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Mientras tantoGuinea monumental

Guinea monumental


 

Así eran las obras de los grandes hombres de la Historia. O igual eran unos calzonazos, que sabían que lo eran, pero que pensaban que se olvidarían de lo que eran si construyeran edificios deslumbrantes, como monumentales palacios, inútiles arcos de triunfo, panteones, etcétera. Por eso incomoda que los faraones egipcios estuvieran siendo removidos de sus tumbas para ser visitados por gente que escupiría sobre ellos si conociera su calaña, el tipo de persona que habían sido. Hace poco cogimos infraganti a un personaje de ficción aconsejando la momificación de GB, una persona anodina que llegó a ser un líder mundial, pero que dejó una pésima imagen como gobernante. Si lo momificaran, dentro de 1989 años se le podría sacar de su pudridero y, viéndole el hueso de la cara, ya nadie sabría que  había sido tan mala persona como peor dirigente.

 

Hemos dado en hablar de la monumentalidad guineana porque constantemente nos dan la tabarra con los cambios que experimenta Guinea Ecuatorial, y a costa de sus edificaciones. Como se construye para impresionar, los ingenuos se quedan boquiabiertos de tanto cemento y cristal elevado a las alturas y habla maravillas de una Guinea que ha enfilado ya la senda de la grandeza. Guinea está irreconocible, dicen mostrando las encías inflamadas por decir tantas tonterías. Y no hay excepción; no la hay porque hace poco un escritor guineano, de los más ingenuos del África negra, hablando de su tarea como escritor, empezó a alabar el desarrollo guineano y dijo mucho de la sorpresa que se llevó cuando, de un viaje desde no sé dónde, bajó del avión y el taxi le dio un paseo por una carretera nueva donde descubrió casas tan impresionantes que le convencieron del desarrollo del país. ¡Claro que impresionan! ¿Cómo no va a impresionar el hecho de descubrir unos edificios altos y acristalados en un sitio que antes era una selva? Sí que impresionan, por lo de la sangría hecha con los árboles y por la altura de unos edificios que no tienen par en toda la Guinea. Este sitio, la joya de la corona de la monarquía democrática de referencia, se llama, entre otros nombres, El sueño de un hombre. ¿Qué hombre? Quién más, ¿quién es el único que puede soñar en público y reflejar estos sueños en carteles? Pues El sueño de un hombre no es una ciudad, por más que los sabios de este lugar lo digan. Y por esto lo llaman por otro nombre Malabo II. El sueño de un hombre podría ser catalogado como un barrio del extrarradio, o la zona del ensanche, y nunca alcanzará por sí misma la categoría de ciudad. Si ni siquiera Malabo I lo es, ¿va a serlo un amasijo de cristales y cemento armado?

 

Lo que no se atreven a decir es qué pasará con Malabo I. Y es que por más afeites le han puesto para que no desentone con la imagen que quieren dar de país emergente, la antigua Clarence no levanta cabeza. No hay agua, no hay casi luz y el cablerío de esa escasa luz crea una maraña que ya quisieran para sí las arañas más robustas del mundo de los arácnidos. Las aceras, casi inexistentes, están que dan pena. La calzada, soportando un inmenso tráfico, necesita algo más que promesas de “desarrollo sin precedentes”. Pero lo peor, lo que agrava todo y muestra la fragilidad de esta ciudad es que lleva más de dos años soportando las reiteradas excavaciones para instalar en su subsuelo inmediato todo lo que carecía desde hace años. Entonces con tanta perforadora urbana, el tráfico, y a cierta hora, se hace insoportable y eso cuando en cierta zona se juntan todos los hummer de los ricos y nadie da un paso, aunque los semáforos se cansen de lanzar al aire capitalino sus rojos, ámbares y verdes. Es un gasto de dinero…

 

Pero lo que más impresiona de las edificaciones monumentales guineanas, las infraestructuras, es el paseo marítimo de Bata. Este paseo sí que tiene tintes faraónicos. Cierto es que el empuje de la mar océana en los últimos tiempos aconsejaba un muro que contuviera una fuerza que solamente podía ofrecer una solución contundente. Había que hacer algo para seguir diciendo que la república, un decir, de Guinea Ecuatorial tiene una extensión superficial de 28 mil 51, 43 kilómetros cuadrados. Y es que en Bata se notaron los estragos del mar. Hubieran encomendado este asunto a Jehová de los Ejércitos de no ser por la irrupción del petróleo y el dinero que conlleva. Y como los sabios de aquí supieron que otras ciudades costeras tenían paseos marítimos, pensaron hacer allá uno. Ahora tenemos ya más de un kilo de paseo para que los de Bata vean la mar y piensen en la llegada de los barcos que llenan sus tiendas de baratijas diversas. Y la ciudad misma, ¿cómo está?, ¿qué dicen sus moradores del pedazo de paseo marítimo que tienen? Francamente no dicen nada. Bata, diciendo con la verdad en la mano, no es una ciudad costera. De hecho, no es el paseo marítimo un lugar frecuentado. Y si alguien quisiera saber por qué los habitantes batenses no se asoman al borde del océano, que visite los lugares donde realizan sus compras nativas. Donde compran las cosas de comer propia de sus tierras. Cuando los vea, entenderá que el paseo es un hilado fino de cara a la galería internacional. Y es que a exactamente 600 metros de la primera fila de los edificios altos, Bata es un entresijo de calles y viviendas de hojalata cuyos moradores beben de pozos precarios y realizan sus necesidades en oquedades excavadas en la tierra y tapadas con tablas, pozos y oquedades juntos para que en cualquier día se diga que las aguas mayores se mezclan con las de beber y alguien diga que es una dolosa infamia propagada para minar el buen nombre de un Gobierno emprendedor. No digan nada los que saben que un alto número de casas de Bata tiene en un mismo plano superficial agujero para buscar agua y oquedad pestilente para vaciar los intestinos. No digan nada.

 

Lo que no dejaremos de decir es que recorriendo a lo largo del paseo, que amenaza con tocar no sabemos qué punto del norte de la geografía riomunense, vimos que habían desaparecido las playas donde los pescadores locales varaban sus cayucos en arribo de la pesca. Los sabios que dirigían la obra no tuvieron en cuenta esta básica necesidad, y por esto no diseñaron un hueco para resguardar las embarcaciones. Y estas no son las de amarrar, sino las de dejar en tierra firme para su mejor conservación. Ahora el encuentro con la mar se produce varios metros lejos del sitio habitual, como si se dijera que hay una conjura contra la pesca realizaba por frágiles embarcaciones de las tribus playeras. Que se dijera que el paseo marítimo está en contra del consumo de pescado. No lo vamos a decir. Pero la constatación de este hecho es la mejor prueba de que la faraónica construcción se hace, otra vez más, de espaldas al pueblo y de sus necesidades. Qué lástima, otra vez más, porque el mismo paseo marítimo no se merece esta duda.

 

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