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AcordeónHablar, significar, vivir juntos

Hablar, significar, vivir juntos

 

La lengua es un hecho más de la naturaleza, como lo es trepar por los árboles, tener la piel adaptada al hábitat, andar, ver con los ojos o manipular con las manos. Jamás ha existido en el mundo una comunidad humana carente de piernas y manos, tampoco sin lengua, sin lengua propia. Hasta en esa tribu donde sólo queda un único hablante en la lengua ancestral, los parientes y vecinos hablan una lengua propia: la más apropiada a ese momento de la supervivencia humana. Es una idea errónea creer que existe una pérdida cultural por el hecho de que comunidades humanas abandonen unas lenguas al ponerse a hablar otras. De esa idea errónea nacen muchas otras. Una de ellas es la creencia en los derechos lingüísticos o no se sabe qué derechos de protección de las lenguas. ¿Hablaría alguien del derecho a andar, a digerir, a tener la piel adaptada, a ver con los ojos o a usar las manos? No, hablamos del derecho a la integridad física de la persona o del derecho a la vida. Pues en ese derecho es donde entra hablar, o sea lengua.

Entender esto es el abc de lo que son la lengua y la cultura. Es decir, la esencia de la sociedad humana. Lo trataré de mostrar.

 

Nos tenemos que buscar la vida hablando

1. Ser humano es no tener la vida hecha genéticamente sino tener que buscárnosla

Los humanos somos animales sin la suficiente base genética para ser fisiológicamente viables. Nuestro programa genético nos exige depender de nuestra capacidad neuronal, que consiste en echar mano del significado. O sea, usar lenguaje.

Lenguaje es la actividad por la que nuestra conducta tiene significado y es apropiada al medio. Conducta sin significado no es conducta humana.

 

2. Hablar es poder ir más allá de nuestro programa genético. Pero no deja de ser otro hecho natural del mundo

Tan natural como un silbido o un ladrido. Nuestra aptitud neuronal, lo que hemos llamado racionalidad, nos impulsa a conjeturar uno sobre el otro y a coincidir en las conjeturas. ¿Cómo? Emparejando sonidos que decimos y escuchamos, inventando signos fónicos para adaptar mi reacción a la reacción del otro. Mediante signos uno capta a otro, lo toma. Su conducta puede predecir la reacción subsiguiente del otro.

Significar es provocar las reacciones previstas, las mismas en el otro que en uno mismo.

Existe significado cuando entre los hablantes A y B el gesto fónico de A indica a B la misma reacción que a A. Sólo así A y B acoplan su conducta al medio que les ha tocado vivir.

 

3. Los significados son siempre públicos

Han sido posibles merced a un esfuerzo cooperativo de animales en manada volviéndose humanos. Y así siguen siendo posibles hoy, varios millones de años más tarde. La lógica del significado es uno-a través del-otro. O dialógica, producto del diálogo.

El cuenco natural del significado ha sido la conversación. La conversación interior de uno consigo mismo es un logro privilegiado de madurez conversacional -atizado esencialmente por la escritura-.

 

4. Los significados no están por ahí fuera para apropiárnoslos. Ni son algo interior que expresamos

No hay ningún misterio ni ningún contenido espiritual misterioso en el lenguaje. Lo que unos animales logran oliendo, segregando substancias, danzando, cantando o berreando, eso y más logramos nosotros con señales fónicas o signos. Tal es la destreza del lenguaje: no consiste en alguna cosa especial o una estructura que poseemos en común, sino en un proceso cooperativo de adaptación de uno a la reacción del otro mediante signos fónicos.

Platón creyó en un escenario así: el mundo; enfrente de él, yo; y entre ambos el lenguaje. Los románticos supusieron que ese mundo misterioso del lenguaje se hallaba en el interior de cada yo, y éste lo sacaba afuera -lo expresaba-.

 

Toda experiencia es cultural

1. El lenguaje modela el  programa motor de  nuestra actividad física

Tenemos cuerpo erecto y caminamos. Nos sentamos, nos recostamos y nos tumbamos para descansar. Hallamos obstáculos físicos que saltamos o transformamos. Vemos, tocamos, chocamos, caemos… Y se van produciendo en nosotros estímulos, actitudes y reacciones. ¿Cómo? Mediante actos sociales o situaciones reproducidas en nosotros por matrices de estímulos y complejos reactivos que provienen de la experiencia. Esas matrices son los conceptos.

