, por ejemplo, que siendo los líderes guineanos tan remisos a aceptar planteamientos políticos hechos desde la realidad étnica, sean a su vez tan febles en el fomento del saber, el camino por el que la igualdad de oportunidades se haría viable. Debe ser una forma de no saber eso de constituirse en el aguijón de uno mismo.

 

Barcelona,  27 de noviembre de 2018

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