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Mientras tantoHablemos de finales

Hablemos de finales


 

Cuando las selecciones de Argentina y Alemania se enfrenten en la final de este Mundial, probablemente el más entretenido y espectacular de los últimos treinta años, será la tercera vez en la historia mundialística que estos dos equipos se disputen la copa Jules Rimet en una final.

 

Desde que la fortuna cayera del lado de Argentina en la tanda de penaltis contra Países Bajos en la segunda semifinal, mucho se ha hablado acerca de aquellos partidos, ya casi míticos, en las finales de México 86 e Italia 90, cuando la Argentina de Maradona y Bilardo se enfrentó a la Alemania de Matthäus y Beckenbauer. Mucho se ha hablado de la remontada que el equipo alemán logró fabricar de la nada en México, en el histórico Estadio Azteca, el mismo en el que Beckenbauer jugara con un hombro dislocado en la semifinal de 1970 ante Italia, con goles de Rummenigge y Voller en los minutos 74 y 80, respectivamente, cuando el partido parecía sentenciado y la ventaja de 2-0 a favor del equipo argentino parecía insalvable.

 

Mucho se ha hablado de aquella otra final, la del 90, acaso el único de los títulos de los que la fanaticada alemana se siente digna vencedora, porque aquella era una selección blindada de estrellas y superhéroes, desde Brehme, Matthäus y Klinsmann, la terna del Inter, hasta Kohler, Völler, Berthold, Möller, Littbarski, Hässler y pare usted de contar. Mucho se ha hablado también de la actuación del colegiado, Edgardo Codesal, en aquella final en el Olímpico de Roma, donde no concedió un penalti a Argentina, expulsó a Monzón tras una entrada a Klinsmann que quedará grabada en los anales de lo risible por las volteretas del alemán, otorgó una pena máxima a Völler en el minuto 83 y expulsó a Dezotti en el 87. En fin, la lió.

 


 

Mucho se ha hablado del minuto 83, en el que Burruchaga arrancó en estampida descomunal y recorrió 40 metros antes de deslizar el balón fuera del alcance de Toni Schumacher, sepultando a Alemania en una derrota sufrida, gallarda pero merecida. Ese funesto minuto en que Sensini se deslizó en el área para robarle el balón a Völler, y lo logró, envió el esférico fuera, pero también se llevó en el camino las piernas del delantero alemán, que no dudó en irse al suelo.

 

Mucho se ha hablado también de los últimos dos enfrentamientos entre estos equipos en mundiales: aquel 4-0 rampante que le brindó Alemania a Argentina en Ciudad del Cabo, una Alemania además que venía de vencer 4-1 a Inglaterra y que con aquel resultado sellaba la salida de Maradona del puesto de director técnico y se consolidaba como favorita para ganar el campeonato. Hasta que apareció España, y no permitió que lo fuera. Y antes de eso también aquel entretenido empate a 1 en el Olímpico de Berlín en 2006, cuando Alemania apenas aprendía a ser la que es y una joven selección de Argentina se entusiasmaba con el juego atrevido de José Pékerman. Se fue a los penaltis, y allí pasó lo que siempre pasa con los alemanes: ganaron.

 

Pero esta final no es la de 1986, con Maradona a los 25 años y ya en las filas del Napoli, cerca de su mejor momento. Y esta no es la Argentina de Maradona de 2010, un equipo formado a base de emoción y temperamento en lugar de técnica y habilidad. Sin duda la Argenitna de Sabella no es la de Pékerman, por lo que si hubiese que comparar la final de hoy con alguno de los juegos que estos dos países han disputado en Mundiales habría que emparejarla con la final de 1990, una final trabada, difícil, áspera, de poco fútbol y mucho físico. Argentina aquella vez salió a aguantar el panzer a cómo de lugar, en busca de una genialidad o contragolpe que les diera algo a lo que pudieran aferrarse. Era a lo que había jugado Bilardo la mayor parte del campeonato, ganando consecutivamente en penaltis a Yugoslavia e Italia en los cuartos y semis y consagrando al tercer arquero de la selección, Sergio Goycochea, al panteón de los ídolos circunstanciales de toda una generación. 

 

Pero por mucho que se haya hablado de las finales de 1986 y 1990, de los partidos de 2006 y 2010, esta final tiene más afinidad con la del mundial de 2002 en Corea del Sur y Japón, cuando Alemania, en manos de Rudi Völler, se vio obligada a hurgar en las profundidades de su identidad para hallar rastro de su mentalidad ganadora, plenamente asediada desde USA 94. Aquella Alemania, como esta Argentina, llegó a la final de manera sorpresiva, sin convencer, anclada en una defensa perfectamente organizada que no encajó goles en la ronda de eliminación directa. Aquella Alemania tenía a Kahn, a Ballack y a Klose; esta Argentina tiene algo más: tiene a Mascherano, fundamental, a Higuaín, Di María, Lavezzi, Kun y, por supuesto, a Messi.

 

 

Pero la propuesta de esta Argentina es similar a la de Alemania en 2002 (y también a la de Argentina en 1990) –cerrar espacios atrás, conceder el balón y buscar el gol con un contragolpe veloz y certero. Esta Alemania, por otro lado, tiene más fútbol que Brasil en 2002. Aquel Brasil tenía a Cafú y a Roberto Carlos, a Lucio y a Gilberto Silva, tenía a Rivaldo, Ronaldinho y a Ronaldo, pero también tenía a Scolari de director técnico y el pragmatismo obsesionado de una generación que puso el éxito por encima del deporte. Alemania en 2014, como Brasil en 2002, va a querer el balón, y Argentina en 2014, como Alemania en 2002, va a regalarlo con confianza, pero también con cautela.

 

En el 2002 ganó Ronaldo, y por ende el equipo que más quiso al balón. En el 90 gano Codesal, o al menos fue él quien decidió un partido marcado por el miedo a perder, por lo que cualquiera de los dos ha podido marcharse con el trofeo. Quiso el destino que fuera Alemania. Y hoy, ¿a quién le sonreirá? 

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