“Perro” es un concepto. “Amor”, “arriba”, “cinco”, “amistad”, “cabrón”, “luz”, “ahí”, etc. son conceptos. Su adquisición ha requerido un aprendizaje, algún acto social proveedor de experiencia.

 

 

2. Un concepto expresa alguna experiencia humana ubicada en un acto social

Hay conceptos que emergen directamente de la orientación espacial sensorimotora de nuestro cuerpo (todos los conceptos espaciales, orientacionales y hasta muchos ontológicos), y hay conceptos que resultan de trasvasar experiencias de un acto social a otro (conceptos metafóricos como “amor”, “causa”, “concepto”, “capitalismo”, “relatividad”, “cuántico”, etc.). Los conceptos pueden involucrar intensas emociones. Sentir resulta de un aprendizaje social.

 

3. No hay experiencia que se forme fuera de una herencia social

En todas nuestras interacciones con el medio echamos mano de conceptos y, en consecuencia, esas acciones significan. Aunque se realicen privadamente, poseen una significación pública, cualquiera las puede entender -si han sido realizadas desde un cuenco compartido de experiencias, ya sean tribales, vecinales, científicas, literarias, deportivas, etc.-.

Un concepto significa en un contexto de uso, o sea, en referencia a alguna situación social. “¡fuego!” significa algo diferente según la situación en que sea proferido. Puede dar a entender que hay que echar a correr y salir de un local. O que debería prestar mi mechero al colega fumador. O que los bomberos deben dejar la siesta y salir pitando en sus camiones. O que el piloto tiene que apretar el botón del misil contra aquellas personas de allá abajo. En “fuego” se percibe perfectamente la calidad actitudinal de los conceptos, y también la herencia social.

 

4. Cultura es la red pública de conceptos que usan los hablantes

Lengua no es cultura y tampoco cultura es lengua. Lengua es esa actividad fónica de significar para tomarse unos a otros y tomar el mundo. Cultura es una fuente de información simbólica, conceptual. Es el molde significante para ajustarse a la realidad modelándola. Es un molde configurador de conducta compartida.

La cultura no está en ninguna parte porque es de naturaleza simbólica, conceptual, semántica. Un ejemplo. La lengua sería el balón. La cultura sería el juego del fútbol. Y la sociedad, el match de once contra once con árbitro y linieres. Ni el balón es el fútbol, ni hay partido sin balón. Fútbol es fútbol (pero podría ser cualquier otro juego).

Otro ejemplo. La cultura serían diversos moldes de plástico para hacer flanes de arena en la playa. El niño jugando a hacer flanes de arena sería la lengua. La mamá y las otras señoras que han regalado el cubo, la pala y los moldecitos al niño, le han enseñado a manejar ese instrumental y le miran embobadas serían la sociedad.

Todos los ejemplos son malos, pero pueden mostrar algo. Aunque ojo, también las culturas pueden ser inapropiadas para la subsistencia humana.

 

5. En efecto, hay culturas que no se adecuan bien a la realidad

Porque, al modelar una realidad, pueden causar mucho estropicio a los hablantes. La cultura azteca, la yanomami o la de los nazis alemanes fueron culturas poco adaptadas a los seres humanos. Las lenguas son neutras, pero, al usarse para adaptar mejor al grupo de hablantes a la realidad, echando mano de los conceptos más apropiados, reflejan las limitaciones de la cultura.

Ejemplo. La lengua yanomami apenas disponía de una docena de nombres para describir la exuberancia vegetal de su selva tropical. Todas las tribus vecinas poseían más de cien nombres. ¿Por qué esa diferencia? Porque sólo la cultura yanomami suponía que el mal (muertes, enfermedades, mala cosecha, etc.) provenía del ejercicio de gentes malas y, para curarse, había que hacerles la guerra, tras detectarlos como malvados. Por no necesitar farmacopea vegetal para curar, su lengua apenas discriminaba unos pocos árboles y hierbas. Su cultura marcó los límites de su lengua.

 

6. La cultura obra  algo así como un gen

La fisiología humana está determinada por el programa genético. Pero los actos fisiológicos no son conducta humana. Lo que propicia que nuestros actos tengan significado (sean conducta humana) es el gen cultural o simbólico. Esa especie de gen nos determina, pero nosotros podemos abandonarlo, manipularlo, trasformarlo. Y es conveniente hacerlo así cuando no alcanzamos a hablar de la manera más apropiada para vivir mejor.

 

La lengua no marca el horizonte de una cosmovisión

1. Adquirimos conceptos hablando pero el habla no prejuzga la naturaleza del concepto

Hablar posibilita el logro conceptual pero no lo determina. Un mismo concepto puede y suele ser adquirido desde lenguas distintas. La misma lengua euskara posibilitó tanto la cultura de nuestros abuelos medievales como la nuestra actual, muy distinta -que vehicula también trazos culturales otrora muy anclados entre los nazis alemanes-. El castellano ha servido para un tipo de cultura feudal, otra democrática, otra franquista y otra comunista-caribeña.

 

 

2. Las creencias son costumbres de actuar

Las creencias son instrumentos culturales para obtener lo que queremos. Por eso, cuando alguna creencia no está vinculada ya a utilidad alguna, se la abandona. Los yanomami, por ejemplo, han abandonado la mayor parte de sus creencias guerreras desde que los misioneros les llevaron la aspirina. Los nacionalistas vascos, sin embargo, no han abandonado las creencias racistas de su fundador. Muchos comunistas sí han ido abandonando sus creencias.

Las creencias están enfocadas hacia lo más ventajoso. O sea, hacia la verdad.

La verdad le importa siempre al humano porque tiene un valor de supervivencia y le permite desenvolverse mejor en el mundo. La mayor parte de cuanto sabemos -sobre nuestros cuerpos, sobre la gente, el ambiente físico y social, etc.- desempeña un papel fundamental en nuestro desenvolvimiento cotidiano.

 

3. Desarrollar cultura es una constante apuesta tras la utilidad

Las comunidades humanas se esfuerzan por acoplarse lo mejor posible al medio (lo real) y, así, van encontrando verdades y fundamentándolas (rechazándolas o mejorándolas). A eso se le puede llamar investigación.

Todo agrupamiento humano marca desde su sistema conceptual aquellas razones por las que habrá de creerse algo al final de cierta búsqueda. El tipo de búsqueda conceptual entre comunidades de cazadores-recolectores y entre las de agricultores es muy diferente: ambos tipo de sociedad divergen mucho en cosmovisión. Y no digamos cuánto divergen con la nuestra, donde existen comunidades científicas, periodísticas, jurídicas, gastronómicas, arquitectónicas, médicas, etc. que definen de manera distinta su tipo de búsqueda conceptual. Y, por tanto, su verdad.

 

4. El límite de toda investigación es el límite de la conversación

“Racional” simplemente denota que se satisfacen los criterios de razón preestablecidos en cada tipo de investigación. No se trata, pues, de seguir tal o cual método para mejor adecuarse a lo real. Lo único que se debe hacer es conversar y deliberar, para así aceptar lo que más convenga (creer).

 

5. La verdad ni es revelada ni se desvela: emerge de entre quienes discuten

Nuestras descripciones del mundo que nos rodea no pertenecen al mundo sino que son construcciones desde nuestra cultura. Lo que llegamos a creer del mundo depende de nuestra manera de hablar y significar. Nosotros somos quienes inventamos y fabricamos descripciones y léxicos. El mundo siempre está callado.

La verdad la construimos. Verdadero/falso sólo se puede decir de nuestras actividades simbólicas. V y F no son, pues, propiedades de cosas sino de entidades culturales. Lo real no habla ni dice nada, pero queda transformado por nuestra manera de hablar.

 

6. La realidad queda siempre transformada por la cultura no por la lengua

Un abrazo, un hijo, un huerto arado, un libro, el peinado, un rezo, la guerra, un camino, la vacuna contra el sida, la humillación de alguien, las pinturas parietales paleolíticas, un misil… todo eso es resultado de la cultura. Resultado, no de las hablas, sino de la manera de hablar.

 

7. El quicio del modo  de hablar es el concepto de persona

Todas las lenguas del mundo tienen un yo, un tú y un nosotros. Son pronombres personales, traducibles en todas las lenguas. Pero el “yo” o concepto de lo que es una persona conlleva una cosmovisión, es una invención cultural de persona. Y traducir un “yo” de una cultura a otra es traducir el significado de persona en esa comunidad.

Si en dos comunidades separadas por la lengua existe el mismo “yo” o concepto de persona, es casi seguro que ambas sociedades tengan la misma cultura o parecida. Y, al revés, dentro de una misma comunidad lingüística pueden existir dos conceptos opuestos de persona, incluso antagónicos. Así, ocurre en la sociedad vasca hoy y ocurría también en la Alemania nazi.

 

 

8. La identidad, un relato

Al sentido que cobra la persona en cada sociedad se le llama identidad. Algo tan necesario como el aire para respirar. Uno debe creerse que es alguien, una entidad continua y dueña del enorme caudal de sensaciones, deseos e intenciones dispersas que va teniendo en la vida. Y creer que hay otros como él en torno suyo para hacer predecible su conducta. El “nosotros”, como correlativo al “yo” y al “otro”, constituye un producto cocido en el mismo caldero narrativo de cada comunidad humana.

La identidad es un relato que nos hemos contado porque nos ha interesado. Algo mítico con lo que podemos apechugar con la aspereza de la vida. Pero siempre que veamos que nuestra identidad conlleva inconvenientes adaptativos, la podemos transformar y hasta abandonar, como los yanomami o los nazis alemanes. Entre nuestros abuelos y nosotros ha existido un importante cambio de identidad, sea cual sea la lengua hablada.

 

La identidad, un sistema de contingencias culturales y no de facultades psíquicas

1. El sentido común camaleoniza la identidad

Sentido común es el interesado conjunto de creencias que busca aprovecharse del medio con el máximo de ventajas. Suele implicar cordura, ahorrar esfuerzo físico, saber gastar bien la energía, inventar cierta tecnología.

Usa un instrumental semántico muy coherente de metáforas ágiles -como el proverbio-, relatos vivos -como parábolas y fábulas- y rituales muy performativos -como los rituales de paso, de caza, de solsticio, de amistad, etc.-.

El sentido común tiende a estrechar las distancias entre las personas. Todas las sociedades han imitado o copiado los adelantos de la sociedad vecina, donde han buscado mujeres y hasta donde han emigrado. Entre los diversos móviles del emigrante por mejorar existe la creencia de que es más lo que nos une a los humanos que lo que nos separa. Esa identidad que confiere el sentido común ha hecho sobrevivir a la especie humana y ha acercado a unas gentes con otras. Parece que fue el sentido común lo que impulsó a los vascones del tiempo de los romanos a adaptarse al revolucionario hecho de la colonización romana. Y les fue muy bien, mejor que combatiéndoles.

 

2. La Religión, buscando superar las limitaciones del sentido común, ancla las identidades en la diferencia

Religión es una actividad cultural muy compleja que, para vencer la escasa capacidad analítica de la comunidad, sobrellevar el dolor y enfrentarse a la paradoja ética ante el poder -ésa de que casi nunca merece la pena ser bueno pues los malos triunfan-, busca alguna fuente de autoridad incontrovertible.

Sus instrumentos conceptuales son inconmensurables, pues trata de romper lo condicionado y limitadísimo de la experiencia. E ir más allá de ella.

En el concepto de persona fabricado en el horno de la contingencia cultural religiosa ha sobresalido a menudo la crueldad y el sacrificio cruento como medio de diferenciar a unos de otros. La identidad que nos consta de los vascos antiguos viene determinada sobre todo por la religión cristiana y es a resultas principalmente de este sistema cultural como determinaron su naturaleza española.

 

3. La Ciencia, ubicando al humano en un desinterés por todo lo que no sea conocer, se desentiende de la identidad

Ciencia es una actividad cultural que se sacude el sentido común y critica las creencias interesadas de la religión. Llega hasta sospechar de la solidez de los propios presupuestos culturales. Gracias a esta actividad, el sentido común da unos saltos enormes en la invención de tecnología.

Su instrumental semántico es frío, muy formalizado, estructural, persiguiendo más la consistencia que la coherencia. El divorcio que se dio entre ciencia pura y ciencias humanas, y, por otro lado, la escasa fuerza de éstas últimas para hablar del mal muestran la dificultad de elaborar un discurso neutral sobre el “yo” -su esperanza y solidaridad- que no sea mítico. Discursos pseudocientíficos de la antropología y la historia han insuflado a la identidad de los vascos contemporáneos un marchamo de falsedad y ocultamiento de la realidad muy peligrosos para su supervivencia.

 

4. La ideología, trazando una vía política sin otros fundamentos que políticos, pergeña identidades muy enrocadas y hasta enfrentadas entre sí

Ideología es una actividad cultural residual en civilizaciones no modernas, porque los humanos poseen sentimientos muy inculcados y con poco sitio a vacilaciones en la decisión. Las revoluciones en Inglaterra y Francia cuestionaron las opiniones y reglas de vida consagradas, reformándolas y hasta reemplazándolas drásticamente.

Las ideologías se convierten a partir de entonces en hechos decisivos como fuentes de significación del proceso político. Además de ser proyecciones de temores no reconocidos, disfraces de motivos y expresiones de solidaridad intergrupal, las ideologías son mapas de una sociedad problemática y matrices para crear una conciencia colectiva.

 

 

El modelado ideológico del “yo/nosotros” tiene un impacto destacado, tanto como el de la religión, sólo que ahora la crueldad suele ser justificada por intereses colectivos (el comunismo, el nazismo y los nacionalismos han sobrepasado en crueldad a la peor de las religiones). La ideología democrática presenta la más favorable de cuantas aportaciones al concepto de persona se están dando ahora mismo en el mundo.

La identidad de los vascos actuales está determinada por la ideología, muy escasamente por la democrática y casi unánimemente por la nacionalista. Los rasgos dominantes son: una angustiosa experiencia del presente causada por una perspectiva narcisista de los hechos del pasado; una comprensión naturalista de la sociedad, entendiéndola como una comunidad basada en propiedades y vínculos substanciales, y no como resultado de convenciones y contingencias; una consideración no utilitaria de la lengua euskara con la consiguiente reificación de la misma; y una intención permanente de etnicidad.

 

5. La estética (las artes) explorando la sensibilidad y la ética, indagando sobre la vida buena, han reportado a las sociedades democráticas pautas de identidad porosa

Estas dos actividades culturales, muy revolucionadas en la edad moderna, posibilitan que la forma misma aparezca como el contenido de las significaciones al materializar un modo de experiencia nuevo ante el mundo de los objetos -sonidos, volúmenes, temas narrativos, colores, gestos, imágenes, etc.- o ante el mundo de los sujetos -sentimientos de responsabilidad, compasión, valor, dignidad, derechos humanos, etc.-.

Al contrario de las identidades macizas, totales, cuasi geológicas y poco permeables al sufrimiento del otro que impulsan la religión y la ideología, estas actividades culturales blandas brindan la ocasión del sentimiento a flor de piel. Sentimiento que acerca a los humanos más que alejarlos, les da conciencia de su contingencia y caducidad, revela facetas nuevas del daño de vivir en sociedad e invitan a ser cada cual más uno mismo sin coartar a los demás. La ética protestante y la literatura, sobre todo, han posibilitado modos de vida atentos al sufrimiento que uno causa al otro por coaccionarlo a vivir según los moldes imperantes.

Tan sólo una pequeña parte de la sociedad vasca se está dotando de porosidad y esponjosidad identitaria merced a la ética o la estética, estímulos que tienen bastante que ver con la empatía por las víctimas del terrorismo.

 

6. La porosidad identitaria obra casi de modo inconsciente en las sociedades libres y unifica su cultura

No sólo se trata de la capacidad de aceptar la diversidad sino de una auténtica costumbre de dejarse impregnar por otras visiones distintas a las de uno mismo. Exponiendo el daño que hace la imposición de ser iguales, la novela, el cine y los documentales activan la tolerancia entre modos de ser. Y, así, en las sociedades libres va gestándose un nuevo sentido común impregnado de dignidad personal, derechos humanos, ciertas obligaciones ecológicas ante las generaciones futuras y hasta de un indudable horror a hacer sufrir a los animales.

Existe ya hoy una impregnación cultural transnacional que adapta a una persona de identidad porosa a vivir en cualquier parte del sistema democrático. El hecho de su diferencia lingüística no es relevante para su adaptación.

 

¿Qué está exigiendo hoy la imaginación cultural vigorosa sino lo contrario de constricciones de identidad?

1. La imaginación cultural de los tiempos globalizados en que vivimos es el talento de hablar diferente inventando herramientas culturales nuevas destinadas a ocupar el lugar de las viejas, para que las comunidades rompan el círculo etnocéntrico y acomoden en su seno al “otro”, al diferente, considerado a menudo su enemigo. Y para que los que eran humillados lo sean cada vez menos. Y los “yo” generen un nuevo “nosotros”.

 

2. ¿Qué ha sido la limpieza étnica sino un poner en el puesto de mando lo más senil de la imaginación nacionalista europea, berroqueña y esencialista en cuanto a conceptos como pueblo, alma colectiva, lengua propia, voluntad soberanista, derecho a decidir, etc.? ¿Qué ha sido sino sostener que es más lo que separa a los que siempre fueron vecinos que lo que les une? Ya sabemos por qué esa imaginación senil no quiere ver que las comunidades del mundo proceden de otras comunidades que hablaron otras lenguas y tuvieron otras culturas. Sabemos por qué todas las culturas nacionales del presente ciclo globalizado apuntan a series de resentimiento por pérdidas imaginarias y quieren curarse de heridas ancestrales ensañándose con inocentes: por mantener una identidad esencialista y cruel.

 

 

La lengua propia y otras más que apropiadas

1. Las lenguas no son señores con poder ni cuerpos con más o menos salud

Ese uso de la metáfora es muy inapropiado y más que iluminar oculta. Las lenguas son algo muy parecido a lo que es un beso, un guiño de condescendencia, una mueca en el juego de mus o una despedida con un pañuelo en un tren. ¿Ha oprimido jamás un beso a otro beso, un guiño a otro guiño?

 

2. Euskara y castellano son usos colectivos de significación

Y ese uso deja las cosas del euskara y del castellano como estaban: ninguna de esas lenguas padece ni sufre. Y, mucho menos, muere o impera.

Padecen y sufren sólo las gentes. Muchas veces por hablar o al hablar o por rotular su comercio. También al tener que callarse. Pero la humillación y el dolor no son de la lengua ni en la lengua precisamente. La opresión nunca es lingüística, sino personal, de un hablante con poder sobre otro hablante sin poder.

 

3. El uso del euskara y del castellano en Euskadi y sus consecuencias opresivas

Durante estos 30 años de democracia, la ciudadanía no euskaldún ha concedido que se financie con su dinero también la enseñanza en euskara, y hasta ha visto bien que sus hijos aprendieran además esa lengua. Haciendo esto no han beneficiado al euskara propiamente sino a la buena relación entre vascos.

Pero la realidad es lo que es, hay muchísimos más vascos no euskaldunes que euskaldunes, y todos estos sí saben castellano. La masa comunicacional y dialógica es, por mucho, a favor del castellano. Y a mucha gente abertzale este hecho le duele y le produce resquemor. Es una lástima, porque es un dolor absolutamente evitable. Les bastaría con no dolerse, es decir, cambiar algunas de sus creencias.

Pero en lugar de cambiar de creencias y acoplarlas a lo real, ese abertzale aprovecha su poder constriñendo a los castellanohablantes: y les obliga a escolarizar a sus hijos en la no-lengua de éstos -o lengua impuesta-. Franco obró de manera parecida pero menos desalmada, sin alardear de derechos humanos.

 

4. El abertzale ha extraído dos lecciones erróneas de ello

Una, creer que está mejorando la salud del euskara. Y otra, suponer que los no euskaldunes han tragado la primera fase de euskaldunización escolar y que con una coacción mucho mayor tragarán la próxima. Y así se salvará al euskara de morir.

Craso error. Lo que en realidad había mejorado mucho era la disposición cívica de los castellanohablantes y, en consecuencia, se había dado un aumento no desdeñable del volumen comunicacional en euskara entre los jóvenes y niños. Ciertamente, ha existido cierta coacción en ese fenómeno -el hecho indudable de que sin hablar en euskara un joven no tenía acceso a la administración pública y otras presiones psicológicas colaterales nada desdeñables-. La constricción a los escolares no euskaldunes se ha fraguado, de hecho, en el crisol del asesinato político y el terror: “En nuestro pueblo no existe sitio para nadie cuyo objetivo sea la desaparición del euskara. Los enemigos del euskara no tienen derecho a vivir en nuestro pueblo” (manifiesto de ETA, 02.09.1998).

El euskara es la única lengua del mundo por la que sus partidarios asesinan. Y Euskaltzaindia y la gran masa de escritores euskéricos lo saben. Y callan. El proteccionismo lingüístico sólo tiene ventajas políticas, a cuya sombra se obtienen ventajas privadas.

 

4. No importan las lenguas, importa la gente

Aprender otra(s) lengua(s), y hasta abandonar la propia voluntaria o inconscientemente, ni es bueno ni malo en sí mismo. Seguramente, el aprendizaje de otras lenguas da mayor permeabilidad cultural, y esto siempre le ayuda a uno a situarse mejor en el mundo. Si una lengua es importante, lo es por el hablante. Jamás fue más importante toda una lengua que una sola persona.

La persona que en su propio país no puede escolarizar a sus hijos en su lengua sufre una afrenta real en su persona, en su existencia misma. Una afrenta al menos tan grande como si se le impidiese mover las manos, abrir los ojos para ver o hacer la digestión. No se trata de un menoscabo de su derecho lingüístico, sino un menoscabo de la dignidad de su existencia, como lo es un secuestro o una tortura física.

 

 

5. Sin libre uso de la lengua no hay derecho posible

La política sólo es posible desde la libertad de hablar. Y en cuanto política desnuda lo primero que exige es el respeto a la integridad personal o el derecho a la vida. El terrorismo no es política. Por eso es inadmisible discutir y negociar política con el terrorista.

 

 

Los derechos humanos arrancan de la libertad de poder vivir la vida. Son una invención de la cultura que condena como injusto cuanto impide que alguien haga su propia vida como guste, siempre que no dañe a nadie. El derecho a pensar y a expresarlo libremente es un progreso cultural (no lingüístico) de la vida en común, extraído de mil experiencias negativas. El derecho a reunirse con otros y el de manifestarse y manifestar ideas propias son actitudes culturales relativas a la conveniencia humana de practicar una vecindad dialógica. Los derechos de sindicación y huelga, los de votar y ser candidato y todos los demás que vayamos inventando conciernen al significado de unos seres cuya vida sólo se considera digna en democracia.

¿Es concebible un derecho de la mujer a no ser violada o de una persona a no ser amputada de alguno de sus miembros? No. Pues tampoco es razonable el derecho a que no se me viole la expresión lingüística. Mi obligación de no tocar al otro ni violarlo ni amputarlo resulta de los derechos del otro a su integridad física y cultural.

La imposición lingüística de los nacionalistas es como una violación física.

 

6. Promover el euskara, sí, estimulando afectos y grandes conveniencias. Obligar, jamás.

El Estado autonómico de los ciudadanos, aquel que sabe hablar con los ciudadanos en la lengua de los ciudadanos (en ambas), vigila para que todos los ciudadanos eduquen a sus hijos en su lengua preferida. Promover ambas en la escuela sería una buena vía para el buen entendimiento de la gente, no para salvar el euskera.

Ningún vasco tiene derecho a obligar a su vecino a que hable como él guste. Seguramente cuantos acceden a que sus hijos aprendan en euskara lo hacen por lograr la mejor vida ciudadana posible. Pero es un espejismo creer que saber ambas lenguas ayudará a nuestros hijos a superar la situación actual de violencia. Aun sabiendo un día euskara todos los no-euskaldunes de hoy, los nacionalistas que no han transformado sus creencias inventarán cualquier pretexto para agudizar otras diferencias de identidad. Tan artificiosas como las relativas al euskara. Porque el abertzale vive en una burbuja identitaria no adecuada al mundo, y vive todo lo relativo al euskara de modo ideológico.

 


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